Misterio En El Caribe (22 page)

Read Misterio En El Caribe Online

Authors: Agatha Christie

BOOK: Misterio En El Caribe
6.97Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Sería posible que llevase a cabo una segunda intentona? —preguntó Hillingdon.

Graham se frotó la frente.

—Estos casos nunca se conocen a fondo. No obstante, en el de Molly lo juzgo improbable. Como ustedes han podido ver, el método para lograr el restablecimiento resulta desagradable en extremo. Claro, jamás se puede uno confiar. No hay modo de pisar aquí terreno firme. ¿Y si Molly hubiera ocultado en cualquier rincón de su cuarto otro frasco de somnífero?

—Jamás se me hubiera ocurrido pensar que una muchacha como Molly fuese capaz de tomar tal decisión —declaró Hillingdon. Graham respondió secamente:

—No es la gente que habla constantemente de acabar con su vida la que llega al suicidio. Quienes proceden así hallan normalmente en eso una válvula de escape y no pasan de ahí.

—Molly me pareció siempre una joven muy feliz. Quizá sería preferible... —Evelyn vaciló—. Debiera referírselo a usted, doctor.

Evelyn Hillingdon contó al doctor Graham su entrevista con Molly en la playa la noche en que Victoria Johnson muriera asesinada. La expresión de Graham era bastante grave al finalizar ella su relato.

—Me alegro Y el marido de Molly.

—Quiero hablar con usted, Kendal, y muy en serio. Estoy pensando, naturalmente, en su esposa.

Hallábanse sentados en el despacho de Tim. Evelyn Hillingdon había vuelto a su sitio, junto a la cama de Molly. Lucky prometió también su asistencia, declarando que relevaría a Evelyn más tarde. Miss Marple, asimismo, ofreció su colaboración. El pobre Tim, entre las preocupaciones del hotel y la derivada del estado de salud de su esposa y el último incidente, estaba destrozado.

—No puedo comprenderlo —dijo—. No entiendo a Molly. Ha cambiado mucho de poco tiempo a esta parte. No, no es la misma de antes.

—Tengo oído que sufría frecuentes pesadillas... ¿Es cierto esto?

—Sí. Aludía constantemente a sus sueños.

—¿Cuánto tiempo ha venido durando eso?

—¡Oh! No lo sé... No lo sé con exactitud. Supongo que un mes. Quizá seis o siete semanas... Ni ella ni yo dimos nunca importancia a esas pesadillas. Las juzgábamos una cosa pasajera.

—Claro, ya me hago cargo. Pero hay algo que me preocupa de esas manifestaciones. Molly parece temer a alguien. ¿Formuló alguna queja en ese sentido ante usted?

—Pues... sí. Me dijo en una o dos ocasiones que... ¡Oh!..., que la gente la seguía.

—Esto es, que la espiaba, ¿no?

—Sí. Tal fue la palabra que empleó. Señaló que los que la seguían eran enemigos suyos.

—¿Tenía enemigos su esposa, señor Kendal?

—No. Por supuesto que no.

—¿No fue nunca protagonista de algún incidente especial en Inglaterra? ¿No supo usted de algo en cierto modo particular e interesante relativo a su persona y anterior a su matrimonio?

—¡Oh, no! Molly no se llevaba bien con sus familiares, eso es todo. Su madre era una mujer excéntrica más bien, con la que le costaba trabajo convivir, pero...

—¿Ha padecido alguno de esos familiares trastornos de tipo mental?

Tim abrió la boca impulsivamente, tornándola a cerrar sin decir nada. Mecánicamente, jugueteó con una pluma estilográfica que tenía delante, sobre la mesa.

El doctor Graham apuntó:

—Me veo en la precisión de insistir, Tim. Sería mejor que respondiese a mi pregunta.

—De acuerdo, doctor Graham. He de darle una contestación afirmativa. Una tía de mi mujer estuvo algo trastornada de la cabeza. Nada grave, eso sí. La cosa, a mi juicio, carece de importancia. Quiero decir que es rara la familia dentro de la cual no se encuentra un caso semejante.

