Read Mi amado míster B. Online
Authors: Luis Corbacho
—¡Mamá! —le dije bajito, dándole un codazo para callarla.
—Sí, señora —contestó Nancy, sumisa como siempre, volviendo a repetir una y otra vez esa maldita frase: «síseñora esto, síseñora aquello...».
Empezamos a comer en silencio. A nadie le importaba mucho cómo había transcurrido el día de los demás. Yo sólo pensaba en Felipe, en la despedida, en ese mail tan apasionado que acababa de recibir. Me lo imaginé llorando en el aeropuerto hacía un par de días, y pensé en esa idea que cada vez se me hacía más real, más necesaria.
—Es probable que en un par de meses tenga que volver a Miami por laburo —dije.
Florencia me lanzó una mirada fulminante, como diciendo: «Yo sé la verdad, sé que te vas a ver al maricón ese».
—¡Ay, qué lindo! —dijo mamá—. Por suerte no le tenés miedo a los aviones, porque lo mío es terrible, no puedo viajar a ningún lado, vos sabés que yo...
—¿Por qué siempre hablás de tus traumas? —interrumpí, molesto—. ¡Ya nos dijiste cien veces que le tenés miedo a los aviones!
—No sé por qué estás tan agresivo últimamente —se defendió—. Y eso que recién llegás de vacaciones.
—Me fui a trabajar, no de vacaciones. Además, te estoy contando algo importante, y vos, ni bola.
—¿Qué tiene de importante que te vayas a Miami unos días?
—Tal vez me tenga que quedar un tiempo.
Florencia volvió a mirarme, furiosa.
—¿Cómo un tiempo? —preguntó mamá, inocente.
—No sé, unos meses.
—¡Qué! —exclamó, dejando caer el tenedor al plato.
—La revista se está vendiendo en Miami, y parece que van a necesitar un editor allá —mentí, ya con cierta maestría después de haber inventado tantas historias. —Ah...
—Pero no es nada seguro, no te preocupés.
—No me preocupo, sólo quiero que vos estés bien. Si eso te hace feliz...
—Gracias, mami.
—¿Cuánto tiempo sería entonces?
—Tres, cuatro meses.
—¿Y después?
—Hay que ver cómo funciona.
—Pero hay posibilidades de que te quedes más tiempo... —dijo preocupada.
—No sé, má, ni siquiera sé si voy a ir.
—¿Y con quién vivirías? —intervino Florencia, sólo para molestar, para hacerme sentir incómodo.
—Creo que solo —contesté, mirándola desafiante.
—-Ay, debe ser horrible estar allá, solo, sin conocer a nadie. ¿Viste la hija de Marcela, mi amiga? Bueno, se fue a Nueva York y se tuvo que volver, no aguantó la soledad.
—Vos siempre tan optimista...
—No, en serio, ¿qué vas a hacer allá sin nadie? ¿Mirá si te pasa algo, si te enfermás?
—No sé, mamá, es sólo un plan, ya vemos.
—¿No vas a comer más, no querés más pollito?
—No, no, estoy bien —dije, y me excusé para volver al cuarto.
Me levanté de la mesa. Florencia me siguió. Cuando entré al dormitorio, se metió detrás de mí y se aseguró de cerrar bien la puerta.
—¿Vos estás loco? —preguntó, indignada.
—No me jodas —me defendí.
—En serio Martín, no podés.
—¿No puedo qué?
—¡Irte con ese tipo! O me vas a decir que me creí el cuento de la revista...
—¿Qué tiene?
—¿Cómo qué tiene? Apenas lo conocés, no te podés ir a instalar a su casa, ¡es una locura! —me gritó en la cara, a unos pocos centímetros de distancia.
—¿Y desde cuándo te interesa tanto lo que yo haga o deje de hacer?
—No podés irte así nomás, ¿qué vas a hacer allá?, ¿de qué vas a vivir?, ¿y la revista? —siguió, cada vez más cerca.
—Renuncio y listo, no es tan grave.
—Ese pibe te lavó la cabeza.
