Misterio del gato desaparecido (7 page)

BOOK: Misterio del gato desaparecido
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De manera que con un último grito de aliento para Luke, Pip corrió a saltar la tapia y se apresuró a contar a los otros lo que acababa de oír. ¡La cosa se estaba poniendo emocionante!

CAPÍTULO VIII
LAS PISTAS

—¿Qué ha ocurrido, Pip? ¡Has tardado siglos! —dijo Larry en cuanto Pip fue a reunirse con los niños y «Buster».

—Oh, el Ahuyentador y Tupping están decididos a que Luke «cargue con el mochuelo» —dijo Pip—. ¡Pobre Luke! ¡Figuraos que lloraba como Bets algunas veces!

Les pareció terrible que un muchacho tan mayor como Luke llorase.

—¿Por qué están tan seguros de que él robó a «Reina Morena»? —preguntó Daisy.

—Pues... es una desgracia... pero, compréndelo, la gata fue robada entre las cuatro y las cinco de esta tarde, y Luke estuvo trabajando todo ese tiempo junto a la casa de los gatos —dijo Pip—. Él dice que estaba allí, y también, que nadie se acercó a las jaulas durante ese tiempo.

—Es extraño, ¿verdad? —exclamó Bets intrigada—. Sabemos perfectamente que no ha sido Luke... y no obstante parece que no pudo ser otro más que él. Es un verdadero misterio.

—Desde luego lo es —dijo Fatty pensativo—. Y en realidad no creo que sirviera de nada interrogar a ninguno de nuestros sospechosos, porque el principal, que es el propio Luke, dice que el único que estuvo cerca de la casa de los gatos esta tarde ha sido él. Y sin embargo... «no puedo» creer que robara la gata. Aunque quisiera hacerlo no se atrevería... y estoy seguro de que ni le ha pasado por la imaginación.

—Quisiera saber dónde «está» «Reina Morena» —dije Bets.

—Sí. Si pudiéramos encontrarla, tendríamos más idea de quién pudo robarla —exclamó Larry—. Quiero decir, que quienquiera que la tenga ahora tiene que ser amigo del ladrón. ¡Cielos! Esto es un rompecabezas.

—¿Y si buscáramos alguna pista? —preguntó Bets pensando que aquello pudiera ayudar a Luke.

—Oh, esto me recuerda que el viejo Ahuyentador dijo que iba a volver esta noche para echar un vistazo a la casa de los gatos —exclamó Pip al punto—. Supongo que él también quiere encontrar pistas... pistas que comprometan al pobre Luke, supongo.

—Pues voto porque vayamos nosotros primero —dijo Fatty poniéndose en pie.

—¿Qué? ¿Saltar la tapia ahora? —exclamó Larry sorprendido—. Si nos pescan nos la cargamos.

—No nos pescarán —replicó Fatty—. Terminaremos mucho antes de que regresen Tupping y el Ahuyentador. Lo estarán pasando muy bien contando todo lo de Luke a su padrastro.

—Está bien. Vamos entonces —dijo Larry—. Puede que encontremos alguna pista, aunque Dios sabe cuál. Vamos.

—Será mejor que Bets no venga —dijo Pip—. Es un poco pequeña para correr riesgos.

—¡Oh, claro que iré! —replicó Bets indignada—. No seas malo, Pip. Sólo necesito que me ayudéis un poco para saltar la tapia. Puede que encuentre alguna pista que a vosotros os pase por alto. Tal vez os sea muy útil.

—Es posible, Bets —exclamó Fatty poniéndose de su parte como de costumbre—. Déjala, Pip. Es tan terrible no poder participar en algo emocionante.

Así que Bets fue también. A «Buster» tuvieron que dejarle, y esta vez le encerraron con llave en el cobertizo para que no fuese a buscarles.

Todos se subieron a la tapia. Bets, con la ayuda de Fatty. Al parecer no había nadie en el jardín vecino, y los niños avanzaron cautelosamente hacia la casa de los gatos, que estaban perezosamente tendidos en sus bancos mirando a los niños con sus ojos azules.

—Ahora —dijo Larry—. A ver si encontramos alguna pista.

—¿Qué clase de pista? —susurró Bets.

