Misterio del gato desaparecido (8 page)

BOOK: Misterio del gato desaparecido
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Daisy así lo hizo. Luego Bets puso uno de los botones azules de su muñeca, Larry el otro cordón de zapato, y Pip una bolita de menta.

Fatty dobló cuidadosamente el sobre y lo guardó en su bolsillo.

—Si alguno de nosotros fuera acusado del robo por causa de las pistas que hemos dejado en la jaula, sólo tenemos que enseñarles el contenido de este sobre para demostrarles que ha sido una broma —dijo.

Se oyó sonar una campanilla en casa de Pip, y Bets lanzó un gemido.

—¡Tengo que acostarme! ¡Qué rabia! No quiero marcharme.

—Tienes que irte —replicó Pip—. Ayer te riñeron por llegar tarde. ¡Oh, Dios mío, ojalá pudiéramos quedarnos aquí y ver cómo el viejo Ahuyentador y Tupping descubren las pistas que les hemos dejado!

—Pues quedémonos —exclamó Larry.

—¡Oh, yo también quiero quedarme! —gimió Bets temiendo quedarse de lado otra vez. Pip le dio un empujón.

—¡Bets, «tienes» que marcharte! Ya vuelve a sonar tu campana.

—También es la tuya... significa que debes ir a lavarte y a cambiarte para la cena —dijo la niña—. Ya lo sabes.

Pip lo sabía, y Larry exhaló un suspiro. También él y Daisy debían irse a casa, y la suya estaba mucho más lejos que la de Pip y Bets.

—¡Nosotros también hemos de marcharnos! —exclamó Larry—. Fatty, supongo que tú tampoco podrás quedarte a observar, ¿verdad? La verdad es que hubiera sido muy divertido. ¿Por qué no te quedas? Tus padres no se preocupan demasiado por ti, ¿no es cierto? Entras y sales de tu casa siempre que quieres.

—Está bien, me quedaré de vigilancia —repuso Fatty—. Me subiré a ese árbol. Me parece que no me será difícil subirme a él, y sus hojas son muy espesas. Desde ahí podré ver todo sin ser visto.

—Bien, entonces vámonos, Bets —dijo Pip de mala gana. Fatty iba a disfrutar solo de toda la diversión.

Entonces se oyeron voces masculinas por el jardín y los niños se miraron unos a otros.

—Tupping y el Ahuyentador vuelven —susurró Larry—. ¡Saltemos la tapia, deprisa!

—¡Adiós, Fatty, mañana nos veremos! —le dijo Pip en voz baja.

Los cuatro corrieron hacia la tapia, y Pip ayudó a su hermana a saltarla. Los otros no tardaron en estar a salvo al otro lado, y Fatty quedó solo. Trepó al árbol con gran rapidez, si se considera su gordura.

Fatty tomó asiento en una rama gruesa, y fue apartando las hojas con cuidado para poder ver lo que ocurría abajo. Vio a Tupping que se acercaba a la casa de los gatos con el Ahuyentador.

—Bueno, ahora echaremos un vistazo, señor Tupping —decía el Ahuyentador—. Quizás encontremos alguna pista. ¡Ah!, y siempre que he encontrado una pista me ha conducido hasta el criminal.

—¡Ah! —exclamó el señor Tupping—. Le creo, señor Goon. Bueno, no me extrañaría que ese Luke hubiera dejado algún rastro. Puede que sea lo bastante inteligente para robar un gato de valor, pero no tanto como para borrar su paso.

Los dos hombres comenzaron a buscar alrededor de la casa de los gatos, quienes les contemplaban con sus brillantes ojos azules. No comprendían por qué aquel día iba tanta gente por allí. Fatty lo miraba todo desde el árbol.

El señor Goon fue el primero en encontrar la colilla caída fuera de la jaula, e inclinándose rápidamente sobre ella, la cogió.

—¿Qué es eso? —preguntó el señor Tupping asombrado.

—Una colilla de cigarrillo puro —respondió el señor Goon muy satisfecho, y luego comenzó a rascarse la cabeza con aire preocupado—. ¿Es que ese muchacho, Luke, fuma cigarros puros?

