No existe hasta la fecha ninguna buena biografía moderna de Adriano a la cual podamos remitir al lector. La única obra de este género que merece mención, la más antigua también, es la de Gregorovius, publicada en 1851 y revisada en 1884, no carente de vida ni de color pero floja en todo lo referente a Adriano como administrador y como príncipe; por lo demás se trata de una biografía anticuada, y lo mismo puede decirse de los brillantes retratos trazados por Gibbon y por Renan. La obra de B.W. Henderson, The Life and Principate of the Emperor Hadrian, publicada en 1923, superficial a pesar de su extensión, no ofrece más que una imagen incompleta del pensamiento de Adriano y de los problemas de su tiempo, y hace un uso muy insuficiente de las fuentes. Pero aunque aún falta una biografía completa de Adriano, abundan en cambio los sólidos estudios de detalle, y en muchos puntos la erudición moderna ha renovado la historia del reinado y la administración de Adriano. Para no citar más que algunas obras recientes, o prácticamente tales, y más o menos accesibles con facilidad, mencionaremos —en idioma francés— los capítulos consagrados a Adriano en Le Haut-Empire Romain, de Léon Hemo, 1933, y en L’Empire Romain de E. Albertini, 1936; el análisis de las campañas de Trajano contra los partos y de la política pacífica de Adriano en el primer volumen de la Histoire de l4sie de René Grousset, 1921; el estudio sobre la obra literaria de Adriano en Les Empereurs et les Lettres latines de Henri Bardon, 1944; las obras de Paul Graindor, Athènes sons Hadrien, de Louis Perret, 1929, y L’Empereur Hadrien, son oeuvre législative et administrative, de Bernard d’Orgeval, 1950, esta última a veces confusa en el detalle. Los trabajos más profundos sobre el reinado y la personalidad de Adriano siguen siendo sin embargo los de la escuela alemana, J. Dürr, Die Reisen des Kaisers Hadrian, Viena, 1881); J. Plew, Quellenuntersuchungen zur Geshichte des Kaisers Hadrian, Estrasburgo, 1890; E. Kornemann, Kaiser Hadrian und der letzte grosse Historiker von Rom, Leipzig, 1905, y sobre todo el breve y admirable trabajo de Wilhelm Weber, Untersuchungen zur Geschichte des Kaisers Hadrianus, Leipzig, 1907, y el ensayo sustancial y más accesible publicado por él en 1936 en el undécimo tomo de la Cambridge Ancient Histoiy, The Imperial Peace, págs. 294-324. En lengua inglesa, la obra de Arnold Toynbee alude frecuentemente al reinado de Adriano; en algunas de dichas referencias se han basado ciertos pasajes de las Memorias de Adriano, en los que el emperador define por él mismo sus puntos de vista políticos: de Toynbee, véase en particular su Roman Empire and Modern Europe, en la Dublin Review, 1945. Véase también el importante capítulo consagrado a las reformas sociales y financieras de Adriano en M. Rostovtzeff, Social and Economic History of the Roman Empire, 1926; y, para el detalle de los hechos, los estudios de R.H. Lacey, The Equestrian Officials of Trajan and Hadrian: Their career, with Some Notes of Hadrian’s Reforms, 1917; de Paul Alexander, Letters and Speeches of the Emperor Hadrian, 1938; de W.D. Gray, A study of the Life of Hadrian Prior to his Accesion, Northampton, Mass., 1919; de F. Pringsheim, The Legal Policy and Reforms of Hadrian, en el Journ. of Roman Studies, XXIV, 1934. Para la residencia de Adriano en las islas británicas y la erección del muro en la frontera de Escocia, consúltese la obra clásica de J.C. Bruce, The Handbook to the Roman Wall, edición revisada por R.G. Collingwood en 1933, y del mismo Collingwood en colaboración con J.N.L. Myres, Roman Britain and the English Settlements, segunda edición, 1937. Para la numismática del reino (excepción hecha de las monedas de Antínoo, mencionadas más abajo), véanse los trabajos relativamente recientes de Harold Mattingly y E. A. Sydenham, The Roman Imperial Coinage, II, 1926, y el de P.L. Strack, Untersuchungen zur Romisch Reichsprägung des zweiten Jahrhunderts, II, 1923. Para la personalidad de Trajano y sus guerras, véase