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Authors: Justine Larbalestier

Tags: #det_police

Mentirosa (31 page)

BOOK: Mentirosa
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¿Por qué no me creen?

¿Por qué no me crees tú?

DESPUÉS

He debido de quedarme dormida. Sin pegar el ojo en toda la noche, el cansancio ha vencido finalmente al dolor. Me despierto al notar las palmaditas que el chico blanco me da en la mejilla.

—No llores —me está diciendo—. ¿Por qué lloras?

—Porque me han abandonado. —Me seco las mejillas. He llorado mientras dormía. Sigo llorando—. Porque Zach está muerto —susurro.

—Pero aquí se está bien.

El chico blanco está cruzado de piernas sobre el barro, a mi lado. Está oscuro, aunque no sé si por el denso follaje que cubre el cielo o porque ya ha anochecido. En cualquiera de los dos casos, es muy tarde y no hay electricidad. Tampoco me importa mucho. Mi vida ha terminado. Adiós a la ciudad, a la universidad, a mi futuro. No volveré a ver a Sarah ni a Tayshawn. Es como si estuviera en la cárcel.

Si vuelvo a casa, ¿mamá y papá volverán a aceptarme?

Creo que no. Si vuelvo a la ciudad, no tendré casa, ni dinero, ni nada. Seré una chica de la calle, como Pete.

Mis padres me lo han arrebatado todo.

—Aquí podemos ser felices —dice el chico. Me está acariciando la cabeza como si fuera un perro.

—¿Podemos
? —pregunto, deseando detener de una vez las lágrimas.

—Tú y yo. Por eso te encontré y tú me rescataste. Esta es la parte feliz. Este es nuestro lugar.

No está simplemente feliz, está loco. Si este es mi lugar, el suyo bien podría ser el Ritz-Carlton. No lo es en absoluto.

—Me gusta esto. Me gustan los caballos y los otros animales. Y tus primos. Aunque me den codazos. Pero cuando me caigo al suelo, me ayudan a levantarme. Ellos no me pegan tan fuerte como tú. Y hay mucha comida. He cogido una manzana de un árbol. No solo una. Montones. Me las comí todas.

—Estás mal de la cabeza.

—Cuando sea un lobo me enseñarán a cazar. Quiero ser un lobo.

—No hables de eso. He visto lo que les haces a tus presas.

Me incorporo. Hace frío. El viento helado me recorre todo el cuerpo. Yo nunca tengo frío.

—Van a enseñarme a montar a caballo. A instalar vallas y a arreglarlas. Nadie me ha enseñado nada en toda mi vida. Nada bueno. Me gusta estar aquí.

—Eso ya lo has dicho. —Levanto las rodillas y las rodeo con mis brazos hasta que quedan pegadas a mi pecho. Estoy congelada, pero no me importa.

El chico apoya la cabeza en mi hombro. Estoy a punto de revolverle el pelo. Retiro la mano justo a tiempo. Mató a Zach.

—Me alegro de que me transformaras —dice, aún apoyado en mi hombro.

—Ya te lo dije. No fui yo. Es tu naturaleza. Como tener el pelo castaño, o pies grandes, o ser alto. Está en tus genes.

—Siempre he sabido que no era una persona —dice—. La ciudad no era mi lugar.

—¿Tú también? —digo, pero no me está escuchando; está demasiado absorto en sus palabras.

—La ciudad es malvada. La gente te da golpes. Te dice dónde no puedes entrar. Te quedas dormido en un portal y la gente te echa a gritos. Te gritan por coger la comida que han tirado a la basura. Te gritan por ir en el mismo vagón del metro. La gente solo te grita, te empuja y te hace otras cosas peores. Mucho peores. Aquí es distinto porque aquí no hay gente normal, solo lobos.

—No todos son lobos. Ni siquiera la mitad lo son.

—Me gusta esto.

—Me alegro por ti.