—Tiene usted razón. No me proponía alarmarle, ni mucho menos. Ahora bien, determinados antecedentes en ese aspecto hubieran podido mostrarnos una tendencia a los desórdenes mentales conducentes a decisiones trágicas o, por lo menos, a la invención de peligrosas fantasías.

—En realidad sé muy poco de todo eso —declaró Tim—. La gente suele mostrarse reservada con cuanto se refiere a las vidas de sus familiares, sobre todo si éstos no pueden ser catalogados entre los seres normales.

—Conforme, señor Kendal. Y Molly... Supongo, esto es muy natural, que tendría amigos... ¿No estuvo prometida a ninguno? ¿No se relacionó con ningún muchacho capaz de amenazarla, impulsado por los celos? ¿No hubo nada en su vida por el estilo de lo que pretendo indicar con tales ejemplos?

—Lo ignoro. Me inclino a creer que no... Respecto a su primera pregunta debo decirle que Molly estuvo prometida a otro hombre antes de conocerme a mí. Sus padres se oponían a su unión con el mismo, según tengo entendido, y yo pienso que ella prolongó sus relaciones con aquél por efecto de la oposición hallada entre los suyos, por el afán de desafiar a éstos y satisfacer un amor propio mal entendido. —Kendal sonrió—. Ya sabe usted lo que suele suceder con estas cosas cuando somos jóvenes. Un simple flirteo y basta que nos digan que no tajantemente nuestros padres, porque ellos advierten el peligro, para que nos interese más que nunca el juego.

El doctor Graham esbozó también una sonrisa.

—Es verdad —comentó—. Los padres deben actuar con mucho tacto al hacer uso de sus derechos. Habitualmente, los chicos se obstinan en llevarles la contraria, sobre todo en el terreno sentimental. Ese hombre de que me ha hablado, ¿no amenazó nunca a Molly?

—Estoy seguro de que no hizo nada de eso. Molly me lo habría dicho. Ella alegó que le había tomado cierto apego por su aureola de conquistador y desenvueltos ademanes, que le habían granjeado una reputación nada favorable. Ahora bien, esas cosas, en la época juvenil producen un efecto totalmente contrario al normal, como usted sabe.

—Sí, sí, claro. Bueno, el caso es que ese incidente carece de importancia. Toquemos otro tema... Al parecer, su esposa ha sufrido recientemente períodos de amnesia. Durante ellos, Molly se olvidaba por completo de ciertas acciones pasadas. ¿Estaba usted informado de eso, Kendal?

—No, no. Molly no mencionó jamás eso ante mí. Verdad es que en determinadas ocasiones se expresaba con alguna vaguedad... Lo he recordado ahora mismo, por haber tocado usted ese tema. —Tim guardó silencio unos segundos. Reflexionaba. Seguidamente añadió—: Sí. Eso aclara algunas cosas extrañas. Yo no me explicaba a veces cómo olvidaba hasta los encargos más sencillos. En ocasiones no recordaba siquiera en qué momento del día vivía. Supuse que se estaba volviendo extraordinariamente distraída.

—Resumiendo, Tim: yo le aconsejo que lleve usted a su esposa a un buen especialista.

Tim encontró extraño el consejo del doctor y pareció irritarse. Su rostro enrojeció...

—A un especialista en enfermedades mentales, quiere usted decir, ¿no? —Vamos, vamos, Kendal. No nos obstinemos en recurrir a los marbetes más alarmantes o molestos. Vea a un neurólogo o un psicólogo, a alguien, en fin, especializado en lo que el vulgo denomina, generalizando, trastornos nerviosos. En Kingston trabaja un profesional de gran renombre. Trasládese a Nueva York si no, donde encontrará los médicos que guste dedicados a esa rama de la Medicina. Los terrores que atormentan a su esposa han de tener forzosamente una causa. Busque consejo para ella, Tim. ¡Ah! Y hágalo lo antes posible.

