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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (78 page)

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Ahora, resuelta la querella fronteriza, cada cual podría afrontar sus propios problemas, que no eran pocos. Al Batallador le aguardaba el frente más codiciado: el de Lérida, que, si la aventura salía con bien, le garantizaría la salida al mar.Y al joven Alfonso VII le esperaba el problema portugués, que se iba a envenenar progresivamente en los años siguientes. Pero antes es preciso hablar de otras cosas, porque, por encima y por debajo de los reyes y las batallas, la vida continuaba e iba dando forma al perfil de la España medieval.

En las próximas páginas vamos a ver cosas decisivas.Vamos a conocer cómo se estaba efectuando la repoblación de la España cristiana frente a la amenaza almorávide.Vamos a ver cómo nace en Aragón la primera orden militar de la historia de España.Y vamos a ver, además, cómo crece en la nueva capital leonesa ese fenómeno cultural que después se llamará Escuela de Traductores de Toledo.

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TRADUCTORES, INFANZONES,
COLONOS Y GUERREROS:
ESPLENDOR MEDIEVAL

La Escuela de Traductores de Toledo

Mientras el mapa de la España cristiana se iba recomponiendo y en nuestro suelo surgían los cinco reinos, otras muchas cosas decisivas estaban ocurriendo. Alguna de ellas iba a tener una importancia enorme para la cultura universal. Por ejemplo, la Escuela de Traductores de Toledo.

Por razones que sería largo explicar ahora, en los últimos años se ha creado la imagen de que la Escuela de Traductores de Toledo fue producto de la España musulmana. Nada más lejos de la realidad: este fenómeno cultural vino impulsado por la España cristiana y, más específicamente, por iniciativa de la Iglesia. Su trabajo ayudaría a difundir por toda Europa buena parte de la cultura clásica, grecolatina, con nuevas traducciones. Por eso fue tan importante.

Vayamos a Toledo. Desde que Alfonso VI la reconquistó en el año 1085, la vieja ciudad del Tajo es la capital del Reino de León y Castilla. Por iniciativa de la esposa del rey, Constanza de Borgoña, Toledo se había convertido en el escenario fundamental de la influencia cluniacense, de los monjes de Cluny. Es cluniacense el primer arzobispo de Toledo después de la reconquista, Bernardo de Sauvetat o de Sedirac, un borgoñón que llegó a desempeñar un papel principalísimo en el reino. El papel del obispo de Toledo disminuyó mucho en tiempos de la reina Urraca (porque la reina Urraca, ya lo hemos contado, consideró más importante buscar el apoyo del obispo de Santiago), pero los cambios en Roma, con la llegada del nuevo papa Calixto II, devolvieron a Toledo su primacía efectiva.

Para ese momento, ya entrada la década de 1120, el arzobispo Bernardo se ha retirado y ha sido sustituido por otro monje cluniacense, éste, gascón: Raimundo de Sauvetat. Raimundo se hace cargo de la diócesis en torno a 1124 y es confirmado como arzobispo en 1126. Hombre de gran cultura y dotado de un vivo espíritu de iniciativa, Raimundo continuará la obra de su predecesor en lo que concierne a la imposición de la liturgia romana —en vez de la mozárabe— y también en la reforma de las costumbres del clero. Pronto se convertirá en una pieza clave del reino cuando el joven rey Alfonso VII le nombre canciller de Castilla. Pero, además de todo eso, al arzobispo Raimundo debemos la idea de traducir las obras árabes que en Toledo se conservaban.

¿Y por qué se le ocurrió a Raimundo semejante cosa? Situémonos. Han pasado cuatro siglos desde la invasión musulmana. Los cristianos han recuperado ya hasta la línea del Tajo. La España cristiana, tanto en Castilla y en León como en Aragón y en Barcelona, es una sociedad pujante, inquieta, que compensa su escasez demográfica con una enorme vitalidad, pero es también una sociedad rudimentaria, de cultura muy limitada, después de que la invasión árabe asolara el mundo visigodo. Enfrente está la España mora, ahora en plena crisis del poder almorávide, ya incapaz de recuperar lo perdido, pero cuya civilización se ha beneficiado de la gran extensión del islam, incorporando conocimientos traídos de todo el viejo mundo, desde el ámbito grecolatino hasta Persia y Babilonia. El poder cristiano, ascendente, desea ese saber: reyes y obispos son conscientes de que el conocimiento, la ciencia, son imprescindibles para consolidar su liderazgo. Así, decidirán traducir las obras que los moros atesoraban.

