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Authors: João Magueijo

Tags: #divulgación científica

Más rápido que la velocidad de la luz (31 page)

BOOK: Más rápido que la velocidad de la luz
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No obstante, el enfoque de Moffat apuntaba al corazón mismo de la cuestión y se preguntaba qué significa realmente el hecho de que c sea constante. Como ya he dicho, significa que la velocidad de la luz es la misma, cualquiera sea su color, cualquiera sea la velocidad de la fuente luminosa con respecto al observador y cualquiera sea el momento en que la luz fue emitida u observada. Pero ¿qué quiere decir "la luz" en estas proposiciones? Según la formulación inicial de Einstein, esa expresión no significa otra cosa que lo habitual, es decir que no sólo se refiere a la luz visible sino también a otras formas de radiación electromagnética como las ondas de radio, las micro-ondas o la radiación infrarroja. Todas esas radiaciones son esencialmente lo mismo que la luz visible, salvo que tienen una frecuencia o "color" que no es "visible", por la sencilla razón de que nuestros ojos son sensibles a una estrecha franja de todo el espectro.

La luz está compuesta por partículas que llamamos fotones, las cuales, naturalmente, se mueven a la velocidad de la luz. Según el segundo postulado de la relatividad, esa velocidad es idéntica para todos los observadores, de modo que las vacas locas que corren tras los fotones también los ven desplazarse a esa velocidad. Por la misma razón, no hay manera de desacelerar un fotón para llevarlo al reposo. Hablar de una caja llena de fotones no tiene sentido, pues éstos existen en la medida en que se mueven; en cierto sentido, son puro movimiento: no pueden estar en reposo. Por eso decimos que la energía o masa en reposo de los fotones es nula:
no tienen masa.

Aquí precisamente reside la sutileza de toda la cuestión. Cuando hablamos de la velocidad de la luz dentro de la teoría de la relatividad, en realidad estamos hablando de cualquier partícula que no tiene masa, no sólo del fotón. Cuando Einstein formuló la teoría especial de la relatividad, las únicas partículas carentes de masa que se conocían eran los fotones, pero después se descubrieron otras, por ejemplo, los neutrinos
[52]
. Otro ejemplo es la gravedad misma, como Einstein habría de descubrir años después. Las partículas responsables del efecto de gravedad se denominan gravitones y, según la teoría general de la relatividad, es posible generar "luz gravitatoria" de diferentes colores que corresponden a gravitones con diferentes frecuencias o energías. El gravitón es una partícula de gravedad en el mismo sentido en que el fotón es una partícula de luz. Parecería entonces que el segundo postulado de la relatividad especial implica que el gravitón y el fotón se desplazan con la misma velocidad (constante): c.

Moffat hizo un descubrimiento sensacional: esta última proposición es más fuerte de lo necesario; no es indispensable en esencia para garantizar el cumplimiento de los principios de la relatividad especial. De hecho, es posible mantener los principios de invariancia de Lorentz —y, por consiguiente, la relatividad especial— aun cuando difieran las respectivas velocidades de las diversas partículas que no tienen masa. En tal caso, para cada partícula carente de masa habría una "encarnación" particular de la relatividad especial, con diferentes "velocidades de la luz". Por su afán minimalista (y conservador, repito), Moffat dividió las partículas que carecían de masa en dos grupos: la materia y la gravedad. Esa distinción surge de la misma teoría general de la relatividad, para la cual la gravedad es un fenómeno exclusivamente geométrico. El gravitón, entonces, es una partícula de curvatura y, puesto que afecta la estructura del espacio-tiempo, tiene sentido apartarlo de la clasificación de las demás partículas sin masa.

En consecuencia, Moffat sugirió que la velocidad del gravitón y la velocidad de la luz (así como la de cualquier partícula sin masa) eran distintas. La relación entre ambas dependía de un campo con una dinámica propia, campo que evolucionaba con la expansión del universo. Por consiguiente, considerando los tiempos de la cosmología, se infería que la velocidad de la luz variaría con el tiempo cuando se la comparara con la velocidad del gravitón De esta manera fascinante, Moffat consiguió elaborar una teoría en la que la velocidad de la luz varía sin ofender ni refutar a Einstein
[53]
.

Muy ingenioso, sin duda, y muy revelador del temperamento de Moffat. A diferencia de él, Andy y yo no nos habíamos preocupado por la relatividad: ¡al diablo!, sólo se trataba de arrojar a Einstein por la ventana... No obstante, el enfoque de Moffat me impresionó mucho, al punto que unos meses más tarde procuré hallar una versión propia de la teoría que respetara la invariancia de Lorentz.