—Y quiero escribir un libro.
—¡Ja! Lo único que te falta, escribir las mismas gansadas que Brown...
—No te preocupes, no te voy a pedir plata ni nada, así que hacé lo tuyo y dejame en paz.
—Bueno, como quieras, pero pensá bien lo que vas a hacer.
—Ok, gracias por tus consejos.
—Y si te cagan después no vengas con el caballo cansado, que te conozco.
—¿Terminaste?
—Sí, chau —y dio el portazo final.
«Tal vez fue algo malo haberte conocido, yo no era adicta a nada y entraste en mi camino.» Erica García sonaba en la radio del auto. Cantaba resignada, como si el amor fuera una cosa que no se elige, algo de lo que uno simplemente es víctima. En su canción Erica decía que estaba atrapada, que no podía zafarse de esa otra persona a la que supuestamente amaba. Y yo, como buena loca enamorada del amor, me hacía la víctima, me sentía absolutamente identificado con sus frases de mujer entregada. La obsesión que sentía por Felipe se hacía cada vez más fuerte. Esa mañana, camino a la oficina, no podía pensar en otra cosa que no fuera mandar todo a la mierda para empezar una nueva aventura en Miami con mi chico latino. Habían pasado quince días desde la despedida en Chile y en ese momento, más que nunca, mis energías estaban concentradas en la fuga. El trabajo ya no tenía ninguna importancia. Cualquier diferencia de opinión con Mariana o discusión con Fernando derivaban en la misma conclusión, que obviamente no salía de mi cabeza: que se vayan al carajo, total, yo estoy a un paso de renunciar, pensaba, mientras les decía: «No, todo bien, tenés razón, hacelo como a vos te parezca». En casa pasaba lo mismo, la más mínima pelea me hacía pensar inmediatamente en que los días con mi familia estaban contados.
Esa mañana entré a la revista de buen humor, convencido de que lo mejor estaba por venir. Saludé a las chicas de publicidad, a las de arte, y me fui para el sector de redacción. Por suerte, todavía no había caído nadie. Me encantaba aterrizar en mi escritorio bien temprano para tener un rato de paz antes de que comenzara el habitual cotorreo de cada día. Me senté en la silla anatómica regulada a mi altura y prendí la compu. Treinta mails en mi dirección de la revista, todas invitaciones a eventos y gacetillas de prensa. Sólo dos mensajes en mi cuenta de hotmail. El primero era de Felipe.
mi niño lindo,
te mandé un mail justo cuando vos me mandabas el tuyo.
amo esas coincidencias: me hacen pensar que estamos juntos, muy cerca, y que eso es más fuerte que todo, sabes que estás en mi corazón, que te amo, y que no quiero seguir tan lejos de ti. he decidido que en abril tenemos que hacer algo, o te vienes o me voy, no sé, algo que nos acerque y permita que nos demos todo el amor que sentimos, piensa bien qué quieres hacer, y luego nos organizamos juntos, yo no veo sino dos movidas, ambas audaces, pero siempre hay que arriesgar para ganar:
1. te vienes a miami unos meses a estar conmigo, a escribir, a pasarla bien juntos, lo que me haría inmensamente feliz.
2. te quedas en buenos aires y alquilamos juntos un departamento y yo paso contigo todo el tiempo que pueda y tú mantienes tu trabajo.
en cualquier caso, te agradezco tanto por estar en mi vida, por hacerme feliz y por cumplirme ese sueño tantas veces postergado, el de encontrar a un hombre como tú con el que pueda vivir el amor.
No pude contener la excitación, y enseguida, sin pensar, respondí:
mi amor,
gracias por todo lo que me decís, yo también estoy feliz de tenerte en mi vida, sé que la decisión es difícil, pero como bien decís, siempre hay que arriesgar para ganar, tu caso es más complicado, tenés tu casa allá, una vida hecha, y no creo que sea el mejor momento para instalarse en buenos aires, yo, acá, no tengo mucho que perder, sólo un trabajo que cada día se me hace más rutinario y algunos amigos que voy a extrañar, aparte de la familia, por supuesto, pero sería solo un tiempo, para probar, y de paso, jugar a ser escritor, te parece buena idea? mantenés en pie la oferta, o ahora te me vas a echar para atrás?
besos, te amo.
