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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (84 page)

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Alfonso, por su parte, sabe que es el que tiene más triunfos en la mano: el ejército más fuerte, la situación política más estable y, además, el derecho al título imperial, un viejo atributo de la corona leonesa que otorga al he redero de Pelayo una suerte de primogenitura sobre todas las coronas españolas.Alfonso VII no ve la menor ventaja en que las tierras de Aragón y Navarra pasen a las órdenes militares. El papa vuelve a insistir, pero Alfonso responde con una maniobra política de altura y traza puentes con todos los que quieren sacar algún provecho de la situación: por supuesto, García Ramírez de Navarra, pero también el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV (que era cuñado de Alfonso), e igualmente el conde de Tolosa, que con la muerte del Batallador aspiraba a una mayor independencia.

Ramiro el Monje se ve excluido de esta maniobra política de Alfonso. ¿Por qué? Porque lo que el rey de León quiere es afianzar su autoridad en un territorio cuyo rey es, precisamente, Ramiro. El Monje, sin embargo, tiene otros problemas más urgentes. Para empezar, tiene que hacer frente a la desobediencia de una parte importante de la nobleza aragonesa, que le toma por el pito del sereno. Este conflicto dará lugar a un legendario episodio, bastante siniestro, que pronto contaremos aquí.Y además Ramiro II tiene que casarse, porque un rey necesita reina y herederos. Con ese objetivo viaja a Francia y busca emparentar. ¿Dónde? En el condado de Tolosa, el mismo que intentaba ganarse Alfonso VII. Tolosa, naturalmente, no hace ascos a ninguno de los dos. De hecho, Ramiro vuelve de Francia con la mano de Inés de Poitiers, sobrina del conde tolosano.Ya hay reina para Aragón.

Alfonso VII toma entonces la decisión de hacer un gesto.Y ese gesto es inequívoco: subrayar la cualidad imperial de la corona leonesa. Desde los tiempos de Alfonso III el Magno, León —heredera del Reino de Asturias— se había atribuido el rango de corona primogénita de la cristiandad española y, en virtud de eso, el título imperial. Ésa es la herencia que ahora Alfonso reactiva para hacer un gesto de autoridad. Alfonso se corona emperador.

Fue en León, el 25 de mayo de 1135.Todos los poderes de la España cristiana, con excepción de Aragón, acuden a la ceremonia. Está su cuñado Ramón Berenguer IV. Está García Ramírez de Pamplona, que acaba de prestar vasallaje personal a Alfonso en Nájera. Está Armengol de Urgel. Están, además, los condes de los territorios franceses bajo influencia catalana y aragonesa: Alfonso Jordán de Tolosa, Guillermo de Montpellier, los condes de Foix… También está el conde de Pallars.Y está un moro: Zafadola, el reyezuelo de Rueda de jalón, aliado del monarca leonés.

Ante tan notable concurrencia, Alfonso VII es coronado como Imperator totius Hispaniae.Acto seguido, todos ellos se dirigen a Zaragoza, donde Alfonso otorga al navarro García Ramírez la tenencia de la ciudad. Enseguida hay más adhesiones: los señores de Álava y Guipúzcoa, territorios que siempre habían oscilado entre Navarra y Castilla, se declaran vasallos del emperador. Estos señores vascos eran los hermanos Lope y Ladrón Iñíguez, que a partir de ahora participarán en todas las curias convocadas por León.

Con ojos de hoy, puede parecer que Alfonso VII estaba intentando acaparar territorios y, por así decirlo, anexionárselos. Nada de eso. En aquel tiempo las relaciones de poder eran distintas. La soberanía que Alfonso encarna sólo implica un poder directo en los territorios de su heredad, es decir, León, Castilla, Galicia… En lo demás, lo que Alfonso está reclamando no es una dependencia política directa, sino un reconocimiento de la soberanía imperial. Reconocimiento que se plasma en los actos de vasallaje que los otros soberanos, dueños cada uno de su territorio, prestan al emperador leonés. La España cristiana queda soldada en una unidad política, sí, pero esta unidad hay que entenderla más bien como un bloque de fe y de intereses.Y el gozne de unión del bloque es la persona del imperator totius Hispaniac, es decir, Alfonso VII.

