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Authors: César Pérez Gellida

Tags: #Intriga, #Policíaco

Memento mori (32 page)

BOOK: Memento mori
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—Disculpe, señ… perdón, Armando —intervino Matesanz por primera vez—. ¿Por qué se empeña en contarnos esos casos? ¿Qué tienen que ver con el nuestro?

—Este en concreto tiene mucho que ver, se lo aseguro. Miren, tenemos una gran ventaja con respecto a otros muchos casos de asesinatos en serie. En algunos como el que les acabo de contar, o como en el del Arropiero, las autoridades no relacionan las desapariciones ni los asesinatos con un único autor hasta que se detiene al criminal. En el que nos atañe, él mismo se ha ocupado de hacerlo. Por eso, tenemos que actuar con cautela para tejer una red en la que podamos atrapar a ese tal Gregorio Samsa sin generar alarma social.

—¿Una red? ¿A qué te refieres? —preguntó Sancho.

—No lo sé exactamente. Todavía. Necesitamos tiempo para estudiar el terreno, pero si pretendemos atraparle, tenemos que hacerle ver que en este territorio, en Valladolid, todavía puede cazar con libertad, si me permiten la comparación. Si estrechamos mucho el cerco, se marchará a otra ciudad y continuará allí su carrera. Cuanto mayor sea su ámbito de actuación, más complicado será atraparle y el coste en vidas humanas será también mayor. ¿Recuerdan el caso de Volker Eckert?

—Claro —aseguró el subinspector Peteira—, el camionero alemán que se cepilló a más de veinte prostitutas en sus rutas por Alemania, Francia y España. De hecho, le pillaron no hace mucho gracias a las investigaciones de los Mossos d’Esquadra.

—Efectivamente, a partir de la grabación de una cámara de seguridad en la que podía verse la marca de su camión cuando estaba deshaciéndose de un cadáver. Este tipo empezó matando en su círculo de conocidos; su primera víctima fue una compañera de trabajo. Tras cumplir la condena, decidió que la mejor forma de satisfacer su necesidad de matar era siendo un asesino itinerante. Resultado, como bien apunta el subinspector, más de veinte víctimas. ¿Entienden por qué es tan importante cazarle aquí y ahora?

—Perfectamente, aunque hubiera preferido que eligiera otro territorio —confesó el comisario provincial.

—¿Que actúe en Valladolid es indicativo de que conoce bien la ciudad? —preguntó Sancho.

—Es probable que sí. Normalmente, cometen los primeros asesinatos en el medio en el que se encuentran más cómodos, y aquí pesa mucho el criterio de cercanía. Luego, como decía antes, van ampliando su territorio de caza en la medida en que van ganando experiencia. En estos momentos, yo me inclino a pensar que ambos asesinatos responden a un motivo concreto, pero es probable que con el tiempo mate de forma indiscriminada, solo por el placer de matar.

—Bueno, ¿y no habría forma alguna de acelerar el proceso? Me explico, tenemos un retrato robot que, si bien puede que no sea totalmente fidedigno, podría llevar a la identificación del sujeto —propuso Pemán.

—Pablo, ¿estás sugiriendo que se difunda en la portada de
El Norte de Castilla
el rostro de un posible asesino en serie? —preguntó Mejía levantando un ejemplar de
El Día de Valladolid
—. ¿Te haces una idea de la alarma social que eso provocaría?

—Me hago a la idea, pero, si tenemos la certeza de que va a volver a actuar, ¿no sería mejor prepararnos y combatir las consecuencias del pánico antes que soportar la carga que supondría para nuestras conciencias una nueva víctima?

—Apelar a la prensa en el caso que nos atañe, tal y como dicen en mi país, es como eyacular contra la pared: placentero, pero ineficaz. Una práctica muy habitual en los Estados Unidos… lo de crear alarma social —puntalizó—. Mis disculpas —le pidió a la juez.

El silencio se adueñó de nuevo de la sala hasta que Sancho se decidió a romperlo:

—No tenemos la certeza de que vaya a volver a actuar; si lo hace, no podemos saber cuándo ni dónde. Si hacemos sonar las alarmas, provocaremos cientos de llamadas de personas denunciando al vecino del tercero, y le aseguro que no contamos con los recursos suficientes para comprobar cada testimonio que nos llegue. Disculpen mi insistencia, pero no creo que debamos trabajar con ese retrato robot.

—Estoy de acuerdo —dijo la juez Miralles que jugueteaba con una Mont Blanc entre los dedos—, la histeria colectiva solo hará que desviemos la atención hacia otro sitio o, como dice nuestro experto, que se asuste y amplíe su ámbito de actuación.

