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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (41 page)

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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¿Cuál era ese paño? En Cataluña, en aquel momento, el mismo que en todas partes: el gran cambio feudal. Desde siglo y medio antes, los condes catalanes habían dirigido la repoblación de tierras hacia el sur encomendando su control a delegados, vicarios en catalán, veguers, que enseguida se convirtieron en señores de sus respectivas jurisdicciones. Tanto se convirtieron en tales, que incluso empezaron a transmitir sus títulos en herencia a sus hijos.Y como las sucesivas razias de Almanzor y compañía en tierras catalanas habían dejado empobrecidas a miles de familias campesinas, los veguers pronto contaron con un nutrido número de clientes y vasallos, todos esos campesinos arruinados que ahora no tenían otra vía que buscar protección.

Así las cosas, toda la cuestión política catalana de este momento se reducía a un solo asunto: el intento de los condes, titulares de la soberanía, de neutralizar las relaciones de vasallaje establecidas entre los campesinos y los veguers o, al menos, subordinarlas a la dependencia de los propios condes. Es decir, que el poder privado de la aristocracia no suplantara al poder público del soberano. Los veguers, por su parte, también se moverán, pero en sentido contrario. Para que su poder sea inexpugnable, trazarán una densa red de dependencias y vasallajes que, entre otras cosas, pasará por nombrar nobles subordinados a ellos, los llamados castllans (en francés chatelans, o sea, catalans), que se encargan de regir los castillos y administrar los campos del señor.

La situación era realmente complicada, porque esta estructura feudal —hay que insistir en ello— no era algo sobrevenido, sino que formaba parte de la propia esencia del sistema político, es decir, que no podía suprimirse sin causar el hundimiento de todo el edificio. En León, como hemos visto, lo que harán los soberanos es tratar de encauzar la situación mediante fueros que estabilicen el paisaje y salvaguarden la primacía del rey. En Cataluña las cosas serán más complicadas: durante el gobierno de Ramón Borrell, el poder condal aún podrá hacer efectiva su autoridad, pero Ramón muere en 1017 dejando el condado en manos de un heredero menor de edad, Berenguer Ramón, y de la condesa viuda Ermesenda, y a ambos les costará mucho atar corto a los señores feudales.Y aquí hemos de volver a nuestro Oliva, porque jugará un papel de cierta importancia en todo esto.

Oliva, muy en el espíritu de la época, sentía una poderosa atracción hacia la vida religiosa. Además, por carácter e inclinaciones era mucho más un intelectual que un hombre de acción. Así que en torno a 1002, ya pasada la treintena, decide dejar las dignidades mundanas y profesa como novicio en el monasterio benedictino de Ripoll, que pertenecía a su familia y que es uno de los grandes centros espirituales del medioevo europeo. El conde se convierte en un simple monje. Pero en aquella época, y con aquella situación, un monje que se llamara Oliva no podía ser «un simple monje».Y así en 1008 es designado abad de Ripoll.Ya es el abad Oliva.

Ser abad de Ripoll era algo muy importante: además de conferir la dignidad episcopal, incluía el control de las abadías de Santa María del Canigó y San Miguel de Cuixá. Oliva, por tanto, siguió siendo uno de los magnates de Cataluña.Y cuando murió el conde Ramón Borrell, la viuda Ermesenda, necesitada de talentos, puso sus ojos en el abad de Ripoll. Así Oliva fue designado obispo de Vic, un lugar crucial, frontera con los moros y, además, un territorio desarticulado por las ambiciones feudales. Oliva, como buen benedictino, comulgaba con las ideas de su época, que eran las del papa Gerberto: la autoridad pública del monarca debía prevalecer sobre el poder privado del señor feudal.Y nuestro abad, desde su obispado, pondrá sumo celo en proteger los bienes de sus feligreses no sólo en lo espiritual, sino también en lo político. De hecho, a Oliva se debe buena parte de la fortificación y la repoblación en la comarca de la Segarra.