Aun así, la impresión que tuve de mis primeras conversaciones con Moffat fue que la VSL era un desvío de su preocupación principal, la teoría unificada de Einstein. Él sentía que la VSL no era "el meollo de la cuestión" y que, si bien era superior a la teoría inflacionaria, no era más que otra manera de remendar las cosas para acomodarlas al
big bang.
Si bien desdeñaba la inflación, sentía que tampoco la teoría de la velocidad variable de la luz tenía una importancia fundamental. Recuerdo incluso que una vez dijo que no era más que un remedio casero. Después cambió de parecer, pero esas opiniones me hicieron comprender por qué había renunciado a la batalla por publicar mientras que nosotros no nos dimos por vencidos; aunque tal vez sea algo injusto pensar así, porque Andy y yo nos apoyábamos mutuamente, y Moffat estaba solo. Creo que esa situación tiene que haber influido mucho en nuestras respectivas actitudes.

Por otro lado, las relaciones de Moffat con algunas revistas científicas no eran demasiado buenas
[54]
. Cito a continuación un revelador mensaje electrónico que recibí de John Barrow a principios de noviembre de 1998:

João, le pregunté a Janna Levin acerca de Moffat porque me acordé de que ella había pasado algún tiempo en Toronto. [...] Me dijo que es una excelente persona pero que parece estar perpetuamente involucrado en disputas con revistas y editores. Ella cree que algunas publicaciones decidieron desechar sin más los artículos que él presenta. [...] ¡Magnífico! [El director de
prd]
tendrá con qué divertirse.

Debo decir que Moffat no es el único que aborrece las publicaciones científicas y sus peculiaridades: de hecho, en un momento u otro, muchos científicos célebres rompieron vínculos con alguna de esas revistas. Tal vez Einstein sea una excepción, aunque deberíamos tomar en cuenta un incidente producido a fines de los años treinta. Einstein y Rosen habían escrito un artículo revolucionario sobre las ondas gravitatorias y lo enviaron a
Physical Review.
A vuelta de correo, les llegó un informe en el cual se rechazaba el trabajo. Según Rosen, Einstein se puso tan furioso que rompió la carta en pedacitos, los tiró al papelero y le dio un puntapié al cesto sin dejar de gritar y proferir insultos. Juró no enviar ningún otro artículo a
Physical Review
, y parece que cumplió su palabra
[55]
.

Mientras charlábamos y tomábamos cerveza, la actitud de Moffat ante las revistas científicas me convenció. Años después, escribí un corrosivo artículo intitulado "La muerte de las revistas científicas" ("The Death of Scientific Journals") que presenté, aunque parezca mentira, en una conferencia de editores a la cual había sido invitado. Comenzaba diciendo que la publicación de artículos científicos se había transformado en un verdadero fraude porque los informes de los evaluadores a menudo están desprovistos de contenido científico y sólo responden a la posición social de los autores, al hecho de que tengan buenas o malas relaciones con ellos. Los científicos de prestigio cuyos nombres engalanan los artículos con frecuencia no han hecho ningún aporte al trabajo, salvo prestar su nombre, método que aceita enormemente el proceso de evaluación. Para colmo, los editores pueden ser verdaderos analfabetos (en honor al editor de
prd
, debo reconocer que Andy y yo tuvimos mucha suerte en este aspecto).

Seguía diciendo en aquel cáustico artículo que, pese a la corrupción reinante, la gente todavía se preocupaba por enviar trabajos a las revistas porque no tenía otra opción. El
establishment
funciona de tal manera que nuestro historial científico sólo toma en cuenta las publicaciones en revistas de referencia, imposición francamente artificial. En consecuencia, yo mismo publico todo lo que escribo en revistas científicas, aunque mi actitud sea en el fondo cínica y no difiera mucho de la que tengo cuando aprieto el botón del inodoro o vacío el cesto de los papeles. Sin embargo, las revistas no son muy estables como institución y cobijan el germen de su propia destrucción. Los jóvenes que critican ácidamente las revistas están alcanzando ya la mayoría de edad profesional y no han modificado sus puntos de vista. Aunque sea por esa única razón, la situación no es un buen presagio para esas publicaciones.

Lo más importante, sin embargo, es que la web lo ha cambiado todo porque permite soslayar a las revistas totalmente. Ya he dicho aquí varias veces que los físicos han comenzado a publicar
papers
en páginas web especializadas con la misma frecuencia con la que los envían a las revistas tradicionales. De hecho, nadie lee ya esas revistas porque los archivos web las han reemplazado. En 1992, todavía era posible que se nos escapara el
paper
que Moffat había puesto en la web, pero en la actualidad, cada mañana antes de ponerme a trabajar, leo las nuevas publicaciones que han llegado a los archivos pertinentes. Busco los artículos que me interesan, los abro en la computadora y los leo sin dilación. Hace mucho tiempo que no hojeo una revista impresa, y pasó más tiempo aún desde la última vez en que fui a una biblioteca a consultarlas. Las revistas son un anacronismo que ha quedado totalmente superado.

