Read Misterio En El Caribe Online
Authors: Agatha Christie
—Esta noche no ocurrirá nada —murmuró esperanzada.
Miss Marple se despertó de pronto, sentándose inmediatamente en el lecho. Los latidos de su corazón habían sufrido una brusca aceleración. Encendió la luz y consultó el pequeño reloj que tenía junto a la cama. Las dos de la madrugada. Las dos. Y a todo esto fuera se notaba cierta actividad. Miss Marple abandonó la cama embutiéndose en su bata, tras haber introducido los pies en las zapatillas. Rodeó su cabeza con una bufanda de lana y salió del dormitorio. Distinguió a varias personas que se movían por los alrededores, provistas de linternas. Entre ellas descubrió al canónigo Prescott, al cual se acercó para preguntarle:
—¿Qué pasa?
—¡Oh! ¿Es usted, miss Marple? Buscamos a la señora Kendal. Su esposo se despertó, advirtiendo entonces que había abandonado el lecho, desapareciendo... Lo estamos registrando todo.
El canónigo Prescott se alejó de ella a buen paso. Miss Marple echó a andar maquinalmente tras aquél. ¿Adonde habría ido Molly? ¿Cuál había sido el motivo de su decisión? Existía la posibilidad de que lo hubiese planeado todo de antemano... ¿Habíase propuesto escapar de allí tan pronto se viera menos vigilada, aprovechando el sueño de su esposo? ¿Con qué fin? ¿Es que había por en medio, como Esther Walters sugiriera insistentemente, otro hombre? En caso afirmativo, ¿quién podría ser él? ¿O es que había otra causa más misteriosa?
Miss Marple continuó andando, escudriñando entre los arbustos que hallaban al paso. Inesperadamente, oyó una débil llamada:
—Aquí... Por aquí...
La voz, pensó miss Marple, procedía de un punto situado en las inmediaciones de la pequeña cascada que quedaba tras el hotel. La corriente de agua se encaminaba desde allí al mar, directamente. Miss Marple empezó a moverse con toda la celeridad que le permitían sus torpes piernas.
A Molly no la buscaban tantas personas como se figurase en un principio. La mayor parte de los huéspedes del hotel debían estar durmiendo. Miss Marple divisó unas figuras. Alguien pasó corriendo a un lado, en dirección a las mismas. Era Tim Kendal. Un minuto después oyó su voz.
Finalmente, miss Marple logró incorporarse al pequeño grupo. Formaban parte de éste uno de los camareros cubanos, Evelyn Hillingdon
y
dos de las doncellas indígenas. Habíanse apartado un poco para permitir el paso a Tim. Miss Marple llegó allí en el instante en que Kendal se agachaba para mirar...
—Molly...
Lentamente, el joven se hincó de rodillas en el suelo. Miss Marple vio entonces con toda claridad el cuerpo de la muchacha, tendida en el cauce, con el rostro boca abajo inmediatamente debajo de la superficie del agua. Sus rubios cabellos habían quedado extendidos sobre el chal gris pálido con que se había cubierto los hombros... En conjunto, aquélla parecía una escena de
Hamlet
, en la que Molly fuese
Ofelia
, ya muerta...
Cuando Tim alargaba una mano para tocar su cuerpo, miss Marple reaccionó, autoritaria. Se imponía obrar con sentido común.
—No la toque usted, señor Kendal —dijo—. No debe cambiar su cuerpo de posición.
Tim levantó la vista, confuso.
—Pero... es que... Se trata de Molly... Tengo que...
Evelyn Hillingdon le puso una mano en el hombro.
—Está muerta, Tim. Yo no la moví, pero tenté su muñeca, en busca del pulso.
—¿Muerta? —preguntó Tim, incrédulo—. ¿Muerta? ¿Quiere usted decir que...
se ahogó?
—Creo que sí. A juzgar por lo que aquí vemos...