—No lo sabremos hasta que encontremos alguna —replicó Larry—. Mirad por el suelo... y por todas partes. ¡Mirad! Aquí es donde Luke debió estar trabajando esta tarde.

El niño señaló el lugar donde había una carretilla casi llena de hierbas. Una azada estaba clavada en el suelo, y la chaqueta de Luke colgada de un árbol cercano.

—Estuvo cavando en este sitio —dijo Fatty pensativo—. ¡No podía estar más cerca de la casa de los gatos! Hubiera visto a cualquier que se acercase a los gatos, ¿no es cierto?

Los niños fueron a situarse en el lugar donde Luke había estado trabajando. Desde allí podían ver a todos los gatos. Y desde luego hubiera sido imposible que nadie hubiera sacado a «Reina Morena» de allí, sin ser visto por Luke.

Y no obstante había desaparecido un gato, y Luke juraba que él no lo había robado... así que, ¿quién pudo llevarse a «Reina Morena»?

—Echemos un vistazo a la jaula para ver si pudo escaparse por sí sola —dijo Larry de pronto.

—Buena idea —comentó Fatty. De manera que rodearon las bien construidas jaulas de madera, puestas en alto sobre unos pies también de madera como los gallineros modernos.

—Es completamente imposible que pudiera escapar —dijo Pip—. ¡No hay el menor agujero en toda la jaula! Desde luego «Reina Morena» no se ha escapado, sino que ha sido robada por alguien. Eso es bien seguro.

—Estaba aquí a las cuatro cuando tu madre y la señorita Trimble la vieron... pero ya había desaparecido a las cinco, cuando Tupping y el Ahuyentador vinieron aquí —dijo Daisy—, y Luke estuvo trabajando todo el tiempo junto a los gatos. Sencillamente, no puedo entender lo ocurrido. ¡«Reina Morena» habrá desaparecido por arte de magia!

—Tal vez sí —dijo Bets muy seria—. La magia es muy poderosa, ¿no? Tal vez...

Los otros se echaron a reír, y Bets se puso muy encarnada.

—Pues, «Reina Morena» tuvo que desaparecer por arte de magia, o no haber estado aquí —exclamó en tono retador.

—Pues «estaba» aquí, porque mamá la vio, tonta —dijo Pip—. Mirad..., ¿qué es esto?

Y señaló algo que había en el suelo de la gran jaula donde vivían los gatos. Los niños miraron a través de la tela metálica.

Hubo un silencio breve, y luego Fatty apretó los labios, alzó las cejas y se rascó la cabeza.

—¡Cáscaras! —dijo—. ¡Ya sé lo que es! Uno de esos silbatos tan bonitos que Luke está haciendo siempre para Bets.

Y eso era. Estaba en el suelo de la jaula... qué pista más molesta y sorprendente. ¿Cómo pudo llegar allí? Sólo de una manera. Luke debió haber estado dentro de la jaula y perder el silbato. De pronto todos los niños quedaron pensativos.

—No ha sido Luke; no ha sido él, no ha sido él —decía Bets casi con lágrimas—. Todos sabemos que no ha sido él.

—Sí. Todos lo sabemos. Y no obstante en la jaula hay un silbato que sólo Luke pudo perder —dijo Fatty—. Debo confesar que éste es un misterio extraordinario.

—Fatty, si el señor Goon ve ese silbato, ¿dirá que es una prueba de que Luke ha sido el ladrón? —preguntó Bets preocupada.

Fatty asintió.

—Claro. Es una pista definitiva, Bets... para alguien como el Ahuyentador que no ve más allá de sus narices.

—Pero no lo es para ti, ¿verdad, Fatty? —prosiguió Bets cogiéndole de una mano—. ¡Oh, Fatty! Tú no crees que se le cayera a Luke, ¿verdad?

—Te diré lo que creo —replicó Fatty—. Yo creo que alguien lo puso ahí para que se sospechara de Luke. Eso es lo que creo.

—¡Cielos! ¡Creo que tienes razón! —exclamó Larry—. Esto se está poniendo muy misterioso. Escuchad, ¿vosotros creéis que debemos dejar esta pista para que la vea el Ahuyentador? Después de todo estamos casi seguros de que es una pista falsa, ¿no?

