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Authors: Justine Larbalestier

Tags: #det_police

Mentirosa (32 page)

BOOK: Mentirosa
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—Porque eres un lobo —dice la abuela—. Y también eres fuerte. Pero debes tener más cuidado con lo que comes. Si sigues así, acabarás vomitándolo todo.

—No es verdad.

—No puede caber tanta comida en un cuerpo tan delgado. Cuando seas un lobo, come tanto como puedas. Pero las tres próximas semanas serás humano. Compórtate como uno.

—¿Por qué somos lobos? —pregunta Pete.

—Sencillamente porque descendemos de lobos. La mayor parte de la gente desciende de los monos.

Reprimo un gruñido. Entonces, la tía abuela se anima a contarle la historia del hombre, el lobo y el trato al que llegaron.

Pete se lo traga todo.

Tengo ganas de decir que eso no es verdad y compartir con ellos mi teoría de la transferencia horizontal de genes, pero no lo entenderían. Dudo mucho que sepan lo que es un gen. Pete ni siquiera sabe leer. Además, no tengo ninguna prueba. Es una hipótesis no verificada.

Si me quedo aquí, nunca llegaré a verificarla. Puede que consiga reunir más datos, pero ¿qué haré con ellos?

No puedo quedarme.

No puedo dejar pasar los días hasta que se me acaben las píldoras. Hasta que mi cuerpo deje de pertenecerme.

No me importa incumplir la promesa que le he hecho a Pete.

No me importa si he de volver haciendo autoestop, montada en un tren de mercancías o caminando. Me vuelvo a la ciudad.

DESPUÉS

Pero no tengo adónde ir. Ni casa, ni dinero, ni nada. Mis padres no me quieren. Me abandonaron aquí sin mirar atrás. Si mis propios padres no me quieren, ¿quién me acogerá en la ciudad?

¿Tayshawn?

No puedo contener la risa. Sus padres son tan pobres como los míos. Tayshawn estudia gracias a una beca. Es imposible que sus padres puedan acoger a otra persona en su casa. Sobre todo a alguien que come tanto como yo.

¿Sarah?

Bueno, ella es rica. O, por lo menos, lo son sus padres. Pero no. La puse en una situación muy embarazosa. Se siente avergonzada por lo que ocurrió entre nosotros tres. No es probable que acepte acogerme en su casa, cederme una de sus habitaciones. ¿Y si aceptara? No me sentiría cómoda en un lugar como aquel. Tendría miedo de romper algo, de hacer mal las cosas, de decir algo inoportuno. Nunca podría vivir allí.

Además, ¿qué podría decirles? Mis padres me han echado de casa porque… porque no quieren seguir conviviendo con un lobo. Ah, sí, por cierto, soy un lobo. ¿No lo sabías? Bueno, pues verás…

Creo que no funcionaría.

¿Cómo podría demostrárselo? Solo existe una prueba convincente, y es una que a nadie le gustaría ver.

Mi análisis de ADN. El que está dentro del sobre que nunca abrí. ¿Y si allí aparece algo?

Pero eso no les diría nada a Sarah, ni a Tayshawn, ni a sus padres.

Entonces pienso en alguien a quien sí le diría algo:

Yayeko Shoji. Mi profesora de biología.

HISTORIA FAMILIAR

Mis padres dejaron de quererme mucho antes de abandonarme en la granja.

Su amor siempre se ha visto condicionado por el pelo con el que nací, por mi forma de correr, porque ambas cosas eran indicios de lo que acabaría siendo.

Y, entonces, cuando a los doce años me transformé por primera vez, su amor se esfumó completamente.

Fue el mismo año en que murió Jordan.

Mis padres seguían diciéndome que me querían, me daban un beso de buenas noches, me permitían vivir en su casa y seguían alimentándome, pero todo era fingido: solo estaban esperando el momento oportuno para deshacerse de mí.

Durante cinco años he vivido la sombra de una vida con la sombra de unos padres y ni siquiera lo sabía.

