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Authors: João Magueijo

Tags: #divulgación científica

Más rápido que la velocidad de la luz (27 page)

BOOK: Más rápido que la velocidad de la luz
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Si el lector piensa que todas estas controversias sólo revelan mala predisposición, permítame desengañarlo explicándole que, con mucha frecuencia, esos informes contienen a lo sumo un uno por ciento de argumentación científica. De hecho, en medio de un aluvión de comentarios insultantes, en el primer informe había un único argumento científico: en un pasaje que contrastaba con el resto por su serenidad, quien había evaluado el artículo señalaba que en nuestra teoría no había una "formulación del principio de mínima acción". Era verdad, y en un comienzo esa circunstancia me preocupó. Los principios de acción fueron una bella reformulación de la mecánica de Newton y constituyen en la actualidad un marco común para todas las nuevas teorías, excepto la de la VSL.

Apenas se dieron a conocer, los
Principia
de Newton se convirtieron en una especie de biblia de la física aunque no todos se sentían conformes con sus implicaciones filosóficas. La concepción newtoniana del universo es descaradamente determinista y causal. Se encarna en un sistema de ecuaciones que indican que, una vez que se conoce la situación de cada partícula del universo en cada instante, es posible predecir exactamente qué le ocurrirá en el futuro, es decir, se trata de un formalismo destinado a vincular las causas y los efectos mediante un perfecto eslabonamiento mecánico que no admite desviaciones. Tomada al pie de la letra, esa concepción siempre causó incomodidad entre los "librepensadores".

En el mundo de Newton, todo lo que sucede se debe a una razón, en otras palabras, ocurre en virtud de alguna causa. Precisamente por ello, el sistema de relojería concebido por Newton no tiene razón de ser, en el sentido humano de la expresión. Dios intervino en el universo cuando creó las leyes causales, pero a partir de entonces lo dejó librado a sus propios mecanismos. En resumen, el universo newtoniano carece de sentido y de finalidad, como un autómata, y nada hay más alejado de un acto de amor. El problema estriba en que, entonces, podemos decir que las leyes de Newton también rigen para los actos de amor... idea por demás antipática.

En 1746, el físico francés Pierre de Maupertuis encontró otra manera de describir el mundo físico. Tomó en cuenta las trayectorias que describían las partículas en los sistemas mecánicos y advirtió allí un patrón: todo sucedía como si, al desplazarse a lo largo de su trayectoria, las partículas procuraran minimizar cierta magnitud matemática que denominó "acción". Así, pudo reformular la mecánica diciendo que la naturaleza se comporta minimizando la acción, afirmación que constituye el principio de mínima acción. Andy y yo no habíamos podido encontrar un tipo de formulación similar en el caso de la VSL.

Se trata de una concepción que puede parecer extraña, pero el lector deberá creerme cuando digo que equivale matemáticamente a la teoría de Newton. No obstante, este hecho no estaba totalmente claro al principio o, al menos, la gente se enredaba en juegos de palabras mezclando la física con la filosofía y la religión en una ignominiosa ensalada muy común en aquella época. Según la concepción de Maupertuis, parecía que hubiera finalidad en el universo en lugar de causalidad: las cosas sucedían de determinada manera
con un fin
(el de minimizar la acción) en lugar de ocurrir
por obra de una causa.
A diferencia del universo de Newton, el de Maupertuis tenía un propósito, una finalidad. Si uno daba un paso más por ese mismo camino, acababa probando la presencia de Dios en la labor cotidiana de la naturaleza y no solamente en el momento de la creación, pues en las obras de un Dios perezoso por naturaleza, la "acción" sería mínima.

En nuestros días, semejante idea parece inverosímil, pero refleja, sin embargo, las tendencias filosóficas de aquellos tiempos, la optimista doctrina de Leibniz según la cual vivimos en el mejor de todos los mundos posibles, por la gracia de Dios. Más tarde, la mecánica de Maupertuis se perfeccionó postulando un mínimo desperdicio de acción, de modo que la filosofía de Leibniz pareciera tener un fundamento científico. No obstante, las ideas propuestas eran tan similares que Maupertuis se halló al poco tiempo en medio de una disputa por la prioridad en la formulación del principio de mínima acción. Peor aún, heredó a los enemigos de Leibniz, en particular a su adversario más desapacible: Voltaire. Se arribó así a una polémica estruendosa que quedó registrada en los anales de la física. Más allá de cualquier paralelismo, las trifulcas en torno a la publicación de nuestra teoría palidecen al lado de aquellas batallas.

