Mentirosa (27 page)

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Authors: Justine Larbalestier

Tags: #det_police

BOOK: Mentirosa
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—Has de dejarlo, Micah —dice mamá—. No más mentiras. Aunque hayas matado a ese chico te seguiremos queriendo. Nada puede cambiar eso. Creo que siempre lo he sabido. —Está tan furiosa que su inglés empieza a desmoronarse—. Lo que haces. Lo he sabido siempre, pero no quería aceptarlo.

—¡No lo hice, mamá! No fui
yo
. No podría haber matado a Zach. Ni como humana ni como lobo. Le quería.

—¿Le querías tanto como para acostarte con él, transformarte y matarlo? —dice papá en voz baja. Casi prefiero que me grite.

—¡No lo hice!

—¿Qué es lo que no hiciste, Micah? —Papá se frota los ojos, haciendo desaparecer las lágrimas que nunca cayeron—. ¿No le mataste o no te acostaste con él?

—No le maté.

Me miro las manos. Ni rastro del lobo en ellas. Prácticamente sin pelos. Las uñas cortas y romas. El estómago me ruge con tanta fuerza que incluso deben de oírlo en el apartamento de al lado.

—Entonces te acostaste con él —dice papá. No es una pregunta.

—Sí —digo en un susurro, dirigiendo la palabra hacia el dorso de mis manos.

—Nos mentiste —dice papá—. Nos mentiste sobre la relación que tenías con ese chico. Sabías que era peligroso. Nos prometiste que tendrías cuidado. Que serías lista. Pero no hiciste ninguna de las dos cosas y ahora él está muerto. Tú le mataste.

—¡No es verdad! ¡Fue el chico blanco!

—¿El chico blanco? Por favor, Micah —dice papá—. Ya hemos oído suficientes gilipolleces. —Mi padre nunca dice palabrotas—. Esto es lo que haremos… —Se detiene, demasiado desesperado para darme un sermón. Esto es muchísimo peor—. Irás a vivir a la granja. No puedes quedarte aquí. No permitiré que mates a nadie más.

—¡Papá! Yo no le maté. No fui yo. Lo hizo el chico blanco. Él también es un lobo. Fue él, no yo. Tienes que creerme.

Papá mueve la cabeza. Ni siquiera me mira a los ojos.

—No puedes enviarme a la granja. He de terminar el instituto. Me lo he currado como nadie para llegar hasta aquí. He enviado solicitudes a varias universidades. He…

—Digamos que es verdad —dice mamá—. Digamos que existe ese otro lobo. Menuda coincidencia, ¿no te parece? Que los dos os transformarais el mismo fin de semana.

—Verás… —empiezo. Realmente
es
una coincidencia.

—Has dicho el
chico
blanco, ¿verdad? ¿Significa eso que es un lobo macho?

Asiento.

—Los machos necesitan una hembra cerca para transformarse, ¿verdad? Es así como funciona, ¿no?

—Sí —digo.

—Y ese otro lobo se transformó el mismo fin de semana en que lo hiciste tú, ¿es así?

—Oh —digo, y entonces lo comprendo—. Él se transformó porque yo lo hice primero.

Mamá tiene razón. Sin una hembra cerca, los lobos macho no se transforman. El chico blanco se transformó al mismo tiempo que yo. Aunque estoy sentada en el suelo, noto que se me va la cabeza. Eso significa que maté a Zach. No. Puede que haya más lobos en la ciudad. Que tengan una guarida secreta. Por favor, no permitas que sea yo quien transformó al chico blanco. Y todo porque olvidé tomarme la píldora.

—Independientemente de si ese chico blanco existe o no, tienes que marcharte a la granja. Eres un lobo —dice mamá—. Nunca puedes olvidar lo que eres. Pase lo que pase.

No lo olvido. ¿Cómo es eso siquiera posible? Gobierna todos los actos y pensamientos de mi vida. Algo que ellos nunca entenderán.

