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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (40 page)

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Las parias eran eso: el impuesto de supervivencia que los moros empezaron a pagar a los cristianos. Parece que la palabra «paria» viene del latín par¡ o pare, que quiere decir «equilibrar una cuenta». El pago implicaba ante todo una protección: la taifa pagaba una cantidad prescrita a un reino o condado cristiano, y éste, por su parte, se comprometía a abstenerse de atacar al que pagaba y, además, a prestarle auxilio en caso de que fuera atacado por un tercero. Ante semejantes contratos, es inevitable la sorpresa. ¿Dónde había quedado la potencia militar musulmana? La respuesta es simple: había quedado disuelta en el paisaje de las taifas. El islam español seguía siendo el mundo rico, mientras que la España cristiana era el mundo pobre. Pero los reinos cristianos se habían convertido en pequeñas potencias militares con una estructura política cada vez más organizada, mientras que el caos político musulmán era irreversible. Por eso los cristianos estaban en condiciones de exigir tributos a los moros.

Nueva pregunta: y si tal era la situación, ¿por qué los cristianos no aprovechaban la debilidad mora para seguir reconquistando? La respuesta también es muy concreta: por la falta de población. A la altura del primer tercio del siglo xl, los reinos cristianos ya tenían a su disposición más tierras de las que podían llenar. Entre los distintos castillos y plazas que se extendían desde el Atlántico hasta Cataluña, había enormes extensiones de terreno vacío que seguían abiertas a los colonos. Ganar más tierras al sur, desplazando a los musulmanes, era factible, pero superfluo: ni podían llenarse ni, sobre todo, podía mantenerse su seguridad. En esas condiciones, para los reinos y condados cristianos era mucho más rentable manifestar su dominio con esa política de tributos. Una política que, por otro lado, va a significar una intensa revitalización de la economía cristiana. Gracias a las parias empieza a circular dinero, se estimula el mercado, aparecen las primeras ferias, nace el tráfico de los artículos de lujo… y de paso se asegura la manutención del ejército, imprescindible para la supervivencia del sistema. Realmente, era un buen negocio.

En las décadas siguientes veremos cómo el paisaje de las taifas experimenta algunos movimientos. Habrá taifas que se unan y otras que se separen. Zaragoza construye un importante baluarte de poder. Badajoz y Toledo, que siempre habían sido polos de fuerte personalidad política, con decisiva influencia autóctona, tanto muladí como mozárabe, mantendrán su singularidad. En cuanto a Sevilla, se extenderá por toda la Andalucía occidental hasta convertirse en una potencia respetable. Pero incluso en esas condiciones, la hegemonía cristiana seguirá siendo la nota dominante. En la estela de esa hegemonía se consolidarán los reinos españoles. Y, por cierto, no sin desagradables encontronazos. Aquí los veremos.

8

LOS HIJOS DE SANCHO:
LA ESPAÑA DE LOS CINCO REINOS

La ambición de Sancho el Mayor

Ha llegado el momento de hablar con detalle de una personalidad que iba a marcar la historia de España: el rey de Navarra Sancho el Mayor. Realmente Sancho Garcés III bien merece el sobrenombre de «el mayor». Aún hay quien discute si ese sobrenombre se debe a la hegemonía que llegó a alcanzar entre los reyes de la cristiandad española, o si más bien se lo atribuyeron por lo enorme de su talla porque, en efecto, era muy alto—, pero, si no fuera por ninguna de esas dos razones, en cualquier caso habría que dárselo por su gigantesca talla política.

Conste que no faltaron los grandes espíritus entre los caudillos españoles de aquel tiempo. Por ejemplo, Sancho de Castilla era un auténtico líder que había sabido convertir en victoriosa una situación desesperada. Alfonso V de León, con su obra legislativa, había manifestado un talento político evidente. También Ramón Borrell, el conde de Barcelona, había demostrado tener las ideas claras sobre sus objetivos. Pero quizá ninguno como Sancho de Navarra fue capaz de llevar tan lejos sus proyectos y, aún más, aprovechar al máximo sus posibilidades con una mezcla sorprendente de improvisación oportunista y estrategia a largo plazo. Así se convirtió en el rey más poderoso de la España cristiana.