¿Por qué había tantas obras clásicas en Al-Ándalus? Hay que remontarse a la época final del Imperio romano: fue entonces cuando buena parte de la sabiduría grecolatina se tradujo al siríaco, precisamente en Siria. Siglos más tarde, esas obras se verterían al árabe. Así llegaron a las grandes bibliotecas califales de Córdoba, de donde pasarían a su vez a Toledo. Aquí ya hemos contado los violentos vaivenes de la vida cultural bajo el poder musulmán: califas como Alhakén II construyeron bibliotecas portentosas, pero caudillos como Almanzor se dedicaron a quemar libros; los Reinos de Taifas, aunque sustancialmente corruptos, estimularon mucho la creación cultural, mientras que el régimen almorávide, por el contrario, persiguió a los creadores con saña fundamentalista so pretexto de heterodoxia.

Toledo cayó bajo las banderas cristianas antes de que llegaran los almorávides. Allí, en la vieja ciudad del Tajo, había gran cantidad de libros. Estas obras eran, en su mayor parte, de materias científicas, disciplinas en las que la civilización árabe poseía anchos conocimientos, tanto importados como propios. Había textos judíos, textos arábigos, textos persas… Y además, en Toledo, después de la conquista, había mozárabes que conocían el árabe y el romance, y judíos que conocían el hebreo, y clérigos que podían traducir del romance al latín. Era posible, en fin, verter en provecho propio todo aquel conocimiento.

Una cuestión de principio: dejemos claro que jamás hubo propiamente una escuela de traductores, una institución que se llamara así. Los traductores no estaban en un solo lugar y frecuentemente ni siquiera se conocían entre sí. El nombre de «escuela» se atribuyó posteriormente a su trabajo. Tampoco fue un fruto de la convivencia de «tres culturas», como se suele decir. No, no: fue iniciativa del poder cristiano, y por particular empeño del gascón Raimundo, el obispo.

¿Cómo se organizaba el trabajo? Mediante una cadena de traducciones sucesivas. El arzobispo encargaba a los mozárabes de Toledo, cristianos que entendían el árabe, las traducciones del árabe al romance (el castellano antiguo), y los clérigos de la catedral toledana, que conocían el latín, traducían del romance al latín. Igualmente, los judíos de Toledo traducían del árabe al hebreo y del hebreo al latín. Hubo, pues, muchos traductores, muchas traducciones y un efectivo trasvase de la cultura acumulada por el islam medieval a la civilización cristiana.

Conocemos a algunos de esos traductores: el mozárabe Domingo Gundisalvo, el judeoconverso Juan Hispalense, el italiano Gerardo de Cremona, el escocés Miguel Scoto. También sabemos qué se traducía: todo Aristóteles, Platón, Tolomeo, Euclides; la metafisica de Avicena, la astronomía árabe, la Fons Vitae de Avicebrón… El 47 por ciento de las obras traducidas eran de cálculo y cosmología; el 21 por ciento, de filosofia; el 20 por ciento, de medicina; un 8 por ciento, de religión, fisica y ciencias naturales, disciplinas que en esa época era dificil deslindar; sólo un 4 por ciento de las traducciones se ocupaba de alquimia y ciencias ocultas.