—No lo olvido nunca —digo—. Encontraré a ese chico y le llevaré a la granja, como me dijeron los Mayores. Arreglaré esto —añado, aunque en realidad no hay forma de arreglarlo. Zach seguirá estando muerto haga lo que haga.

—Aunque exista, quien debe ir a la granja no es ese chico, sino tú. Tu
grandmère
estaba en lo cierto. No hay sitio aquí para ti. Eres demasiado salvaje para la ciudad. Demasiado para la ciudad, demasiado para nosotros. —Mamá se pone en pie, recordando encoger la cabeza para evitar las bicicletas, pasa por mi lado si tocarme y se marcha a su dormitorio, cerrando la puerta firmemente. Es la primera vez que no me da un beso de buenas noches. Ni siquiera cuando… ni siquiera la última vez que estaban tan enfadados conmigo.

Papá está inclinado hacia delante, la cabeza entre las manos. No le oigo pero creo que está llorando.

Me levanto, abro la nevera y saco los restos de la cena: medio pollo. Vuelvo a deslizarme hasta el suelo y lo devoro sin molestarme en coger cuchillo y tenedor, sin servilleta ni kétchup, me lo como con los dedos, tragándome la carne tan rápido que ni siquiera tengo tiempo de saborearla.

Papá me observa. Reconozco la expresión de repugnancia en su rostro.
Mi hija come como un animal
, piensa.

No soy un animal.

Lo soy.

Si no fuera por mí, Zach estaría vivo.

No puedo pensar en eso. Abro la nevera en busca de más comida. Creo que comeré hasta vomitar

MENTIRA NÚMERO OCHO

Pues sí, el día que mataron a Zach era un lobo.

Sí, mentí —otra vez—, pero no puede considerarse una mentira total. Es verdad que rastreé a Zach en Central Park, que hablamos subidos al ciprés, como he dicho. Aunque no aquel día.

En casi todas mis mentiras hay algo de verdad. Ya te has dado cuenta de eso, ¿verdad?

Y también sabrás por qué no podía decírtelo. Piensa un poco: por entonces aún no había admitido tener un lobo interior. En cuanto lo admití, si te hubiera contado la verdad sobre aquel fin de semana, ¿qué habrías pensado?

Que yo maté a Zach.

Pero no lo hice.

Quieres saber cómo lo sé, ¿verdad?

Recuerdo lo que hago cuando soy un lobo. No todos los detalles, de un modo completo. Pero sí lo que cazo. Recuerdo la comida.

Recuerdo todo lo que cacé y todo lo que comí los cuatro días que me oculté en Inwood, no en Central Park.

Comí zorro, gato asilvestrado, ardilla. La carne de zorro sabe a rayos. Recuerdo cada uno de los nauseabundos bocados.

No me comí a Zach.

No
vi
a Zach.

No mientras era un lobo.

¿Cómo podría haberle matado?

En Central Park no hay muchos lugares donde pueda ocultarse un lobo. Si me hubiera escondido allí cuatro días, me habrían atrapado y encerrado en una jaula del zoológico o algo peor. Y después, ¡sorpresa!, me hubiera vuelto a transformar y tendrían a una chica de diecisiete años desnuda en una jaula.

No podía permitir que ocurriera algo así.

En cambio Inwood es más frondoso. Hay cuevas donde ocultarse, marismas, menos gente. Por eso me refugié allí cuando advertí los primeros síntomas de la transformación, consciente de que no llegaría a casa antes de que esta se completara.

Sí, sabía que Zach vivía en Inwood, pero esa
no es
la razón por la que fui allí. Desde hacía tiempo lo consideraba el lugar más seguro donde ocultarse. Dios, probablemente sea el único lugar de toda la isla donde un lobo pueda moverse si ser detectado durante cuatro días. El único lugar que no ha cambiado desde la llegada del hombre blanco, de los coches, la polución y los rascacielos. El espacio más amplio y salvaje que la ciudad puede ofrecer.

