Misterio del gato desaparecido (3 page)

BOOK: Misterio del gato desaparecido
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Corrió tras el jardinero y le tiró del brazo, pero el hombre le pegó y tuvo que soltarle. Tupping encerró a «Buster» en un cobertizo guardándose la llave en el bolsillo, y luego volvióse hacia Fatty con tal mirada en su rostro, que el niño echó a correr.

Los niños saltaron la tapia y se tendieron sobre la hierba jadeando. Habían dejado al pobre Luke y a la señorita Harmer aterrados. También habían dejado a Bets, aunque lo ignoraban... y a «Buster» encerrado bien seguro en el cobertizo.

—¡Qué hombre más odioso! —exclamó Daisy, casi llorando.

—¡Es un bruto! —dijo Fatty entre dientes—. Mirad el cardenal que está empezando a salirme en el brazo. Ahí es donde me pegó.

—Pobrecito «Buster» —dijo Pip al oír un aullido lastimero en la distancia.

—¿Dónde está Bets? —preguntó Larry mirando a su alrededor—. ¡Bets, Bets! ¿Dónde estás?

No hubo respuesta. Bets seguía al otro lado de la tapia.

—Debe haber entrado en casa —dijo Pip—. Escuchad, ¿y qué vamos a hacer con «Buster»? Tendremos que ir a rescatarle, Fatty. No podemos dejarle allí. Apuesto a que le «pegará» con un látigo.

—Pobre «Buster» —dijo Daisy—. Y pobre «Reina Morena» ¡Oh! Espero que la encuentren. Me pregunto cómo saltaría la tapia «Buster».

—No la saltó —replicó Fatty—. No puede hacerlo. Debe haber reflexionado profundamente, y habrá salido de nuestro jardín para ir a entrar por el lado de la casa vecina. Ya sabes lo inteligente que es. ¡Oh, cielos! ¿Y cómo vamos a rescatarle? ¡Cómo aborrezco a ese Tupping! ¡Qué triste debe ser para Luke tener que estar a sus órdenes!

—Voy a buscar a Bets —dijo Pip—. Debe haberse escondido... puede que esté asustada.

Entró en la casa para buscarla, pero no tardó en volver a salir intrigado.

—No está —les dijo—. La he llamado por todas partes. ¿Dónde puede estar? Supongo que «habrá» vuelto a saltar la tapia. No es posible que esté todavía en el jardín de al lado, ¿verdad?

Pero sí lo estaba. La pobrecilla Bets estaba escondida allí, asustadísima. ¿Qué iba a hacer? Sola no era capaz de saltar la tapia... ¡y no se atrevía a salir corriendo por la puerta por temor a que la viera el señor Tupping!

CAPÍTULO III
LUKE ES UN BUEN AMIGO

Cuando Bets había corrido hacia los arbustos para ver si estaba allí «Reina Morena», descubrió que sólo era un gran mirlo que echó a volar al verla. De todas maneras, siguió avanzando entre la maleza gritando: «¡Miss, miss, miss!»

De pronto vio dos ojos azul brillante que la miraban desde lo alto de un árbol. Primero pegó un respingo y luego lanzó un grito de alegría.

Se detuvo a pensar. Era inútil bajar del árbol a «Reina Morena» mientras «Buster» siguiera en el jardín. La preciosa gata estaba mucho más segura allí. Bets miró a «Reina Morena» quien comenzó a ronronear. La niña le gustaba.

Bets vio que no le sería difícil subir al árbol, y a los pocos momentos estaba sentada en la rama junto a la gata, acariciándola y hablándole. A «Reina Morena» le encantaba aquello y frotaba su oscura cabeza contra la niña, ronroneando con fuerza.

Y entonces Bets oyó gritar a Tupping y se asustó mucho. ¡Oh, Dios santo! El jardinero debía haber regresado, o no se había marchado. Escuchó sus voces airadas temblando, y sin atreverse a ir a reunirse con los otros. Permaneció sentada, junto a la gata, escuchando.