—Buen apunte —avaló el psicólogo—. Alguien dijo que no hay nada tan común como el deseo de ser elogiado; en un psicópata de corte narcisista esto se convierte en algo prioritario. De ahí que sea él quien esté tratando de provocar esa situación. Pensé que ya se habrían percatado de esto. ¿Por qué creen que abandonó el primer cadáver en un lugar público? Con el segundo no lo hizo por el riesgo que conllevaba ser descubierto, pero dejó la puerta abierta para que lo encontraran rápidamente. ¿No es así? —preguntó al inspector.

Sancho lo corroboró asintiendo con la cabeza.

—Está tratando de provocar la alarma social —continuó—, ya sea para generar confusión o para conseguir notoriedad, como Manolito Villegas. No descartemos que él mismo llame al teléfono de un periódico identificándose como «el asesino de la buena pluma» y les proporcione detalles a cambio de una portada en la que se publiquen sus escritos. Por cierto, la prensa no ha relacionado los crímenes todavía, ¿verdad?

—No. De momento —aclaró Sancho.

—Siendo así, tratemos de que el momento sea eterno; es vital.

—Se intentará. Todo esto me supera —reconoció Pemán.

—Nos supera a todos —enfatizó Carapocha—, porque nuestro cerebro no está preparado para entender los motivos que empujan a un individuo a causar tanto dolor a los que le rodean. Cuando asumamos esto, habremos dado un gran paso.

Pemán resopló.

—Y poco más tengo que aportar por el momento. Estaré a su disposición durante algunas semanas de forma intermitente. Mi interlocutor directo será el inspector Sancho. Muchas gracias a todos por su paciencia y sus aportaciones —dijo clavando los ojos en Santiago Salcedo, que no había intervenido ni una sola vez.

—Bien, señores —concluyó el subdelegado mirando su reloj de pulsera—. Si no hay más cuestiones, nos ponemos manos a la obra. Muchas gracias por su valiosa información.

«Maldito comemierda» fueron las siguientes palabras que pasaron por la cabeza del subdelegado y, aunque no las pronunció entonces, se prometió a sí mismo que se las diría a la cara en algún momento. Esbozando una sonrisa por despedida, desapareció de la sala de dos amplias zancadas.

Residencia de Augusto Ledesma
Barrio de Covaresa

Comunicado del Twoday Festival
[43]

El Twoday Festival 2010 que tenía previsto celebrarse los días 5 y 6 de noviembre en Valladolid se aplaza por motivos técnicos. La organización lamenta los trastornos que este aplazamiento pueda suponer e informa de que se está trabajando para que se celebre en una nueva fecha que se anunciará en breve
.

A todas las personas que hubieran adquirido sus entradas o abonos a través de los diferentes puntos de venta habilitados a tal efecto: www.ticketcyl.com y centros asociados y Red ticketmaster les será devuelto el importe íntegro, debiendo utilizar para ello el mismo sistema que hubieran utilizado para su compra. El plazo para la devolución de entradas se realizará a partir del próximo miércoles 10 de noviembre y hasta el día 30 del mismo mes
.

Para más información: www.twodayfestival.com

—¡¿Qué cojones?! —gritó Augusto al terminar de leer el correo electrónico.

Apretó fuerte los puños y le chirriaron los dientes. No estaba acostumbrado a la frustración, y realmente le apetecía mucho asistir a ese concierto. Se lo anotó en la agenda del iPhone y, pensando en el lío que iba a montar en la tienda, volvió a centrarse en el trabajo.

Exteriores de la Jefatura Superior de Policía
Zona centro

—Mis pelotas en conserva por saber lo que piensas —expuso Carapocha.

—Me asombra tu capacidad para hacer amigos. Hasta Mourinho podría aprender de ti cómo fortalecer los lazos afectivos con el prójimo.

—¿Y quién coño es ese?

—Uno que siempre tiene una perlita guardada para el momento preciso. Vamos al coche.

—Sé quién es, te tomaba el pelo; por cierto, creo que tienes menos que ayer, y sí, efectivamente, la estrategia es la misma. Muchos de los presentes en la reunión que acabamos de tener solo van a tratar de que la mierda les salpique lo menos posible. Poco les importa cómo llevemos la investigación, te lo aseguro. Además, me voy a permitir darte un consejo: cuantos menos detalles conozcan de los avances, mejor. Te lo digo desde la experiencia, me he enfrentado en varias ocasiones a estas personas con distinto nombre pero con los mismos trajes, y no ayudan en absoluto. Por eso, trato de focalizar sus miedos hacia mi persona, así conseguirás trabajar con algo más de holgura. Con los políticos solo funciona el juego de medias verdades y mentiras aparentes porque las que son muy evidentes, ya se ocupan ellos de que no lo parezcan.

Sancho le dio las gracias con la mirada.

—Yo soy más de Guardiola.

—¿Políticamente correcto y bien vestido? No, gracias, yo me quedo con el «bocatrucha».

—De todos modos, yo paso de todo ese circo. Hace que no veo un partido de fútbol… ni me acuerdo.

—¡Esa es la prueba! Tú no eres español —clamó acusando a Sancho con el dedo.

