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Authors: Justine Larbalestier

Tags: #det_police

Mentirosa (22 page)

BOOK: Mentirosa
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Como el almuerzo —albóndigas chamuscadas— en el aula de Yayeko Shoji, bastante segura de que allí estaré a salvo. Me siento bajo el cartel del árbol evolutivo de los carnívoros y me fijo en cómo se separan las ramas del lobo gris y del perro doméstico. Es muy reciente. La secuencia del ADN mitocondrial de un lobo y de un pekinés solo se diferencia en un 0,2 por ciento… los perros y los lobos aún pueden cruzarse.

La puerta se abre mientras observo las similitudes de ADN que comparto con el oso. Los perros y los humanos comparten un 85 por ciento de material genético; los lobos y los osos…

Es Sarah. Aparto la mirada.

—¿Te importa si me siento contigo? —pregunta.

Asiento.

Ojalá no hubiera pasado.

No, no es verdad. (¿Lo ves? Te dije que ya no iba a mentir más).

Lo que sucedió fue… yo no… yo…

Me gustó. Me sentí bien. Ojalá pudiéramos repetirlo.

Pero no sé cómo sucedió. Es imposible que Sarah quisiera devolverme el beso. Ni Tayshawn. Fue otra cosa lo que nos empujó a ello.

Dolor.

Estábamos intentando encontrar rastros de Zach en las capas de nuestra piel.

—¿Qué tal, Micah? —dice Sarah, deslizándose en la silla de al lado.

—Bien —digo.

Pone las manos sobre la mesa y, accidentalmente, me roza el dedo meñique. Las dos apartamos rápidamente la mano.

—Lo siento —dice Sarah—. No quería… —Hace una pausa—. Da un poco de miedo comer aquí, ¿no crees? —Está mirando el modelo de plástico del cuerpo humano. Las tripas están mezcladas, el páncreas en el hueco del corazón, la vesícula donde deberían estar los genitales si el modelo los tuviera. El intestino grueso, el delgado y la caja torácica están en el suelo.

—Es tranquilo —digo, aunque preferiría no tener que hablar. A Zach tampoco le gustaba hablar todo el rato.

—Deberíamos hablar —dice Sarah.

Cuando era invisible, Sarah nunca me hablaba. Pero ya no lo soy.

Después de descubrir mis dos mentiras —sabían que era una chica y sabían que no era un hermafrodita—, después de eso empecé a desaparecer. No hablaba en clase ni fuera de ella. Si mantienes la boca cerrada, las mentiras no pueden salir. Aunque los cuchicheos continuaron, se fueron apagando al cabo de un año.

Me gustaba ser invisible.

Me dedicaba a observar. A pensar.

Zach nunca se fijó en mí. Lo sé. Yo le observaba mientras estaba sentado con Sarah, acariciándole el cuello, besándola. Jugando al baloncesto con sus amigos.

Especulaba sobre cómo sería ser como él. Aunque no le envidiaba. A pesar de que yo no era feliz, tampoco puede decirse que fuera completamente
infeliz
. La invisibilidad me sienta bien.

—Me gustas, Micah —dice Sarah—. Aparte de lo de Zach y todo eso… —Parpadea, coge aire—. Aparte de eso y de que seas una mentirosa pirada. —Me sonríe y mis mejillas vuelven a sonrojarse. No sé dónde posar la mirada—. Ayer volví a sentirme bien desde… Zach. Por la conversación, quiero decir. Los tres charlando como buenos amigos. No quiero perder eso. Podemos ser amigas, ¿verdad?

Aunque lo dudo mucho, asiento.

—Bien —dice ella. Las mangas de su top le cuelgan de los brazos. Los tiene delgados y no muy musculosos. ¿Cómo pueden pensar que alguien como Sarah pudo matar a Zach? Él era más fuerte, más alto, más corpulento que ella.

¿Y Tayshawn? ¿Por qué demonios querría matar a su mejor amigo? Al chico que conocía desde tercer curso.

Sarah espera que diga algo. Pero no tengo nada que decir.