A Sancho el Mayor ya lo hemos presentado aquí: nacido hacia 990, hijo del rey navarro García el Temblón, huérfano muy pronto, heredero sin reino durante su infancia, rey sin corona mientras fue menor de edad… Sancho había empezado a ceñir la corona en torno a 1004.Apenas era un mozalbete, pero tenía tras de sí toda la fuerza de su sangre. En cierto modo, Sancho era el objetivo que había buscado con empeño la reina doña Toda, la vieja casamentera. Porque Sancho el Mayor era el pro ducto final de la larga alianza navarra con Asturias, primero, y con Castilla después. Su madre, Jimena Fernández, era de la casa condal de Cea, determinante en León. Su abuela, Urraca, era hija de Fernán González, el viejo conde de Castilla. El propio Sancho se casó, jovencísimo, con Muniadona, una hija de su tocayo, el conde castellano.Y todos esos vínculos ponían por delante de este caballero un enorme abanico de posibilidades.

Para entender mejor la situación política de Sancho el Mayor conviene mirar el mapa. Navarra, extendida sobre el eje Pamplona-Nájera, ya no era un pequeño reino de supervivencia problemática, pero seguía viendo muy limitadas sus posibilidades de expansión. Al sur tenía el área de influencia de los musulmanes de Zaragoza, que no era flaco rival. Al norte, Francia. Al oeste, Castilla. Al este, los condados del Pirineo. Si Sancho quería extender el reino, sólo tenía dos opciones: o hacer la guerra a los musulmanes de Zaragoza, o aprovechar al máximo sus vínculos de parentesco con los otros reinos y condados cristianos. Pamplona, en este momento, no tenía fuerza militar suficiente para enfrentarse a los musulmanes de Zaragoza, pero podía conseguirla por la otra vía: gracias a sus derechos de sangre en Castilla y el Pirineo.Y ése es el camino que Sancho escogió.

Así, vamos a ver cómo en muy pocos años Navarra se convierte en la potencia determinante de la cristiandad peninsular. Sancho es rey sobre los actuales territorios de Navarra y La Rioja. Como además había heredado el condado de Aragón, éste queda también incorporado a su corona. A partir de ahí, Sancho el Mayor irá construyendo su imperio. Primero, los condados de Sobrarbe y Ribagorza, que otorgan a Pamplona el control sobre dos tercios del Pirineo. Después, el control político sobre León, tras la muerte prematura de Alfonso V. Inmediatamente, Álava, Castilla y Monzón, con lo cual el dominio navarro llega hasta muy al sur del Duero. Finalmente, Cea en León también pasará a depender del rey navarro. Cuando Sancho muera en 1035, muy joven aún no había cumplido los cuarenta y cinco años—, casi la mitad de la España cristiana, desde Astorga hasta Ribagorza, orbitará en torno a Navarra.Y después, de su descendencia nacerán nuevos reinos:Aragón, Castilla… Pero vamos a ver todo esto por partes.

Empecemos en el Pirineo. Es el año 1017. Sancho reina en Nájera. Pero en Ribagorza, el pequeño condado pirenaico, suceden cosas desa gradables. El conde Guillermo, sobrino de la castellana Toda, ha muerto en un combate en el valle de Arán. El pequeño núcleo de Roda de Isábena vuelve a verse amenazado. Los sarracenos no pierden la oportunidad de volver a hostigar a los ribagorzanos. Para colmo, los catalanes, que no han renunciado a extender sus dominios hasta Ribagorza, meten la cuchara en el conflicto e intentan apoderarse de la franja oriental del condado. Los nobles de Ribagorza y Sobrarbe no tienen fuerzas suficientes para afrontar el desafio. Necesitan ayuda. ¿A quién llaman? A Sancho de Navarra. ¿Y por qué? Porque Sancho está casado con la castellana Muniadona, nieta de Ava de Ribagorza. Pocos años antes hemos visto a Castilla decidir el futuro de Ribagorza. Con los mismos títulos, será ahora Pamplona la que decida la misma cuestión. A partir de este momento, Sobrarbe y Ribagorza quedan incorporados a la corona de Pamplona.

