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Authors: João Magueijo

Tags: #divulgación científica

Más rápido que la velocidad de la luz (24 page)

BOOK: Más rápido que la velocidad de la luz
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Cerca de fin de mes, teníamos material suficiente para varios artículos, no sólo para uno. A decir verdad, esa abundancia se debía en parte a que habíamos hallado dos versiones distintas de la teoría, una de ellas más compleja pero mejor fundamentada. No obstante, el contenido físico de ambas era muy semejante. Nos propusimos escribir un primer artículo tentativo a fin de demarcar territorio como los perros que orinan. No debe sorprender que hayamos elegido la versión más sencilla de la teoría, que era también la más vaga.

Los dos teníamos que viajar en julio al Centro de Física de Aspen, Colorado, donde pasaríamos quince días. Ese centro tiene una organización singular: en cualquier programa, el número de charlas o presentaciones formales es mínimo, y se pone el acento en el intercambio informal entre los científicos asistentes. En la práctica, como ya me lo había advertido Andy, siempre hay peligro de que alguien nos robe las ideas. La gente que trabaja duro pero está desprovista de talento o imaginación suele pasearse por esos lugares escuchando las conversaciones "informales" y aprovechando ese material para triunfar en la carrera. Tanto es así, que todos los años una conocida universidad estadounidense otorga un premio al mejor artículo publicado que se haya basado en ideas ajenas.

Andy pensaba que la reunión de Aspen era la ocasión ideal para debatir la teoría de la VSL con muchos físicos, pero fue inflexible en su posición de que teníamos que protegernos escribiendo antes un artículo y colocándolo en un archivo de la web, como . Así, quedaría demostrada de algún modo nuestra paternidad, y podríamos utilizar la reunión de Aspen para sacar a relucir a nuestro hijo bastardo.

Hago constar que Andy escribió el resumen, las notas publicitarias y las conclusiones, y que yo elegí material proveniente de mis notas para redactar el cuerpo del artículo. Parecerá trivial, pero escribir lleva mucho tiempo. De pronto, Andy se puso taciturno, cosa que atribuí en un principio a las eternas presiones burocráticas que padecía. Poco a poco, sin embargo, me di cuenta de que los motivos eran otros.

Unos días antes de mi partida hacia Colorado, Andy se quedó en el Imperial College hasta muy tarde, de modo que pudimos terminar el susodicho artículo. Algo después, mientras cenábamos en un restaurante de las cercanías, se sinceró. Reconoció que tenía miedo de presentar el artículo a una revista; quería esperar un poco.

No era la primera vez que veía un retroceso de ese tipo: siempre ocurre que unos días antes de presentar un artículo científico, alguno de los autores se acobarda y empieza a inventar excusas para demorarlo. Es un efecto psicológico frecuente, similar al pánico escénico que sufren los actores. No obstante, nuestra situación era diferente, pues lanzar al mundo una teoría en la cual la velocidad de la luz era variable habría amedrentado a
cualquiera
, y tal vez
debíamos
sentir temor. A fin de cuentas, lo que estábamos haciendo equivalía a echar abajo
el pilar
de la física del siglo xx: la constancia de la velocidad de la luz.

Tal vez por esa razón me contagió el miedo y tomé una decisión que luego habría de lamentar: accedí a esperar. Por consiguiente, tendríamos que postergar el envío del artículo hasta después de la reunión de Aspen, lo que me ponía muy incómodo porque empezaba a sentir que la teoría necesitaba los comentarios de otra gente. El proyecto llevaba ya seis meses y se había desarrollado en secreto absoluto. Había algo insalubre en tanto aislamiento, pues habitualmente uno consulta a los colegas en cada etapa de desarrollo de una idea.

La única excepción al secreto había sido una conversación que tuve con el jefe de nuestro grupo, Tom Kibble, archiconocido por sus dictámenes secos y cortantes. Fui a su oficina y le dije que estábamos buscando una teoría alternativa a la inflacionaria. Me contestó enseguida: "Ya era hora". Sonreí y empecé a explicarle el panorama del problema del horizonte. "Muy razonable", comentó. Entonces, le expliqué cómo se resolvía ese problema postulando una velocidad variable de la luz. "Eso es menos razonable", dijo. Cuando seguí hablando de los pormenores de la conservación de la energía, se quedó dormido. Me fui de la oficina mientras roncaba, deslizándose feliz hacia otro horizonte.

Comenté con Andy mis temores de que podríamos perder comentarios preciosos si no hablábamos de nuestra teoría en Aspen, pero él dijo que no podíamos hacer otra cosa.

