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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Mataorcos (24 page)

BOOK: Mataorcos
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—¿Ya no están preocupados por llamar la atención? —le preguntó a Gotrek por un lado de la boca.

—Aquí abajo no vive nada —replicó el Matador—. Demasiada profundidad, sin agua y sin nada que comer. Ni siquiera insectos.

* * *

El deslumbramiento que Félix había sentido ante el Undgrin se desvaneció con rapidez al recorrer el grupo un kilómetro tras otro de aquella monótona extensión. Era, con mucho, la etapa más segura y menos difícil del viaje —un camino plano y seco, sin curvas ni bifurcaciones—, y consecuentemente, la más aburrida, al menos para Félix.

Gotrek y Hamnir no tenían ninguna dificultad para matar el tiempo. Al haberse derribado, por fin, las murallas de un siglo de silencio entre ambos, las evocaciones y los amistosos insultos manaban por sus bocas en un atronador flujo grave. Caminaban hombro con hombro, las cabezas juntas, y el resto de la compañía sólo oía, de vez en cuando, algún «recuerda…» o «lo que le sucedió a…», y ocasionalmente, un estallido de risa tronante que resonaba en el túnel y volvía a ellos.

Félix descubrió que sentía celos de la amistad existente entre Hamnir y Gotrek. Gotrek y Félix habían sobrevivido a aventuras cien veces más desesperadas que las que Gotrek había compartido con Hamnir, pero ¿se habían reído en alguna ocasión de ellas del mismo modo? ¿Las habían compartido alguna vez de verdad? Daba la impresión de que, por mucho que hubieran discutido y se hubieran peleado, Gotrek y Hamnir habían sido auténticos amigos. Habían luchado hombro con hombro contra los peligros con que se habían enfrentado, no con Hamnir un paso por detrás y a la derecha, como hacía Félix. Juntos, se habían ido de parranda, habían bromeado y habían trazado planes locos.

¿Qué habían hecho juntos Gotrek y Félix? Viajar, sí, pero ¿habían conversado, mientras viajaban? Sólo lo poco que Gotrek era capaz de conversar: «Por aquí, humano», «Vamos, humano», «Déjalo atrás, humano», y más de lo mismo. A menudo, habían bebido el uno junto al otro, pero en esas ocasiones apenas si había habido más conversación: nada de compartir problemas como camaradas, nada de chistes bulliciosos, nada de insultos amistosos. Incluso estando muy borracho, Gotrek se mostraba reservado con Félix. No eran amigos. No eran iguales. Eran un Matador y su cronista; eso era todo.

¿Se debía a que pertenecían a razas diferentes? Gotrek sentía poco respeto por los hombres, era cierto, pero a lo largo de los años, había llegado a contar con la resistencia de Félix y con su destreza como espadachín, así como con su opinión.

Por muy a desgana que lo escuchara, al final lo escuchaba…, habitualmente. ¿Era tal vez el cronista de Gotrek el que tenía el problema? El Matador era, en un sentido, su patrón, y raras veces se trababa una verdadera amistad con el patrón.

Sin embargo, cuando pensaba en ello, Félix no recordaba a nadie, en todos los viajes, a quien Gotrek hubiese tratado como a un verdadero amigo, nadie hasta Hamnir. Ni siquiera a los otros Matadores que habían conocido. Snorri Muerdenarices, Bjorni y Ulli. Sí, habían bebido y rugido en todas las tabernas y en todas las poblaciones que habían visitado, pero no recordaba que Gotrek, ni una sola vez, le contara sus problemas a ninguno de ellos, ni riera con ellos al hablar de los viejos tiempos, ni siquiera que los odiara tanto como había odiado a Hamnir, antes de que zanjaran el agravio.