Segundo paso: León. Alfonso V, el rey legislador, no sólo dictaba fueros, sino que también dirigía a sus huestes en el campo de batalla. Hacia 1028, ante la descomposición del mundo musulmán, Alfonso está en la frontera portuguesa tratando de recuperar el territorio perdido. Una plaza clave en esa tarea es Viseu: desde allí puede volver a tomarse Coímbra. Pero en el asedio deViseu, una flecha musulmana va a clavarse en el cuerpo del joven rey. Alfonso V de León muere antes de alcanzar la treintena y deja como heredero a un niño de once años, Bermudo III. Como Bermudo es un niño, la figura dominante en la corte leonesa pasa a ser su madrastra, Jimena, segunda esposa del rey difunto.Y esta Jimena es hermana, ¿de quién? De Sancho el Mayor de Pamplona. Pronto un equipo de nobles navarros rodea a Jimena.Así la influencia de Sancho el Mayor se extiende también al Reino de León.

Y vayamos ahora a Castilla. Un luctuoso azar va a poner en manos de Sancho el Mayor los territorios castellanos. A la altura de 1017, el conde Sancho García de Castilla había muerto dejando como sucesor a su hijo García, un niño de siete años. Castilla ya era muy fuerte y la minoría de edad del heredero no supuso un cambio de poder. La abadesa de Covarrubias, doña Urraca, tía del muchacho, aseguraba la regencia junto a los magnates del reino. El propio Sancho, desde Pamplona, ayudó a que las cosas se mantuvieran como estaban. Cuando García creció, la regente organizó el matrimonio del joven: se casaría nada menos que con Sancha, la hija de AlfonsoV, el gran rey legislador de León.Aquel matrimonio era un paso decisivo para reconstruir la relación entre León y Castilla. En 1029, el joven García, de apenas diecinueve años, viajó a León para conocer a la novia. Pero allí encontraría la muerte.

Este episodio de la muerte de García es uno de los más oscuros de la historia medieval española. ¿Quién mató al joven García? ¿Por qué? La tradición, reflejada en el Romance del Infante García, atribuye el asesinato a los Vela, la poderosa familia condal alavesa que, enemistada con los castellanos, había encontrado años atrás refugio en León.Temiendo tal vez que la renovada alianza de León con Castilla perjudicase sus intereses, los hermanos Rodrigo e Íñigo Vela reunieron a sus gentes, acudieron a las calles de León, provocaron un altercado con el séquito de García y, a provecho de la confusión, dieron muerte al novio en la puerta de la iglesia de San Juan.

Esto es lo que dice el romance. En realidad, nadie puede asegurar que las cosas ocurrieran así ni que fueran efectivamente los Vela, aquellos alaveses, los culpables del asunto. Hay otra teoría: la que culpa del crimen a los magnates castellanos Gonzalo Muñoz, Munio Gustioz y Munio Rodríguez, que habían acudido a León como parte del cortejo del conde. ¿Quién acusa a estos señores? El epitafio de la tumba del infante en Oña, hoy desaparecido, pero recogido por un benedictino, el padre Argáiz, en el siglo xvii. ¿Y qué interés podían tener estos Muñoz, Gustioz y Rodríguez en matar al joven conde? Quizás, el temor a que la renovada alianza de León y Castilla pusiera freno a las ambiciones territoriales de los magnates castellanos. Esto, en todo caso, también es sólo hipótesis. Lo único cierto es que así, asesinado en las calles de León el 23 de mayo de 1029, acababa la vida del conde de Castilla García Sánchez, con diecinueve años de edad.