El doctor Graham oprimió significativa y afectuosamente un hombro del joven, poniéndose a continuación en pie, disponiéndose a salir.

—De momento, no tiene usted por qué preocuparse. Su esposa está rodeada de buenos amigos aquí y todos haremos lo que podamos por cuidarla.

—Molly no... ¿Cree usted que intentará de nuevo... lo de antes?

—Lo considero muy poco probable —manifestó el doctor Graham.

—No está usted seguro...

—No se puede estar nunca seguro de nada dentro del campo de la Medicina. He aquí una de las primeras cosas que se aprenden en nuestra profesión. —Con la mano todavía sobre uno de los hombros de Tim, Graham agregó—: Todo se arreglará. No se preocupe, Kendal.

Éste esperó a que el médico hubiese abandonado la habitación para exclamar:

—¡Qué fácil es decir eso! ¡Que no me preocupe! Pero, bueno, ¿de qué cree ese hombre que estoy hecho?

Capítulo XXI
 
-
Jackson Entiende De Cosméticos

—¿Seguro que no le importa, miss Marple? —preguntó Evelyn Hillingdon.

—No, no, de veras, querida —contestó miss Marple—. Me encanta ser útil a los demás de una forma u otra. A mi edad, ¿sabe usted, Evelyn?, se tiene a veces la impresión de que una no sirve para nada. Tal impresión es más fuerte en sitios como éste, donde todo el mundo se dedica, simplemente, a pasarlo lo mejor posible. Es natural. Se carece de deberes apremiantes que atender... Por supuesto que me encantará hacer compañía a Molly. Usted no se preocupe: disfrute todo lo que pueda en esa excursión. Se proponen visitar Penguin Point, ¿verdad?

—Sí. A Edward y a mí nos encanta ese lugar. No nos cansamos de observar a las aves abatiéndose a regulares intervalos para remontar el vuelo unos minutos después con su pez de turno en el pico. Tim está con Molly ahora. Pero tiene obligaciones urgentes, cosas que reclaman su inmediata atención... Por otro lado, no quiere que su mujer se quede sola.

—Y yo lo apruebo —manifestó miss Marple—. En su puesto, creo que pensaría igual. Cuando una persona ha realizado una intentona como la de Molly todas las precauciones son pocas. Nunca se sabe... Bien, Evelyn... Váyase, váyase, querida.

Evelyn, efectivamente, se marchó para reunirse con el pequeño grupo que la estaba esperando. Figuraban en éste los Dyson, su esposo y tres o cuatro personas más. Miss Marple comprobó el contenido de su bolso, cerciorándose así de que llevaba consigo su equipo de costumbre, encaminándose luego al «bungalow» de los Kendal.

Cuando se encontraba junto al mismo oyó la voz de Tim. Una de las ventanas de la pequeña construcción estaba entreabierta...

—¡Si al menos accedieras a decir por qué lo hiciste, Molly! ¿Qué es lo que te impulsó a dar ese paso? ¿Te he ofendido en algo? Tiene que existir alguna causa que explique tu decisión. ¡Sé sincera conmigo, Molly!

Miss Marple se detuvo. Hubo una breve pausa antes de que Molly hablara. Pronunciaba las palabras con un tono que revelaba su cansancio.

—No puedo explicarte nada, Tim. ¿Qué quieres que te diga? Supongo que... que fue una idea que se me ocurrió de pronto.

Miss Marple llamó con los nudillos en la puerta un par de veces, pasando al interior a continuación.

—¡Ah, es usted, miss Marple! No sabe cuánto agradezco su atención.

—No tiene que agradecerme nada. Esto carece de importancia. Me encanta servir al prójimo. ¿Puedo sentarme en esta silla? Ha mejorado mucho su aspecto, Molly. Me alegro, ¿eh?

—Sí. Me encuentro bien, muy bien —repuso Molly—. Un poco amodorrada, quizá.

—No debemos hablar, Molly. Usted calle ahora. Limítese a descansar. Yo me entretendré haciendo labor, como siempre.

Tim Kendal salió de la habitación no sin antes dirigir a miss Marple una mirada que denotaba su agradecimiento.