Es posible que lector se haya topado con una novela escrita por Voltaire, Cá
ndido
, en la cual un joven ingenuo soporta el caos y los sinsabores de un mundo despiadado con la perpetua convicción de que todos esos padecimientos tienen como fin el bien en el mejor de los mundos posibles. Se trata de una parodia cruel de la filosofía de Leibniz que causa risa hasta hoy. En los hechos, Voltaire era un
playboy
, un escritor satírico recalcitrante, pero también un filósofo con una fe inconmovible en que Dios había ideado un mecanismo de relojería que no se hacía presente en las obras cotidianas de la naturaleza. Con su estilo habitual, por ejemplo, señaló que la catástrofe causada por el terremoto que arrasó Lisboa en 1755 se debió, fundamentalmente, a la hora en que ocurrió: un domingo por la mañana, cuando toda la población se hallaba en misa y había miles de velas encendidas, capaces de desencadenar un devastador incendio.

Voltaire sentía un enorme desprecio por la filosofía de Leibniz y no es ninguna sorpresa que apuntara también sus cañones contra Maupertuis y su principio de mínima acción. En esa disputa "científica" puede haber influido también el hecho de que Voltaire y Maupertuis tuvieran un amorío con la misma mujer, en una suerte de enmarañado
ménage
à
quatre
(si contamos también al marido de la dama)
[43]
. Como sea, en un panfleto intitulado "Diatriba del doctor Akakia" ("The diatribe of Dr. Akakia"), Voltaire pintaba a Maupertuis como un científico lunático y paranoico que disecaba sapos en vivo para estudiar la geometría, recomendaba la fuerza centrífuga para curar la apoplejía, hacía trepanaciones en seres humanos para indagar los misterios del alma y demostraba la existencia de Dios mediante fórmulas del tipo Z es igual a BC dividido por A + B. Lamentablemente, todas esas tonterías son detalles aislados de investigaciones que Maupertuis llevó realmente a cabo.

En el libro de Voltaire, los desatinos de Maupertuis son de tal magnitud que se decide consultar al doctor Akakia, especialista en perturbaciones psicológicas (¡y cirujano del Papa, además!), para ponerles remedio. El ilustre Akakia opina que su demencial paciente ya está perdido, al punto que recurre a la Santa Inquisición para que dictamine su excomunión como forma de psicoterapia. Invocando el principio de mínima acción, el paciente intenta asesinarlo.

Los ensayos de Voltaire sobre Maupertuis son un odioso monumento al poder cáustico del sarcasmo. La alta sociedad de su época se entretuvo durante meses riéndose a costa de Maupertuis, citando los panfletos de Voltaire y condenando al pobre físico al ostracismo. Maupertuis se convirtió en el hazmerreír de toda Europa y terminó refugiándose en Suiza. Su salud se había resentido y no tardó en morir, según dicen algunos, de vergüenza.

Para solaz del lector, acabo de mostrar las cloacas de la ciencia, muy parecidas a las de ahora pese a los siglos transcurridos. Siempre han existido —y siempre existirán— científicos que se sienten más satisfechos con un insulto personal que con un argumento racional. Hoy en día sabemos que Maupertuis era mucho mejor científico que Voltaire, aunque carecía de sus recursos retóricos y filosóficos, mucho más fáciles de comprender para el público.

Otro aspecto de la historia de Maupertuis que también viene al caso con respecto a la VSL es el relativo al sistema de arbitraje de su época: la Inquisición. En realidad, muchas obras de Voltaire (incluso la "Diatriba") fueron quemadas. Aunque hoy ya no se queman los artículos por considerarlos herejes, algunas cosas no han cambiado demasiado. Pienso, por ejemplo, en las ideas que Voltaire expuso en
Micromegas
, que cuenta la historia de un morador de un planeta que gira alrededor de Sirio. El héroe del relato escribe en su juventud un libro muy interesante sobre los insectos, pero el muftí de su país, pretencioso y muy ignorante, halló en su libro proposiciones sospechosas, ofensivas, temerarias, imprudentes, heréticas o con un olorcillo a herejía, y lo persiguió a muerte: tratábase de saber si la forma sustancial de las pulgas de Sirio era de la misma naturaleza que la de los caracoles. Defendióse con mucho ingenio Micromegas y se declararon las mujeres en su favor. Al cabo de doscientos veinte años que duró el pleito, el muftí hizo condenar el libro por jurisconsultos que jamás lo habían leído, y su autor fue desterrado de la corte por ochocientos años. No lo afligió mucho alejarse de un lugar tan lleno de enredos y mezquindades
[44]
.

Me sorprenden las semejanzas.