No pudo saber exactamente lo que ocurría, pero al cabo de un rato comprendió que los otros debían haber saltado la tapia dejándola. Se sintió olvidada y tuvo miedo. Iba a bajar del árbol para ir en busca de la señorita Harmer y decirle dónde estaba «Reina Morena» cuando oyó pasos por el sendero. La niña miró entre las ramas del árbol y vio al señor Tupping que arrastraba al pobre Luke de una oreja.

—¡Ya te enseñaré yo a dejar entrar niños en mi jardín! —decía el señor Tupping, y propinó tal bofetada a Luke que éste lanzó un grito—. Te pagan para que trabajes. Te quedarás trabajando dos horas más por haber dejado entrar a esos niños.

Y tras propinar a Luke otro golpe, y tirarle fuertemente de la oreja, le empujó haciéndole caer por el sendero. Bets sintió tanta compasión del pobre Luke, que las lágrimas resbalaron por sus mejillas y tuvo que contener un sollozo. ¡Aquel horrible señor Tupping!

El señor Tupping se alejó por otro camino, y Luke tomó una azada e iba a marcharse en dirección contraria cuando Bets le llamó suavemente:

—¡Luke!

Luke dejó caer la azada con estrépito y miró a su alrededor sorprendido. No veía a nadie.

—¡Luke! —volvió a llamar Bets—. Estoy aquí, en la copa del árbol, y «Reina Morena» está conmigo.

Entonces Luke vio a la niña arriba del árbol y junto a ella la gata siamesa. Bets se bajó y se puso a su lado.

—Ayúdame a saltar la tapia, Luke —le dijo.

—Bueno, si el señor Tupping me viera perdería mi empleo y mi padrastro me daría una soberana paliza —dijo el pobre Luke, y su rostro coloradote estaba tan asustado como el de la pequeña Bets.

—Bueno, no quiero que pierdas tu empleo —replicó la niña—. Intentaré saltarla yo sola.

Pero Luke no quiso dejarla. Asustado como estaba, comprendió que debía ayudar a la niña. Bajó a «Reina Morena» del árbol y juntos emprendieron el camino por el sendero vigilando por si aparecía el señor Tupping.

Luke introdujo a «Reina Morena» en su jaula y cerró la puerta.

—La señorita Harmer se alegrará de que haya aparecido —susurró Luke a Bets—. Se lo diré dentro de un minuto. Ahora vamos... correremos hasta la tapia y allí te ayudaré a saltarla.

Corrieron hasta la tapia, y allí Luke unió sus manos para que sirvieran de estribo a Bets, quien no tardó en verse sentada sobre la tapia.

—¡Salta enseguida! —le dijo Luke en voz baja—. ¡Vuelve el viejo Tupping!

Bets estaba tan asustada que saltó enseguida, cayendo de bruces sobre sus rodillas y sus manos, que se llenaron de rasguños.

Corrió hacia el lugar donde estaban los otros y se dejó caer a su lado, temblando.

—¿Es que te quedaste atrás? —dijo Fatty—. Oh, mira tus pobres rodillas.

—Y mis manos también —dijo Bets con voz temblorosa, extendiendo sus manos ensangrentadas.

Fatty sacó su pañuelo para limpiárselas.

—¿Cómo pudiste saltar la tapia sola? —le preguntó.

—Luke me ha ayudado, aunque tenía un miedo terrible a que el señor Tupping volviera y le «pescara». Hubiera perdido su empleo —dijo Bets.

—Entonces ha sido muy valiente al ayudarte —dijo Larry, y los otros estuvieron de acuerdo con él reconociéndolo así todos.

—Luke me gusta —replicó Bets—. Creo que es muy, muy simpático. Ojalá no tenga que sentir el habernos dejado entrar en el jardín para ver los gatos.

Un aullido lejano volvió a llenar el aire. Bets pareció extrañada y miró a su alrededor.

—¿Dónde está «Buster»? —preguntó. No había oído cómo se lo llevaban y encerraban, aunque sí el alboroto. Los otros se lo contaron, y la niña se indignó.

—¡Oh, tenemos que rescatarle; es preciso, es preciso! —exclamaba—. ¡Fatty, hazlo, salta la tapia y ve a buscar a «Buster»!

