Authors: Carmela Ribó
Ni lo intentes, miserable cobarde. Serás mezquina y cruel.
Pero también sos mía.
Laura.
Cinco horas después:
Toda la mañana dolida de un dolor inexplicable, temiendo que me quieras menos y, de pronto, tu carta. Te quiero más de lo que puedes imaginar, más de lo que yo misma sospechaba, bendita mujer, te quiero, Laura, princesa de mi corazón. Podría dejarlo todo, olvidarlo todo, huir de todo esto que ya me parece insincero y caduco, empezar una nueva vida sin compromisos, sin necesidades, una vida pura y amorosa, una vida nueva.
C.
Un día después:
Laura querida:
De pronto, al releer, con la ansiedad de siempre, tu carta, advierto esa abierta amenaza/advertencia de borrar tus correos y cambiar el número de celular para que el océano te trague. Solo de pensarlo siento un mareo que me sube del estómago y la boca amarga. Ya sé, creo, que no lo dices en serio, que solo es un despecho de enamorada (lo es ¿verdad?), pero no te imaginas la angustia que me provoca. Tú quizá pudieras renunciar a mí; yo no podría renunciar a ti. Tengo los años que tengo (no me riñas) y en ese tiempo he estado enamorada quizá dos veces. Hasta que te conocí a ti, sin conocerte, creí conocer el amor. Ahora sé que eran pálidas sombras del amor. La pasión y la locura que por ti siento no son comparables. Ahora empiezo a entender, y aún no del todo, el desgarro que puede acarrearte estar enamorada… ahora me entero de qué es, de qué se siente, inmersa en este padecimiento dulce, en este arrobo angustioso que me arrastra a no pensar en nadie más que en ti, a descuidar mis rutinas, a pasarme el día en tonto ensimismamiento, en que tú seas el último pensamiento que tengo cuando me duermo y el primero que me acude a la mente cuando despierto. Estoy cosida a ti y me acompañas por doquiera que voy, siempre presente en mis actos y en mis pensamientos. ¿Sentirás un poco de piedad por esta piltrafa enamorada que se reconcome de angustia cuando te ofende o te contraría?
Te quiero y no tengo palabras para decírtelo. Amor infinito y loco. Te quiero desmesuradamente. No me dejes, amor. Ni siquiera en broma. Juguemos a lo que tú quieras, pero nunca a abandonarme, porque ya no sabría vivir sin ti. No te explico los besos que te daría ahora mismo, un poco bañados en lágrimas, muy suspirados, porque temo que en este momento los rechaces. Te quiero.
C.
Dos horas después:
Mi dueña:
Ya me tengo que ir a la biblio. Pero quiero todos tus besos!
Mi amor no lee mis cartas con la debida atención: hace un tiempo te dije que tus besos estaban formalmente reclamados, porque son míos, me pertenecen desde hace, por lo menos, veintisiete siglos. Los quiero todos!
Como te quiero enteramente a vos. Te amo, y te prohíbo terminantemente que estés triste sin mí. Entendiste, caracola?
Porque tengo todo el tiempo del mundo para explicarte...
Y para amarte también.
TE ATREVERÍAS A DEJARLO TODO, A COMENZAR UNA NUEVA VIDA AQUÍ A MI LADO?
Soy tu Princesa.
Cinco horas después:
Conchita:
Recién llego de un concierto al que fui con Susan, Jennifer y Julia (por cierto, Susan y Julia se están haciendo muy amigas, no sé si habrá algo más entre ellas, Julia se ha vuelto conmigo entre reservada y desdeñosa).
Son más de las tres de la madrugada y estoy cansadísima! Estuvo lindo, íntimo, diría. Alicia Keys estuvo divina, tan insinuante en sus vestidos apretados y entonando esa voz tan peculiar. Julia comentó, como hablando con Susan, que tiene las piernas y los muslos demasiado gordos, como corresponde a las afroamericanas. Tengo la impresión de que lo dijo para que yo lo escuchara, por molestarme, porque yo tengo las piernas un poco como la Keys. Será desgraciada…! Es puro despecho porque no puede estar conmigo.
Bueno. No quiero pensar mal. En el fondo, es para tenerle lástima. A pesar de esa y de otras impertinencias menudas, lo pasé bien escuchando a la Keys en sus temas viejos y en otros aún inéditos que forman parte de un nuevo disco.
Hicimos una cola larguísima, pero no para entrar al estadio. (El concierto era en el Barclays Center, que es precioso y está en medio de la Atlantic Avenue). La cola fue para comprar cocacola! Ay, Conchita, esta parece será otra carta sin sentido… tengo mucho sueño, pero también quiero hablar contigo. Lo necesito. En realidad, quería decirte que estuve casi todo el tiempo pensando en vos, amor. Y que de un tiempo a esta parte siento que, aun las cosas que antes me daban alegrías, empiezan a palidecer y es como si perdieran consistencia. No me hagas mucho caso, se me cierran los párpados y quiero ir a dormir, pero con vos. Dormir, solo dormir como un oso feliz y calentito entre tus brazos!