No vi a Zach. No le maté.

No lo habría hecho. No habría
podido.

DESPUÉS

Antes de irse a la cama, papá me dice que me acompañarán a la granja a primera hora de la mañana.

—¿Y qué hay del chico blanco? —pregunto—. Es real. No me lo he inventado.

—No quiero hablar de eso ahora —dice papá.

—Le prometí a los Mayores que le llevaría.

—Déjalo ya, Micah. —Sé que cree que estoy mintiendo, que el chico blanco no existe. Cree que maté a Zach. No indirectamente, provocando la transformación del chico blanco, sino directamente, con mis dientes y garras. Creo que mamá piensa lo mismo.

—Yo no… —empiezo.

—Cállate, Micah —dice papá—. No me importa, ¿vale? A primera hora de la mañana salimos para la granja y te quedarás allí con la abuela. Si ese chico realmente existe, dejará de ser un problema en cuanto te hayas ido. Ahora vete la cama.

—Pero yo…

—Micah, no quiero discutir. La decisión está tomada.

Su expresión es fría, inmisericorde. Nunca me había mirado de ese modo.

Me encierro en mi cuarto. Nunca me había parecido tan pequeño. La jaula ocupa casi todo el espacio. Dios, cómo odio esa jaula. En la granja no hay jaulas. Pero tampoco hay vida.

Podría haber desafiado a papá. Soy más fuerte que él. No puede obligarme a obedecer por la fuerza. Pero le quiero, y también a mamá; quiero que me quieran. Aunque creo que ya es tarde. Me parece que hace mucho que dejaron de quererme. He destrozado la familia. ¿Vendrán a verme cuando viva en la granja? ¿O será el final de todo?

Me deslizo hasta el suelo con la espalda pegada a la puerta.

¿Cómo puedo arreglarlo? ¿Cómo puedo recuperar su amor? ¿Cómo puedo evitar que me envíen lejos de ellos?

He de encontrar al chico blanco, llevarlo hasta ellos, demostrarles que existe, que fue él quien mató a Zach, no yo. Entonces podrán llevarlo a la granja y yo podré quedarme aquí. Les prometeré que nunca más olvidaré tomar la píldora. En los cinco años que la tomo, solo me ha pasado dos veces. Puedo hacerlo mejor. Así podré terminar el instituto, ir a la universidad, tener una vida.

Aunque debería estar exhausta, no lo estoy. Me encaramo a la ventana, abro una pequeña rendija y me cuelo por ella.

Encontraré al chico blanco.

DESPUÉS

Recorro el vecindario concentrándome en los olores, en el rastro del chico blanco. Ahora ya no estoy tan segura de querer encontrarle. Se merece que le lleve a la granja. Los Mayores se ocuparán de él.

Pero ¿y si papá y mamá no tienen suficiente con eso? ¿Y si encontrarle, demostrarles que lo hizo él, llevarlo hasta ellos no es suficiente para que no me condenen a vivir con los Mayores?

No podría soportarlo.

¿Podría quedarme en la ciudad, terminar el instituto, ir a la universidad sin ellos?

Creo que no.

Podría buscar trabajo, pero el sueldo no me llegaría para pagar un apartamento, la comida, la píldora que debo tomar cada día. ¿Me aceptarían en algún refugio? ¿Estaría dispuesta a ayudarme Yayeko Shoji?

Odio al chico blanco. Le odio más de lo que nunca he odiado a nadie. Si le encontrara ahora, le mataría. Aunque eso empeorara aún más las cosas.

Intento recordar cuándo y dónde le he visto antes. ¿Qué tienen en común todas las veces que le he visto?

Sobre todo me he encontrado con él en Central Park. Pero también aquí, no muy lejos de mi edificio de apartamentos. Ese es el dónde.

Respecto al
cuándo
, a cualquier hora del día, salvo de noche. Ahora es de noche: las dos de la madrugada.

¿Qué más?