Todos esos saberes no eran enteramente desconocidos para los europeos de la época: desde el siglo x hubo comunicación cultural entre la madrasa de Córdoba y los territorios cristianos. Así Gerberto de Aurillac, después papa como Silvestre II, pudo conocer en Cataluña las obras árabes. Pero eso se limitaba a los periodos en los que el poder musulmán mostraba cierta tolerancia, lo cual no era un estado permanente. Sabemos también que, contra lo que se ha pensado durante mucho tiempo, las obras de los clásicos grecolatinos no habían sido olvidadas en la Europa medieval. Pero es verdad que las copias eran raras, pocas veces completas y, con frecuencia, malas. Por el contrario, el trabajo desarrollado a iniciativa de Raimundo permitió una difusión prácticamente generalizada del saber oriental en Europa.

Así fue como el patrocinio de los reyes y obispos cristianos, en Toledo singularmente, pero también en otros lugares, permitió un impulso cultural sin precedentes. Un solo ejemplo: el sistema decimal y el invento del número cero es de origen indio; fue un persa, al-Khuwarismi, quien recogió de los indios el sistema decimal en su Libro de los guarismos; ese libro fue difundido a su vez en el mundo islámico hasta Córdoba; en Toledo será traducido al latín. Del mismo modo, el Canon de Avicena o el Arte de Galeno se generalizarán en las universidades europeas.Y una curiosidad: en la España del siglo xi se usaba ya el papel, introducido por los árabes, que a su vez lo habían tomado de China. El libro de papel más antiguo que se conserva en Occidente es un misal toledano del siglo xi.

Lo más notable es que el trabajo no se detuvo aquí. Años más tarde, y por impulso directo de Alfonso X el Sabio, encontraremos en torno a Toledo una intensa vida cultural. Esto será ya en el último tercio del siglo xiii. Se sigue traduciendo, pero ya no sólo al latín, sino también al primitivo castellano e incluso al francés.Y no sólo se copia, sino que se crea mucha obra original. Un ejemplo eminente es el Libro de las Tablas Alfonsíes: Alfonso X había mandado instalar un observatorio astronómico en el castillo toledano de San Servando; a partir de las observaciones allí realizadas, se calcularon esas Tablas Alfonsíes, un completo tratado de Astronomía que todavía tres siglos más tarde admirará el mismísimo Copérnico.

De manera que la llamada Escuela de Traductores de Toledo, que en realidad no era una escuela, fue una gran aventura del conocimiento promovida por los reyes cristianos y por los obispos de la Reconquista. Fueron ellos quienes enriquecieron la cultura occidental al incorporar los conocimientos que los árabes habían conservado y también sus nuevas aportaciones. Eso pasó en la España medieval. Una España que no fue un mestizaje de «tres culturas», sino una sociedad compuesta, plural, pero bajo la hegemonía incuestionable de la cultura cristiana.

La primera orden militar española

En el mismo momento en que en tierras del Tajo empieza a moverse el fenómeno cultural que terminaría llamándose Escuela de Traductores de Toledo, en tierras del Ebro surge otro aspecto esencial de la Edad Media: una orden militar.Y concretamente: la primera orden militar de la historia de España. Se trata de la Cofradía de Belchite, constituida por Alfonso I el Batallador, el rey cruzado, en la primavera de 1122.

¿Y qué era una orden militar? Esencialmente, una institución religiosa: se trata de monjes que guerrean o, si se prefiere, de guerreros que observan unas estrictas reglas monacales. Hemos de ponernos en contexto: estamos entre los siglos xi y xii, la lucha por los Santos Lugares en Palestina se ha convertido en el horizonte central de la cristiandad, y la vieja cultura guerrera europea, que se remonta a muchos siglos atrás, ha adoptado el espíritu de la cruzada.Y en la estela de las cruzadas, con el objetivo de defender la presencia cristiana en Tierra Santa y proteger a los peregrinos, nacen las órdenes militares.

En 1099 ha nacido la Orden del Santo Sepulcro en Jerusalén; en 1104, la Orden Hospitalaria de San Juan, luego llamada Orden de Malta; en 1118, la Orden del Temple, los templarios. Si los almorávides, en el lado musulmán, habían crecido sobre la base de su carácter mixto de monjes-guerreros, las órdenes militares les darán la réplica en el lado cristiano. Son también guerreros y en sus filas forman las mejores lanzas de la caballería europea, pero ante todo se ven a sí mismos como monjes sujetos a reglas de rígida disciplina. Ése era el espíritu de la época.Y ése era el espíritu de Alfonso I el Batallador, rey de Aragón y Navarra. Nada más lógico que ver a Alfonso fundando la primera orden militar española: la Cofradía de Belchite.