—Donde esté un balón ovalado, que se quite uno redondo. El año que viene se disputa el Mundial en Nueva Zelanda; como me anime a ir, lo mismo ni vuelvo. De momento, este fin de semana tengo previsto agarrar el coche e irme a Gernika para ver a mi equipo. Buena comida, buena bebida y rugby.

—¡A treinta kilómetros de mi casa! Esa zona es preciosa. Si no tienes inconveniente, me voy contigo y te hago de guía turístico a cambio de que me invites a comer en una sidrería que conozco en Astigarraga.

—Conozco bien la zona, trabajé unos cuantos añitos en el País Vasco y me quedo con Nueva Zelanda.

—Bonito país, Nueva Zelanda —aseguró Carapocha.

—¿Lo conoces?

—No, demasiadas vacas. Aunque, a este paso, pronto llegaremos allí. ¿Dónde coño has aparcado?

Sancho se mordió el labio inferior.

—¡Señor, dame paciencia, porque si me das fuerzas… le reviento! —exclamó levantando las manos al cielo.

—¿Eres católico?

—No, gracias.

—Me alegro. Mucho —enfatizó—. ¿Te has dado cuenta de que no hay ni un solo país de mayoría católica que sea próspero? Italia, España, Portugal y tu querida Irlanda. Para los católicos todo se resuelve con la absolución.

—Interesante. Pero Alemania ya es un país de mayoría católica y yo creo que algo prósperos sí son, ¿no crees?

—Tienes razón, pero las almas compradas a raíz de la «elección» del cardenal Ratzinger como jefe del Vaticano no cuentan.

Sancho rio.

—¿Siempre tienes una respuesta en la recámara?

—Siempre; y también preguntas. Ahí va una: ¿La juez Miralles está casada?

—Lo estuvo.

Carapocha adoptó la expresión de una hiena que se encuentra con una gacela lisiada.

—Me ha gustado bastante. En todos los sentidos —precisó.

—Ya, ya. Te entiendo, camarada.

—Te estoy hablando muy en serio, soplapollas. De toda la mesa, yo solamente confiaría en esa mujer. El señor subdelegado actúa como si escondiera algo —dictaminó el psicólogo.

—Te equivocas. Peteira y Matesanz, aparte de ser dos buenos investigadores, son personas íntegras, y el comisario Mejía también.

—No lo pongo en duda, pero creo que tu comisario tenía asuntos en la cabeza que le preocupaban más que este caso.

—Sí, eso es cierto, yo también le he notado algo ausente.

—Y a tus chicos, más vale que les protejas de toda esa mierda burocrática si quieres que hagan bien su trabajo. Hablando de trabajo, voy a necesitar plantarme unas horas delante de un ordenador para revisar todo lo que tenéis hasta ahora.

—No te preocupes, hombre, yo te cedo el mío y así me dejas un poco tranquilo para que pueda hablar con mi gente.

—Me gusta la forma en que has dicho eso de «mi gente», parece sacado de
Los intocables de Eliot Ness
.

—Tus muertos…

—Repartidos entre Euskadi y Rusia. Como dicen en mi país, no creo que tu culo cague tan lejos. Anótatela para tu refranero.

—Prefiero esta: «El que mee lejos y cague fuerte, no debe temer a la muerte».

Carapocha se metió en el coche emitiendo un sonido que se quedó a medio camino entre la carcajada y el aullido.

Residencia de Martina Corvo
Zona centro

Eran casi las doce, y la noche anhelaba sumar cinco grados más de temperatura. El frío acumulado en las manos de Martina complicaba la búsqueda de la llave del portal en el caótico universo de su bolso. Había menos luz de lo habitual en el jardín de entrada al portal de la calle Santo Domingo de Guzmán. Martina había alquilado allí un apartamento buscando la tranquilidad y la quietud de una calle peatonal frente al convento de Santa Catalina. Era un auténtico oasis de paz en el bullicio del centro de Valladolid, y raramente se escuchaba un ruido a partir de las diez de la noche que no fuera el de los solitarios pasos de algún transeúnte.

Un leve escalofrío le recorrió la espalda cuando, por fin, encontró el manojo de llaves. Giró la cabeza, pero no se veía nada más allá de la puerta del garaje. Pudo dar con la llave, que introdujo en la cerradura en el primer intento, pero no conseguía girarla. Un olor que le resultó ciertamente familiar le hizo darse la vuelta de nuevo y retener la respiración. Antes de advertir que estaba utilizando la llave del trastero, identificó el aroma. Acertó con la llave a pesar del temblor de su mano y, cuando logró abrir la puerta, la empujó con tanta fuerza que se golpeó contra la pared. Cuando se cerró a su espalda, soltó el aire que tenía cautivo y se detuvo frente al ascensor.

Tabaco con aroma a vainilla, como el de los puritos que fumaba Jere, el celador de su facultad.

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