—Tienes razón —dijo Pip—. Voto porque retiremos esa prueba.

Los cinco niños contemplaron el silbato que yacía en el suelo. La jaula estaba cerrada y la llave no estaba allí. ¿Cómo podrían sacarlo?

—Tenemos que darnos prisa —dijo Fatty, desesperado—. El Ahuyentador puede regresar de un momento a otro. ¡Por todos los santos! ¿Cómo podríamos sacar el silbato de la jaula?

Ninguno lo sabía. Si el silbato hubiera estado más cerca de la tela metálica, los niños hubieran podido introducir un alambre o un palo para acercarlo lo bastante y sacarlo, pero estaba al fondo de la jaula.

Entonces Fatty tuvo una de sus inspiraciones repentinas, y cogiendo una piedrecita la tiró dentro de la jaula cerca del silbato. Uno de los gatos vio rodar la piedrecita y saltó para jugar con ella. Puso encima una de sus patas, al mismo tiempo que tocó el silbato haciéndolo rodar. Entonces empezó a jugar también con el silbato de madera.

Los niños le observaban conteniendo el aliento. El gato lanzó rodando el silbato y fue tras él. Luego se acercó a él de nuevo olfateándolo como si esperara que se moviese.

Luego volvió a empujarlo con la pata. El silbato rodaba y rodaba y el gato estaba encantado. Lo cogió entre sus dos patas delanteras, estuvo jugueteando un poco, y luego lo dejó caer. Le dio un golpe con la pata que lo lanzó por el aire, haciéndole caer muy cerca de la tela metálica.

—¡Oh, bien, bien, bien! —exclamó Fatty contento mientras sacaba un pequeño rollo de alambre de su bolsillo. Era sorprendente la cantidad de cosas que Fatty guardaba en sus bolsillos. Desenrolló un pedazo de alambre, lo puso en doble, e hizo un círculo en uno de sus extremos. Luego lo hizo pasar por uno de los agujeros de la tela metálica.

Todos le contemplaban con ansiedad. El alambre alcanzó el silbato y Fatty estuvo tanteando un poco tratando de enganchar el círculo en el extremo del silbato. El gato que había estado jugando en él le miraba con gran interés. ¡De pronto alargó la pata que cayó sobre el alambre enganchando el silbato al mismo tiempo!

—¡Oh, gracias, gatito! —le dijo regocijado, y arrastró el silbato con todo cuidado hasta la tela metálica. Tiró de él, y el silbato salió disparado por uno de los agujeros aterrizando a los pies de Bets. La niña lo recogió.

—¡Ya lo tenemos! —exclamó Fatty—. Echémosle una ojeada. Sí, desde luego es de Luke. Qué suerte que hayamos podido recuperarlo. ¡Ahora el Ahuyentador no encontrará esta prueba! ¡Luke podía verse muy comprometido por culpa de «esto»!

—Eres muy inteligente, Fatty —le dijo Bets con toda admiración.

—Buen trabajo, Fatty —exclamó Pip.

En el acto Fatty se esponjó de orgullo.

—Oh, eso no tiene importancia —comenzó a decir—. Tengo ideas mucho mejores que ésta. Vaya, una vez...

—¡Cállate! —le dijeron Larry, Daisy y Pip a la vez, y Fatty cerró la boca guardando el silbato en su bolsillo.

—Mirad a ver si hay más pistas —dijo Pip—. Puede que haya más en la jaula.

Los cinco volvieron a aplastar sus narices contra la tela metálica, y Bets arrugó la suya.

—No me gusta el olor que hay en la jaula —exclamó.

—Bueno, los animales no huelen nunca bien cuando están enjaulados —respondió Larry.

—No, es otro olor —dijo Bets—. Como petróleo o algo parecido.

Todos olfatearon.

—Quiere decir aguarrás —dijo Fatty—. Yo también lo huelo... aunque muy ligeramente. Me temo que eso no sea una pista, Bets. No obstante es bueno reparar incluso en un olor. Tal vez la señorita Harmer utilice aguarrás para limpiar la jaula. Bueno... ¿Alguna otra pista?