Antes hemos señalado que todos los monarcas de la España cristiana a excepción de Aragón prestaron vasallaje a Alfonso y estuvieron en la coronación imperial. Hay que hacer una precisión importante: en el solemne acto de coronación tampoco estuvo su primo Alfonso Enríquez, conde de Portugal. No sólo Enríquez no estuvo, sino que además ni siquiera mandó a nadie en su representación. Al igual que hicieron sus padres, Alfonso Enríquez estaba jugando su propio juego.Y este juego no tardará en enfrentarle al rey de León.

En cuanto al otro excluido de la ceremonia, Ramiro el Monje, hay que decir que se lo tomó con filosofía. Más aún: supo maniobrar para volver las cosas a su favor. Las circunstancias le ayudaban. Roma seguía sin reconocer a los nuevos reyes y mantenía abierta la reclamación de que se ejecutara el testamento del Batallador, pero las propias órdenes militares se encargaron de atemperar las cosas: realmente, no sabían muy bien qué hacer con aquel legado, que terminó resultando una enojosa carga. Ramiro, paciente, se ocupó en lo suyo: casarse, tener descendencia —una hija: Petronila— y tratar de recomponer el paisaje político con el emperador. Lo consiguió en el verano de 1136, cuando Ramiro el Monje yAlfonso VII se encontraron en Alagón.Y firmaron pactos que iban a tener largas consecuencias.

A quien se le ponían las cosas muy crudas era a García Ramírez, el navarro. García, que primero había pactado con Ramiro, después había roto ese pacto para prestar vasallaje a Alfonso de León. A cambio había ganado la tenencia de Zaragoza, pero también la desconfianza de su ex socio, Ramiro el Monje. ¿Le quedaba al menos el apoyo de Alfonso de León? Le quedaba, sí, pero por poco tiempo. Roma no veía nada claro el enjuague y pedía al emperador que se restituyera Zaragoza a la corona aragonesa y que se combatiera a García Ramírez. Alfonso ya había dado demasiadas negativas a Roma como para negarle también esto. La posición de García Ramírez empezaba a peligrar.Y quien ganaba con ello era… Ramiro el Monje, que, paciente, veía acercarse la hora de la venganza por el pacto traicionado.

Ramiro el Monje era un hombre paciente, sí. Hacía las cosas con calma y después de mucho meditarlas.Y luego las ejecutaba de manera infalible. Un verdadero jugador a largo plazo. Quizá por esas cualidades la tradición le atribuyó un episodio tan brillante como siniestro: la decapitación de los nobles rebeldes aragoneses. Es el episodio que pasó al romancero como la jornada de la campana de Huesca. ¿Qué ocurrió allí?

Los problemas del Monje y la campana de Huesca

Recapitulemos. Ramiro II el Monje, nuevo rey de Aragón, atraviesa un momento delicado. Ha salido del convento para hacerse cargo de la corona que ha dejado su hermano el Batallador. Ramiro, de momento, ha conseguido encontrar esposa —Inés de Poitiers—, pero le está costando mucho domesticar a los nobles aragoneses, que multiplican los gestos de rebeldía. La Crónica de San Juan de la Peña, que aquí traducimos libremente del aragonés antiguo, plantea así la cuestión:

Y este don Ramiro fue muy buen rey y muy franco con los hidalgos, de manera que dio a nobles y caballeros muchos de los lugares del reino. Pero ellos en absoluto lo apreciaron y hacían guerras entre sí mismos y mataban y robaban a las gentes del reino, y pese a las peticiones del rey no querían cesar en esto.Y quedó el rey en gran perplejidad preguntándose cómo dar remedio a tanta perdición en su reino, y no se atrevía a confiárselo a nadie.