La conferencia de Princeton del verano anterior había sido electrizante, pero la de Aspen fue un aburrimiento. En realidad, nuestra fase depresiva comenzó allí. Aunque presuntamente esa conferencia debe ser un remanso para el intercambio informal de ideas, en los hechos ocurre exactamente lo contrario. Tal vez por el carácter tan competitivo de la ciencia estadounidense, Aspen es un lugar donde la gente interrumpe las charlas científicas y cambia de tema apenas alguien se acerca a su charla "informal" en los jardines. En un par de ocasiones alcancé a oír parte de lo que decían y comprobé después que aparecían artículos sobre los temas que causaron sensación. Cuando llegó Andy y empezamos a hablar de la velocidad variable de la luz, también comprobé que él cambiaba de tema cuando alguien se acercaba. Así se comportaba la flor y nata de la cosmología estadounidense.

El clima no me resultaba nada acogedor; ese mundo era muy distinto al de las batallas campales en las que había participado en Gran Bretaña desde los días de Cambridge. Me llevaba muy bien con todos en Aspen, de modo que no creo que me excluyeran por motivos personales; hacían lo que les parecía más conveniente. Sin embargo, cuando vi que Andy ocultaba también nuestra teoría, me sentí asqueado.

Sin duda, pese a lo desagradable que resulta, esa actitud da sus frutos. Objetivamente, no refleja otra cosa que el vigor de la cosmología estadounidense, a lo cual se suma un afán competitivo impiadoso. En todo momento, los cosmólogos más productivos trabajan en los mismos problemas relativos a la inflación, cualquiera sea la moda predominante de la temporada, por lo que no es sorprendente que se genere un ambiente asfixiante y feroz. Desde el punto de vista colectivo, la ventaja reside en que, cuando el tema que está en boca de todos tiene una importancia fundamental (nunca se puede estar seguro de que sea así), hay toda una comunidad científica trabajando en él, de modo que, estadísticamente, el sistema funciona. La producción es tan colosal que necesariamente debe contener trabajos de verdadera calidad. Por otro lado, es difícil percibir en semejante ambiente que la gente disfruta de lo que hace o ejerce su libertad.

Era la primera vez que experimentaba con tal intensidad lo que ocurre con ese método de hacer ciencia, y fue una verdadera sorpresa. Al fin y al cabo, al ambiente científico estadounidense le gusta difundir una imagen de libertad individual. Alguna vez, Richard Feynman escribió unas líneas destinadas a los querían seguir una carrera científica. Expresaba allí su pesar porque en la ciencia había cada vez menos espacio para la innovación y nos incitaba a cambiar las cosas. Decía que debíamos guiarnos por el olfato e intentar nuestro propio camino por insensato que pareciera; que debíamos soportar la soledad que acarrea la originalidad aunque implicara una carrera breve. Advertía también que debíamos estar preparados para el fracaso, y que fracasaríamos con certeza si anteponíamos a la ciencia nuestras consideraciones individuales. Sin embargo, creía que valía la pena arriesgarse.

La vida de Feynman fue un excelente ejemplo de la actitud que propugnaba, pues fue un científico a quien no le importaron las opiniones y que siguió su propio rumbo sin concesiones. A la larga, se transformó en el símbolo por excelencia de la ciencia estadounidense aunque la prosaica realidad sea muy distinta: en ese mundo se incita a los jóvenes a trabajar en los problemas que constituyen la corriente preponderante de la ciencia y no se les infunde valor para alejarse del mundanal ruido. A este respecto, siento lo mismo que sentía con la burocracia: si hay que hacer ciencia de esa manera, tanto da irse a trabajar a un banco.

Mi estadía en Aspen fue una desilusión, porque las otras veces que había viajado a los Estados Unidos me había sentido a mis anchas. Siempre me había parecido que la gente estaba dispuesta para el intercambio, que era abierta y tenía entusiasmo; todo lo opuesto de lo que vi en Aspen. Tal vez los lugares que había visitado antes fueran un microclima, un medio aislado. Tal vez Aspen fuera la excepción. ¿Cómo conciliar dos caras tan opuestas?

Quizá la respuesta sea que en la ciencia, como en todo, los Estados Unidos no se prestan a las generalizaciones pues allí conviven el mejor y el peor de los mundos. Pasé seis meses en el grupo de Neil en Princeton, y después hice muchas visitas aisladas, y siempre me pareció que reinaba allí un clima estimulante. También pasé dos meses en Berkeley, donde hallé gente prácticamente trastornada, chismosa y siempre dispuesta a ahogar las ideas nuevas.

Con esta perspectiva ampliada, lo que sucedió en Aspen puede verse como algo característico y también como propio de una minoría. Hacer un comentario general sobre la ciencia estadounidense es como hacer un comentario sobre la música en general. Hay música que a uno le gusta; otra que no... ¿Debería gustarnos todo tipo de música?

Lamentablemente, sucede con frecuencia que la gente está orgullosa de sus peores cualidades; de hecho, muchos científicos estadounidenses parecen apreciar más esos desfiles de circo que el legado de Feynman. Desde luego, no son los únicos que piensan así. Una vez, conocí en Nueva York a una joven que se estremecía de sólo saber que yo era físico, pero quedó desilusionada sin remedio cuando le dije que vivía en Inglaterra y no abrigaba ninguna esperanza de mudarme a los Estados Unidos. No podía entenderlo. Cuando le pregunté por qué, me replicó con el ejemplo de un físico, pero no podía recordar su nombre: "¿Cómo se llamaba ese físico que era mejor que Einstein, pero no vino a los Estados Unidos y por eso fracasó?".