—¿Hola? —contesté.
—¿Estás ocupado? —prenguntó Felipe, como excusándose por haberme llamado.
—¡Hey! ¡Qué bueno escucharte! —dije, contento de oír su voz.
—¿Cómo estás? ¿Qué hacías? —Nada, saliendo para casa. —¿Mucho trabajo hoy?
—No, lo de siempre, tranquilo. ¿Vos, qué hiciste? —He tenido un par de reuniones con gente de la tele. —¿Algo bueno? —Lo de siempre. —Ah.
—¿Recibiste mi mail? —pregunté, intrigado ante su respuesta.
—Sí, mi amor. Me emocionó mucho leerte. —¿Qué opinás?
—Yo feliz de que vengas. Si es lo mejor para vos, yo feliz.
—¿Seguro? —Ay, claro. —¿No te molesta?
—¿Cómo me va a molestar? Si fuera así, no te hubiera dicho que vengas. —Bueno, gracias. —A vos.
—Parece que iré pronto a Buenos Aires por cosas de trabajo —dijo, cambiando de tema.
—¡Qué bueno! ¿Para cuándo sería? —pregunté emocionado.
—Los primeros días de abril, así que si todo sale bien estaré viajando a fin de mes. —¡No falta nada! —Quince días. —Buenísimo, ojalá salga.
—Y es probable que me quede todo el mes allá. ¿Quieres que te cuente mis planes?
—Obvio —respondí intrigado.
—¿Te estoy aburriendo?
—¡No, please! Contame.
—La idea es quedarme todo abril en Buenos Aires, pasar allá tu cumple, el 15, y quedarme hasta las elecciones, el 28, ¿te parece?
—Genial.
—Y después, estuve pensando, sacamos un pasaje para vos allá y te vienes directamente conmigo a Miami, así viajamos juntos.
—¿En serio?
—Claro, mejor que volemos juntos, más rico.
—Yo feliz. Gracias.
—Perfecto... ¿Qué harás ahora?
—Nada, supongo que iré un rato a lo de Gonza, en casa me enferman.
—Sí, mejor, evita tu casa todo lo que puedas, y piensa que pronto estaremos juntos.
—Gracias, mi amor.
—Te amo —dijo sin vueltas.
—Yo más —asentí.
—Chau, te llamo luego, besos.
—Besos, bye.
Luego de cortar el teléfono, me metí al auto. Cerré la puerta y, antes de encender el motor, grité para mí mismo: ¡¡Me voy a la mieeerdaaaaü Arranqué y puse la radio. Cantaba la culona del Bronx Jennifer López, «Let's get loud. Let's get loud», gritaba a través de los parlantes que temblaban de tanto ruido, y yo, chocha de la vida, manejé a toda velocidad y canté a dúo con J. Lo. No fui a casa, para evitar nuevas peleas. Paré directamente en lo de Gonza y le toqué el timbre. Cuando salió, le di la buena nueva.
—¡Me voy a Miami! —grité sin saludarlo.
—¿ Confirmado?
—¡Sííííí, boludooooooo!
—¡Joya! —dijo, y me abrazó—. Pasá, dale.
—Gracias.
—Bancá que me cambio y salimos, ¡hay que festejar!
—Buenísimo.
Gonza pasó a su cuarto y cerró la puerta. Yo me quedé esperándolo en el living. Había un código implícito entre nosotros: ninguno se sacaba la ropa delante del otro. Yo nunca lo había visto desnudo ni tenía intenciones de hacerlo, y él mucho menos, a pesar de que era mi mejor amigo, nos conocíamos desde chicos y ya perdí la cuenta de las veces que dormimos en la misma habitación.