Pero Fatty no se sentía dispuesto a correr el riesgo de volver a toparse con el iracundo señor Tupping. Y además sabía que la llave del cobertizo donde «Buster» estaba encerrado la tenía el jardinero en su bolsillo.

—Si lady Candling no estuviera ausente le diría a mi madre que la llamara por teléfono y le pidiera que ordenase a Tupping que lo soltara —dijo Fatty. Volvió a subirse la manga para contemplarse la enorme contusión de su brazo, que ahora iba tomando un color púrpura—. Si le enseñase esto a mi madre, apuesto a que telefonearía a una docena de ladies Candling.

—Va a ser un cardenal estupendo —dijo Bets, sabiendo lo orgulloso que estaba siempre Fatty de sus contusiones—. ¡Oh, cielos, el pobre «Buster» está aullando otra vez! Asomémonos por encima de la tapia. Si vemos a Luke, le pediremos que se acerque al cobertizo para dirigir unas palabras de consuelo a «Buster».

De manera que se acercaron cautelosamente a la tapia y Larry miró por encima. No se veía a nadie, pero oyeron un silbido. Era Luke. Larry silbó también. El silbido distante se interrumpió, y luego comenzó otra vez. Cuando se paró, Larry silbó la misma tonada.

Se oyeron pasos entre los arbustos y apareció el rostro de Luke redondo y coloradote, como una luna llena.

—¿Qué ocurre? —susurró—. No me atrevo a pararme. El señor Tupping sigue aquí.

—Se trata de «Buster» —respondió Larry en voz baja—. ¿No podrías acercarte al cobertizo y decirle por la ventana: «Pobrecito», o algo por el estilo?

Luke asintió con la cabeza antes de desaparecer. Dirigióse al cobertizo, vigilando por si le veía el jardinero, y le vio en la distancia, quitándose la chaqueta para ponerse a trabajar; la estaba dejando colgada de un clavo en uno de los invernaderos cuando descubrió a Luke y le gritó:

—¡Vamos, holgazán! ¿Todavía no has terminado ese parterre? Quiero que vengas a atar unos tomates.

Luke gritó una respuesta cualquiera y se metió entre los arbustos cercanos. Esperó a que el señor Tupping estuviera en la huerta y desapareciese por la puerta verde que conducía a ella.

Y entonces Luke hizo algo muy arriesgado. Corrió hacia la chaqueta del señor Tupping y con todo sigilo introdujo la mano en su bolsillo, sacó la llave del cobertizo y huyó con ella. Libertó a «Buster» y cuando quiso cogerle para subirle a la tapia, el perro se le escapó, corriendo por el sendero.

Luke cerró la puerta del cobertizo rápidamente y fue a dejar de nuevo la llave en la chaqueta del jardinero, yendo a reunirse con él con la esperanza de que «Buster» hubiera tenido el buen acierto de salir por la entrada del jardín.

Pero «Buster» se había despistado y de pronto hizo aparición en la huerta y lanzó un ladrido de alegría al ver a Luke. El señor Tupping alzó la cabeza con presteza.

—¡El dichoso perro! —dijo con ira y asombro—. ¿Es posible que sea el mismo? ¿Cómo habrá salido del cobertizo? ¿Es que acaso no cerré la puerta y me guardé la llave en mi bolsillo?

—Yo vi cómo usted la cerraba —dijo Luke—. Tal vez sea otro perro distinto.

El señor Tupping meneó los brazos y gritó para asustar a «Buster», que, metiéndose en la huerta, cruzó por encima de un macizo de zanahorias. Luke estaba seguro de que el perro lo hizo a propósito. Tupping se puso como la grana.

—¡Sal de ahí! —gritaba y le arrojó una piedra. «Buster» aulló y empezó a escarbar en mitad de las zanahorias, lanzando las hortalizas por el aire.

Tupping estaba fuera de sí y corrió hacia el perro gritando, pero «Buster» se retiró, yendo a desenterrar algunas cebollas.

Cuando una piedra grande cayó demasiado cerca de él, «Buster» salió corriendo de la huerta y siguiendo el sendero encontró la salida del jardín, y llegó rápidamente a la casa de Pip, donde se abalanzó alegremente sobre los sorprendidos niños.

