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Authors: Carl Sagan

Tags: #divulgación científica

Miles de Millones (22 page)

BOOK: Miles de Millones
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Se insistió constantemente en la vinculación de todos los seres humanos. Escuchamos una parábola secular en que se nos pedía que imagináramos a nuestra especie como un pueblo de 100 familias, 65 de las cuales son analfabetas, 90 no hablan inglés, 70 carecen de agua potable y 80 nunca ha subido a un avión. De esas familias, siete son dueñas del 60 % de la tierra, consumen el 80 % de toda la energía disponible y gozan de todos los lujos, 60 se hacinan en el 10 % de la superficie terrestre y sólo una cuenta con algún miembro que tenga educación universitaria. Si, además, todo —el aire, el agua, el clima y la implacable luz del sol— va a peor, ¿cuál es nuestra responsabilidad común?

En la conferencia de Moscú, unos cuantos científicos notables firmaron un documento que presentaron a los líderes religiosos mundiales. Su respuesta fue abrumadoramente positiva. La reunión concluyó con un plan de acción en el que figuraban estas palabras:

Esta cita no es un mero acontecimiento, sino un paso dentro de un proceso en marcha en el que nos hallamos implicados de manera irrevocable. Ahora retornamos a nuestras casas con el compromiso de actuar como fervientes participantes en este proceso, como emisarios del cambio fundamental en las actitudes y prácticas que han empujado a nuestro mundo hasta un extremo tan peligroso.

Los dirigentes religiosos han emprendido acciones en muchos países. En Estados Unidos ya han dado grandes pasos la Conferencia Católica, la Iglesia Episcopaliana, la Iglesia Unida de Cristo, los cristianos evangélicos, los líderes de la comunidad judía y muchos otros grupos. Como catalizador de este proceso se estableció un Llamamiento Conjunto de la Ciencia y la Religión para el Medio Ambiente, presidido por el reverendísimo James Parks Morton, deán de la catedral de San Juan el Divino, y yo mismo; el vicepresidente Al Gore, entonces senador, desempeñó un papel crucial. En la reunión exploratoria de científicos y dirigentes de las principales confesiones estadounidenses, celebrada en Nueva York en junio de 1991, se hizo evidente que existía una amplia base común:

Es grande la tentación de negar o dejar a un lado esta crisis medioambiental global y rechazar incluso la consideración de los cambios fundamentales en la conducta humana requeridos para abordarla. Pero los dirigentes religiosos aceptamos la responsabilidad profética de dar a conocer todas las dimensiones de este cambio y las exigencias para acometerlo a los muchos millones de personas a quienes llegamos, enseñamos y aconsejamos.

Pretendemos ser participantes documentados en los debates sobre estas cuestiones y contribuir con nuestras opiniones al imperativo moral y ético de la concepción de soluciones políticas nacionales e internacionales. Declaramos aquí y ahora los pasos que es preciso dar: una supresión acelerada de los productos químicos que dañan el ozono; un empleo mucho más eficiente de los combustibles fósiles y el desarrollo de una economía no dependiente de ellos; la preservación de los bosques tropicales y la adopción de otras medidas que protejan la diversidad biológica, y esfuerzos concertados para frenar el crecimiento espectacular y peligroso de la población mundial mediante la promoción de mujeres y hombres, el fomento de la autosuficiencia económica y la realización de programas de planificación familiar accesibles a todos sobre una base estrictamente voluntaria.

Creemos que entre la más alta jerarquía de un amplio espectro de tradiciones religiosas hay ahora coincidencia en pensar que la causa de la integridad y la justicia medioambientales debe ocupar en las personas de fe una posición de máxima prioridad. La respuesta a esta cuestión puede y debe superar las fronteras religiosas y políticas tradicionales. Tenemos aquí un potencial de unificación y renovación de la vida religiosa.

La última frase del párrafo intermedio representa un tortuoso compromiso con la delegación católica, opuesta no sólo a la descripción de cualquier método anticonceptivo, sino incluso a la inclusión del término «control de la natalidad».

Hacia 1993, el Llamamiento Conjunto de la Ciencia y la Religión para el Medio Ambiente dio paso a la Asociación Religiosa Nacional en pro del Medio Ambiente, una coalición de comunidades católicas, judías, protestantes, ortodoxas orientales, la Iglesia negra histórica y cristianos evangélicos. Mediante el material preparado por la oficina científica de la asociación, los grupos participantes han comenzado —tanto individual como colectivamente— a ejercer una influencia considerable. De muchas comunidades religiosas antes carentes de programas o departamentos medioambientales de carácter nacional se puede decir ahora que están «plenamente comprometidas en este empeño». Los manuales de educación y acción medioambientales han llegado a unas 100.000 agrupaciones religiosas que representan a decenas de millones de norteamericanos. Miles de dirigentes eclesiásticos y laicos han participado en el adiestramiento regional y se han documentado millares de iniciativas ambientales. Se ha solicitado el apoyo de legisladores estatales y nacionales, informado a los medios de comunicación, organizado seminarios y pronunciado homilías acerca de estos temas. Como ejemplo escogido más o menos al azar, en enero de 1996 la Red Ambiental Evangélica —organización de la comunidad cristiana evangélica que forma parte de la asociación— solicitó el apoyo de los congresistas al proyecto de Ley de Especies en Peligro (a su vez amenazada). ¿Sobre qué base? Un portavoz explicó que si bien los evangélicos «no eran científicos», podían defender esa ley por razones teológicas, calificando la legislación para proteger las especies en peligro como «el arca de Noé de nuestro tiempo». Aparentemente goza de aceptación general el principio básico de la asociación según el cual «la protección ambiental tiene que ser ahora un componente crucial de la vida de la fe». Hay una gran iniciativa que la asociación todavía no ha abordado: llegar a aquellos fieles que, además, son ejecutivos de grandes empresas cuya actividad afecta el medio ambiente. Confío en que sea acometida.