Hizo otra cosa Oliva que iba a tener gran trascendencia después: para asegurar la justa organización de su jurisdicción y proteger eficazmente a sus campesinos y caballeros, creó las llamadas asambleas de paz y tregua, donde eran convocados los nobles y prelados del condado. Para muchos autores, estas asambleas son el germen de las futuras Cortes catalanas. Esto último, lo de las asambleas, lo hizo Oliva ya entrada la segunda década del siglo xl, cuando el pequeño Berenguer Ramón había alcanzado la mayoría de edad y, en tanto que conde de Barcelona, debía afrontar el gran problema político de la época: poner diques al feudalismo.Y lo hizo.

Oliva formó parte desde el principio del círculo de consejeros del nuevo conde, y seguramente hay que ver su mano en varias de las medidas que éste tomó al hacerse cargo del poder. Por ejemplo, la de liberar a los propietarios de tierras de cualquier dependencia que no fuera la del conde mismo, eximiéndoles de otros impuestos. Eso, en la práctica, era tanto como desarticular la fuerza de los señores feudales.

La política de Berenguer Ramón 1 parece guiada por los mismos pasos que la de Sancho el Mayor. Consta que se entrevistó en varias ocasiones con el rey navarro. Para acentuar aún más esas vinculaciones, en 1021 Berenguer se había casado con Sancha, hija del conde Sancho García de Castilla. Es decir que el condado de Barcelona también entraba en la atmósfera de unidad que empezaba a respirarse en toda la España cristiana bajo el impulso de Sancho el Mayor.

Pero todo iba a cambiar súbitamente hacia 1035, cuando Berenguer Ramón 1, aún joven —treinta años—, se siente morir. El conde toma entonces la decisión de repartir sus tierras entre sus hijos, todavía unos niños. Uno, Ramón Berenguer, regirá Gerona y Barcelona, hasta el Llobregat; su segundo hijo, Sancho, el Penedés, tierra de frontera desde el Llobregat hasta las líneas musulmanas; el tercer hijo, Guillermo, se quedará con Osona. Era la típica situación en la que, una vez más, podía aparecer el rey Sancho el Mayor, para meter la cuchara. Pero he aquí que en ese mismo año 1035, concretamente el 18 de octubre, Sancho Garcés III, llamado el Mayor, rey de Pamplona y de Aragón, conde de Sobrarbe y de Ribagorza, determinante en Castilla y en León, moría a su vez con unos cuarenta y cinco años. Pronto veremos hasta qué punto esto iba a modificar el paisaje.

Todas aquellas cosas pasaron, pero del abad Oliva nos quedan hoy huellas que han superado el paso del tiempo. Nuestro protagonista dio un decidido impulso a la entrada del arte románico, aumentó de manera considerable el ya importante tesoro documental del archivo de Ripoll, escribió un notable epistolario y un poemario en latín, promovió una escuela poética, fundó o reformó monasterios como Montserrat, Fluviá y Canigó… Como su amigo Sancho el Mayor, también dio gran importancia a las relaciones con Francia, y así le veremos organizando asambleas y sínodos que estrecharon los contactos con las sedes francesas de Narbona y Arlés, por ejemplo.

La vida de nuestro abad Oliva se apagó en 1046, a los setenta y cinco años, después de una existencia consagrada a la religión, a la cultura y a la política. Su trabajo fue determinante para que el condado de Barcelona afrontara el desafio del feudalismo y, además, para que Cataluña se convirtiera en uno de los grandes centros culturales de Europa. Por eso Oliva debe figurar con letras de oro en cualquier historia de España.

