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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Matahombres (24 page)

BOOK: Matahombres
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Se volvió a mirar a Otto.

—¿Quién es ése? ¿El joven vestido de púrpura y blanco?

—¿Eh? —preguntó Otto, que alzó la mirada—. Y ahora, ¿qué es esto? ¿Has escuchado algo de lo que te he dicho?

—Por supuesto que sí, hermano, pero ese muchacho me resulta familiar. ¿Sabes quién es?

Otto frunció el ceño, fastidiado, y entrecerró los ojos para mirar hacia el otro lado de la sala.

—¿Cuál?

—El que va vestido de púrpura y blanco —repitió Félix al mismo tiempo que se volvía—. Justo ahora está sentándose. Lleva una mano vendada, ¿lo ves?

—Lo veo —replicó Otto—. El que está al lado del fuego, ¿verdad? No tengo ni idea. No sé por qué piensas que les presto atención a los malcriados inútiles que frecuentan el Wulf's. Por esto, precisamente, ceno en El Martillo Dorado. —Sorbió por la nariz—. Se parece un poco al viejo Gephardt, el importador de vinos, y viste los colores de la casa comercial de Gephardt. Podría ser uno de sus hijos, supongo; no estoy seguro.

Félix asintió con la cabeza. Gephardt era el nombre por el que habían llamado al joven sus compañeros. Había que reconocerle a Otto el mérito de ser un buen observador. Ahora, la pregunta era, ¿se trataba de un miembro de la Hermandad de la Llama Purificadora, o simplemente se había quemado con un atizador caliente, como acababa de decir? Si Félix pudiera acercarse más y escuchar a hurtadillas la conversación que mantenían…

Gephardt miró ociosamente a su alrededor, mientras uno de los compañeros contaba una historia. Sus ojos pasaron sobre Félix, y luego volvieron a él. Félix apartó la mirada, con el corazón acelerado. Había olvidado que estaba mirándolo fijamente.

—Bueno, ¿te apetece hacer eso? —preguntó Otto al retomar la conversación—. ¿Te gustaría ayudarnos a buscar hombres para proteger las carretas? Con toda la experiencia que tienes en luchar contra…, ejem…, hombres rata, dragones y demás, supongo que reconoces una espada experta cuando la ves.

Félix echó otra mirada por encima del hombro. Gephardt lo miraba fijamente, con los ojos muy abiertos, ya fuera de miedo o de enojo; Félix no lo sabía. Se volvió hacia su hermano, con el corazón apesadumbrado. Bueno, ya tenía la respuesta. Gephardt lo había reconocido. Tenía que haberlo visto durante la lucha sostenida en la casa de reuniones de la Llama Purificadora. Félix habría deseado obtener esa información sin dejarse ver en el proceso. Ahora, Gephardt sabía que él sabía. Félix tendría que atraparlo antes de que se marchara del Wulf's, o dentro de nada también lo sabría toda la Llama Purificadora. Pero ¿cómo iba a hacerlo con su hermano cerca? No podía decir, tranquilamente: «Disculpa, hermano, tengo que tumbar de un golpe a ese joven y capturarlo. ¿Te importaría ayudarme a llevarlo hasta el Colegio de Ingeniería para que Gotrek pueda hablar con él?».

Tal vez lo ayudarían sus supuestos aliados. Miró al hombre de la dama Hermione. Estaba levantándose para marcharse, con la vista fija en Gephardt. Debía de haber visto el intercambio de miradas y haber deducido lo que significaban. Félix se volvió a mirar al capitán Reingelt. También él estaba levantándose, y sus ojos iban velozmente desde Gephardt al espía de la dama Hermione y a Félix, y de vuelta. También lo sabía. Pero ¿por qué se marchaban? ¿Irían los dos a esperar que Gephardt saliera del club, o iban a informar a sus señoras de lo que habían averiguado? Cualquiera que fuese el caso, no podía contar con ninguno de ellos. Tendría que ocuparse personalmente de Gephardt, de alguna manera.