—Pero, ¿por qué? —el joven formuló esta pregunta con un tono de voz que evidenciaba su desesperación—. ¿Por qué? Molly estaba contenta... Hablamos de nuestros proyectos inmediatos. ¿Por qué había de apoderarse de ella su terrible obsesión? ¿Por qué huyó de mi lado, abandonando nuestro «bungalow», para morir ahogada aquí? ¿Qué era lo que a ella le inquietaba? ¿Por qué no se confió a mí?
—Lo siento, Tim. No soy capaz de responder sus preguntas, desgraciadamente.
Intervino miss Marple.
—Habrá que avisar al doctor Graham. Sí. Cuanto antes. Y otra persona tendrá que encargarse de telefonear a la Policía.
—¿Habla usted de telefonear a la Policía? —inquirió Tim con una amarga sonrisa—. ¿Qué ventajas nos reportará esto?
—Es preciso poner este hecho en conocimiento de los agentes de la autoridad. Siempre se procede así en los casos de suicidio —subrayó miss Marple.
Tim se puso lentamente en pie.
—Iré a buscar a Graham —dijo con voz ronca—. Quizás... aún ahora... pueda hacer algo.
Echó a andar, vacilante, hacia el hotel.
Evelyn Hillingdon y miss Marple, una al lado de la otra en aquellos instantes, fijaron los ojos en el cadáver de la chica.
Evelyn movió la cabeza, entristecida.
—Es tarde ya para eso. Su cuerpo está frío. Debe haber muerto hace una hora, por lo menos. Es posible, incluso, que haya transcurrido más tiempo. ¡Qué tragedia! ¡Tan feliz como parecía esa pareja! Supongo que ella fue siempre una muchacha desequilibrada.
—No. Yo no opino igual —manifestó miss Marple.
Evelyn, curiosa, estudió su rostro.
—¿Qué quiere usted decir con eso?
La luna había desaparecido hacía unos segundos tras una nube.
Por fin aquélla brilló de nuevo en el firmamento. Los cabellos de Molly quedaron bañados en un plateado resplandor.
Miss Marple lanzó una exclamación de pronto. Inclinándose, tocó la cabeza de la muchacha. Al hablar con Evelyn su voz tenía un tono diferente.
—Creo que sería mejor que nos asegurásemos en lo tocante a nuestra suposición inicial...
Evelyn replicó, perpleja:
—Pero... usted le dijo a Tim que no debía tocar nada...
—Ya lo sé. Ahora bien, en aquellos instantes la luna no brillaba tanto. No pude ver...
Suavemente, las manos de miss Marple entraron en contacto con la espesa mata de cabellos rubios de aquella cabeza, que apartó, para descubrir la nuca, el comienzo de la espalda...
Evelyn, asombrada, lanzó una exclamación:
—¡Lucky!
Unos segundos después musitó como si quisiera convencerse a sí misma:
—No es Molly... sino... Lucky.
Miss Marple asintió.
—Las dos tienen los cabellos rubios, de un matiz dorado casi idéntico; pero, naturalmente, en las raíces de los de Lucky se observaba una zona oscura, consecuencia inevitable del... tinte.
—¿Y cómo es que llevaba el chal de Molly?
—Le gustó desde la primera vez que lo vio. Le oí decir que pensaba comprarse uno igual. Eso es lo que hizo, probablemente.
—Así es, pues, cómo nos hemos engañado...
Evelyn calló al mirar a miss Marple a los ojos.
—Alguien —sugirió la última—tendrá que decírselo a su marido. Prodújose otra breve pausa en la conversación, tras la cual Evelyn respondió:
—Conforme. Yo me encargaré de eso.
Dando media vuelta, echó a andar por entre las palmeras. Miss Marple permaneció inmóvil unos momentos. Luego volvió la cabeza a un lado repentinamente, inquiriendo:
—¿Qué hay, coronel Hillingdon?
Edward Hillingdon abandonó el refugio de unos árboles próximos para colocarse junto a ella.
—¿Sabía usted que estaba ahí?