—¡«Buster»! ¡Querido «Buster»! ¿Cómo has logrado escapar? Oh, «Buster», ¿te has hecho daño?

Todos le hablaban a tiempo, y «Buster» se tumbó patas arriba con la lengua fuera, mientras con el rabo golpeaba el suelo.

—Buen chico —le dijo Fatty, dándole unas palmaditas en la «tripita»—. ¡Ojalá pudieras contarnos cómo pudiste escapar!

Los niños esperaron a Luke aquella noche, cuando salía para su casa. Por lo general terminaba de trabajar a las cinco, pero aquel día Tupping le había hecho quedar hasta las siete como castigo, y el muchacho, aun siendo fuerte y corpulento, estaba cansado.

—¡Luke! ¿Cómo se escapó «Buster»? ¿Tú sabes cómo pudo escapar? —exclamó Pip, y Luke asintió con la cabeza.

—Yo mismo cogí la llave de la chaqueta del viejo Tupping y le puse en libertad —dijo—. ¡Cascaras! Debierais haber visto la cara del viejo Tupping cuando «Buster» entró en la huerta. Casi le da un ataque.

—¡Luke! ¿De «verdad» dejaste escapar a «Buster»? —exclamó Fatty, dando una palmada en la espalda del muchacho—. ¡Muchísimas gracias! Estábamos muy preocupados por él. Me figuro que debió darte miedo.

—Reconozco que sí —dijo Luke rascándose la cabeza y recordando lo asustado que había estado—. Pero ese perro no quiso hacer ningún daño... es muy simpático. Me gustan los perros. Me figuré que estaríais preocupados por él.

—¡Oh, eres muy bueno, Luke! —exclamó Bets, colgándose de su brazo—. Me ayudaste a saltar la tapia y has libertado a «Buster». ¡Seremos tus amigos!

—Los niños como vosotros no pueden ser amigos de un niño como yo —dijo el muchacho con aire tímido.

—Pues claro que sí —dijo Larry—. Y lo que es más, a cambio de lo que has hecho hoy por nosotros, te prometemos «ayudarte» siempre que lo necesites. ¿Comprendes?

—No es fácil que necesite vuestra ayuda —dijo Luke con voz amistosa—. Pero gracias, de todas maneras. No volváis a saltar la tapia. Si lo hicierais perdería mi empleo.

—No lo haremos más —dijo Fatty—. Y no olvides... ¡si te encuentras en un verdadero apuro, nosotros te ayudaremos, Luke!

CAPÍTULO IV
LA SEÑORITA TRIMBLE COMPLICA LAS COSAS

Luke resultó ser un amigo muy divertido. Cierto que era un poco «simplón», y apenas sabía leer y escribir, pero en cambio conocía muchas cosas que los niños ignoraban.

Sabía hacer silbatos con cañas huecas, y regaló a Bets una colección maravillosa. Le enseñó a silbar con ellos pequeñas melodías y la niña estaba encantada.

Además conocía todos los pájaros de la comarca, dónde anidaban, cómo eran sus huevos y sus cantos. Los cinco niños y «Buster» salían de paseo con Luke, pendientes de sus palabras, y considerándole verdaderamente extraordinario.

—Es curioso que sepa todo esto y en cambio no sea capaz de leer y escribir como es debido —dijo Pip—. Y además es muy habilidoso... sabe tallar animales y pájaros en madera con toda rapidez. Mirad esta ardilla que me ha hecho.

—A mí me está haciendo una copia de «Reina Morena» —exclamó Bets con orgullo—. Será exactamente igual que ella, incluso con el anillo de color crema en su cola castaño oscuro. Luke va a pintarla también igual que ella, con sus ojos azules incluso.

Luke terminó de tallar en madera a la gata siamesa «Reina Morena» dos días más tarde. Los niños oyeron su silbido peculiar por encima de la tapia y se acercaron a ver qué deseaba. Luke les entregó el gato tallado.

Era excelente. Incluso Fatty, que se consideraba un experto en trabajos artísticos, quedó muy impresionado.

Lo hizo girar en su mano, contemplándolo con admiración.

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