Memorias de Adriano (36 page)

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Authors: Marguerite Yourcenar

Tags: #Histórico

BOOK: Memorias de Adriano
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Lugares en los que se ha elegido vivir, residencias invisibles que uno se construye al margen del tiempo. Yo viví en Tíbur, tal vez allí muera, como Adriano en la Isla de Aquiles.

*

No. He vuelto a visitar la Villa una vez más, con sus pabellones para la intimidad y el reposo, sus vestigios de un lujo sin fasto, lo menos imperial posible, de rico aficionado que se esfuerza por unir las delicias del arte a los placeres campestres; he buscado en el Panteón el lugar exacto al que llega un rayo de sol de la mañana del 21 de abril; he vuelto a transitar, a lo largo de los corredores del Mausoleo, la ruta fúnebre tan frecuentada por Chabrias, Celer y Diótimo, amigos de sus últimos días. Pero he dejado de sentir a esos seres, su inmediata presencia, esos hechos, esa actualidad; permanecen cerca de mí, pero desordenados, ni más ni menos como los recuerdos de mi propia vida. Nuestro intercambio con los demás no se produce más que por un cierto tiempo; se desvanece una vez lograda la satisfacción, la lección sabida, el servicio obtenido, la obra acabada. Lo que yo era capaz de decir ya está dicho; lo que hubiera podido aprender ya está aprendido. Ocupémonos ahora de otras cosas.

NOTA

Una reconstitución del género que acaba de leerse, es decir, escrita en primera persona y puesta en la boca del hombre a quien se trataba de retratar, próxima a la novela en algunos aspectos y en otros a la poesía, podría en rigor, prescindir de documentos justificativos; su valor humano aumenta sin embargo singularmente por obra de la fidelidad a los hechos. El lector hallará más adelante una lista de los principales textos en que nos hemos basado para escribir este libro. Al fundamentar así una obra literaria, no hacemos más que conformarnos al uso sentado por Racine, quien en los prefacios de sus tragedias enumera cuidadosamente sus fuentes. Pero en primer término, y a fin de responder a las cuestiones más urgentes, sigamos asimismo el ejemplo de Racine al indicar algunos de los puntos, muy poco numerosos, donde hemos ido más allá de la historia, o la hemos modificado prudentemente. El personaje de Marulino es histórico, pero su característica principal, el don adivinatorio, está tomada de un tío y no de un abuelo de Adriano; las circunstancias de su muerte son imaginarias. Una inscripción nos señala que el sofista Iseo fue uno de los maestros del joven Adriano, pero no hay certeza de que el estudiante haya hecho, como aquí se dice, el viaje a Atenas. Galo es real, pero el detalle referente a la caída final de este personaje sólo tiene por objeto destacar uno de los rasgos más frecuentes en las descripciones del carácter de Adriano: el rencor. El episodio de la iniciación al culto de Mitra ha sido inventado; en aquella época dicho culto estaba ya de moda en el ejército, por lo cual es posible, aunque no se haya probado, que el joven oficial Adriano tuviera el capricho de hacerse iniciar. Lo mismo cabe decir del tauróbolo al cual se somete Antínoo en Palmira. Melés Agrippa, Castoras y, en el episodio precedente, Turbo, son personajes reales, pero su participación en los ritos iniciáticos ha sido inventada en todos sus detalles. Se ha seguido en estas dos escenas la tradición según la cual el baño de sangre es propio tanto del rito de Mitra cuanto del de la diosa siria, al cual ciertos eruditos prefieren limitarlo; estas asimilaciones de rituales entre distintos cultos son psicológicamente posibles en una época en la que las religiones de salvación «contaminaban» la atmósfera de curiosidad, de escepticismo y de vago fervor, como fue la del siglo II. El encuentro con el gimnosofista no figura en la historia de Adriano; hemos utilizado textos del siglo I y II que describen episodios del mismo género. Todos los detalles concernientes a Atiano son exactos, salvo una o dos alusiones a su vida privada, de la que nada sabemos. El capítulo sobre los amantes fue extraído en su totalidad de dos líneas de Esparciano (XI, 7); al recurrir toda vez que hacía falta a la invención, tratamos de mantenernos dentro de las generalidades más plausibles.