La actual crisis medioambiental no constituye un desastre, al menos por el momento. Como otras crisis, esconde un potencial para la manifestación de poderes de cooperación, talento y dedicación hasta ahora no explotados y ni siquiera imaginados. Es posible que la ciencia y la religión difieran acerca del origen de la Tierra, pero cabe coincidir en que su protección merece nuestra profunda atención y nuestros afanes más entusiastas.

El llamamiento

Lo que sigue es el texto remitido en enero de 1990 por un grupo de científicos a los dirigentes religiosos y titulado «Preservar y amar la Tierra: Una llamada para el establecimiento de una comisión conjunta de ciencia y religión».

La Tierra es el lugar de nacimiento de nuestra especie y, por lo que hasta ahora sabemos, nuestro único hogar. Cuando éramos pocos y teníamos una tecnología débil, carecíamos de poder para influir en el ambiente de nuestro mundo, pero ahora, de repente, casi sin que nadie lo haya advertido, nuestra población se ha hecho inmensa y nuestra tecnología ha alcanzado poderes descomunales, aterradores incluso. Voluntariamente o no, somos ya capaces de provocar cambios devastadores en el entorno global, un medioambiente al que nosotros y todos los demás seres con quienes compartimos la Tierra estamos meticulosa y exquisitamente adaptados.

Ahora nos vemos amenazados por alteraciones globales que evolucionan rápidamente y de las que somos autores, cuyas consecuencias biológicas y ecológicas a largo plazo por desgracia ignoramos: adelgazamiento de la capa protectora de ozono, un calentamiento global sin precedentes en los últimos 150 milenios, la desaparición de casi media hectárea de bosque cada segundo, la extinción acelerada de especies y la perspectiva de una guerra nuclear que ponga en peligro a la mayoría de la población del planeta. Tal vez existan otros riesgos de los que, en nuestra impericia, aún no somos conscientes. Todos y cada uno representan una trampa dispuesta para la especie humana, una trampa tendida por nosotros mismos. Por fundadas y excelsas (o ingenuas y miopes) que hayan sido las justificaciones de las actividades que trajeron tales peligros, estas actividades amenazan ahora a nuestra especie y muchas otras. Estamos a punto de cometer —muchos dirían que ya estamos cometiendo— lo que en lenguaje religioso se califica a veces de «crímenes contra la Creación».

Por su misma naturaleza, estas agresiones al medio ambiente no han sido sólo obra de un grupo político o de una generación. Intrínsecamente, son multinacionales, multigeneracionales y transideológicas. También lo son todas las soluciones concebibles. Para escapar de esta trampa hace falta una perspectiva que englobe a los seres humanos del planeta y a las generaciones futuras.

Desde el principio, es preciso reconocer que unos problemas de tal magnitud y unas soluciones que exigen una perspectiva tan amplia poseen una dimensión tanto religiosa como científica. Conscientes de nuestra responsabilidad común, nosotros los científicos —comprometidos muchos en la lucha contra la crisis medioambiental— apelamos urgentemente a la comunidad religiosa internacional para que se consagre, en palabra y obra, y tan enérgicamente como se requiere, a la preservación del medio ambiente de la Tierra.

Algunos de los remedios a corto plazo de estos peligros —como una mayor eficiencia energética, la rápida prohibición de los clorofluorocarbonos o una reducción modesta de los arsenales nucleares— resultan relativamente accesibles y en alguna medida están ya en marcha; pero otros enfoques más amplios, a más largo plazo y más eficaces tropezarán por doquier con la inercia, el rechazo y la resistencia. En esta categoría figuran el paso de una economía basada en los combustibles fósiles a otra centrada en una energía no contaminante, la inversión rápida y persistente de la carrera de armamento nuclear y una interrupción voluntaria del crecimiento de la población mundial, sin cuya consecución quedarán anulados muchos otros enfoques de la conservación del medio ambiente.

Como en las cuestiones relativas a la paz, los derechos humanos y la justicia social, las instituciones religiosas también pueden representar aquí una fuerza sólida que estimule iniciativas nacionales e internacionales, tanto en el sector público como en el privado y en las diversas esferas del comercio, la educación, la cultura y los medios de comunicación de masas.