—¿Por qué no te gusta a ti? Eres una persona lobo. —Ladea la cabeza para mirarme. Incluso a la tenue luz, veo que el ojo morado ha empeorado bastante.

—Sí, pero no quiero serlo. Me gusta la ciudad. Es mi hogar. Quiero terminar el instituto —le digo, aunque sé que no lo entenderá—. Quiero ir a la universidad. He estudiado mucho para conseguirlo. Incluso envié varias solicitudes. Quiero estudiar biología para descubrir qué soy, cómo funciona la transformación. Para describir la estructura de mi ADN. Nuestros genes, los tuyos y los míos. ¿Cómo son? ¿Qué somos? ¿Cómo somos? Quiero ser la que lo descubra. Atrapada aquí con una pandilla de idiotas que ni siquiera han pasado de séptimo curso no descubriré nada. Ninguno de mis primos ha ido al instituto, no digamos ya a la universidad. ¡La mitad de ellos ni siquiera sabe leer! —Estoy llorando otra vez.

—Yo no sé leer —dice el chico—. ¿Para qué necesita leer un lobo?

No sé qué responder a eso. Sigo llorando. Si me quedo en la granja, perderé la cabeza. Perderé mi identidad.

—No puedo ni imaginar cómo era tu vida antes.

—No importa —dice él—. Ahora estoy
bien
. No quiero pensar en eso.

—¿Y ya está? —digo—. ¿Olvidarás el resto de tu existencia?

Asiente.

—Nunca recuerdo las cosas malas. Pero a partir de ahora todo será bueno. De ahora en adelante lo recordaré todo. Desde el día en que te vi por primera vez.

Hago todo lo posible por no enfadarme con él. Arrincono el dolor. Mató a Zach después de verme por primera vez. Es uno de los recuerdos que conserva. No le pregunto sobre eso. No quiero volver a pegarle.

—¿Por qué quieres volver a la ciudad? —pregunta—. Si en tu escuela supieran que eres un lobo, ¿seguirías cayéndoles bien? Aunque apuesto a que no les caes bien. No como eres. Si te quedas aquí no tendrás que ser una persona. Aquí todos saben lo que eres: un lobo. Como ellos. Les caes bien porque eres un lobo. Esto es mejor.

¿Cómo sabe todo eso un capullo vagabundo? Le miro fijamente. Parpadea varias veces pero no aparta la mirada. Me alegro de que esté demasiado oscuro, así no puedo verle el ojo morado.

¿Y si tiene razón? Soy un lobo. En la ciudad tengo que pelearme a diario para ser lo que soy. Tomar píldoras para mantenerlo a raya. Atemperar mis impulsos. Controlarme para no morder a mis enemigos en la yugular, para no saltar sobre la gente cuando lo deseo, no correr cuando quiero, no comer donde y cuando quiero.

Aquí no tengo que mentirle a nadie. Puedo ser el lobo que soy.

Me pongo en pie. El chico hace lo mismo. Me coge de la mano. Aunque es más pequeño y huesudo, su apretón es firme.

—Prométeme que te quedarás —me dice.

Me pongo a reír.

—Ellos cuidarán mejor de ti de lo que lo haría yo. —Siento el impulso de decirle que lo quieren para procrear—. Te odio, ¿recuerdas?

—Quédate.

—Vale —digo, y siento que algo se rompe dentro de mí—. Me quedaré. —No tengo ningún otro sitio al que ir.

—¿Me lo prometes?

—Claro —digo—. ¿Por qué no?

Volvemos a la casa. Ahora está realmente oscuro. Pero nuestra visión nocturna es buena; somos lobos. Casi todo el mundo está en la cama. En el campo la gente se acuesta temprano y se levanta a primera hora. No hay muchas cosas que hacer en cuanto se pone el sol.

La abuela y la tía abuela Dorothy aún están despiertas. La tía abuela se lleva al chico.