Pompeyo Próculo fue gobernador de Bitinia, aunque no puede asegurarse que lo fuera en 123-124, en ocasión de la visita del emperador. Estratón de Sardes, poeta erótico cuya obra no es conocida por la Antología Palatina, vivía probablemente en época de Adriano; nada prueba, ni impide, que el emperador lo haya encontrado en alguno de sus viajes por Asia Menor. La visita de Lucio a Alejandría en 130 ha sido deducida (cosa que ya hizo Gregorovius) de un texto muy discutido, la Carta de Adriano a Serviano; el pasaje concerniente a Lucio no obliga de ninguna manera a esa interpretación. Su presencia en Egipto es, pues, más que incierta; en cambio los detalles concernientes a Lucio en este período han sido extraídos en su casi totalidad de su biografía por Esparciano, Vida de Elio César. La historia del sacrificio de Antínoo es tradicional (Dion, LXIX, 11; Esparciano, XIV, 7); el detalle de las operaciones de hechicería se inspira en las recetas de los papiros mágicos egipcios, pero los incidentes de la velada en Canope han sido inventados. El episodio del niño que se cae del balcón en una fiesta, y que aquí se sitúa durante la permanencia de Adriano en Filaé, fue extraído de un informe de los Papiros de Oxirrinco; en realidad, ocurrió cerca de cuarenta años después del viaje de Adriano a Egipto. Vincular la ejecución de Apolodoro a la conjuración de Serviano no pasa de una hipótesis, acaso defendible.

Chabrias, Celer y Diótimo son frecuentemente mencionados por Marco Aurelio, quien, sin embargo, no pasa de citar sus nombres y su apasionada fidelidad a la memoria de Adriano. Lo hemos utilizado para evocar la corte de Tíbur en los últimos años del reino: Chabrias representa el círculo de filósofos platónicos o estoicos que rodeaban al emperador: Celer (a quien no debe confundirse con el Celer mencionado por Filóstrato y Arístides, y que fue secretario ab episulis Graecis) resume elelemento militar, y Diótimo el grupo de los eromenes imperiales. Estos tres nombres históricos han servido por tanto como punto de partida para la invención parcial de tres personajes. En cambio, el médico Iollas es un personaje real cuyo nombre no nos ha conservado la historia, la cual tampoco nos dice que fuera oriundo de Alejandría. El liberto Onésimo existió, pero no sabemos si cumplió para Adriano el papel de proxeneta; el nombre de Crescencio, secretario de Serviano, es auténtico, aunque la historia no nos diga que haya traicionado a su amo. El comerciante Opraomas existió: nada prueba empero que acompañara a Adriano hasta el Eufrates. La esposa de Arriano es un personaje histórico, pero no sabemos si era, como lo dice aquí Adriano, «fina y orgullosa». Los únicos personajes totalmente inventados no pasan de unas pocas comparsas: el esclavo Euforión, los actores Olimpo y Batilo, el médico Leotiquidas, el joven tribuno británico y el guía Assar. Las dos hechiceras —la de la isla de Bretaña y la de Canope— son personajes ficticios pero que resumen ese mundo de adivinos y expertos en ciencias ocultas que a Adriano le gustaba frecuentar. El nombre de Areté proviene de un poema auténtico de Adriano (Ins. Gr., XIV, 1089), atribuido aquí arbitrariamente a la intendencia de la Villa; el del correo Menecratés fue extraído de la Carta del rey Fermés al emperador Adriano (Biblioteca de la Escuela de Actas, vol. 74, 1913), texto en un todo legendario y del que la historia propiamente dicha no puede valerse, pero que sin embargo pudo tomar sus detalles de otros documentos perdidos hoy en día. Los nombres de Benedicta y Teodora, pálidos fantasmas amorosos que recorren los Pensamientos de Marco Aurelio, han sido cambiados por los de Verónica y Teodora, por razones estilísticas. Por último, los nombres griegos y latinos grabados en la base del coloso de Memnón, en Tebas, están en su mayor parte tomados de Letronne, Colección de Inscripciones griegas y latinas de Egipto, 1848; el imaginario de un tal Eumeno, que se habría inscrito en aquel lugar seis siglos antes de Adriano, tiene por fin dar cuenta, tanto para nosotros cuanto para Adriano mismo, del tiempo transcurrido entre los primeros visitantes griegos en Egipto, contemporáneos de Heródoto, y aquellos paseantes romanos de una mañana del siglo ii.