Entonces, Félix supo qué era. Gotrek había conocido a Hamnir antes de ser Matador. Cualquiera que fuese el hecho que había impulsado a Gotrek a tomar la cresta, no había sucedido aún durante los años en que había viajado con Hamnir. En esa época, Gotrek había sido un enano diferente, uno que aún no había experimentado la tragedia que lo impelería a volverle la espalda a la familia, a la fortaleza y a cualquier plan que hubiese hecho para su vida, y a deambular por el mundo en busca de una buena muerte.

Por ese motivo, Gotrek podía bromear y pelearse con Hamnir con tanta libertad. Hamnir lo devolvía a una época anterior a su perdición, cualquiera que hubiese sido, y lo hacía sentir como el enano que había sido entonces, el joven aventurero que había luchado arriba y abajo por la costa del Viejo Mundo. Eran los años en que el corazón de Gotrek había estado lo bastante abierto como para permitirle tener amigos. Esos días habían pasado. Entonces, el corazón del Matador estaba encerrado tras murallas más gruesas que las que rodeaban la bóveda del tesoro de un rey enano.

De repente, Félix se sintió apenado por Gotrek. Tal vez, incluso comprendió, en parte, por qué buscaba la muerte el Matador. Estar solo, aun cuando te rodeaban los compañeros más íntimos, durante el resto de una vida de enano sería una desdicha difícil de soportar. Si Hamnir le estaba devolviendo a Gotrek una parte de la felicidad perdida, ¿por qué tenía que sentirse resentido con él? Según estaban las cosas, era probable que todos murieran al final de aquel túnel. Era mejor que el Matador viviera un poco hasta ese momento.

* * *

Los enanos acamparon para pasar la noche alrededor de un fuego hecho con los mismos trozos de carbón lustroso que Galin había usado para encender los durmientes. Sólo unos pocos trozos echados sobre el suelo ardían con la brillantez y el calor de un fuego de leña normal, y durante casi el mismo tiempo. A la luz del fuego, las sombras de los enanos se movían como gigantes por las altas paredes del Undgrin, pero Félix miraba a izquierda y derecha, hacia el fondo del infinito camino subterráneo, y se sentía muy pequeño.

Cuando todos hubieron bebido unas cuantas jarras de cerveza fuerte, y hubieron acabado la cena seca y las galletas, la velada fue testigo de una jactanciosa competencia de enanos, en la que todos intentaban superar a los demás con los peligros y las estrafalarias aventuras que habían corrido. Gotrek se mostraba notablemente comedido si se consideraba que, al haber derrotado a un demonio, podía superarlos a todos. Sólo contó historias de sus tiempos de aventura con Hamnir, muy anteriores al hallazgo del hacha rúnica y a la toma de la cresta de Matador. «
Tal vez
—pensó Félix—,
eso no tenga nada que ver con el comedimiento.
»

—Bueno, apuesto a que ninguno de vosotros ha escalado nunca hasta una altura tan grande como yo —dijo Galin, y bebió un sorbo de cerveza.

—¡Ja! —respondió Narin—. Yo escalé la vieja Cabeza de Martillo sólo para mirar la puesta de sol. ¿Escalaste hasta más arriba de eso?

Galin le dedicó una sonrisa presumida y se enjugó los labios.

—Fui uno de los jóvenes necios que se unió a Firriksson cuando escaló las Trenzas de la Doncella.

Thorgig se quedó boquiabierto.

—¿Tú escalaste las Trenzas? ¿Con esa barriga?

Los otros rieron.

Los ojos de Galin se encendieron por un instante, pero luego se relajó y rió entre dientes, al mismo tiempo que se daba unas palmadas en la voluminosa panza.