A los cinco minutos salimos. Gonza se había puesto unos pantalones rayados y una remera con la cara de Bob Marley. En los pies, unas All Star gastadísimas, y en la cabeza, un gorro rastafari con los colores de la bandera de Jamaica. Fuimos a un bar frente al río, en el Bajo de San Isidro. El pidió una cerveza y yo un mojito. Ya se acercaba la noche y el cielo se había puesto anaranjado. Nos sentamos afuera, en un deck de madera construido sobre el agua marrón.
—Qué maza, boludo, no puedo creer que te vayas —dijo manteniendo el relajo de siempre.
—¿Viste? Copado, ¿no?
—¿Cómo? Un flash. Sabés lo que daría yo por irme a la mierda... —suspiró.
—Ojalá salga todo bien.
—Ni hablar. Felipe es un capo —habló como si lo conociera de toda la vida, cuando en realidad sólo le había visto la cara una vez.
—Todavía no sé qué hacer con la revista.
—Que se vayan a cagar. Esa gorda es inbancable.
—¿Quién, Mariana?
—Sí, tu jefa, la malcogida esa —dijo, y nos reímos juntos.
—¿Qué le digo? —pregunté, un poco preocupado por no tener el valor de renunciar.
—Que se la cache un burro, ¡já! —lanzó otra carcajada.
—No, boludo, en serio.
—Nada, ¿qué le vas a decir? «Renuncio, chau, no me ven más un pelo.»
—No es tan fácil, no es un McDonald's, los empleados no entran y salen así nomás —le expliqué, dándome aires de profesional importante.
—Yo que vos la mando a cagar y me saco el gusto.
—¿Y si tengo que volver? Ella me puede hacer quedar mal con todo el mundo y después soné, no consigo laburo en ninguna otra revista.
—No vas a volver, chabón, te va a ir bien allá. Además, ¿no ibas a escribir un libro?
—Sí, es la idea, pero de ahí a hacerlo...
—Relajate, te va a ir bien. De última te volvés y nos vamos de hippies al Sur —dijo entre risas, con los labios mojados de cerveza.
—No jodas.
—¿Y tu vieja? Cuando se entere te mata, ¿qué le vas a decir?
—Algo le adelanté.
—¿En serio? ¿Qué te dijo? —preguntó sorprendido ante mi audacia.
—No le dio mucha importancia.
—Me estás jodiendo...
—No, en serio, no le dio importancia porque le mentí, le dije que tal vez en un par de meses me iba a Miami por laburo.
—Ah, la verseaste.
—Obvio, ¿qué te pensás?
—Pero cuando te vayas le vas a tener que decir la verdad.
—Ni en pedo, si le digo la verdad se muere. Ni siquiera sabe que soy puto.
—¡Mirá en el quilombo que te metiste, boludo! —dijo llevándose las manos a la cabeza.
—¿Viste?
—Estás hasta las bolas, chabón, mejor no le digas nada.
—No, obvio, el tema es que no sé si me da para mentir tanto. Decirle que estoy allá, trabajando, cuando en realidad voy a estar en la casa de mi novio, viviendo de él, sin laburo...
—Suena heavy, mejor no le digas nada —me aconsejó, y encendió un cigarrillo.
—Mejor no.
—Bueno, ¡brindemos! —dijo gritando, con la botella en la mano.
—Por lo que se viene —dije golpeando mi mojito contra su cerveza.
—¡Por Miami, carajo!
«Remeras, necesito remeras, muchas remeras. Claro, en Miami hace un calor de cagarse, sobre todo en los próximos meses, en el invierno de acá. Obvio, me conviene aprovechar las liquidaciones de verano de Buenos Aires y renovar el vestuario para Miami. Total, ahora acá la ropa liviana te la tiran por la cabeza, un regalo, y allá, ni hablar, todo en dólares, al triple, no me voy a poder comprar ni un calzón, un desastre. ¿A ver qué tienen en Zara? No, de fall collection ni hablar, ¿dónde están las ofertas de la temporada anterior? Ah, ahí, en ese canasto. Ok, de estas sin mangas me llevo tres en blanco y tres en negro, total son re básicas, siempre vienen bien. ¡Uy, mirá estas sandalias de cuero!