Pero sí que lo sabía.

El problema es que me negaba a admitirlo.

Aunque ellos tampoco lo admitieron nunca. Me abandonaron.

¿Quién es el peor mentiroso?

¿Yo o ellos?

¿Mentir sobre el amor no es la peor de las mentiras? ¿No es mucho peor que todo lo que yo he hecho?

HISTORIA PERSONAL

Te he contado todos los momentos importantes entre yo y Zach. Todos los recuerdos que no dejo de visualizar una y otra vez.

Tengo miedo de gastarlos. De arruinarlos de tanto pensar en ellos. Aunque, tal vez, eso es lo que hace que se mantengan tan frescos y vivos.

El primer día en el parque, cuando se acercó a mí y me besó por sorpresa… A mí, en quien nunca se había fijado en la escuela. ¿Por qué me eligió? ¿Cómo sabía que nos llevaríamos bien?

¿Lo sabía?

¿O besaba a todas las chicas? Como el príncipe que besaba a todas las ranas. Yo era la rana. Me convirtió en una chica real. En una chica humana.

Cuando estaba con él, no era una rana, ni tampoco un lobo. Era yo. Micah.

Me preocupa que un día me olvide de él. Que olvide su rostro. El tacto de sus labios rozando los míos. Sus manos sobre mi piel. El roce de nuestros cuerpos desnudos.

Olvidar qué se sentía al correr a su lado, con la misma zancada, idénticas pulsaciones, respirando al unísono.

Yo estoy viva.

Él está muerto.

Él siempre estará muerto.

A veces pienso en irme con él.

Pero no puedo.

El lobo no me lo permitiría. Quiere vivir. Incluso sin él.

DESPUÉS

Esperar al acecho delante de la escuela a que salga Yayeko Shoji no es tan buena idea como pensaba. No hay muchos sitios donde ocultarse y no quiero que me vea nadie más aparte de ella.

Evito la mirada de Brandon por los pelos. Sale de la escuela arrastrando los pies, con una mochila colgada al hombro. Solo, por supuesto. Su semblante furibundo se ha extendido al resto de su cuerpo. Levanta la cabeza y, por un instante, tengo la sensación de que me ha visto al otro lado de la calle, agachada detrás de un coche. ¿Por qué Pete no mataría a Brandon en lugar de a Zach? Pero entonces Brandon vuelve a mirarse los pies. Mejor así.

Tendría que haberme disfrazado. Ponerme una peluca o algo así. Mamá tiene una. Tendría que habérmela llevado con el análisis de ADN.

Finalmente he abierto el sobre. La prueba que necesitaba. Pone que la sangre que envié no es humana. Yayeko controló todo el proceso: cuando nos pinchamos, cuando cerrábamos el sobre, y ella misma envió todas las muestras. Ella entenderá qué significa aquello: no soy humana. Si supiera dónde vive, no tendría que esperarla delante de la escuela. Pero no aparece en el listín.

Observo a Tayshawn bajar la escalera, con la pelota de baloncesto entre sus manos. Se dirige a la pista que hay un poco más abajo en la misma calle. Will le pisa los talones. Estoy tentada de unirme a ellos. A Tayshawn no le importaría, y Will hace todo lo que Tayshawn le dice. Pero no lo hago porque, bueno, ¿qué podría decirles?

A las cuatro dejan de salir alumnos y lo hacen los profesores. Un poco antes de las cinco, aparece Yayeko Shoji, cargada con una bolsa de plástico llena de trabajos y una pesada mochila. Me pregunto si los trabajos serán los que hicimos sobre vegetación. El mío lo entregué el viernes pasado.

La sigo desde el otro lado de la calle hasta que dobla la esquina en West Broadway. Corro hacia ella.

—Yayeko —digo.

Se da la vuelta y a punto está de tirar los trabajos cuando me ve.

—¡Micah!

—La misma —digo.

—Pero tu pierna. Tu cara. ¡Estás bien! —Deja la bolsa en el suelo.