La crisis ambiental requiere cambios radicales no sólo en la política oficial, sino también en la conducta individual. Los antecedentes históricos ponen de manifiesto que las enseñanzas, el ejemplo y la dirección religiosos son muy capaces de influir en el comportamiento y el compromiso personales.

Como científicos, muchos de nosotros tenemos experiencias profundas de asombro y reverencia ante el universo. Entendemos que es más probable que sea tratado con respeto aquello que se considera sagrado. Es preciso infundir sacralidad en los esfuerzos por salvaguardar y respetar el medio ambiente. Al mismo tiempo, se requiere un conocimiento más amplio y profundo de la ciencia y la tecnología. Si no comprendemos el problema, es improbable que seamos capaces de solucionarlo. Tanto la religión como la ciencia tienen, pues, un papel vital que desempeñar.

Sabemos que el bienestar de nuestro medioambiente planetario es ya motivo de profunda preocupación en concilios y congregaciones. Confiamos en que este llamamiento alentará un espíritu de causa común y de acción conjunta para contribuir a la preservación de la Tierra.

La respuesta al llamamiento de los científicos acerca del medio ambiente fue pronto firmada por centenares de líderes espirituales de 83 países, incluyendo 37 jefes de organizaciones religiosas nacionales e internacionales.

Entre ellos figuraban los secretarios generales de la Liga Musulmana Mundial y del Consejo Mundial de las Iglesias, el vicepresidente del Congreso Judío Mundial, el catolikós de todos los armenios, el metropolitano Pitirim de Rusia, los grandes muftis de Siria y de la ex Yugoslavia, los obispos que presiden las iglesias cristianas de China y la episcopaliana, la luterana, la metodista y la menonita de Estados Unidos, así como 50 cardenales, lamas, arzobispos, grandes rabinos, patriarcas, mulahs y obispos de las principales ciudades del mundo. Manifestaron lo siguiente:

Nos declaramos conmovidos por el espíritu del llamamiento y arrostrados por su sustancia. Compartimos su sentido de apremio. Esta invitación a la colaboración marca un momento y una oportunidad singulares en la relación entre la ciencia y la religión.

Muchos miembros de la comunidad religiosa han reaccionado con creciente alarma ante los informes de amenazas a la salud del medioambiente de nuestro planeta, como las expuestas en el llamamiento. La comunidad científica ha prestado un gran servicio a la humanidad al aportar las pruebas de tales peligros. Alentamos una investigación continuada y escrupulosa y debemos tomar en consideración sus resultados en todas nuestras deliberaciones y declaraciones referentes a la condición humana.

Creemos que la crisis del medio ambiente es intrínsecamente religiosa. Todas las tradiciones y enseñanzas de la fe nos instruyen firmemente para que reverenciemos y cuidemos el mundo natural, pero la creación sagrada está siendo violada y corre un riesgo extremo como resultado de un comportamiento humano añejo. Es esencial una respuesta religiosa para invertir esas pautas inveteradas de negligencia y explotación.

Por este motivo, damos la bienvenida al llamamiento de los científicos y estamos dispuestos a explorar tan pronto como sea posible formas concretas y específicas de colaboración y acción. La propia Tierra nos llama a lograr nuevos niveles de compromiso conjunto.

Tercera Parte:
Allí donde chocan
corazones y mentes
Capítulo
14
E
L ENEMIGO COMÚN

No soy un pesimista. Percibir el mal allí donde existe es, en mi opinión, una forma de optimismo.

R
OBERTO
R
OSSELLINI

Sólo en el espacio de tiempo representado por el siglo actual ha adquirido una especie el poder de alterar la naturaleza del mundo.

R
ACHEL
C
ARSON
,
Primavera silenciosa
, 1962

Introducción

En 1988 se me brindó una oportunidad única: fui invitado a escribir un artículo sobre las relaciones entre Estados Unidos y la entonces Unión Soviética que aparecería, más o menos simultáneamente, en las publicaciones de mayor difusión de los dos países. Era la época en que Mijaíl Gorbachov trataba de otorgar a los ciudadanos soviéticos el derecho a expresar libremente sus opiniones. Algunos la recuerdan también como el tiempo en que la administración Reagan modificaba lentamente su decidida postura en favor de la guerra fría. Pensé que un artículo semejante podría hacer algo de bien. Más aún, durante una reciente reunión en la «cumbre», Reagan había comentado que sería mucho más fácil la colaboración entre Estados Unidos y la Unión Soviética de existir el peligro de una invasión alienígena. Aquello parecía dar a mi trabajo un punto de partida. Quise que el artículo fuera una provocación para los ciudadanos de ambos países y exigí de las dos partes garantías de que no sería censurado. Tanto el director de
Parade,
Walter Anderson, como el de
Ogonyok,
Vitaly Korotich, accedieron de buen grado. Bajo el título de «El enemigo común», el artículo apareció en el número de
Parade
del 7 de febrero de 1988 y en el del 12-19 de marzo del mismo año de
Ogonyok.
Luego fue reproducido en
The Congressional Record,
ganando en 1989 el premio Rama de Olivo de la Universidad de Nueva York, y fue muy comentado, tanto en un país como en el otro.

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