—¿Puedes ayudarme con bio? —pregunta.

—¿Ayudarte? —repito. No lo entiendo.

Sarah señala las piezas de plástico del modelo.

—No me va tan bien como debería. Biología no es lo mío.

—Claro —digo.

—Si quieres, yo puedo ayudarte con el resto de las asignaturas.

—Vale. —Ninguna se me da especialmente mal, pero en biología es donde más sobresalgo.

Sarah me observa fijamente, esperando que diga algo más, pero no se me ocurre nada. Ella no ha mencionado nada de lo que ocurrió. Es como si nunca hubiese sucedido.

Pero pasó. Cuando no pienso en Zach, lo hago sobre lo que ocurrió entre los tres después del funeral. ¿Se enfadaría Zach conmigo si se enterara? Sé que está muerto, pero no puedo evitar pensar que lo sabe, que está molesto. Haría
cualquier
cosa, incluso deshacer lo que hicimos en la cueva, con tal de que Zach volviera a estar vivo. Dejaría de mentir. Le contaría a todo el mundo lo de mi lobo.

Le echo de menos.

El dolor de su ausencia es tan intenso que a veces me cuesta incluso mantenerme erguida. Pese a saber que su ataúd está enterrado bajo varios metros de tierra, aún no puedo creer que esté muerto.

—¿Micah? —dice Sarah. Pone su mano encima de la mía. La suya está caliente, no demasiado húmeda. El roce de su piel me provoca un cosquilleo. Me pregunto si ella sentirá lo mismo. Estoy a punto de decir algo estúpido cuando Tayshawn se une a nosotras.

Sarah aparta la mano.

—Le estaba preguntando a Micah si puede ayudarme con bio.

—Ajá —dice Tayshawn. Coge una silla y se sienta. Tiene los ojos irritados y suda ligeramente, como si hubiera estado corriendo. Me rodeo el cuerpo con los brazos, preparándome para lo que va a decir. ¿Le ha molestado encontrarnos solas, con la mano de Sarah sobre la mía? ¿Cree que estamos dejándolo al margen? ¿Nos tratará con recelo? —Erin Moncaster no está muerta —anuncia, mirándonos fijamente a las dos.

DESPUÉS

Encontraron a Erin Moncaster en un hotel de Fort Lauderdale, Florida, con su pervertido novio de dieciocho años. Ahora ya ha vuelto a la ciudad, a la escuela.

En clase no hablan de mí. Erin, la zorra, sustituye a Micah, la mentirosa y posible asesina.

La veo más tarde el mismo día, entre la quinta y la sexta hora. Va vestida muy en su papel y avanza por el pasillo con demasiado maquillaje sobre su pálido rostro, lo que hace que parezca tan estridente como un payaso. Se supone que la minifalda y el top corto deben ser ajustados, pero está tan delgada que le cuelgan del cuerpo, como al chico blanco, aunque ella tiene un aspecto frágil, no peligroso. Camina con la cabeza muy erguida, como si quisiera demostrar que no le importa, pero tiene los ojos irritados y le tiemblan los labios.

Todo el mundo la mira al pasar. Y los cuchicheos y risitas a los que yo estoy tan acostumbrada ahora le pertenecen a ella.

—Eh, Micah —me llama Tayshawn desde las escaleras.

Le saludo con la mano. A mi derecha veo cómo Brandon tropieza «accidentalmente» con Erin.

—Mientras tu chico esté en la cárcel —le dice muy cerca de su oreja—, puedo sustituirle. —Se lame los labios del mismo modo en que lo hizo bajo las gradas, cuando me ofreció algo parecido.

No recuerdo haberme movido.

Tengo las manos alrededor de su cuello. Estoy presionando a Brandon contra la pared. El cartel de Amnistía Internacional a su espalda se rompe, dejando solo el alambre de espino flotando en su hombro izquierdo. Tengo el rostro a escasos centímetros del suyo. Se ha puesto rojo. Está tosiendo, intentando respirar, clavándome las uñas en los dedos.

Doy un paso atrás y se desploma.