El enigma leonés

Los últimos años de la vida de Sancho el Mayor, el gran rey navarro, aparecen señalados por una cuestión política de la mayor importancia: sus movimientos en el Reino de León, generalmente interpretados como un intento —agresivo— por hacerse con el poder en aquellas tierras, en lo que seguía siendo la mayor construcción política de la cristiandad española. Pero ¿era realmente eso lo que Sancho hacía en León, una guerra de conquista? Hay razones para pensar que no.

Es verdad que la cuestión leonesa envuelve uno de los grandes interrogantes sobre Sancho el Mayor. A primera vista, se diría que el rey navarro, al final de su vida, invadió el territorio leonés y ocupó militarmente los centros del reino. Al fin y al cabo, era una decisión lógica: con casi toda la España cristiana bajo su poder directo o bajo su influencia indirecta, ¿por qué no apoderarse también de León? Sin embargo, las cosas no son como a primera vista parecen.Y como el asunto es complicado y sigue sujeto a polémica, vamos a verlo despacio.

El primer movimiento leonés de Sancho el Mayor se produce en los territorios comprendidos entre el Cea y el Pisuerga; aproximadamente, las actuales provincias de Palencia y Valladolid, buena parte de lo que hoy conocemos como Tierra de Campos. Desde antiguo, estas tierras confi guraban el límite entre León y Castilla. Siempre fue una región disputada, tierra a caballo entre los condados de Cea, Saldaña y Monzón. Primero estuvo bajo control leonés. Después, el condado de Cea quedó bajo control castellano. En la década de los veinte, el conde de Cea era Pedro Fernández. Sancho el Mayor tenía intereses directos en la zona: hijo de una dama de Cea, hermana del conde titular, además estaba casado con una infanta de Castilla. Por tanto, podía reclamar derechos de linaje sobre la región. En 1028 muere el conde Pedro de Cea, y entonces Sancho el Mayor, como sobrino del difunto, planta allí sus reales. En 1030 los diplomas ya dicen Regnante rege Sanctio in Ccia et rege Ueremudo in Legione; es decir, que Sancho reina en Cea y Bermudo en León. El navarro se ha quedado con el pastel.

No sabemos cómo se tomó el rey leonés Bermudo aquella extensión del poder de Sancho. Recordemos cómo estaban las cosas en León: AlfonsoV acababa de morir ante los muros deVisco; su heredero, Bermudo, era un niño de once años; quien mandaba en León era la madrastra de Bermudo, Urraca, y ésta era hermana de Sancho el Mayor, o sea que, en la práctica, la corona de Pamplona controlaba también la corte leonesa. Con una corona sin rey efectivo en León, las ambiciones de los señores feudales se disparan. En ese sentido, la intervención de Sancho en Cea lo mismo puede parecer una jugada hostil que una maniobra de protección. ¿Protección? Sí: protección de la corona leonesa frente a sus señores feudales. De hecho, en ninguna parte se dice que las huestes navarras y las leonesas combatieran. La entrada de Sancho el Mayor en las tierras de León fue, por tanto, pacífica.

Pero hubo algún movimiento más, y éste ya no afectaba a un área periférica, sino al corazón del reino. Hacia 1032 tenemos a Sancho el Mayor ocupando nada menos que León y Astorga.Y el propio Sancho, en una donación al monasterio de Leyre, fechada el 26 de diciembre de 1032, es quien nos lo cuenta:

Reinando el serenísimo sobredicho rey Sancho en Pamplona y en Aragón, en Sobrarbe y en Ribagorza y en toda Gascuña, y en Castilla entera, y además añadiré que gobernando por la gracia de Dios en León y en Astorga…

Un momento: ¿hemos dicho Gascuña, el sur de Francia? Sí: en aquellos días, ante la reciente muerte del duque Guillermo de Gascuña, nuestro Sancho el Mayor, esgrimiendo derechos de sangre, opta al ducado. Eso extendería sus posesiones desde el Pirineo hasta el río Garona. No obstante, sabemos que su éxito se limitó sólo a eso: a la reclamación. Y Sancho nunca llegó a reinar en Gascuña.