Estamos entre febrero y mayo de 1122. Alfonso el Batallador ha convocado a los más altos prelados de España: están el obispo de Toledo, Bernardo, y el de Santiago, Diego Gelmírez; está el legado del papa, el abad de la Grasse, y está Olegario de Tarragona; están el francés Guiller mo de Auch y el abad Raimundo de Leire. Están los principales obispos aragoneses: Esteban de Huesca, Ramón Guillén de Roda-Barbastro, Miguel de Tarazona, Sancho de Calahorra y Pedro de Librana de Zaragoza. Están también Bernardo de Sigüenza, Raimundo de Osma y el francés Guidón de Lescar. La asamblea tiene mucho de concilio.Y es esa asamblea la que, a propuesta del rey Batallador, acuerda crear una orden militar en Belchite.

¿Por qué Belchite? Porque es un punto crucial de la Reconquista aragonesa. Belchite ya era cristiana antes que Zaragoza: fue uno de los puntos tomados por el Batallador en su estrategia de cerco sobre la capital del Ebro. Después de la conquista de Zaragoza, en 1118, quedaron abiertos extensísimos territorios al sur del Ebro y Belchite se convirtió en la vanguardia fronteriza del reino. Esos territorios estaban muy poco poblados; constituían, por tanto, una amenaza permanente, porque del mismo modo que estaban abiertos a la expansión aragonesa, también lo estaban al contraataque almorávide. Para asegurar la colonización, el Batallador dictó en 1119 un fuero extraordinariamente generoso: a todo el que acudiera a repoblar Belchite se le concedería exención penal absoluta, fueran cuales fueren los delitos cometidos con anterioridad. Es un procedimiento que ya hemos visto, algunas décadas antes, en la Castilla del sur del Duero. Así la frontera se irá llenando de un paisaje humano particularmente duro: gente que no tiene nada que perder.

Sin embargo, la tierra por cubrir es mucha —y además, áspera— y los efectivos humanos disponibles son escasos. Al sur del Ebro se extiende ahora una inmensa llanura enmarcada por las zonas montañosas del jalón, al oeste; los montes de Teruel, al sur, y los territorios musulmanes de Lérida al este. No hay brazos suficientes en todo el Reino de Aragón para repoblar semejante inmensidad. La frontera sigue peligrosamente indefensa. Hay que asegurar puntos fuertes que protejan la repoblación, frenen los ataques enemigos y proyecten la expansión hacia el sur. Por eso es preciso encomendar la defensa a alguien dispuesto a consagrar su vida a la tarea.Y ésos serán los caballeros de la Militia Christi de Belchite.

La Cofradía Militar de Belchite ofrece varias novedades importantes. Hasta ese momento, los beneficios espirituales de la cruzada se concedían para misiones concretas: la conquista de una ciudad, por ejemplo, según hemos visto en los casos de Barbastro y Zaragoza.Ahora, por el contrario, la cruzada se convierte en una tarea permanente, cotidiana. Los estatutos de la cofradía lo dicen muy claro: del mismo modo que se ha arrancado de manos del infiel «el Sepulcro del Señor, Mallorca y Zaragoza y otras tierras, igualmente, con la protección divina, se abrirá por aquí el camino a Jerusalén, y la iglesia de Dios que todavía yace en cautividad, será liberada». El rey de Aragón acaba de declarar la cruzada global. Otra novedad: las órdenes militares preexistentes —los hospitalarios y los templarios, por ejemplo— estaban formadas por caballeros que consagraban a la orden toda su vida; por el contrario, la Cofradía de Belchite admitirá la prestación de servicio a tiempo parcial, y sus miembros serán lo mismo laicos que religiosos.

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