¿Verdad? ¿Mentira? Parece cierto que los primeros meses de reinado de Ramiro II el Monje se vieron envueltos en una fuerte turbulencia social. Los mismos ricohombres que habían designado rey al hermano monje del Batallador, pugnaban ahora por imponer su propia ley en sus territorios y, a ser posible, en los del vecino. Es fácil entenderlo. Con frecuencia hemos visto que los grandes nobles aprovechaban los momentos de transición para tratar de aumentar su poder. Eso, sumado a las derrotas políticas de Ramiro nada más llegar a la corona, pudo empujar a muchos a forzar la mano por desconfianza, por miedo o por ambición.

Atrapado en esta tesitura, el Monje duda. Dice la tradición que fue la condición monástica del rey lo que llevó a los nobles a desafiar su autoridad: un clérigo, aunque fuera exclaustrado, mal podía oponerse a las espadas de los caballeros. Pero fue precisamente en el monasterio donde el rey buscó consejo. Así lo dice la Crónica:

Y por dar remedio a su reino envió Ramiro un mensajero a su monasterio de San Pons de Tomeras con una carta para su maestro, llamado Forcado. Porque es costumbre y regla de monjes negros que a todo novicio que entrara en la orden se le diera un monje de los ancianos por maestro. Y como la persona de don Ramiro lo merecía, le dieron un maestro muy bueno y grande y sabio.Y en esta carta para su maestro, contaba el rey el estado de su reino y la mala vida que pasaba con los magnates, rogando al maestro que le aconsejase que hacer.

Es muy sugestivo imaginar la escena: en la soledad monacal, el mensajero interpela al anciano fraile sobre una cuestión esencial de Estado. Pero, en determinadas circunstancias, un fraile no puede actuar como un político. No, al menos, sin situarse al borde del pecado. Así el maestro del rey optó por contestar sin palabras. La Crónica lo cuenta de esta manera:

El maestro llamó al mensajero al huerto, donde había muchas coles. Sacó una herramienta y, con la carta en la mano, mientras la leía, cortó todas las coles mayores del huerto, dejando sólo las chicas.Y le dijo al mensajero: Vete a mi señor el rey y dile lo que has visto, que no te daré otra respuesta.

El mensajero volvió al palacio. Estaba muy enojado. Esperaba una respuesta y sólo había recibido una lección de horticultura. El mensajero se lo contó al rey. Pero Ramiro, el rey monje, sí entendió el mensaje. Y así…

El rey envió cartas por todo el reino a los nobles y caballeros para que acudiesen a cortes en Huesca, diciéndoles que quería hacer una campana tan grande que en todo su reino se oyese, y que en Francia había maestros capaces de hacerla.Y los nobles y los caballeros, con desprecio, dijeron: «Vayamos a ver esta locura que quiere hacer nuestro rey».Y cuando llegaron a Huesca…

Cuando llegaron a Huesca, Ramiro II el Monje se dispuso a ejecutar su propia poda de coles. Mandó a algunos hombres de su guardia esconderse, armas en mano, en su gabinete.Y entonces…

Y cuando llegaron los ricohombres los mandó llamar uno a uno a consejo, y según iban entrando, así los mandó decapitar uno a uno.Y llamó a todos los que eran culpables, de forma que trece ricohombres y otros caballeros quedaron descabezados, y a todos habría decapitado de la misma manera si los de afuera, que lo oyeron, no hubieran huido.

La Crónica de San Juan de la Peña nos da los nombres de algunos desdichados caballeros, entre los que había varios del linaje de los Luna. Eran Lop Ferrench, Rui Ximénez, Pero Martínez, Ferrando y Gómez de Luna, Ferriz de Licana, Pero Vergua, Gil d'Atrosillo, Pero Cornel, García de Bidaure, García de Penya y Remón de Fozes, Pero de Luesia, Miguel Azlor, Sancho Fontova…

La versión popular de la historia añade algunas cosas más. Dice, por ejemplo, que Ramiro II el Monje dispuso a todos los cadáveres en círcu lo, como si formaran una campana (precisamente), y al más rebelde de todos, que era el propio obispo de Huesca, lo colocó en el centro, a modo de badajo. El Romancero tradicional añade más: dice que, después, el rey llamó a los hijos de los rebeldes. Lo cuenta así:

Cortó allí quince cabezas,
que eran las más estimadas,
y mostrólas a sus hijos,
que a sus padres aguardaban,
diciendo haría lo mismo
con cuantos no le atacaran.
Y así fue temido el Monje,
con el son de la campana.