—No sea tonto —replicó Tupping con impaciencia—. Claro que no. Eso no es una pista. Alguien que haya venido a ver a los gatos de lady Candling debe haber tirado esa colilla debajo de la jaula. Eso es todo.

—¡Ummmm! —refunfuñó el señor Goon sin querer despreciar la colilla tan pronto—. Bueno, tendré que pensarlo.

Fatty rió para sus adentros y los dos hombres siguieron sus pesquisas. Al fin Tupping se enderezó.

—Me parece que no hay nada más —dijo—. ¿Cree usted que habrá algo en el interior de la jaula?

El señor Goon vacilaba.

—No lo creo —dijo—. Pero podemos mirar. ¿Tiene la llave, señor Tupping?

El señor Tupping cogió la llave que estaba colgada de un clavo detrás de la casa de los gatos, pero antes de que abriera la puerta el señor Goon lanzó una exclamación. Acababa de mirar a través de la tela metálica viendo varias cosas en el suelo, y ésa era la causa de su excitación. ¡Vaya, aquel sitio parecía estar lleno de pistas!

—¿Qué ocurre? —le preguntó el señor Tupping.

—¡Mire! ¿Ve ese cordón de zapato? —respondió el señor Goon señalándoselo—. Esa es una pista muy importante. ¡Alguien ha estado aquí y ha perdido el cordón de su zapato!

El señor Tupping contempló el cordón con el mayor asombro. Luego vio el botón azul... y la cinta, quedando estupefacto. Introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta.

Los dos hombres fueron recogiendo las «pistas» de la jaula de los gatos, y las sacaron para examinarlas detenidamente.

—Quienquiera que haya estado aquí lleva cordones de color castaño en sus zapatos, eso es seguro —dijo el señor Goon con gran satisfacción—. Y fíjese en ese botón... se ha caído de la chaqueta de alguien, eso es.

—¿Qué será esto? —preguntó el señor Tupping, mostrando la bolita de menta de Pip al señor Goon, quien la olfateó.

—¡Menta! —exclamó—. ¿Es que Luke suele tomar bolas de menta?

—Supongo —fue la respuesta de Tupping—. Muchos niños toman caramelos, pero Luke no usa una cinta para sujetarse el pelo, señor Goon, y mire... aquí otra colilla... igual a la que hemos encontrado fuera de la jaula.

El señor Goon estaba muy excitado con sus hallazgos y los estuvo contemplando con aire preocupado.

—A juzgar por estos indicios, el ladrón ha de ser alguien que fume cigarros puros, que lleve una cinta azul en la cabeza y botones también azules, cordones de color castaño en los zapatos y que tome bolitas de menta —dijo.

—Esto no tiene sentido.

Fatty hacía esfuerzos para no estallar en carcajadas. Era tan divertido ver al señor Goon y a Tupping intrigados por las pistas que los niños habían dejado preparadas. El señor Goon lamió la bola de menta con grandes precauciones.

—Sí; es de menta, desde luego —dijo—. Bueno, esto es un verdadero rompecabezas... encontrar tantas pistas, y nadie que tenga relación con ellas. ¿Ha encontrado usted algo más, Tupping?

El señor Tupping había entrado en la jaula y miraba a su alrededor con toda atención.

—Miraba si había alguna más que nos hubiera pasado por alto —dijo. Pero no pudo encontrar nada más por mucho que buscó y volvió bastante malhumorado.

—Bueno, creo que ya no hay nada más —dijo en tono decepcionado—. Estoy seguro que descubrió que el ladrón ha sido ese chico, Luke, señor Goon. Esto no pueden ser pistas... sino cosas que han ido a parar al interior de la jaula por casualidad.

—Pues caramelo de menta me parece algo muy curioso para que haya ido a parar al interior de la jaula por casualidad —replicó el señor Goon—. Tendré que llevarme todas estas cosas a mi casa y reflexionar sobre ellas.

Fatty se carcajeaba interiormente mientras veía cómo el señor Goon guardaba las «pistas» en su sobre blanco, lo cerraba, escribía algo en él, y luego lo guardaba cuidadosamente en su bolsillo. Se volvió al señor Tupping.