—¿Félix? ¿Me estás oyendo? —Otto lo miraba de modo extraño.

—Eh… —comenzó Félix, mientras se esforzaba por recordar qué había estado diciendo su hermano—. Eh, sí, ésa, ¡hummm!, ciertamente parece la mejor alternativa. Decididamente, te aseguro que pensaré en ello. Tus argumentos han sido incontestables.

Otto hinchó el pecho.

—Bueno, ya sabes que me enorgullezco de encontrar el hombre adecuado para el trabajo, y el trabajo adecuado para el hombre. Es parte del secreto de mi éxito. ¿Pedimos un postre para después? ¿Y un poco más de vino?

—Sí, me parece buena idea —replicó Félix.

Eso le daría más tiempo para pensar en el modo de secuestrar a Gephardt. Mientras Otto llamaba al camarero, Félix volvió a mirar hacia el otro lado de la sala. ¡Gephardt se había marchado!

A Félix le latía violentamente el corazón. ¡No había esperado que el hombre se moviera con tanta rapidez! Sin duda, ya iba de camino para advertir a sus superiores. Era mal asunto. Tenía que regresar y contárselo a Gotrek. Si se ponían en movimiento de inmediato, tal vez pudieran atrapar a Gephardt antes de que hablara con la Llama Purificadora.

Félix volvió a mirar a Otto.

—Pensándolo mejor, tal vez deberíamos marcharnos —dijo—. Me has dado mucho en que pensar.

Otto frunció el ceño.

—¿Te encuentras bien, Félix? Estás un poco verde.

Félix tragó.

—Ha sido el pato, creo. Ya no estoy acostumbrado a las comidas tan fuertes. —Le dedicó una débil sonrisa—. Supongo que tendré que volver a habituarme a ellas.

* * *

Unas pocas gotas de lluvia salpicaban los escalones cuando Félix y Otto salieron del Wulf's. Espesas nubes ocultaban las lunas, y el viento era frío y húmedo. Otto llamó a su carruaje, que se acercó con los caballos al trote. Félix subió tras su hermano, contento de que fuese un vehículo cubierto. Daba la Impresión de que se avecinaba una tormenta.

Cuando comenzaron a avanzar por el Camino Comercial hacia la puerta del distrito Kaufman, Otto cruzó las manos sobre la redonda barriga y eructó, satisfecho.

—¿Te alojas en el Colegio de Ingeniería? —preguntó—. ¿Puedo dejarte allí?

—Gracias —dijo Félix. Cuanto antes regresara, mejor—. Muy amable por tu parte. Y gracias por la cena.

—De nada. También yo estoy contento. Me alegra que, finalmente, hayas decidido hacer algo con tu vida. Una vez que empieces a trabajar en la compañía, cenaremos fuera, como hoy, continuamente. Aunque espero que no quieras ir al Wulf's la próxima…

Otto fue interrumpido por un grito, y el carruaje se desvió y se detuvo bruscamente entre relinchos de caballos y derrapar de cascos sobre los adoquines mojados. Félix y Otto salieron volando del asiento, hacia adelante. Félix oyó que los guardaespaldas maldecían al ser lanzados de sus puestos en la parte posterior e intentar caer de pie en la calle.

Félix se puso de pie y echó mano a la espada.

—¡Manni! ¡Yan! ¡Olaf! ¿Qué sucede? —gritó Otto.

—Hombres, señor —respondió la voz del cochero.

—Hombres con espadas —añadió uno de los guardaespaldas—. Alrededor de una docena.

El miedo aferró el corazón de Félix. ¿Quiénes eran? ¿Los caballeros de Hermione? ¿Hombres de la Llama Purificadora? ¿La condesa Gabriella habría decidido matarlo, después de todo?

—Tranquilos, caballeros, tranquilos —dijo una voz con acento de Las Chabolas—. Sólo queremos vuestros objetos de valor, no vuestras vidas. Entregadlos pacíficamente y no habrá necesidad de ponerse violento.