Algunos opinan que la situación es contraproducente porque no hay control de calidad en los archivos web. Eso es verdad, pero yo les contestaría que el proceso de arbitraje habitual en las revistas actuales tampoco garantiza el control de calidad. En cualquier caso, no lo preciso: todos deberíamos saber qué artículos vale la pena leer sin necesidad de filtros previos. Se dice también que el sistema de archivos web destruirá la idolatrada noción de propiedad intelectual. Admito también que puede ser cierto, pero ¿acaso el nombre del autor de más prestigio que figura en todos los artículos no es ya un insulto a la propiedad intelectual? Además, en los poquísimos casos en que alguien intentó plagiar ideas que encontró en la web, acabó mal y se convirtió en el hazmerreír de la comunidad científica.

Seguía diciendo, con afán polémico, en el susodicho artículo que bien podría ocurrir que toda la actividad editorial siguiera el mismo rumbo, que tal vez algún día todos los libros estén en la web, transformados en algo orgánico en perpetua evolución, que así las publicaciones formarían parte de un acervo compartido por todos y se facilitaría su reproducción. Tal vez parezca una utopía, y lo es sin duda en sus detalles, pero pase lo que pase en el futuro, no creo que la palabra impresa tal cual la conocemos hoy sobreviva a la revolución informática. Debemos admitir que, de una manera o de otra, la galaxia Gutenberg ha muerto.

Continué trabajando en la VSL durante los dos años que siguieron, aunque ya no le dedicaba todo mi tiempo sino, tal vez, un tercio de él. Descubrí que interesarse por ideas radicales es muy divertido, siempre que uno sepa endulzar la vida con investigaciones más "normales", pues, por mucho que uno se empeñe, es inevitable atascarse por momentos, y alternar la física "Fringe" con la "Broadway"
[56]
despeja la mente. Así, me transformé en un personaje similar al del doctor Jekyll y Mr. Hyde que, desde luego, no mostraba su cara inconfesable ante los estudiantes: una cosa es arriesgar la propia carrera en pos de una idea demencial y otra muy distinta malograr la carrera de otros. De más está decir que Mr. Hyde reaparecía de tanto en tanto con gran regocijo de mis alumnos... o tal vez, todo lo contrario.

En 1999, heredé el puesto de Andy en el Imperial College. No me fue fácil renunciar a la libertad que me daba la beca de investigación de la Royal Society, pero aún es cierto que la "titularidad" es un punto de inflexión en la carrera científica que garantiza por fin la seguridad. Por supuesto, tenía que dar clases, pero esa actividad me ha deparado también mucho placer
[57]
. Mejor dicho, los peculiares especímenes que suelo encontrar entre los estudiantes de física del IC me han deparado un gran placer. En todo el tiempo transcurrido en esa institución, sólo me sentí incómodo con respecto a un alumno que, según supe después, había sufrido un decepcionante rechazo en Cambridge. Sería de desear que las autoridades del Imperial College se parecieran más a sus estudiantes.

La enseñanza no me impidió investigar, de modo que en los dos años posteriores a mi nombramiento la VSL floreció. En algunos aspectos trabajé solo, y en otros, en colaboración con John Barrow. En esa etapa, Andy se alejó —simplemente porque quería hacer otras cosas—, lo que estrechó mi relación con John. A diferencia de muchos profesionales consagrados, él se pone a hacer los cálculos engorrosos codo a codo con sus colaboradores, ya sean estudiantes o profesionales. Además, trabaja muy rápido, lo que no deja de ser sorprendente porque está sumamente ocupado: escribe artículos de divulgación, da charlas en las escuelas, publica un libro por año... ¿de dónde sacará el tiempo para hacer tanto?

Su fecundidad me impresionaba de tal manera que lo propuse como candidato al premio Faraday cuando la Royal Society me envió los formularios para elegir la "labor más destacada de divulgación",
the best outreach
, como dicen en Gran Bretaña. Mi estima por su actividad de divulgación era genui-na, pero lo que más me movió a proponerlo y a pensar que era el mejor candidato fue que
seguía
haciendo ciencia. En los fundamentos de mi propuesta, entonces, hice especial hincapié en el hecho de que John no temía ensuciarse las manos trabajando a la par de sus jóvenes colaboradores, que ésa era la marca de un verdadero científico y que por semejante actitud merecía más que otros un premio a su labor de divulgación.

Después de proponerlo dos años seguidos y decepcionarme dos veces cuando no le otorgaron el premio, me di cuenta por fin por qué razón no se lo concedían. ¡Mencionar su fecundidad había sido por demás imprudente de mi parte! Esos comentarios deben haber ofendido a todo el jurado
[58]
.

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