—¡Bueno, hasta la vista! —le dijo—. Gracias por su ayuda. Ha sido ese Luke, no me cabe duda. Le he dicho que mañana iré a interrogarle y si no le obligo a que confiese, es que no me llamo Teófilo Goon.

Y tras pronunciar pomposamente su nombre, el Ahuyentador se alejó con aire majestuoso por el sendero, con sus «pistas» bien guardadas en el bolsillo, y la mente preocupada. ¡Una cinta para sujetar el cabello... qué extraño! Un botón azul... muy peculiar. Un cordón de zapato color castaño, casi nuevo... extraordinario. Un caramelo de menta... asombroso. Y «dos» colillas de puro... «dos». El señor Goon consideraba que de haber encontrar sólo una la cosa hubiera sido más sencilla. ¿Cómo era posible que el ladrón se hubiera entretenido en fumar dos puros mientras robaba un gato?

Fatty estaba deseando bajarse del árbol, y poder volver a su casa para cenar. De pronto sentía un apetito terrible. Se inclinó para ver si el señor Tupping se había ido ya, pero no era así.

Volvía a estar en la casa de los gatos registrándola cuidadosamente. Al fin volvió a salir muy pensativo, cerró la puerta con llave y echó a andar por el camino con aire preocupado. Fatty esperó a que se apagara el ruido de sus pasos y entonces se bajó del árbol.

Una vez en el suelo fue a mirar a los gatos de ojos azules. Se alegraba de tener el silbato de Luke en su bolsillo. ¡Aquello sí que «hubiera» sido una pista! Fatty se rió por lo bajo al recordar la sorpresa y deleite del señor Goon al encontrar tantas «pistas».

«Bien, mañana veremos a Luke y le haremos un sinfín de preguntas», pensaba Fatty mientras se dirigía a su casa. «¡Palabra que hoy ha sido un día emocionante!»

¡Pero aún le esperaban mayores emociones!

CAPÍTULO X
PIP Y BETS VAN DE VISITA

A la mañana siguiente muy temprano Fatty estaba ya en casa de Pip deseoso de contar a los demás la sorpresa y extrañeza del señor Goon y el jardinero al encontrar tantas pistas «falsas». Larry y Daisy llegaron casi al mismo tiempo que «Buster» y Fatty, y pronto todos los niños reían escuchando la historia de Fatty.

—El Ahuyentador preguntó a Tupping si Luke fumaba puros —dijo Fatty riendo—. ¡Casi me caigo del árbol de la risa que me dio!

—Esta mañana hemos silbado muchas veces para llamar a Luke —dijo Pip—, pero no nos ha contestado, ni se ha acercado a la tapia tampoco. ¿Tú crees que estará asustado?

—Tal vez sí —dijo Fatty—. Bueno, hemos de hablar con él, y explicarle lo del silbato que encontramos en la jaula de los gatos, y todas las pistas que dejamos allí. Ahora iré yo a silbar bien fuerte.

Pero ni siquiera el silbido más potente de Fatty obtuvo respuesta, de manera que los niños decidieron esperar en la puerta a la una, pues a aquella hora Luke se iba a su casa a comer.

Así que le esperaron en la puerta, pero Luke no apareció. Los niños aguardaron hasta la una y diez, y luego tuvieron que correr para llegar a tiempo a sus casas.

—Tal vez le hayan despedido —dijo Fatty pensándolo por primera vez—. Quizá no vuelva más a la casa de al lado.

—¡Oh! —dijo Bets con desmayo—, ¡Pobre Luke! ¿Tú crees que lady Candling le habrá despedido diciéndole que no vuelva más?

—¿Cómo lo averiguaremos? —preguntó Larry.

—Podríamos preguntarle a Tupping —dijo Diana y los otros la miraron mal.

—¡Como si nosotros pudiéramos preguntar «algo» a Tupping! —exclamó Larry, y todos reflexionaron unos instantes.

—Ya sé —dijo Pip—. Lady Candling me dijo que le llevara a Bets, pues le gustaría verla. De manera que la llevaré esta tarde. Y a lady Candling sí le puedo preguntar por Luke, ¿no?