—¡Zorra! —grita mientras se aleja de mí y se frota el cuello donde mis dedos han dejado una marca roja—. ¡Zorra pirada! ¿Esto es lo que le hiciste a tu novio?

La necesidad de hacerle daño regresa. Doy un paso al frente.

Brandon se encoge de miedo.

—Zorra —repite en un susurro.

—No —dice Tayshawn, y me agarra del antebrazo, alejándome de él—. Deja al gusano en el suelo. ¿Otra vez derrotado por una chica, Brandon? ¿Cuántas veces van ya esta semana?

Varias personas se ríen.

—Que te jodan. No es una chica —dice Brandon, pero habla entre dientes, con la vista en el suelo—. Las chicas no pelean así. —Su cuello empieza a llenarse de moratones—. Zorra.

Empiezo a comprender lo que he hecho. He mostrado ante los demás lo fuerte y rápida que soy. Cualquier duda que pudieran haber tenido sobre mi implicación en el asesinato de Zach ahora se ha esfumado. Acabo de hacer lo que papá siempre me advierte que no haga. Tengo suerte de que no me haya visto ningún profesor. Todo depende de lo que cuente Brandon. Pero, al menos, a partir de ahora me respetará.

—Deja de mirarme —dice Brandon en voz baja. Dudo que haya podido oírle alguien más.

—¿Por qué tendría que mirarte? —digo—. No hay nada que ver.

—Vamos —dice Tayshawn, alejándome de él un poco más. El vestíbulo se ha vaciado. Las clases deben de haberse reanudado.

Pasamos junto a Erin. Me está mirando fijamente. Me pregunto si estará agradecida por haberle sacado de encima a Brandon. Aunque no lo he hecho por eso. No siento lástima de Erin; simplemente odio a Brandon. Después de todo, Erin no está muerta, ¿no? Y su novio tampoco. No es un lobo. Su vida no es complicada.

—Ha sido increíble —dice Tayshawn. Su mano aún me sujeta el antebrazo—. ¿Dónde has aprendido a pelear así?

—Mi padre era boxeador —miento.

MENTIRA NÚMERO CUATRO

Lo que le conté a la policía sobre la última vez que vi a Zach no es lo que sucedió.

Habíamos terminado las clases del día. Estábamos en la biblioteca. Ambos en labores extraescolares. Brandon y Chantal se habían olvidado de venir.

—¿Cómo encontraste a los zorros? —me susurró Zach en la sección de novela. Zach se dedicaba a ordenar los libros y yo a quitar los que estaban mal colocados.

No estábamos solos. Aparte de la bibliotecaria, Jennifer Silverman, había un puñado de alumnos de primer curso haciendo un trabajo que, aparentemente, requería hablar en voz muy alta y reír como idiotas.

—No fue para tanto —le dije.

Zach no me estaba escuchando.

—Vi cómo los rastreaste. Jamás he visto algo parecido. Era como si el sendero tuviera un cartel luminoso que solo tú pudieras ver:
zorros en esta dirección
. Nunca había visto un zorro en el parque hasta que tú me lo mostraste. Tienes magia o algo así.

Agaché la cabeza para ocultar mi media sonrisa.

—¿Qué? —preguntó. Ahora sí me prestaba atención.

—Puede decirse que te tomé el pelo.

—No me digas. Micah miente. Micah engaña.

Me tocó el antebrazo e intenté ignorarlo. Solo feromonas. Receptores químicos. Podía controlarlo. Podía ignorarlo.

—A mí me pareció muy real —dijo Zach—. ¿Cómo me engañaste?

—Conocía la madriguera —le confesé—. Por eso sabía hacia donde se dirigía el zorro.

—Ah. Vale. ¿Ya lo sabías? Maldita sea.

—Tendrías que verte la cara.

Parecía cabreado, enojado y ligeramente impresionado, todo al mismo tiempo.

—Eres lo que no hay, ¿lo sabías?

Lo sabía.

—Eres una farsante. En realidad no sabes rastrear. ¡Y yo que creía que eras una chica salvaje de los bosques!