—Vi su sombra proyectada en el suelo —explicó miss Marple con sencillez.
Los dos guardaron silencio.
Luego, él, más bien como si hablara consigo mismo, murmuró:
—Así, pues, Lucky ha ido demasiado lejos tentando su suerte.
—Usted, por lo que veo, se alegra de su muerte, ¿eh?
—¿Y le sorprende eso? Pues bien, no puedo negarlo. Sí, me alegro de que Lucky haya muerto.
—La muerte es, a menudo, una solución para muchos problemas. Edward Hillingdon volvió la cabeza lentamente. Miss Marple buscó sus ojos.
—Si cree usted que...
La frase, incompleta, fue pronunciada con el tono de una amenaza.
Al mismo tiempo, el coronel Hillingdon dio un paso hacia su interlocutora. Esta respondió serenamente:
—Dentro de unos segundos su esposa estará de vuelta, en compañía del señor Dyson. El señor Kendal regresará con el doctor Graham, probablemente.
Edward Hillingdon pareció tranquilizarse, fijando la mirada en el cadáver.
Miss Marple se separó de él sin hacer el menor ruido. Después aceleró el paso.
Poco antes de llegar a su «bungalow» se detuvo. Se encontraba en el mismo sitio en que días atrás había estado hablando con el comandante Palgrave, al principio de todo aquel asunto. Miss Marple evocó la figura de aquél rebuscando en su cartera, deseoso de enseñarle la fotografía de un auténtico asesino...
Recordó que al levantar la vista había observado que la faz de Palgrave se tornaba roja como la grana, purpúrea... «¡Qué feo es!», había llegado a decir la señora Caspearo. «Trae consigo el "mal de ojo".»
El «mal de ojo»...
La noche había sido pródiga en alarmas y toda clase de ruidos, pero mister Rafiel no se enteró de nada...
Hallábase acostado, durmiendo profundamente.
Roncaba de una manera suave incluso, cuando sintió que alguien le cogía por los hombros, sacudiéndole con violencia.
—¿Qué? ¡Ejem! ¿Qué diablos significa esto?
—Soy yo —dijo miss Marple—. Claro que ahora podría ser algo más elocuente... Creo que los griegos poseían una palabra reveladora en estas o parecidas circunstancias. Era ésta: «Némesis», si no ando equivocada.
Mister Rafiel se incorporó, apoyándose trabajosamente en su almohada. Escrutó el rostro de miss Marple. Ésta se había plantado frente a él, quedando su figura bañada en la luz de la luna. Con la cabeza cubierta con un plumoso pañuelo de lana, había que hacer un gran esfuerzo imaginativo para pensar en la diosa de la mitología griega.
—Así, pues, usted es Némesis, ¿no? —inquirió mister Rafiel tras un corto silencio.
—Espero serlo... con su ayuda...
—¿Quiere usted explicarme de una vez por qué se expresa en esos términos a hora tan avanzada de la noche?
—Pienso que es posible que tengamos que actuar rápidamente. He sido una estúpida. Hubiera debido saber a qué atenerme desde el comienzo de todo. ¡Resulta tan sencillo!
—¿Qué es lo que se le antoja tan sencillo? Concretamente, ¿de qué me está usted hablando? —Ha estado usted durmiendo a gusto —respondió miss Marple—. Bien. Le pondré al corriente de los últimos acontecimientos... Ha sido hallado un cadáver. Primero creí que era el de Molly Kendal. Me equivoqué... Tratábase del de Lucky Dyson. Se ahogó en ese pequeño río que desemboca en el mar no muy lejos de aquí.
—Lucky, ¿eh? ¿Que se ahogó, dice usted? ¿No la ahogarían?
—La ahogarían, sí.
—Ya comprendo. Bueno, eso creo yo. Por tal motivo habló usted antes de una problemática sencillez, ¿verdad? Greg Dyson fue siempre la primera posibilidad y ahora se ve que constituye la auténtica, ¿no es eso? ¿Es eso lo que está pensando ? Y lo que usted teme ahora es que escape al castigo, ¿ eh ?