La breve descripción del ambiente familiar de Antínoo no es histórica, pero tiene en cuenta las condiciones sociales que prevalecían entonces en Bitinia. Frente a diversos puntos controvertidos —razones del exilio de Suetonio, origen libre o servil de Antínoo, participación de Adriano en la guerra de Palestina, fecha de la apoteosis de Sabina y del entierro de Elio César en el castillo Sant’Angelo—, hemos tenido que elegir entre las hipótesis de los historiadores, esforzándonos por condicionar la decisión a las buenas razones. En otros casos —adopción de Adriano por Trajano, muerte de Antínoo— hemos preferido que planeara sobre el relato cierta incertidumbre que, antes de comunicarse a la historia, fue sin duda la de la vida misma.

Las dos fuentes principales para el estudio de la vida y del personaje del emperador son el historiador griego Dion Casio, que escribió el capítulo de su Historia romana consagrado a Adriano unos cuarenta años después de la muerte del emperador, y el cronista latino Esparcino, que redactó un siglo más tarde su Vita Hadriani, uno de los textos más sólidos de la Historia Augusta, y su Vita Aeli Caesaris, obra menor que nos da una imagen singularmente plausible del hijo adoptivo de Adriano y que sólo parece superficial porque el personaje también lo era. Ambos autores se basan en documentos hoy perdidos, entre otros las Memorias publicadas por Adriano con el nombre de su liberto Flegón, y una recopilación de cartas del emperador reunidas por este último. Ni Dion ni Esparciano son grandes historiadores, pero precisamente su falta de arte y hasta cierto punto de sistema, los mantiene en contacto singularmente estrecho con los hechos vivos, al punto que las investigaciones modernas han confirmado las más de las veces y en forma impresionante sus afirmaciones. Sobre estas sumas de hechos menudos se basa en parte la interpretación que acaba de leerse. Mencionemos también, sin pretender ser exhaustivos, algunos detalles extraídos de las Vidas de la Historia Augusta, como las de Antonino y Marco Aurelio, por Julio Capitolino, y algunas frases procedentes de Aurelio Víctor y del autor del Epítome, quienes tienen ya una concepción legendaria de la vida de Adriano, pero cuyo espléndido estilo coloca en una categoría aparte. Las noticias históricas del Diccionario de Suidas proporcionaron dos hechos poco conocidos: la Consolación dirigida por Numenio a Adriano y las músicas fúnebres compuestas por Mesómedes en ocasión de la muerte de Antínoo.

Del mismo Adriano quedan algunas obras auténticas que hemos utilizado: correspondencia administrativa, fragmentos de discursos o de informes oficiales, como el célebre Discurso de Lambesa, conservados en la mayoría de los casos por inscripciones; decisiones legales transmitidas por jurisconsultos: poemas mencionados por los autores de su tiempo, como el ilustre Animula vagula blandula, o vueltos a encontrar en los monumentos donde figuraban a modo de inscripciones votivas, como el poema al Amor y a Afrodita Urania grabado en el muro del templo de Tespies (Kaibel, Epigr. Gr. 811). Las tres cartas de Adriano referentes a su vida personal (Carta a Matidia, carta a Serviano, carta dirigida por el emperador moribundo a Antonino) , que se encuentran respectivamente en la selección de cartas compiladas por el gramático Dositeo, en la Vita Saturnini de Vopiscus, y en el Grenfelí and Hunr, Fayum Towns and their Papyri, 1900, son de discutible autenticidad; no obstante, las tres llevan en gran medida la señal del hombre a quien se atribuyen, y algunas de las indicaciones que proporcionan han sido utilizadas en este libro.