R. Paribeni, Optimus Princeps, 1927; R.P. Longden, Nerva and Trajan, y The Wars of Trajan, en la Cambridge Ancient History, XI, 1936; M. Durry, Le Règne de Trajan d’'après les Monnaies, Rev. His. LVII, 1932, y W. Weber, Traian und Hadrian, en Meister der Politik, I, Stuttgart, 1923. Sobre Elio César: A.S. L. Farquharsen, On the names of Aelius Caesar, Classical Quartely, II, 1908, y J. Carpocino, L’hérédité dynastique chez les Antonins, 1950, cuyas hipótesis han sido desechadas como poco convincentes, prefiriendo la interpretación literal de los textos. Sobre la cuestión de los cuatro tenientes imperiales, véase A. von Premerstein, Das Attentat der Konsulare aufHadrian in Jahre 118, en Klio, 1908; J. Carcopino, Lusius Quiétus, l’'homme de Qwrnyn, en Istros, 1934. Sobre el entorno griego de Adriano: A. von Premerstein, C. Julius Quadratus Bassus, en los Sitz. Bayr. Akad. d. Wiss., 1934; P. Graindor, Un Milliardaire Antique, Hérode Atticus et sa famille, El Cairo, 1930; A. Boulanger, Ælius Aritide et la Sophistique dans la Province d’Asie au Ile siècle de notre ère, en las publicaciones de la Bibliothèque des Ecoles Françaises d’Athènes et de Rome, 1923; K. Horna, Die Hymnen des Mesomedes, Leipzig, 1928; G. Martellotti, Mesomede, publicaciones de la Scuola di Filologia Classica, Roma, 1929; H.-C. Puech, Numénius d’Apamèe, en Mélanges Bidez, Bruselas, 1934. Sobre la guerra de los judíos: W. D. Gray, The Founding of Ælia Capitolina and the Chronology of the Jewish War under Hadrian, American Journal of semitic Language and Literature, 1923; A.L. Sachar, A History of the Jews, 1950; y 5. Lieberman, Greek in Jewish Palestine, 1942. Los descubrimientos arqueológicos hechos en Israel durante estos últimos años y vinculados con la revuelta de Bar Kochba han enriquecido con ciertos detalles nuestro conocimiento de la guerra de Palestina; la mayor parte de ellos, ocurridos después de 1951, no han podido ser utilizados en la presente obra.
La iconografía de Antínoo, y de manera más incidental, la historia del personaje, no han dejado de interesar a los arqueólogos y estetas, sobre todo en los países de lengua germana, desde que en 1764 Winckelmann dio al conjunto de retratos de Antínoo, o al menos a los principales de ellos conocidos en la época, un lugar preponderante en su Historia del Arte Antiguo. La mayoría de estos trabajos de fines del siglo XVIII y aun del siglo XIX no son más que una curiosidad, en lo que a nosotros concierne; la obra de L. Dietrichson, Antinoüs, Christiania, 1884, de un idealismo muy confuso, sigue siendo no obstante digna de atención por el cuidado con el que el autor ha recogido casi la totalidad de las referencias antiguas al favorito de Adriano; el aspecto iconográfico representa sin embargo hoy en día una óptica y un método superados. El pequeño trabajo de F. Laban, Der Gemütsausdruck des Antinoüs, Berlín, 1891, pasa revista a las teorías estéticas en boga en Alemania en la época, pero no enriquece en nada la iconografía propiamente dicha del joven bitinio. El extenso ensayo consagrado a Antínoo por J.A. Symonds en sus Sketches in Italy and Greece, Londres, 1900, aunque de estilo y de información a veces envejecidos, sigue teniendo gran interés, así como una nota fundamental del mismo autor en su notable y rarísimo ensayo sobre la inversión antigua, A Problem in Greek Ethics (diez ejemplares fuera de comercio, 1883, reimpreso en 100 ejemplares en 1901). La obra de E. Holm, Das Bildnis des antinoas, Leipzig, 1933, revisión de tipo más académico, no aporta ni opiniones ni informaciones nuevas. Para los monumentos figurativos de Antínoo, además de la numismática, el mejor texto relativamente reciente es el estudio publicado por Pirro Marconi, Antínoo, Saggio sull’Arte dell’Eta’ Adrianea, en el volumen XXIX de los Monumenti Anticiti, R. Accademia dei Lincei, Roma, 1923, estudio por lo demás poco accesible al gran público, por el hecho de que los numerosos tomos de esta colección se encuentran completos en muy pocas de las grandes bibliotecas.