Félix se quedó boquiabierto de asombro. ¡Por la misericordia de Shallya! ¿Sólo se trataba de asaltantes? ¿Era posible que tuviera tanta suerte?

—¡Apartaos, rufianes! —les contestó el otro guardaespaldas—. Obtendréis acero antes que oro.

—¡No, no! —gritó Otto—. ¡No luchéis contra ellos! No vale la pena que os juguéis la vida. Dejadlo. —Se levantó y se asomó por la ventanilla—. Acercaos, caballeros. Os daremos lo que tenemos.

—Así se hacen las cosas, mis señores —dijo la voz con acento de Las Chabolas, mientras unas botas avanzaban hacia el carruaje por ambos lados—. Con educación y tranquilidad.

—Cuidado con lo que hacéis —gruñó un guardia—. Nada de trucos.

—¡Por la barba de Sigmar! —dijo Otto, en tanto se quitaba laboriosamente los anillos de los dedos y comenzaba a meterlos debajo de los cojines del asiento—. Qué descaro tienen estos tipos. ¡¡Justo en medio del Camino Comercial! ¿Dónde está la guardia cuando la necesitas?

Félix volvió a sentarse en el asiento cuando los pasos de botas llegaron a las dos portezuelas, y se llevó una mano a la daga. El carruaje se meció sobre los amortiguadores, y en las ventanillas aparecieron dos sonrientes rostros con cicatrices.

—Buenas noches, caballeros —dijo el que había aparecido por el lado de Félix, un tipo moreno con sombrero blando.

El otro, al que le faltaba el ojo derecho, miró primero a Otto y después a Félix.

—Sí —dijo—. Son éstos.

Los dos ladrones sacaron pistolas de dentro del jubón y las metieron por las ventanillas.

Félix atacó en ambas direcciones a la vez; pateó con fuerza la portezuela de su lado con el tacón de la bota, mientras dirigía una puñalada de revés contra el hombre de la ventanilla de Otto.

Se oyó un sonido de madera rajada, y ambas pistolas dispararon, lo que ensordeció a Félix e inundó de humo el carruaje. Félix oyó un grito, pero no sabía de quién provenía. Pensaba que no le habían dado, así que esperaba que no fuera suyo. Se lanzó contra la portezuela de su lado y fue recompensado al sentir que se abría de golpe y oír que un cuerpo impactaba contra el adoquinado.

Las palabras «son éstos» resonaron en la cabeza de Félix cuando se detuvo y se lanzó hacia la portezuela opuesta, contra la que golpeó con fuerza. No había nadie en la ventanilla. Miró al exterior. El hombre de un solo ojo yacía en el suelo, con un horrendo agujero en la garganta, muerto por una bala de su compañero, al parecer. Por detrás de él se aproximaban, a la carrera, más asesinos. Así pues, era una emboscada, no un asalto. La única pregunta que quedaba por aclarar era si se trataba de adoradores de la Llama Purificadora, o de mercenarios de la dama Hermione o la condesa Gabriella.

Félix se volvió hacia Otto, apenas visible ahora a través del humo que comenzaba a disiparse. Estaba encogido contra el respaldo del asiento, sus ojos desorbitados iban de un lado a otro, y le temblaban los mentones.

—¡Quédate en el carruaje! —gritó Félix—. ¡Y defiéndete!

Saltó por la puerta rota, y estuvo a punto de caer cuando las botas nuevas resbalaron sobre la calle mojada. El más alto de los guardaespaldas de Otto —se llamaba Yan, según recordó Félix— había matado al pistolero moreno, y en ese momento se volvía para encararse con los que cargaban. Félix desenvainó la espada rúnica y se reunió con él.

Uno de los asesinos cayó antes de llegar hasta ellos, con una flecha clavada en una pierna. Con el rabillo del ojo, Félix vio que Manni, el cochero, armaba una pequeña ballesta.