Recordemos que las innumerables menciones de Adriano o de su círculo, diseminadas en casi todos los escritores del siglo ii y iii, ayudan a completar las indicaciones de las crónicas y llenan sus lagunas. Así, para no citar más que algunos ejemplos de las Memorias de Adriano, el episodio de las cacerías en Libia procede íntegramente de un fragmento muy mutilado del poema de Pancratés, Las cacerías de Adriano y Antínoo, hallado en Egipto y publicado en 1911 en la colección de Papiros de Oxirrinco (III, Nº. 1085); Ateneo, Aulo Gelio y Filóstrato proporcionan numerosos detalles sobre los sofistas y poetas de la corte imperial, mientras Plinio y Marcial agregan algunos rasgos a la imagen algo borrosa de un Voconio o un Licinio Sura. La descripción del dolor de Adriano por la muerte de Antínoo se inspira en los historiadores del reino, pero también en ciertos pasajes de los Padres de la Iglesia, sin duda reprobatorios, pero a veces más humanos y sobre todo con más diferentes opiniones acerca de este tema de lo que suele afirmarse. Se han incorporado a la obra pasajes de la Carta de Arriano al emperador Adriano con motivo del periplo del Mar Negro, que contienen alusiones al mismo tema, y aquí nos atenemos al juicio de los eruditos que consideran auténtico a este texto en su integridad. El Panegírico de Roma, el sofista Elio Arístides —obra de estilo netamente adriánico—, ha servido como base para la breve descripción del Estado ideal expuesta aquí por el emperador. Unos pocos detalles auténticos, mezclados en el Talmud con un inmenso material legendario, se agregan al relato de la Historia eclesiástica de Eusebio para el episodio de la guerra de Palestina. La mención del exilio de Favorino proviene de un manuscrito de este último, publicado en 1931 por la Biblioteca del Vaticano (M. Norsa y G. Vitelli, Il papiro Vaticano greco, II en Studi e Testi, LIII); el atroz episodio del secretario tuerto procede de un tratado de Galeno, médico de Marco Aurelio; la imagen de Adriano moribundo se inspira en el trágico relato del emperador envejecido, obra de Frontón. Otras veces hemos acudido a las imágenes de los monumentos y a las inscripciones para fijar los detalles de los hechos no registrados por los historiadores antiguos. Ciertos aspectos de salvajismo de las guerras contra los dacios y los sármatas —prisioneros quemados vivos, los consejeros del rey Decebalo envenenándose el día de la capitulación— provienen de los bajorrelieves de la Columna Trajana (W. Foener, La Colonne Trajane, 1865; I. A. Richmond, Trajan’s A rmy on Trajan’s Column, en Papers of the British School at Rome, XIII, 1935); gran parte de las imágenes correspondientes a los viajes han sido tomadas de las monedas del reino. Los poemas grabados por Julia Balbila al pie del coloso de Memnón sirve de punto de partida al relato de la visita a Tebas (R. Cagnat, Inscrip. Gr. ad res romanas pertinentes, 1186-7); la precisión sobre el día del nacimiento de Antínoo se debe a la inscripción del colegio de artesanos de Lanuvium, que en 133 tomó a Antínoo por patrón protector (Corp. Ins. Lat xiv, 2112), precisión discutida por Mommsen, pero aceptada más tarde por los eruditos menos hipercríticos; las frases que figuran como inscritas en la tumba del favorito fueron tomadas del gran texto en jeroglífico del obelisco del Pincio, que relata sus funerales y describe las ceremonias de su culto (A. Erman, Obelisken Römischer Zeit, en Röm. Mitt., xi, 1896); O. Marucchi, Gli obelischi egiziani di Roma, 1898). Para la historia de los honores divinos rendidos a Antínoo y la caracterización física y psicológica de éste, el testimonio de las inscripciones, los monumentos figurativos y las monedas sobrepasa ampliamente el de la historia escrita.

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