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El ensayo de Marconi, mediocre desde el punto de vista de la discusión estética, significa sin embargo un gran progreso en la iconografía del tema, y acaba por su precisión con las brumosas fantasías imaginadas en torno al personaje de Antínoo aun por los mejores de los críticos románticos. Véanse también los breves estudios consagrados a la iconografía de Antínoo en las obras generales sobre el arte griego o grecorromano, como las de G. Rodenwalt, Propyläen-Kunstgescitichte, III, 2, 1930; E. Strong, Art in Ancient Rome, segunda edición, Londres, 1929; Robert West, Römische Portrat-Plastik, II, Munich, 1941; y C. Seltman, Approach to Greek Art, Londres, 1948. Las notas de R. Lanciani y C.L. Visconti, Bolletine Communale di Roma, 1886, los ensayos de O. Rizzo, Antínoo-Silvano, en Ausonia, 1908, de 5. Reinach, Les Têtes des médaillons de l’Arc de Constantin, en la Rev. Arch., Serie IV, XV, 1910, de P. Gauckler, Le Sanctuaire syrien du Janicule, 1912, de H. Bulle, Ein Jagddenkmal des Kaisers Hadrian, en Jahr. d. arch. Inst., XXXIV, 1919, y de R. Bartoccini, Le Terme di Lepcis, en África italiana, 1929, son dignos de citar entre muchos otros sobre los retratos de Antínoo identificados o descubiertos a fines del siglo xix o en el siglo xx, y sobre las circunstancias de su descubrimiento.
En lo que concierne a la numismática del personaje, el mejor trabajo, considerando las numismáticas que se ocupan hoy de este tema, sigue siendo la Numismatique d’Antínoos, en el Journ. Int. d’Archeologie Numismatique, XVI, págs. 33-70, 1914, de Gustave Blum, joven erudito muerto durante la guerra de 1914, y que también ha dejado otros estudios iconográficos consagrados al favorito de Adriano. Para las monedas de Antínoo acuñadas en Asia Menor, consultar en particular E. Babelon y T. Reinach, Recueil Général des Monnaies Grecques d’Asie Mineure, I-IV, 1904-1912, segunda edición 1925; para las monedas acuñadas en Alejandría, véase J. Vogt, Die Alexandrinisciten Münzen, 1929, y para algunas de las monedas acuñadas en Grecia, de C. Seltman, Greek Sculpture and Some Festival Coins, en Hesperia (Journ. of Amer. School of Classical Studies at Athens), XVII, 1948.
Con respecto a las oscurísimas circunstancias de la muerte de Antínoo, véase W. Weber, Drei Untersucitungen zur aegyptisch-griechischen Religion, Heidelberg, 1911. El libro de P. Graindor, ya citado, Athènes sous Hadrien contiene (pág. 13) una interesante referencia al mismo tema. El problema del exacto emplazamiento de la tumba de Antínoo nunca ha sido resuelto, a pesar de los argumentos de C. Hülsen, Das Grab des Antinoüs, en Mitt. d. deutsch. arch. Inst. Röm. Abt., XII, 1896, y en Berl. Phil. Wochenschr., 15 de marzo de 1919 y las opiniones opuestas de H. Kähler sobre este tema en su obra, mencionada más abajo, sobre la Villa de Adriano. Señalemos además que el admirable tratado del Padre Festugière sobre La Valeur Religieuse des Papyrus Magiques, en L’ideal religeux des Grecs et l’Evangile, 1932, y sobre todo su análisis del sacrificio del Esiés, de la muerte por inmersión y la divinización conferida en esa forma a la víctima, si bien no contienen referencias a la historia del favorito de Adriano, no dejan por ello de aclarar ciertas prácticas que sólo conocíamos a través de una tradición literaria desvitalizada, permitiendo extraer esta leyenda de abnegación voluntaria del depósito de accesorios trágico-épicos, y hacerla entrar en el marco bien delimitado de cierta tradición oculta.
Casi todas las obras generales que tratan sobre el arte grecorromano dedican un extenso lugar al arte adriánico; algunas de ellas han sido mencionadas en parágrafo consagrado a las efigies de Antínoo; para una iconografía más completa de Adriano, de Trajano, de las princesas de su familia, y de Elio César, véase la obra ya citada de Robert West, Römische Porträt-Plastik, y entre otros, los libros de P. Graindor, Bustes et Statues-Portraits de l’Egypte Romaine, El Cairo, s/f, y de E Poulsen, Greek and Roman Portraits in English Country Houses, Londres, 1923, que contiene un cierto número de retratos menos conocidos y raramente reproducidos de Adriano y de su corte. Sobre la decoración de la época de Adriano en general, y sobre todo por las relaciones entre los motivos empleados por los cinceladores grabadores y las directivas políticas y culturales del reino, la hermosa obra de Jocelyn Toynbee, The Hadrianic School, A chapter in the History of Greek Art, Cambridge, 1934, merece una mención particular.