Nunca llegó a reinar en Gascuña, entre otras razones, porque cuando se disponía a viajar allá fue de nuevo reclamado por los problemas de León. Para empezar, una hermana de Bermudo, Sancha —aquella que iba a casarse con el malogrado infante castellano García—, era prometida a uno de los hijos de Sancho el Mayor, Fernando, designado ya conde de Castilla. Eso significaba volver a unir las casas de León y Castilla con una alianza estrecha. Pero, además, los documentos nos dicen que inmediatamente, en 1033, León hace acto de presencia en Zamora y Astorga. Sabemos que Sancho restaura la sede episcopal de Palencia, un eficaz método de control del territorio.Y también sabemos que enseguida, en enero de 1034, el rey navarro se encuentra en la ciudad de León, la capital del reino. Los intérpretes de estas noticias no dudan: tanta actividad en tierras leonesas sólo puede explicarse como una ofensiva militar; el veterano y poderoso rey de Navarra contra el joven y débil rey de León.Y sin embargo…

Y sin embargo, la verdad es que nada permite asegurar que Sancho invadiera León. No hay crónicas de batallas ni memoria de intervenciones armadas.Y si no hay huella de tales, entonces podemos preguntarnos si acaso Sancho no habría acudido a León por otros motivos. Quizá, por qué no, llamado por el propio Bermudo. ¿Para qué? Una vez más, para defenderse de sus nobles. A esa gente tremenda —los Banu Gómez, los Ansúrez, etc.— la hemos visto sólo medio siglo antes asolando el reino, aliada con Almanzor. Sabemos que ahora la corona de Bermudo seguía en posición precaria. Sabemos que la desobediencia de los señores feudales seguía causando estragos. Sabemos que, por el contrario, ningún poder había más fuerte en la cristiandad española, ningún poder más capaz de meter en cintura a los nobles, que precisamente el de Sancho el Mayor. Sabemos que los pactos matrimoniales entre León y Pamplona vinculaban ya a ambas casas de manera inseparable, lo que hace poco probable una guerra entre ambas.Tal vez Sancho no invadió nada.Tal vez Sancho el Mayor, al revés, acudió a salvar la corona leonesa.

Los años siguientes hubieran podido darnos la respuesta. Pero, lamentablemente, la historia dejó el enigma abierto, porque Sancho el Mayor moría súbitamente en 1035, con unos cuarenta y cinco años, de manera inesperada para todo el mundo; tan imprevista fue aquella muerte, que incluso a alguno de sus hijos le sorprendió en peregrinación a Roma. Así Sancho se llevó a la tumba el enigma leonés: ¿qué se proponía exactamente hacer en León? ¿Quedarse la corona o protegerla de sus enemigos? No lo sabremos jamás. El misterio sigue abierto.

Imagen ambigua, en fin, la de Sancho el Mayor. ¿Ambición personal a expensas de sus vecinos? ¿Rey conquistador e incluso usurpador? Todas estas acusaciones parecen desorientadas. Sancho, en realidad, nunca actuó de manera violenta contra sus vecinos cristianos; por tanto, no puede atribuírsele la intención de apoderarse de la soberanía de otros reinos.Actuó, sí, en Castilla, que de hecho quedó incorporada a la corona navarra, pero lo hizo en una situación en la que Castilla carecía de heredero mayor de edad. Actuó en Ribagorza, sí, pero fue después de la muerte del conde titular, a petición de los nobles de este condado pirenaico, en nombre de los derechos de su esposa Muniadona, y frente a las ambiciones de los condados catalanes; lo cual, por otro lado, no le impidió después entablar con éstos excelentes relaciones. Actuó también en León, pero es que Sancho, hijo de una dama de la familia de Cea, podía esgrimir derechos sobre aquella región y, en cualquier caso, no lo hizo sino cuando la corona leonesa quedó en manos de un menor de edad.

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