—¿Por qué no tendría que estarlo?

—Tus padres dijeron que habías sufrido un accidente. Que tenías la pierna rota por varios sitios y la cara destrozada. Intenté averiguar en qué hospital estabas, pero no me contestaron.

—Ni lo harán. —Imagino a papá dándole todos los detalles del accidente. Debió de resultarle muy fácil, pues eso es exactamente lo que
desearía
que me hubiera pasado. Me pregunto si derramó alguna lágrima, si dejó que la voz le flaqueara para hacerlo más convincente.

Me escuecen los ojos. No pienso llorar delante de Yayeko.

—No hubo ningún accidente. Mis padres me echaron de casa.

—¿Que te echaron? —dice Yayeko. La conmoción le hace abrir mucho los ojos—. Pero tus padres parecen buenas personas.

—Sí. No. Es una historia muy larga. ¿Puedo contártela? —digo, intentando no sonar tan desesperada como me siento—. Quiero decir, ¿te va bien ahora?

—¿Dónde estás viviendo? —pregunta Yayeko.

—En ningún sitio. Me echaron de casa. No tengo adónde ir. —Me doy cuenta de lo patético que suena eso. No quiero suplicarle, pero es exactamente lo que estoy haciendo—. No tengo dinero.

—¿No te dieron nada?

Niego con la cabeza. No me lo dieron. Registré la maleta concienzudamente, pero no había dinero.

Yayeko me mira fijamente. Está valorando sus opciones. Sé que no le estoy pidiendo cualquier cosa. Siempre he sido su alumna favorita, pero ¿será eso suficiente para que me deje entrar en su vida? La decisión puede acarrearle muchos problemas. Se los acarreará. Me concentro en contener las lágrimas.

—Sí —dice finalmente—. Pero primero vayamos a un sitio mejor. ¿De acuerdo?

Asiento y recojo del suelo la bolsa con los trabajos. Intento decir
gracias
, pero incluso esa única palabra se me traba en la garganta. Espero unos segundos. Hasta que las lágrimas dejan de amenazar con desbordarse. Cuando finalmente puedo hablar, le doy las
gracias
en un murmullo apenas audible.

DESPUÉS

El apartamento de Yayeko Shoji está en un edificio de seis plantas de Queens. Como el mío, o mejor dicho, como el de mis padres. Pero su apartamento es más grande, y también más bonito. Tiene más habitaciones, y la cocina/salón es lo suficientemente grande para un sofá, dos sillones y una gran mesa sin bicicletas suspendidas del techo. Yayeko vive con su hija y su madre; ninguna de los dos está en casa. Su hija juega al baloncesto y ahora está entrenando. Su madre es abogada y trabaja hasta tarde.

Me siento aliviada. No quiero conocer a gente nueva. Ya estoy suficientemente nerviosa y asustada.

—¿Quieres un té? —pregunta Yayeko después de descalzarse y dejar las bolsas. Me ofrece una silla en la cocina. La acepto. Hay árboles al otro lado de la ventana. Aún están verdes.

—Sí —digo—. No. ¿Tienes café? No, no es una buena idea. —Me pongo de pie y empiezo a deambular por la cocina—. ¿Agua?

—Claro. ¿Estás bien, Micah? Lo siento. Por supuesto que no lo estás. ¿Quieres contarme ya lo que ha ocurrido?

—Sí. Pero es muy difícil, Yayeko. No sé por dónde empezar, y me harás muchísimas preguntas. Creo que lo mejor es que primero veas esto. —Saco los resultados de mi análisis del bolsillo, despliego el sobre y se lo entrego.

—¿Tu análisis de ADN?

Asiento.

Yayeko lo abre, extrae el informe, lo lee, pasa las páginas.

—¿Lo ves? —digo.

Yayeko me mira.

—El análisis no es valido. La sangre que enviaste no es humana.