Miss Marple suspiró.
—Habrá de confiar en mí, mister Rafiel. Tenemos que impedir que sea cometido un crimen.
—Me parece haberle oído decir que el crimen se había cometido ya.
—Ese crimen fue cometido por error. De un momento a otro, ahora, puede ser que se repita el hecho. No hay tiempo que perder. Debemos impedirlo a todo trance. Tenemos que actuar inmediatamente.
—Es muy fácil hablar así —respondió mister Rafiel—. «
Tenemos
que actuar inmediatamente», acaba de decir usted. ¿Me cree acaso capaz de hacer algo? ¡Si ni siquiera podría andar por mí mismo! ¿Qué cree usted que podríamos intentar los dos? Usted tiene ya muchos años y yo estoy casi impedido.
—Pensaba en Jackson —explicó miss Marple —. Jackson hará lo que usted le ordene, ¿no?
—En efecto. Especialmente si le sugiero que no va a perder su tiempo. ¿ Es eso lo que usted desea?
—Sí. Dígale que me acompañe. Indíquele que habrá de obedecerme ciegamente.
Mister Rafiel reflexionó unos instantes. Luego, contestó:
—Concedido. Me parece que me expongo a correr ciertos riesgos. Bueno. No será la primera vez... —mister Rafiel levantó la voz—: ¡Jackson! —al mismo tiempo oprimió el botón del timbre que tenía junto a sus manos.
A los pocos segundos Jackson abrió la puerta que comunicaba con la habitación contigua.
—¿Ha llamado usted, señor? ¿Ocurre algo?
El joven fijó la vista en miss Marple, con un gesto inquisitivo.
—Tengo que decirle algo, Jackson. Habrá de acompañar a miss Marple, esta dama aquí presente. Vaya adonde ella le indique y actúe de acuerdo con sus instrucciones. Habrá de obedecerla en todo, ¿comprendido?
—Yo...
—¿Comprendido ?
—Sí, señor.
—Si se conduce como es debido, no perderá nada. Valoraré sus servicios generosamente.
—Agradecido, señor.
—Vámonos, señor Jackson —dijo miss Marple. Esta se volvió hacia mister Rafiel—. Avisaremos a la señora Walters por el camino. Pídale que le saque de la cama y que le lleve.
—Que me lleve..., ¿adonde?
—Al «bungalow» de los Kendal —respondió miss Marple—. Creo no estar equivocada al afirmar que Molly no tardará en regresar a él.
Molly subía por el camino, procedente de la playa. Avanzaba con los ojos fijos en una imprecisa lejanía. De vez en cuando se escapaba de su boca un débil quejido...
Acercóse al «bungalow», deteniéndose unos instantes. Luego abrió una ventana y penetró en el dormitorio de la casita. Hallábanse encendidas las luces del cuarto, pero allí dentro no vio a nadie. Molly se aproximó a la cama, sentándose en su borde. Así permaneció varios minutos. A veces se pasaba una mano por la frente, frunciendo el ceño.
Después de mirar cautelosamente a su alrededor rebuscó bajo el colchón, extrayendo de debajo de éste un libro. Lo abrió, pasando unas páginas, hasta dar con lo que ella quería.
Llegó entonces a sus oídos un rumor de pasos procedentes del exterior. Con un rápido movimiento ocultó el libro tras ella.
Tim Kendal, jadeante, entró, dando un profundo suspiro de alivio al verla.
—¡Gracias a Dios, Molly! ¿Dónde estabas? Te he buscado por todas partes.
—Fui al río.
—Fuiste a...
—Sí. Fui al río. Pero yo no podía esperar allí... Me era imposible. Vi un cuerpo en el agua... Se trataba de un cadáver.
—Quieres decir que... ¿Sabes? Pensé en el primer momento que eras tú. No he hecho más que enterarme de que aquél era el cadáver de Lucky.