Dejemos de lado el ubicuo estiércol científico y analicemos el único bocado de sensatez que había en la carta enviada por nuestro evaluador. ¿Por qué no habíamos formulado la teoría de la VSL mediante un principio de acción?

Es evidente que la VSL contradice la teoría de la relatividad especial, la cual se fundamenta en dos postulados: el principio de relatividad (es decir la afirmación de que el movimiento es relativo) y la constancia de la velocidad de la luz. La combinación de esos dos principios arroja dos conjuntos de leyes, denominados transformaciones de Lorentz, que indican cuál es la relación que vincula lo que ven distintos observadores que están en movimiento relativo. Las transformaciones de Lorentz condensan dos fenómenos: la dilatación del tiempo y la contracción de las distancias. Se dice que una teoría en la cual los fenómenos cumplen esas leyes de transformación satisface la "simetría de Lorentz" o es "invariante con respecto a la transformación de Lorentz". En ese tipo de teorías, todas las leyes se reflejan simétricamente por medio de las transformaciones de Lorentz.

Aparte de su sentido físico, la simetría de Lorentz es ventajosa desde el punto de vista matemático pues simplifica muchas ecuaciones y leyes. En particular, los principios de acción están en sintonía con ella aunque no la requieren específicamente (a fin de cuentas, se trata de principios descubiertos en el siglo XVIII, mucho antes de la relatividad). Son principios que encajan como anillo al dedo en las teorías invariantes con respecto a las transformaciones de Lorentz.

Evidentemente, nuestra teoría de variación de la velocidad de la luz entraba en conflicto con la simetría de Lorentz, porque implicaba negar el segundo de sus pilares: la constancia de la velocidad de la luz. Por consiguiente, cualquier formulación de ella como principio de acción era muy engorrosa, al extremo de que sólo pude elaborarla mucho tiempo después. Pero ¿implicaba ese hecho una incoherencia?

¡Desde luego que no! En los últimos tiempos cualquier teoría nueva suele expresarse mediante una acción. Sin embargo, la misma relatividad no fue formulada de ese modo en un comienzo, aun cuando las acciones son muy convenientes para expresarla. Pese a que las implicaciones filosóficas son aparentemente distintas, formular una nueva teoría con el lenguaje de Newton o el de Maupertuis es sólo una cuestión de conveniencia, y la teoría de la VSL se acomodaba mejor al lenguaje newtoniano. ¿Hay algo de malo en eso?

Ruego al lector que imagine una discusión científica al respecto con un asesor científico que se comporta como si lo hubiera mordido un perro rabioso.

John Barrow

Mientras se desenvolvía tan edificante intercambio de improperios, sucedieron otras dos cosas. En primer lugar, logré convencer a Andy de que el proceso de revisión del artículo por parte de la revista llevaba ya tanto tiempo que nos convendría distribuir copias del manuscrito a un número limitado de personas. Una de ellas era John Barrow, científico con un sólido historial en teorías denominadas "variación de constantes". Apenas se enteró del asunto, John quedó fascinado con la idea y empezó a hacernos muchas preguntas sobre el artículo.

Ese interrogatorio preocupó sobremanera a Andy, quien me dijo: "João, escúchame por favor. Supón que él se pone a escribir un artículo sobre el tema sin citar nuestro trabajo, que lo envía a
prd
y tiene la suerte de que le asignen un evaluador más inteligente que el nuestro; al fin y al cabo, es como sacarse la lotería. ¿Qué podríamos hacer en ese caso? No sé nada de John Barrow, pero en los Estados Unidos sería probable que sucediera algo así. Y te digo más: si después uno se queja de lo sucedido ante el resto de la gente, todos se ríen de tu estupidez".

Me pareció que era una exageración, pero lo consulté con otro amigo que había trabajado con John. Me contestó lo siguiente: "Tal vez me equivoque y resulte un tipo deshonesto, pero, según mi experiencia, John es la persona más digna de confianza que he conocido".

Unos días después, nos dijeron que John estaba escribiendo precisamente un
paper
sobre la teoría de la velocidad variable de la luz. Por increíble que parezca, un par de semanas después de recibir la versión manuscrita de nuestro artículo, ¡John había escrito y enviado un artículo sobre ese tema a
prd!

De más está decir que quedamos consternados, tanto más porque en ese preciso momento viajé a Australia y, por diversos inconvenientes, no pude leer el artículo de John hasta pasado algún tiempo. Dada la situación, pensé que la única manera de salir del aprieto era proponerle a John que colaborara con nosotros. Desde luego, no era lo ideal, pero era mejor que nada y evitaba mayores perjuicios. Todo indicaba que alguien se nos adelantaría y que se cumplirían los peores temores de Andy.

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