—¿La sangre que
envié
? Tú estabas allí cuando lo hicimos. Fuiste tú quien lo envió. Era
mi
sangre. Ahí dice que mi sangre es animal. Es la prueba definitiva. —Sigo recorriendo la cocina de un lado a otro.

—Los resultados no válidos son habituales. ¿Qué intentas demostrar, Micah?

—Soy un lobo.

Yayeko no dice nada. No se arrodilla ante la demostración científica. Esto no va como había planeado.

—No siempre, por supuesto —digo—. Solo me transformo en lobo cuando tengo la regla. Aunque desde que tomo una píldora al día, como me dijiste que hiciera, ya no me ocurre. Pero no la tomo porque mi periodo sea horrible, sino para detener la transformación. No sé exactamente qué la provoca, pero tiene que ver con las hormonas, porque la píldora anticonceptiva la detiene.

—¿Estás tomando píldoras anticonceptivas pese a no tener problemas con la menstruación? —La voz de Yayeko se hace más estridente—. ¡Solo tienes diecisiete años!

—Yo no…

—Me mentiste. No puedo creer… —Se detiene. Ya no me mira.

—¡No te mentí!
¡Tenía
problemas con la menstruación! ¡Me convierto en un lobo! —Ahora estoy gritando.

Yayeko levanta una mano.

—No hay nada malo en ser una chica, Micah.

—¿Qué? —Doy un resoplido y me siento—. Por supuesto que no. Yo no he dicho que lo haya.

—Recuerdo cuando fingiste ser un chico, Micah.

Yayeko insiste en llamarme por mi nombre. No es lo que hace normalmente.

—Micah, sé que lo has pasado mal, pero no tienes que culpar de ello a tu cuerpo. Tienes que dejar de reprimir las partes femeninas de ti misma. ¿Por eso llevas el pelo tan corto? ¿Por eso nunca llevas falda ni vestido? ¿Por eso no tienes amigas?

—¡No! —grito. Yayeko vuelve a sentarse—. Lo siento —añado rápidamente—. Llevo el pelo corto porque es más cómodo. No
quiero
ser un chico. Soy un lobo.

—¿Y qué hay más masculino que un lobo?

Suelto un gruñido. Yayeko no lo entenderá nunca.

—No lo sé. ¡Un montón de cosas! ¡La mitad de los lobos son hembras!

—Micah —dice—, no eres ningún lobo. Rechazar tu propio cuerpo no es la solución.

—¡No es verdad! —Me levanto de un salto. La silla se vuelca, produciendo un golpe seco en el suelo de baldosas—. Lo siento —digo mientras recojo la silla del suelo—. No estoy rechazando mi cuerpo, ni me estoy comportando como una cría ni nada de eso. Estoy intentando contarte la verdad.

En cuanto termino de decirlo, comprendo que no debería haberlo hecho. Yayeko me mira con la tristeza crispando su rostro y me doy cuenta de que no hay esperanza. Soy una mentirosa, incluso cuando digo la verdad.

—Micah, tomar una píldora cada día no te convertirá en un chico. Ni te permitirá ser alguien que no eres. Tienes diecisiete años. Todas esas hormonas pueden provocarte graves problemas. Pueden elevar el riesgo de infarto, o de cáncer. Cuando hablé con tu madre, pensé que tenías un problema con tu cuerpo, pero ahora me dices que todo está en tu cabeza…

¿Mi
cabeza
? Está sugiriendo que estoy loca.

—No te hará ningún bien, Micah. No te ayudará. Estás alterada —dice suavemente, como si estuviera calmando a un niño pequeño.

Estoy calmada.

—Creo que te sentaría bien descansar un poco.

Asiento, y entonces comprendo que todo esto es inútil. Las cortinas de algodón se agitan con la brisa que entra por la ventana. La dorada luz de la tarde las ilumina y también produce destellos en los platos y vasos secándose junto al fregadero. Es una cocina normal, soleada, hermosa. Mi vida no parece real en esta cocina. Aquí tengo la sensación de que estoy mintiendo.

BOOK: Mentirosa
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