—Por entonces, no había conseguido mi bodega de cerveza. De hecho, era más joven que tú ahora, barbanueva, y pensaba que Firriksson era el aventurero más grandioso de todos los tiempos. Por supuesto, todos descubrimos, más tarde, que estaba tan loco como un garrapato en celo, pero entonces, bueno… —Chupó la pipa durante un momento, con los ojos perdidos—. Veréis, él había oído el cuento de viejas de que el Ojo de la Doncella, que hace guiños desde el pico de la Doncella durante la salida y la puesta del sol, era un diamante grande como una vagoneta de mina, y decidió que lo quería; así que allá fuimos, un puñado de mozuelos barbasnuevas y Firriksson, un Atronador lunático que solía bailar danzas de cosecha dentro de la tienda, a solas, durante media hora cada mañana, antes de levantar campamento. Decía que lo mantenía en forma. Perdimos a tres en el ascenso. Cayeron en una fisura que había en un campo nevado. Se rompieron todos los huesos. Mal asunto. —Frunció el ceño, y luego apartó de su mente el recuerdo y sonrió—. Cuando llegamos a la cumbre, después de cinco de los días más fríos de mi vida, Firriksson encontró el Ojo de la Doncella, que era todo lo que prometía, grande como una vagoneta de mina, transparente y límpido como agua de fuente…, y formado completamente por sal.

Los enanos estallaron en risotadas.

Galin se encogió de hombros.

—Así que tallamos nuestros nombres en él, lo lamimos para que nos diera suerte y volvimos a bajar.

—Si piensas que Kolia Firriksson estaba loco —dijo Hamnir—, prueba a servir a las órdenes de un humano. El humano más cuerdo está más loco que cualquier enano. —Miró a Félix al recordar, de repente, que estaba allí—. Eh…, sin intención de faltar al respeto, herr Jaeger.

Félix rechinó los dientes.

—No me siento ofendido.

Gotrek bufó.

—Y en una ocasión, nosotros luchamos para uno que estaba más loco que un skaven con un casco de piedra de disformidad.

Hamnir lo miró, riendo.

—¡Te refieres a Chamnelac!

—Sí —asintió Gotrek—. El duque Chamnelac de Cres, un cazador de piratas de Bretonia, feroz como un tejón…

—Y casi tan inteligente —añadió Hamnir—, pero si los bigotes hubieran sido cerebro, habría sido un mago. Tenía un par de mostachos tiesos como asas, de los que podrían haber colgado teteras.

Gotrek se inclinó hacia adelante.

—Habíamos estado persiguiendo al viejo Ojo de Hielo, un corsario norse que era el azote de la costa de Bretonia por aquellos tiempos, y finalmente le dimos alcance al sur de Sartosa, en una isla famosa por ser refugio de piratas.

—Había sido un viaje duro —prosiguió Hamnir, siguiendo el hilo de la historia—. Una tormenta nos había mantenido durante tres días en el mar, y un encuentro con un barco corsario tileano había acabado con la vida de veinte enanos y hombres, y había dejado heridos a otros veinte. Y Chamnelac había tenido tanta prisa por salir tras Ojo de Hielo que no se había avituallado ni aprovisionado adecuadamente. Casi no teníamos comida ni agua potable; ni siquiera cirujano, al que Chamnelac había dejado atrás por error.

—La tripulación no estaba muy contenta, huelga decirlo —continuó Gotrek—. Estábamos en inferioridad numérica para atacar a Ojo de Hielo en su escondrijo, y aun en el caso de que ganáramos, era probable que muriéramos por falta de vendas. Se hablaba de motín, y algunos de los oficiales fueron a implorarle que diera media vuelta.

—Chamnelac se negó —dijo Hamnir—. Los llamó cobardes. No quería dejar que Ojo de Hielo escapara. El fuerte de madera de Ojo de Hielo estaba en una orilla, y él ancló el barco en el lado opuesto y les ordenó a los hombres que bajaran a tierra, supuestamente para recoger agua potable y para cazar y aprovisionarse de comida. —Sonrió—. Cuando lo hicieron…

Gotrek se echó a reír.

—¡Cuando lo hicieron, le prendió fuego al barco! Ardió hasta la línea de flotación.

—¿Qué? —preguntó Arn—. Los humanos están locos.