Molly reposaba. Habíase tendido sobre el lado izquierdo. Sus ojos carecían de brillo, revelando la gran fatiga que la poseía. Con una voz que era casi un susurro dijo:

—Es usted muy amable, miss Marple. Creo... creo que voy a dormir un poco.

Acurrucóse, cerrando los ojos. Su respiración era más regular ahora, aunque distaba mucho de ser normal. Una prolongada experiencia en aquellos menesteres llevó a miss Marple, en un movimiento casi involuntario, a estirar las ropas del lecho, ordenándolas. Al hacer esto sus dedos tropezaron con un objeto duro, de forma rectangular, embutido bajo el borde del colchón. Sorprendida, tiró de aquél. Tratábase de un libro...

Los ojos de miss Marple se fijaron en una rápida mirada en el rostro de la joven. No se movía. Habíase quedado durmiendo, evidentemente. Miss Marple abrió el libro. Era, según apreció en seguida, una obra sobre las enfermedades de tipo nervioso. El libro vino a abrirse por un capítulo consagrado a la descripción de las manías persecutorias en sus comienzos y otras manifestaciones esquizofrénicas y síntomas afines.

No era aquélla una obra de carácter técnico sino de divulgación, que, por tanto, podía ser en sus detalles comprendida por el público profano. La grave expresión que se dibujó en el rostro de miss Marple se acentuó a medida que leía... Unos minutos después cerró el libro, quedándose pensativa. Luego se inclinó hacia delante, volviéndolo a colocar donde lo había hallado, bajo el colchón.

Movió la cabeza, perpleja. Procurando no hacer el menor ruido, abandonó su silla. Acercóse a la ventana más próxima y entonces, repentinamente, volvió la cabeza. Por una fracción de segundo vio los ojos de Molly abiertos... Miss Marple vaciló. No sabía a qué atenerse. La furtiva y rapidísima mirada de Molly, ¿había sido fruto de su imaginación? ¿Estaba Molly fingiendo que dormía? Aquello podía ser, sin embargo, algo natural. Tal vez hubiese pensado que miss Marple empezaría a hablarle si comprobaba que estaba despierta. Sí. Eso era lo que había ocurrido.

¿Había sorprendido en aquella mirada brevísima de Molly un destello de astucia? De ser así le resultaba sumamente desagradable, aparte de intrigante. «Nunca sabemos nada de nada», se dijo miss Marple, más cavilosa que de costumbre.

Decidió que en cuanto se le presentara la ocasión charlaría con el doctor Graham. Tornó a su silla, junto al lecho. Cinco minutos después se dijo que Molly dormía realmente. Despierta no hubiera podido permanecer tan inmóvil como la veía ni su respiración habría sido tan acompasada. Miss Marple volvió a ponerse en pie. Hoy llevaba sus zapatos de lona con suelas de goma. Quizá no fuese aquél un calzado muy elegante, pero lo cierto era que se acomodaba perfectamente al clima del lugar y resultaba confortable y holgado para sus pies.

Recorrió silenciosamente todo el dormitorio, deteniéndose junto a las dos ventanas, desde las cuales se observaba el terreno circundante en dos direcciones.

Reinaba allí la más absoluta tranquilidad. No se veía a nadie por las inmediaciones. Miss Marple se retiró... En el momento en que iba a alcanzar su asiento se quedó quieta. Le parecía haber oído un débil ruido fuera. Algo así como el roce de la suela de unos zapatos sobre el pavimento. Parpadeó, pensativa... Luego se encaminó a la ventana que acababa de abandonar, dejándola entreabierta.

Seguidamente se dirigió hacia la puerta de la habitación y al abrir aquélla volvió la cabeza para decir:

Other books

The Schopenhauer Cure by Irvin Yalom
Small Magics by Ilona Andrews
Unknown by Unknown
Volinette's Song by Martin Hengst
Cinnamon by Emily Danby
Fixed by Beth Goobie
Charles Dickens: A Life by Claire Tomalin