Las referencias a las obras de arte ordenadas por Adriano o pertenecientes a sus colecciones, sólo son dignas de figurar aquí en la medida en que completan la imagen de un Adriano anticuario, aficionado al arte, o amante preocupado por inmortalizar su rostro amado. La descripción de las efigies de Antínoo, hechas por el emperador, y la imagen misma del favorito en vida ofrecida en repetidas ocasiones en el curso de la presente obra, están naturalmente inspiradas en los retratos del joven bitinio, encontrados en su mayor parte en la Villa Adriana, que existen aún hoy en día, y a los que conocemos en la actualidad con los nombres de los grandes coleccionistas italianos de los siglos xvii y xviii, a quienes Adriano por cierto no se los habría dejado. La atribución al escultor Aristeas de la pequeña cabeza existente hoy en el Museo Nacional de Roma, es una hipótesis de Pirro Marconi, en un ensayo citado más arriba; la atribución a Papias, otro escultor de la época de Adriano, del Antínoo Farnesio del Museo de Nápoles, no es más que una suposición de la autora. La hipótesis según la cual una efigie de Antínoo, hoy imposible de identificar con certeza, adornó los bajorrelieves adriánicos del teatro de Dionisos en Atenas, está tomada de una obra ya citada de P. Graindor. Sobre un punto de detalle, el origen de las tres o cuatro bellas estatuas grecorromanas o helenísticas encontradas en Itálica, patria de Adriano, adoptamos la opinión que señala que estas obras, de las cuales una al menos parece salida de un taller alejandrino, provienen de mármoles griegos que datan del fin del primer siglo o del comienzo del segundo, y que sería una ofrenda del emperador mismo a su ciudad natal.
Las mismas consideraciones generales se aplican a la mención de monumentos levantados por Adriano, de los que una descripción más documentada habría transformado este libro en un manual disfrazado, y particularmente en el caso del de la Villa Adriana: el emperador, hombre de gusto; no haría sufrir a sus lectores el inventario completo de sus propiedades. Nuestras informaciones sobre las grandes construcciones de Adriano, tanto en Roma cuanto de las diferentes partes del imperio, nos llegan por intermedio de su biógrafo Esparciano, por la Descripción de Grecia de Pausanias, por los monumentos edificados en Grecia, o por cronistas más tardíos, como Malalas, que insiste particularmente en los monumentos elevados o restaurados por Adriano en Asia Menor. Por Procopio sabemos que la parte superior del Mausoleo de Adriano estaba decorada con estatuas que sirvieron como proyectiles a los romanos en la época del sitio de Alarico; y por la breve descripción de un viajero alemán del siglo viii, el Anónimo de Einsiedeln, conservamos una imagen de lo que era a principios de la Edad Media el Mausoleo, ya fortificado desde los tiempos de Aureliano, pero aún no transformado en Castel Sant’Angelo. A estas referencias y a estas nomenclaturas, los arqueólogos y los epigrafistas han añadido sus hallazgos. Para no dar de estos últimos más que un solo ejemplo, recordemos que fue en fecha muy reciente, y merced a las marcas de fábrica de los ladrillos que se utilizaron para edificarlo, que sabemos que el honor de la construcción o de la reconstrucción total del Panteón le es debido a Adriano, a quien se creyó por mucho tiempo sólo el restaurador. Remitimos al lector, sobre el tema de la arquitectura adriánica, a la mayor parte de las obras generales sobre el arte grecorromano citadas más arriba; véase también C. Schultess, Bauten des Kaisers Hadrianus, Hamburgo, 1898; G. Beltrami, Il Panteone, Roma, 1898; G. Rosi, Bolletino della comm. arch. com., LIX, pág. 227, 1931; M. Borgatti, Castel 5. Angelo, Roma, 1890; S.R. Pierce, The Mauseoleum of Hadrian and Pons Aelius, en el Jour. of Rom. Stud., xv, 1925. Para las construcciones de Adriano en Atenas, la obra varias veces citada de P. Graindor, Athènes sous Hadrien, 1934, y O. Fougères, Athènes, 1914, aunque algo anticuada, resume siempre lo esencial.