—Yo le veo sentido a lo que hizo —declaró Thorgig—. Sus hombres vacilaban. No quería dejarles más alternativa que el ataque. El único modo que tenían de regresar a casa era matar a Ojo de Hielo y apoderarse de su barco. No habría retirada ni rendición.

—Muy valiente, seguro —dijo Narin—, pero hasta al comandante más intrépido le gusta dejar abierta una vía de escape, si puede.

—¿Funcionó? —quiso saber Ragar—. ¿Ganó?

Gotrek y Hamnir intercambiaron una mirada socarrona.

—Sí, desde luego —dijo Gotrek—. Chamnelac ganó. Tomó la isla sin librar un solo combate.

—¿Sin un solo combate? —preguntó Galin—. ¿Cómo es posible?

—Porque… —dijo Hamnir, y estalló en carcajadas—, porque Ojo de Hielo había visto el humo del barco en llamas de Chamnelac, y sabía que iba hacia él, y… —La risa lo venció.

Gotrek sonrió salvajemente.

—Se hizo a la mar. ¡Ojo de Hielo partió con todos sus barcos, y dejó a Chamnelac, boquiabierto, en la orilla!

—¿Se hizo a la mar? —A Thorgig se le salían los ojos de las órbitas—. Pero eso significa que Chamnelac…

—¡No podía salir de la isla! —acabó Narin, riendo entre dientes, al mismo tiempo que se daba palmadas en una rodilla—. ¡Se metió él mismo en una trampa! ¡Vaya estúpido!

Thorgig frunció el ceño.

—Bueno…, ¿y cómo salisteis de allí? ¿Construísteis una balsa?

Hamnir negó con la cabeza.

—Estábamos demasiado lejos de la costa. Nos quedamos bien atrapados. Finalmente, cuando habían pasado tres meses y estábamos todos más flacos que elfos, otro barco pitara, de Estalia, echó el ancla para recoger agua.

—Y entonces, Chamnelac se apoderó del barco, ¿no? —dijo Ragar.

Gotrek sonrió.

—Chamnelac estaba muerto; fue asesinado la primera noche que pasamos en la isla, al igual que la mitad de los oficiales, así que firmamos los artículos y nos unimos a los piratas. Lo hizo toda la tripulación de Chamnelac, y la mayoría continuaron en la hermandad, según recuerdo.

—El pobre viejo duque creó más piratas de los que cazó —comentó Hamnir, sacudiendo la cabeza.

Gotrek bebió un trago de cerveza.

—Tres meses en una isla con un puñado de sucios bretonianos y sólo bayas y gaviotas para comer me dejaron el estómago hecho trizas durante un año.

—Vosotros lo tuvisteis fácil —dijo Narin—. Yo estuve atrapado en una cabaña de cazador del oblast, en Kislev, durante dos meses, en pleno invierno, con dos ogros por compañeros y nada para comer, salvo una bodega llena de nabos podridos.

—Los enanos podemos vivir de nabos —dijo Galin—. No parece una penuria tan grande.

—Un enano sí que puede, pero, ay —replicó Narin—, por desgracia los ogros no pueden. Se los comen, sí; se comen cualquier cosa, pero sólo los deja con más ganas de algo… más carnoso. En aquel caso, yo.

Los otros rieron.

Félix vio que Gotrek miraba a Barbadecuero mientras Narin narraba su historia. El joven Matador no participaba en las fanfarronadas. Estaba sentado a cierta distancia de los otros y tenía los ojos fijos en el fuego a través de los agujeros de la máscara toscamente remendada. Gotrek lo miró de nuevo varias veces durante el relato de Narin. Luego, mientras los hermanos Rassmusson intentaban superarlo con la narración de una historia muy confusa en la que habían engañado a un compañero para que comiera estiércol de troll, se puso de pie y se acercó a él.

—¿Estás bien, Matador? —preguntó al mismo tiempo que se acuclillaba.

Barbadecuero se encogió de hombros.

»No estarás aún turbado porque te hemos visto la cara, ¿verdad?

Barbadecuero negó con la cabeza.

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