Luego, Félix y Yan quedaron rodeados, y espadas y garrotes los acometieron desde todas partes. Félix le arrancó de un golpe el garrote de las manos a alguien, y atravesó a un espadachín. Se sintió aliviado al ver que Yan era un veterano. No retrocedió ni se dejó ganar por el pánico. Se enfrentó con serenidad, alerta, con los oponentes que los superaban en número, y aunque no causó ninguna herida, tampoco las sufrió. Al parecer, Otto había gastado sabiamente su dinero cuando había contratado a sus guardias personales.

Félix mató a otro asesino degollándolo, y luego cortó los tendones de la rodilla de otro. Los asesinos no llevaban armadura de ningún tipo, y la suya era una espada más pesada y afilada que los estoques y espadas cortas de los oponentes. Los apartaba a un lado con facilidad. La mayor dificultad con que se encontraba era mantener los pies sobre los resbaladizos adoquines.

Se oyó un grito al otro lado del vehículo, y luego un chillido de Otto.

—¡Señor Félix! —llamó el cochero—. ¡Están subiendo al carruaje!

Félix maldijo.

—Retroceded conmigo —le gritó a Yan, para luego hacer desesperadas florituras con la espada y apartarse del combate de un salto.

Cuando se volvió y corrió hacia la parte posterior del carruaje, Yan corrió con él. El guardaespaldas reprimió un grito ahogado y estuvo a punto de caer cuando un asesino le descargó un golpe en la espalda. Félix lo atrapó por un brazo y continuaron corriendo, con los tres oponentes restantes persiguiéndolos de cerca.

Olaf había dado buena cuenta de su destreza. A sus pies yacían dos cadáveres, y un tercer asesino se alejaba dando traspiés, mientras intentaba mantener las entrañas dentro del vientre. Pero el guardaespaldas se había desplomado sentado contra la portezuela del carruaje y estaba inmóvil, con el pecho y la cara cubiertos de sangre. Un asesino lo apartó a un lado de una patada y cogió la portezuela. Había otros tres detrás de él.

Félix bramó para llamarles la atención, y luego los embistió al mismo tiempo que asestaba tajos a diestra y siniestra. Uno cayó de espaldas con el torso rajado desde un hombro hasta la cadera, y los otros se apartaron para esquivar la espada, pero uno le abrió un tajo a Félix bajo el brazo izquierdo, y el frío toque del acero pareció prenderles fuego a sus costillas. Gruñó y dio un traspié hacia un lado.

Yan mató al hombre y después cubrió a Félix mientras se volvía. El primer pensamiento de Félix, cosa ridícula, fue que le habían estropeado el jubón nuevo. Entonces, el dolor llegó de verdad y se olvidó de la prenda.

Quedaban siete asesinos en pie entre Félix y el carruaje. Siete contra dos, y él estaba herido y la sangre le corría por el costado. Sería todo un chiste que, después de perseverar contra casi todos los horrores que el Viejo Mundo podía ofrecer, acabara asesinado, finalmente, por unos vulgares asaltantes de callejón en una avenida de Nuln.

Un asesino situado tras los otros empujó a sus compañeros para que avanzaran.

—¡Mantenedlos a distancia mientras matamos al gordo! —dijo, y luego gritó cuando una flecha de la ballesta del cochero le atravesó la clavícula.

Los otros volvieron la cabeza al oír el grito, y Félix y Yan cargaron por instinto. Los asesinos retrocedieron, pillados con la guardia baja. Félix y Yan los acorralaron contra el carruaje con salvajes tajos. Félix desarmó a uno y cortó por la mitad el garrote de otro. Yan clavó a uno contra el vehículo, pero la punta de un cuchillo le hirió una mejilla. Félix destripó al que había desarmado, y golpeó al otro en una sien con el pomo en forma de cabeza de dragón de la espada.

Los asesinos habían tenido suficiente. Se apartaron de la lucha y huyeron, dispersándose hacia las sombras de ambos lados de la calle. Félix y Yan no hicieron ningún intento de seguirlos.

Félix apoyó la punta de la espada en el cuello del hombre herido por la flecha de Manni, mientras Yan mataba al resto de los heridos con eficiencia profesional.

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