La abuela se levanta y me mira fijamente durante lo que se me antoja una eternidad. Entonces, por primera vez en mi vida, se acerca mucho a mí y me abraza. Sin importarle el barro que me cubre de pies a cabeza, me aprieta con fuerza contra su cuerpo, me aparta ligeramente y me da un beso en cada mejilla.

—Te queremos, cielo —dice.

Eso tampoco me lo había dicho nunca. Puede que, después de todo, este sea mi lugar.

Me doy cuenta de que la marioneta que han abandonado en el bosque no es el chico blanco. Soy yo.

DESPUÉS

Me deshago del barro en una bañera metálica, en la cocina. La abuela calienta el agua en un fogón de leña y carbón. No dice nada mientras me entrega el jabón y una manopla. Y después una toalla para secarme y un basto camisón que debe de tener más de cien años. Sumerge mi ropa en la bañera y empieza a restregarla.

Me da unas palmaditas en la mejilla con sus dedos arrugados y llenos de cicatrices.

—Nos alegra tenerte aquí por fin —dice.

—Gracias.

Subo las escaleras y me acuesto en la cama que ya compartí en verano. Me deslizo bajo la colcha, apartando a una de mis primas para que me haga sitio. Se remueve pero no se despierta. Me acurruco abrazándome las rodillas con los brazos, resistiendo el impulso de chuparme el dedo. Lloro tan silenciosamente como puedo.

Me despierto dolorida y con los ojos irritados. Nunca había llorado tanto. Me prometo a mí misma que no lo volveré a hacer.

Cuando me acosté había dos primas en la misma cama. Ahora la luz se filtra por la ventana y estoy sola. Todos se han levantado ya y se afanan en sus tareas, pero la chica de ciudad se ha quedado dormida. Me pregunto cuánto tiempo me permitirán hacer lo quiera.

Siento una tirantez en el pecho, un dolor constante. Como si tuviera el corazón destrozado.

Tengo
el corazón destrozado.

Me visto con la misma ropa del día anterior pese a que aún está un poco húmeda. Hay una maleta con mis cosas pero todavía no la he tocado. La prueba de que mis padres sabían de antemano que iban a dejarme con los Mayores.

Me hicieron la maleta.

Es la más grande que tienen. Probablemente metieron todas mis cosas en ella. No pienso abrirla. No quiero descubrir lo que pensaban que querría. No pienso ponerme esa ropa. No quiero ver más evidencias que demuestren lo poco que me quieren o me entienden. Llevaré puesta la ropa con la que vine aquí hasta que se desintegre.

No me importa que esa maleta sea lo único que me une a la ciudad, que dentro pueda estar el suéter de Zach, su jersey.

Mantengo mi decisión hasta que recuerdo que he de tomarme la píldora.

Abro la maleta y respiro aliviada al encontrar varios paquetes al fondo. Cojo una píldora y me guardo el resto en los bolsillos. No confío en la abuela; si las encuentra, puede que las tire a la basura. Es un milagro que no lo haya hecho ya. No sé cómo conseguiré más. Dentro de unos meses me transformaré con el resto de mi familia.

Perderé el control sobre mi propio cuerpo.

HISTORIA PERSONAL

No estoy segura de dónde empiezo y dónde termino. ¿Mi yo auténtico es el humano o el lobo?

Cada vez que paso de uno al otro pierdo partes de mí misma.

¿O me pierdo completamente?

No sé si las células con las que empiezo son las mismas con las que acabo cuando vuelvo a ser humana. ¿El lobo destruye al humano? Y, por tanto, ¿el humano destruirá al lobo? ¿Cuántas
Micahs
ha habido?

¿Cómo puedo saber que soy la misma que era antes de transformarme?

Los humanos y los lobos tienen pocos órganos del mismo tamaño y dimensiones. Cuando paso de uno al otro, y en el proceso a la inversa, mi hígado, mis riñones, mis ojos, mis orejas cambian.
Todo
cambia. ¿Qué les ocurre a mis células humanas cuando soy un lobo? ¿Están ocultas o desaparecen?