¿Verdad? ¿Mentira? Los que sostienen que es mentira, que todo es una fabulación popular, esgrimen un argumento de peso: esa misma historia del maestro que corta coles, o espigas o cualquier otra cosa, a modo de mensaje cifrado, la encontramos en Heródoto, en Aristóteles y en Tito Livio, que la atribuyen a distintos personajes. De manera que todo esto de la campana de Huesca no sería más que una aclimatación a la española del viejo tema clásico.

Ahora bien, ¿por qué la leyenda fue a posarse precisamente sobre Ramiro II el Monje? En general, los cantares del romancero tradicional son con mucha frecuencia versiones poetizadas o legendarias de hechos reales.Y bien pudo ocurrir lo mismo en este caso.Veamos. Sabemos que a la altura de 1135 Ramiro tuvo serios problemas con los nobles de Aragón. Tanto que tuvo que retirarse a Besalú. Esos problemas se derivaban de la dificil tesitura política que ya hemos explicado aquí: García de Navarra pacta con Alfonso de León, éste toma Zaragoza y además logra emparentar con el conde de Barcelona, de manera que el rey de Aragón queda solo y rodeado de adversarios. En consecuencia, los nobles del reino tratan de sacar el mayor partido posible de la situación.

En ese contexto —dato nuevo, pero real— ocurre algo lamentable: un ataque a una caravana musulmana. Ramiro II, para pacificar el paisaje, había firmado una tregua con los almorávides de Lérida en tanto resolvía sus problemas interiores. Pero en el verano de 1135, un grupo de caballe ros ataca y saquea una caravana musulmana a su paso por territorio aragonés. El ataque es un desafio en toda regla a la autoridad del rey.Y Ramiro bien pudo pensar que las cosas habían llegado demasiado lejos y que era momento de tomar drásticas decisiones. Por ejemplo, cortando coles.

¿Lo hizo? Balaguer y Ubieto, que en las cosas del Reino de Aragón son autoridad, han constatado que aquel ataque a una caravana mora fue verdad.Y también han descubierto que, después de 1135, los nombres de los magnates referidos por la Crónica desaparecen efectivamente de la documentación. ¿Muertos? ¿Destituidos? ¿Desterrados? Eso no lo podemos saber. Pero es un hecho que, después del verano de 1135, los nombres de aquellos levantiscos magnates desaparecieron para siempre.

Así que pudo haber o no matanza, y pudo haber o no campana. Pero sí hubo insurrección contra el rey Ramiro, y sí hubo severa represión de éste contra los díscolos caballeros del Reino de Aragón. Todo lo demás, es cuestión de Romancero.Y como muchas otras veces, los huecos que deja la historia nos los llena la leyenda.

Ramón Berenguer IV y la niña Petronila: nace la corona de Aragón

Ramiro el Monje hizo lo que tenía que hacer: engendrar un heredero.Y fue una heredera: Petronila. La niña Petronila había nacido el 29 de junio de 1136, apenas un año después del matrimonio de Ramiro el Monje con Inés de Poitiers. Aquel matrimonio sólo tenía ese objetivo. Lo que había nacido no era un varón, sino una mujer, lo cual en la época tenía sus complicaciones, pero eso era mejor que nada. Más aún: eso salvaba la corona.Y esta niña Petronila, engendrada con la única finalidad de dar continuidad al linaje de los reyes de Aragón, se convirtió inmediatamente en princesa.Y cuando Petronila cumplió un año, la corona señaló su destino: había que casar a la princesa.

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