—Lo soy. Podría haber rastreado a aquellos zorros. Lo que pasa es que no me hacía falta hacerlo.

—¿Por qué tendría que creerte? —preguntó Zach, y entonces comprendí que estaba realmente enfadado conmigo—. Mientes sobre cualquier cosa.

—Sobre esto no. Soy una experta rastreando animales, cazándolos. Todos los veranos voy a la granja de mis abuelos. Nos pasamos el día cazando.

—Lo que digas.

—Palabra de scout —dije.

—Tú no eres scout, y aunque lo fueras tampoco te creería. Eres una mentirosa, Micah.

—Si quieres puedo rastrearte —dije—. ¡Ocúltate en algún lugar del parque y verás lo poco que tardo en encontrarte!

—¡Shhhh! —dijo la bibliotecaria acercándose a nosotros—. Ya sé que han acabado las clases pero no hay necesidad de que gritéis.

—Lo siento, Jennifer —dijo Zach.

—Lo siento —murmuré.

Volvió a su escritorio.

—¿Cómo puedo estar seguro de que no me engañarás? —dijo Zach.

—Esta vez no podré. No sabré dónde te has escondido.

Zach se lo pensó un momento, colocó en la estantería el libro que tenía en la mano y se dio la vuelta para coger otro del carro.

—Vale. ¿Cómo quieres hacerlo?

Jennifer volvió a acercarse para entregarle a Zach unas cuantas novelas más.

Me agaché y enderecé la estantería inferior. Jennifer nos sonrió a los dos y regresó a su escritorio. Encontré dos libros mal colocados: uno sobre la censura en la URSS y un manual de química inorgánica. Ninguno de los dos pertenecía a novelas escritas por gente cuyos nombres iban de la Q a la R.

—Los dos empezaremos en Columbus Circle —le dije a la estantería—. Yo media hora después que tú.

—¿Y cómo sé que no me seguirás?

—No lo haré.

Zach no se molestó en replicarme. Seguía molesto. Me pregunté si era muy extraño que tuviera ganas de besarle. Zach reanudó su trabajo.

—De acuerdo. Yo me voy ya. Cuando Jennifer te libere, ve al parque e intenta encontrarme.

Me besó rápidamente en los labios y a punto estuve de sonrojarme. Miré en derredor para asegurarme de que nadie nos había visto. Zach se acercó al escritorio de Jennifer e intentó convencerla con palabras melosas para que le dejara marcharse antes. Eran las tres y media. En teoría, debíamos estar ordenando libros hasta las cuatro.

Jennifer accedió. Zach casi siempre lograba lo que se proponía.

HISTORIA PERSONAL

Detalles. Esa la clave de una buena mentira.

Cuanto más preciso seas, más te creerán. Pero no apiles los detalles uno encima del otro y encima del otro; no cuentes demasiado. Nunca. Si das muchos detalles, tendrás que controlar demasiados hilos.

Deja que sean los demás quienes te saquen la información. Espolvoréala con cuidado. Un detalle aquí, el aroma de los cacahuetes tostándose; uno allí, el crujido de la nieve bajo tus pies.

Verosimilitud, así es como lo denomina uno de mis profesores de lengua. Los detalles que hacen que algo tenga una apariencia de realidad. El meollo de una buena mentira, lo que hace que una historia despegue.

Eso y el deseo, el abrumador deseo, de que no nos mientan. Tú me crees porque deseas que lo que te estoy contando sea verdad. Por muy increíble que resulte.

Y porque te he prometido que no te mentiría.

Hasta ahora he mantenido mi promesa: nada más que la verdad.

ANTES

No estábamos aún en verano, pero lo parecía. Un día llegó la primavera y, al día siguiente, empezó a hacer calor, bochorno. Central Park estaba muy frondoso. No como en invierno, con la ciudad abatiéndose sobre los esqueletos sin hojas de los árboles, asegurándose de que nunca la pierdas de vista. La presencia de la ciudad me mantenía a flote, pero también era aterradora: la ciudad es la ciudad y el bosque es el bosque. No me gusta que se mezclen.

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