Pero al parecer ya no había nada más que descubrir, aunque los niños estuvieron examinando los alrededores de las jaulas y asomándose a ellas una y otra vez.

—Es desesperante —exclamó Fatty—. No hay nada que nos sirva de ayuda. Nada en absoluto. Bueno, ha sido una suerte que encontrásemos ese silbato antes de que el Ahuyentador o Tupping lo descubrieran. Seguro de que alguien lo puso ahí para que se sospechara de Luke. ¡Qué truco tan mezquino!

—¿Y si «pusiéramos» un montón de pistas en la jaula para confundir al Ahuyentador? —dijo Pip.

Los otros le miraron encantados, pues todos habían pensado lo mismo en aquel momento.

—¡Caramba, qué buena idea! —dijo Fatty, deseando que se le hubiera ocurrido a él.

—¡Sí, hagámoslo! —exclamó Larry, excitado—. Pongamos toda clase de indicios tontos que no puedan comprometer a Luke. ¡Y el viejo Ahuyentador tendrá que romperse la cabeza para descifrarlos!

Todos rieron. ¿Qué dejarían en la jaula?

—Yo tengo algunas bolitas de menta —dijo Pip conteniendo la risa—. Echaré una dentro de la jaula.

—Y yo pondré un trozo de la cinta que sujeta mis cabellos —exclamó Daisy—. Hoy se me ha roto en dos pedazos y los llevo en el bolsillo. ¡Echaré uno a través de la tela metálica!

—Y yo tengo algunos botones azules de la chaqueta de mi muñeca —dijo Bets—. ¡Dejaré uno!

—Yo creo que llevo unos cordones de zapatos color castaño en alguno de mis bolsillos —exclamó Larry rebuscando en los bolsillos de sus calzones cortos—. Sí, aquí están. Echaré uno dentro de la jaula.

—¿Y tú qué pondrás, Fatty? —le preguntó Bets.

Fatty sacó una colección de colillas de su bolsillo mientras los otros le miraban con asombro.

—¿Para qué coleccionas colillas? —preguntó Larry por fin.

—Las fumo —replicó Fatty—. Son restos de cigarros puros que fuma mi padre, y que deja en el cenicero de su dormitorio.

—¡Tú no te los fumas! —exclamó Pip incrédulo—. Sólo lo dices para darte importancia, como siempre. Los llevas en el bolsillo para oler a tabaco como las personas mayores, eso es todo. Muchas veces me he preguntado por qué olías de esa manera.

Aquello se acercaba demasiado a la verdad para el gusto de Fatty, y fingió no haber oído lo que dijo Pip.

—Tiraré una colilla a! suelo... cerca de la jaula —dijo—, y otra dentro... aunque espero que a ninguno de los gatos se le ocurra masticarla y se ponga enfermo. «Dos» colillas son suficientes para que el Ahuyentador se vuelva loco.

Con toda solemnidad los niños esparcieron sus «pistas». Pip arrojó una bola grande de menta dentro de la jaula y los gatos la observaron con desagrado. Por lo visto les molestaba el olor.

Daisy introdujo un pedazo de cinta azul algo descolorida por un agujero de la tela metálica; Bets dejó un pequeño botón azul, y Larry un cordón de zapato nuevo color castaño... ¡y Fatty dos colillas, una fuera, y otra también dentro de la jaula!

—Vaya —exclamó—. Ahora el Ahuyentador tendrá muchas pistas que descubrir. Espero que venga pronto.

CAPÍTULO IX
EL SEÑOR GOON PONE MANOS A LA OBRA

—Escuchad —exclamó Daisy de pronto mirando su cinta caída en el suelo de la jaula—. Escuchad, ¡supongo que ahora no creerán que he sido yo quien ha robado la gata! Mamá sabría enseguida que esa cinta es mía, en cuanto la viera.

—¡Oh, cielos! No lo había pensado —exclamó Pip.

—No os preocupéis —intervino Fatty—. Aquí tengo un sobre azul... ¿veis? Ahora bien, pongamos dentro lo mismo que hemos dejado como pista. Yo pondré dos colillas iguales a las que he dejado. Daisy, tú pon el otro pedazo de cinta.

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