Si desaparecen, entonces cada vez que me transformo pierdo más.

Me convierto en menos.

Tengo miedo de transformarme en lobo.

Tengo miedo de volver a ser humana

DESPUÉS

El desayuno está hecho con productos de la granja: huevos, mantequilla, leche, beicon, pan. Esta es una granja en funcionamiento. Incluso mis primos más pequeños echan una mano batiendo la mantequilla, extrayendo los gorgojos de la harina. Se ha de hilar la lana, dar de comer a los animales, preparar conservas y encurtidos, salar las carnes. Limpiar, fregar, hornear. Atender las reparaciones. Durante el desayuno descubro que dos graneros tienen el tejado en mal estado y que han de repararse antes de que caigan las primeras nevadas.

Intento mostrar interés. Ahora es también mi vida.

Los huevos saben a mierda viscosa. El pan es pesado y áspero. Es el peor desayuno que he comido nunca.

Aunque para ellos no es el desayuno. Han recibido el amanecer con pan, queso y encurtidos. Esta es su segunda comida del día. La primera después de unas cuantas horas de duro trabajo. Está la mitad de la familia: la abuela, la tía abuela, un tío, dos tías y casi todos los críos. Comen diligente, rápidamente. El resto vendrá a recoger lo que quede cuando les toque.

Pete está sentado a mi lado. Él come aún más rápido, devorando tres raciones y alargando la mano para servirse más beicon.

—No —dice la abuela al tiempo que aleja de su alcance el plato con las lonchas—. No eres el único que necesita comer.

Pete se encoge sobre el banco.

—Habrá más comida —le digo—. Hoy comeremos dos veces más.

—¿En serio?

—Aquí comen cuatro veces al día.

—¿Cada día? —pregunta Pete. No acaba de creerme, aunque veo que lo desea. Al otro lado de la mesa, Lilly y uno de sus hermanos se ríen por lo bajo. Pete se sonroja. Tendrá que acostumbrarse a que todo el mundo tenga tan buen oído como él.

—Cada día —le digo—. Cuatro comidas. Aunque, a cambio, tendrás que trabajar.

—He recogido manzanas.

—Y se ha comido la mitad —dice la abuela—. Eso tiene que cambiar.

Lilly saluda a Pete con la mano y vuelve a reír por lo bajo. Pete no sabe dónde mirar.

Le acerco mi plato. He comido un huevo y media rebanada de pan negro. El dolor enmascara el hambre. Pete olisquea los restos.

—Está bueno —me dice.

—Micah, recoge los platos —dice la abuela, lo que significa que la comida ha terminado. Casi todos mis primos han desparecido antes de que la abuela diga platos. Pero Pete no.

Lilly vuelve a hacerle un gesto con la mano.

—¿Quieres coger más manzanas? —le pregunta ella.

Pete murmura un no y se adelanta a recoger platos y cubiertos. Apilo las tazas, algunas de barro, otras de madera. Todas hechas en la granja.

Levanto la vista para mirar a la abuela y ella asiente.

—Los restos van en el cubo de la cocina.

Pete no se separa de mí. Supongo que quiere asegurarse de que no me marcho, como le he prometido. Hoy los Mayores le dejan hacer. Es su primer día. Pero pronto serán más duros con él.

Después de tirar los restos en el cubo, yo friego los platos, Pete los seca (muy lento) y la abuela los coloca en su sitio. La tía abuela está sentada a la mesa de la cocina, pelando manzanas y quitándoles el corazón. Pete me da un golpecito con el codo y murmura:

—¿Ves? No me comí
todas
las manzanas.

—Comiste las suficientes —dice la abuela, cogiendo de su mano un plato ya seco.

Pete da un respingo y me echo a reír.

—Los lobos —le digo— tienen muy buen oído. Será mejor que no lo olvides.

Pete asiente.

—Buen oído, piernas veloces, dientes afilados. Como yo.

BOOK: Mentirosa
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