El triste suceso creó una situación política delicadísima. El heredero de Castilla había sido asesinado en León. García, muy joven, no tenía descendencia. El condado quedaba vacío. Pero no del todo: García tenía una hermana, Muniadona.Y esa hermana estaba casada con Sancho de Navarra, Sancho III el Mayor. El rey de Pamplona y Nájera, que había acudido a León como invitado a la boda, tardó muy poco en presentar sus credenciales. Muerto García, el condado era para Muniadona, la reina de Navarra.Y así Castilla, más los territorios de Álava y Monzón, que pertenecían al condado castellano, pasaron también a la corona pamplonesa.

De esta manera Sancho el Mayor se convirtió en el monarca más poderoso de la cristiandad. Desde Astorga hasta Ribagorza, en efecto, e incluso Barcelona, la larga y ancha sombra de Sancho Garcés III determinó la vida de la España cristiana. No era sólo cuestión de oportunismo político o de estrategia: después de muchos años de división, volvía la conciencia de unidad.

Era el aire de los tiempos, que pedía reyes capaces de imponer su autoridad soberana. Ahora, con Sancho, un nuevo molde político trataba de encauzar el auge de los poderes feudales. Es verdad que el impulso expansivo hacia el sur quedaba detenido, pero, a cambio, penetraba en España la cultura románica que venía de Europa.Veremos esto con más detalle.

La Cataluña del abad Oliva

Ya hemos visto que la descomposición del califato de Córdoba relajó la presión sobre todos los territorios cristianos. Nuevos horizontes se abrían.Y mientras Sancho el Mayor de Navarra diseñaba su estrategia unificadora, sacando petróleo de las azarosas circunstancias que se producían en León y en Castilla, en el este, en el otro lado del mapa, también el condado de Barcelona conocía cambios importantes. ¿Qué cambios? Ante todo, un intento por afianzar el poder central, el del conde, frente a los señores feudales.Y en el meollo de esos cambios vamos a encontrar a un eminente eclesiástico: el abad Oliva, una de las personalidades más interesantes de la España medieval.

Ya hemos visto que la gran cuestión del principio del milenio, en las tierras cristianas, era encauzar el fenómeno feudal de manera que no trajera consigo una descomposición de los reinos. El poder autónomo de los señores de la tierra —y de la guerra— era un hecho consumado y bebía en el propio carácter de la política de la época, basado en una cadena de dependencias y vasallajes personales. O sea que el feudalismo no se podía eliminar. Pero había que intentar que ese paisaje no implicara una evaporación de la soberanía, es decir, había que reafirmar el papel del monarca en la cúspide del edificio, ya se tratara de un rey, como en León, o de un conde, como en Barcelona. El Fuero leonés de Alfonso V apuntó a ese objetivo. La política de Sancho el Mayor continuó la misma línea.Y a idéntico horizonte apuntará, en Cataluña, el abad Oliva.

Un personaje fascinante, este Oliva; uno de los hombres más importantes de su tiempo. Oliva había nacido hacia 971 en Gerona, en el seno de la familia condal, e iba a asistir como protagonista a los grandes procesos de su tiempo.Vio cómo el poder condal perdía fuerza ante los señores feudales. Vio también cómo Almanzor arrasaba sin piedad las tierras catalanas. Cuando su padre renunció a sus poderes, nuestro Oliva, que aún no era abad, pasó a gobernar el condado con su madre y sus hermanos. Seis años después, el territorio se dividió entre los herederos. A Oliva le tocó regir, junto a su hermano Wifredo, las comarcas de Cerdaña, el Conflent y Berga. O sea que Oliva conocía bien el paño.

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