Hasta el día de hoy ignoro quién pudo haber sido ese mítico personaje. Pero las opiniones de esa chica sobre Einstein y las virtudes estadounidenses no son meramente ridículas. Pobre Albert, ¡como si su grandeza se debiera al hecho de haber emigrado a los Estados Unidos! En el momento en que cruzó el Atlántico, lo mejor de su obra ya estaba hecho, y ya había recibido el Premio Nobel. Se trasladó porque el régimen nazi lo acosó desde un principio, en una época en que todos —incluso muchos judíos ricos-intentaban todavía llegar a una componenda. Sus comentarios políticos siempre causaron mucha incomodidad; en este aspecto, Einstein a veces me recuerda a Muhammad Ali. De modo que era de esperar que en 1933 lo expulsaran de Alemania, le confiscaran todas sus pertenencias y que corrieran rumores de que atentarían contra su vida.

Einstein fue recibido en los Estados Unidos con los brazos abiertos en un momento en que necesitaba desesperadamente esa hospitalidad
[37]
. Si aquella chica hubiera contemplado todo el asunto desde este punto de vista, habría tenido un motivo mejor para estar orgullosa de su país.

En vista de un clima tan desfavorable, me dediqué en Aspen a cualquier cosa menos al intercambio científico. Hice mucho
footing
, yoga, emprendí excursiones a las montañas y practiqué diversos deportes. Cuando estaba en la oficina, me absorbían tareas más agotadoras que ocuparon mi mente durante todo el tiempo que pasé allí.

Desde un principio, para Andy resolver el problema del horizonte no implicaba resolver el problema de la homogeneidad del universo. Se puede hallar una manera de conectar la totalidad del universo observable en algún momento del pasado, dejando así las puertas abiertas para que algún mecanismo físico homogeneíce las vastas regiones que vemos hoy en día. Aun así, había que encontrar el agente, el mecanismo que actuó en el universo arcaico y garantizó su aspecto uniforme en todas partes. En el lenguaje de la ciencia, resolver el problema del horizonte era una condición necesaria pero no suficiente para resolver el de la homogeneidad.

La experiencia respaldaba la sabia actitud de Andy. Es un cosmólogo maduro, lo que implica que cometió muchos errores en el pasado
[38]
. Su modelo inflacionario inicial tuvo, precisamente, la desventaja de resolver el problema del horizonte sin resolver el de la homogeneidad. Según ese modelo, si bien la totalidad del universo observable había estado en contacto durante el período inflacionario, cuando se calculaba lo que realmente había ocurrido con la homogeneidad, se llegaba a una versión muy extraña de universo. No se trata de un problema exclusivo de la teoría inflacionaria; de hecho, Andy me había contado que el universo oscilante o pulsante padece un destino similar y que esa circunstancia había sido la pesadilla de Zeldovich. Andy temía que nuestra teoría cayera en una trampa parecida y a menudo lo había expresado en nuestras reuniones.

En los últimos meses yo había intentado dejar de lado sus preguntas al respecto porque sabía que para poder contestarlas había que hacer una enorme cantidad de cálculos. Quien quiera provocarle náuseas a un cosmólogo sólo deberá mencionar las palabras "teoría cosmológica de las perturbaciones", uno de los temas más complejos de la cosmología, ante el cual hasta el mejor se pone a temblar.

Sabemos que si introducimos un universo homogéneo en la ecuación de campo de Einstein, el resultado son los modelos de Friedmann. La idea consiste en repetir los cálculos para un universo "perturbado", en el cual haya pequeñas fluctuaciones de densidad sobre un fondo uniforme. En algunas regiones, la densidad es ligeramente superior a la normal; en otras, ligeramente inferior. El objetivo es averiguar si la "diferencia o contraste de densidad", como le decimos, desaparece o aumenta a medida que el universo se expande. Para descubrirlo, se introduce en la ecuación de campo de Einstein un universo perturbado y se obtiene una fórmula que describe la dinámica de las fluctuaciones. Es un cálculo sumamente engorroso que lleva muchas páginas de tediosos cálculos algebraicos: el tipo de ejercicio que un alumno de primer año del doctorado hace una única vez y luego trata de olvidar durante el resto de su vida.

Por complejos que sean los cálculos, su resultado es imprescindible para comprender el universo. En la radiación cósmica (véase la figura 1) se producen pequeñas ondulaciones; el fluido galáctico sólo es homogéneo a escalas muy grandes, pues a escalas más reducidas está compuesto por galaxias, las cuales, desde luego, ¡no son exactamente uniformes! Entonces, visto en detalle, el universo no es homogéneo y esa circunstancia puede explicarse mediante la "teoría cosmológica de las perturbaciones".

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