—Bueno idea, Pip —dijo Fatty—. Precisamente estaba pensando lo mismo. Y tal vez tengas ocasión de descubrir dónde estuvo lady Candling de cuatro a cinco. Quiero decir, si tuvo oportunidad de bajar a robar el gato ella misma.

—Vaya yo estoy seguro de que no fue ella —replicó Pip al punto—. Sólo hay que verla para saber que ni siquiera se le ocurriría «pensar» una cosa semejante. De todas formas, creí que habíamos decidido que no valía la pena interrogar a nuestros sospechosos, puesto que Luke había estado todo el tiempo junto a la casa de los gatos, y hubiera visto a cualquiera que se hubiese acercado por allí.

—Bueno, supongo que ésa es la verdad —dijo Fatty—, Y no veo que fuese posible que el ladrón se apoderara del gato en las mismas narices de Luke. Él dice que no se movió de allí ni siquiera medio minuto.

—Han «vuelto» a tocar la campana de la comida —exclamó Bets—. Vamos, Pip, que si no nos reñirán. Vosotros volved después y os contaremos qué tal nos ha ido a Pip y a mí esta tarde.

Y se separaron para ir a sus respectivas casas. Todos estaban preocupados por Luke. ¿Se habría quedado sin trabajo? Seguramente lady Candling le habría despedido o de lo contrario aquella mañana hubiera ido a trabajar como de costumbre. ¡Pobre Luke!

A las tres y media Pip y Bets creyeron llegado el momento de ir a ver a lady Candling. Daisy miró a Bets, que llevaba un pelele muy arrugado, y los calzones cortos de Pip que estaban muy sucios.

—¿No crees que debías ponerte un vestido limpio, Bets? —le dijo Daisy—. Y «mira» tus pantalones, Pip. La verdad, parece como si hubieras estado sentado encima de un saco de hollín.

—¡Cielos! ¿Es que hemos de cambiarnos? —exclamó Pip alarmado, pues aborrecía la ropa limpia.

—Pues yo creo que es más cortés presentarse aseado —dijo Daisy, de manera que Pip y Bets fueron a la casa para lavarse y cambiarse de ropa.

Su madre, que les vio entrar, les preguntó:

—¿Qué queréis?

—Vamos a lavarnos y a cambiarnos de ropa, mamaíta —dijo Bets.

—¿«Qué»? —exclamó su madre asombrada—. ¿Qué os ocurre? ¿A dónde vais?

—A ver a lady Candling —respondió Bets antes de que Pip pudiera detenerla.

—¡A ver a lady Candling! —repitió la señora Hilton todavía más asombrada—. ¿Pero por qué? Ella no os ha invitado. No podéis ir sin su autorización.

Pero ya entonces Pip había propinado a Bets un codazo que casi la tira al suelo, y la niña se quedó mirando a su madre, temerosa de haber hablado más de la cuenta.

—Vaya, parece que Bets ha perdido la lengua —dijo la señora Hilton impaciente—. Pip, ¿qué «significa» esto? Tú no acostumbras a ir por ahí de visita con Bets. ¿A qué es debido?

—Verás, mamá —respondió Pip—. Ayer vi a lady Candling y me dijo que tú le habías hablado de Bets y que se la llevara porque le gustaban mucho las niñas pequeñas.

—Pero, ¿cuándo «viste» a lady Candling? —dijo su madre estupefacta—. ¡Oh, Pip! Espero que no hayas ido a la casa vecina para molestar.

—Oh, «no», mamá —replicó Pip con aire inocente—. No se me ocurriría siquiera ir a molestar. Bueno... si prefieres que no vayamos, no iremos... pero Bets tendrá una desilusión.

Y susurró a Bets por lo bajo:

—Empieza a llorar, ¿quieres? Entonces todo irá bien.

Bets elevó la voz lanzando un gemido que partía el corazón.

—¡Yo quiero ir! ¡Yo quiero ir! —sollozó.

—Bueno, id —se apresuró a decir la señora Hilton—, pero portaos bien.

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