Estaba corriendo. Siempre que le he visto estaba corriendo. Excepto aquella vez en Inwood. Pero aquella vez no le vi, solo le olí.

Empiezo a correr tan rápido como puedo. Estoy en la Primera Avenida.

En la calle Cuarenta y uno con Broadway —mientras me abro paso entre los borrachos, la muchedumbre bamboleante, sin tocar a nadie, sin ni siquiera acercarme a ellos— el chico blanco se une a mí. Aparece de la nada para correr a mi lado.

Lo huelo antes de verlo. El hedor que desprende me obliga a respirar entrecortadamente. Dudo que se haya bañado alguna vez en su vida. Está fermentado.

Mi primer impulso es lobuno: rajarle el estómago, ver cómo se desparraman por el suelo sus vísceras. Pero mis uñas y dientes humanos no son tan fuertes. Además, estamos en pleno Broadway, muy cerca del parque, rodeados de gente.

No desprende el olor típico de una presa, sino el de un enemigo.

Mi cerebro está a punto de colapsarse por culpa de la maraña de pensamientos. Ideas acerca de lo que debo decir. ¿Por qué lo hiciste? ¿Quién eres? Es demasiado. No sé por dónde empezar. Es más fácil seguir corriendo.

Me dirijo al parque cuando debería estar en casa, infringiendo otra vez las normas. Corro todavía más rápido. El chico blanco me sigue el ritmo sin esfuerzo aparente. Lobo. Lobo. Lobo. Lobo. Lobo. Continúa a mi lado incluso cuando acelero en el último tramo de Hearbreak Hill.

No dice ni media palabra. Empiezo a dudar de que sepa hablar inglés.

Y, aun así, yo tampoco le digo nada.

El chico que mató a Zach. ¿Cómo puedo correr a su lado?

Está tan sucio que probablemente aún lleve sangre seca de Zach pegada al cuerpo. ¿Cómo es posible que sus padres le permitan deambular de este modo? ¿No se preocupan por él?

Le miro de reojo; no quiero que sepa que le estoy mirando. Tiene costras en la parte lateral del cuello. Aunque puede que solo sea mugre. O restos de comida.

¿Trozos de Zach?

La ira vuelve a dominarme. Nunca me ha abandonado del todo. Con cada paso que doy, crece y crece y crece dentro de mí. Si abro la boca ahora, le gritaré.

Pero tengo que hablar con él.

—Me hiciste algo —me dice mientras bajamos como una exhalación por Hearbreak Hill.

HISTORIA PERSONAL

Recuerdo cuando era muy pequeña, antes de que el pelo empezara a cubrirme todo el cuerpo, antes de saber nada de mi lobo interior, recuerdo que quería ser poli de mayor, o jugador de baloncesto, o, si no, bombero.

Recuerdo que tenía un futuro.

Recuerdo que tenía amigos en el parvulario, y después también en la escuela. Recuerdo las competiciones de comba. Recuerdo jugar al escondite. Aprender a hacer malabarismos. Las competiciones de deletreo, de romper la cadena y de esquivar pelotas. Recuerdo que no me escondía tan rápido como podría haberlo hecho. Recuerdo tener pequeños secretos insignificantes, como saber que a Janey le gustaba Gal, que Keisha aún tenía un osito y cómo se hacen los bebés.

Antes de que la enfermedad familiar hiciera acto de presencia, antes de que papá y los Mayores me explicaran qué era, antes de transformarme en lobo.

Recuerdo que no era un monstruo.

Mamá, yo y Jordan —no, Jordan no; a él me lo inventé— éramos una familia sin aterradores secretos familiares. Sin el lobo convirtiéndose en el centro de todos nuestros pensamientos y acciones.

Me gustan aquellos años. Ojalá pudiera recuperarlos. Ojalá no fuera lo que soy, quien soy. Ojalá la familia de mi padre no fuera más que una pandilla de pueblerinos. Cualquier cosa menos lo que son.

Me gustaba tener un futuro.

Quiero volver a tener uno.

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