Repasando, encuentro una de mis cartas antiguas en la que te dije cosas muy duras, caracola. No solo fui vehemente con mi
Antechinus stuartii
, fui despiadada y cruel. Exactamente las mismas actitudes que te reprochaba. No quiero entrar en la dinámica de decirte lo que pienso y después pedir perdón por haber sido tan visceral. Tu carta, aquella otra, me rompió el corazón. Y lloré mucho, porque entendí que una vez más me decías amor y no era amor. Después me enojé. Contigo especialmente, pero también conmigo, con la vida… No sé. Lo único que sé es que no quiero perderte. Y si lo único que voy a tener de vos son tus limosnas, ya he renunciado a la dignidad que me quedaba: acepto enteramente lo que puedas ser para mí. Esto debí decir, pero estaba enceguecida. Me sentí despreciada y al mismo tiempo desbordada por mis sentimientos, por este extraño amor. Caracola piensa que me ama desmesuradamente? Yo a veces pienso que estoy enloqueciendo. Y, a veces, también siento vergüenza, porque vos nunca quisiste que algo así nos pasara. Siempre fuiste sensata y contenida. Ahora me avergüenzo de ese párrafo de mayúsculas de mi carta anterior. Bórralo, por favor. No quiero someterte a esa prueba. Ya sé que estás atada por cuanto tienes en tu entorno y que no podrías dejarlo todo para emprender una nueva vida a mi lado. Vos siempre supiste que no podías hacerme un espacio fuera de tu buzón. Esta vez no es reproche, Conchita.
Ya me dijiste que me querías y yo te creo. Mi corazón te cree. Esta sola certeza es algo a lo que otros, más desgraciados, nunca llegan. Y sí, juguemos a otra cosa. Pero no dejes de jugar conmigo. Te quiero, Concha.
Hay otras cosas que te quiero preguntar y contestar, pero ya es muy tarde, mi sol, y no estoy pensando con coherencia. Mañana te escribo una más larga. Dulces sueños, caracola.
Laura.
Un día después:
Lauri bonita, princesa adorada:
No me pareció que aquella carta de marras fuese dura. Es más, te adoro por esas cartas. No porque sea masoquista, sino porque creo que son fruto de la expresión sincera de los sentimientos en ese momento, aunque luego te arrepientas, y yo siempre quiero tenerte entera, no solo la flor sino las espinas, quiero tenernos a las dos, desnudas y palpitantes, en carne viva, con nuestros rencores, nuestros dolores, nuestras renuncias, nuestras limitaciones, con todo lo que somos, con la sinceridad del amor.
No vivirás de mis limosnas, vivirás de mí misma, de lo que soy, de cuanto soy. Por encima de las limitaciones que nos imponga la vida, nos tenemos enteras y verdaderas. Aunque a veces tengamos que cuadrar nuestras vidas para que coincidan, no por ello vamos a limitarnos en la inmensidad del amor. Es más, las dificultades deben ser un acicate, y esa es la piedra de toque en la que se manifiestan los sentimientos. Así pues, dime siempre lo que sientas, aunque creas que me hará daño.
¿Cómo se te ocurre pensar, princesa, que puedo no querer conocerte? ¿A estas alturas, amor? ¿Ahora, cuando paso el día programando cada segundo de nuestro tiempo juntas, con la ilusión de una niña que espera su fiesta?
Dejarlo todo para irme contigo. No te oculto que al principio me pareció algo precipitado, porque estábamos en nuestros comienzos, pero ahora tengo la sensación de que la locura me arrastra más a mí que a ti.
¿Te gustó el concierto? Ahora estoy escuchando a Franco Battiato y te estoy queriendo más que nunca. Te quiero como eres y por lo que eres. Por esas ternuras, por esos arrebatos, por esas puñaladas que a veces me asesta tu amor, por tus celos retrospectivos, por tus miedos, por tus esperanzas, por tus sueños, por tus pensamientos, por tu extraña religión ayurveda, por tus desplantes y por tus miedos, por todo te amo, Laura, y por todo eso no podría jamás renunciar a ti. No quiero que seas distinta, te quiero que seas así, y lo que más deseo, con vehemencia casi dolorosa, es que puedas aceptar (aunque te rebeles) que yo sea así, con estas tachas y limitaciones que me ves. Que seamos tan distintas, si lo somos, ¿no es acaso que nos complementamos, que cada una puede ver en la otra lo que no tiene? Todo lo que tú tienes me falta a mí, y no quiero renunciar a un átomo de ti.
Descorramos los velos y que nada se interponga entre nosotras. Llenemos la distancia que nos separa, el océano de tiempo y de espacio, con nuestros expandidos sentimientos.
Así que Susan y Julia… Me alegro, eso disipará bastante mis celos cuando te encuentres con ella (aunque eso nunca me lo cuentas). Bueno, casi prefiero que no me lo cuentes.
Un beso largo, largo. Descansa, amor, y escríbeme cuando despiertes. Quiéreme siempre, te lo suplico, y aleja esos malos sentimientos. Eres mi princesa y te quiero.
C.
Doce horas después:
Pocahontas querida:
Solo unas letritas antes de bajar a Madrid donde tengo reunión de damas ociosas e insatisfechas.
Intento imaginarte a esta hora, que allí será casi la de mediodía, en tu biblio, atendiendo lectores. ¿Qué palabras nuevas buscaré para decirte cuánto te quiero? Eres la diosa que preside mi vida, el cálido licor que circula por mis venas –venas que han gloriosamente ardido–, eres, en mi corazón de invierno, una radiante primavera, cálida y luminosa. La mano del amor nos ensartó para la alegría –dice un poema andalusí del siglo XII–. Éramos nosotros las perlas, y el deseo era el hilo. Eres, princesa lejana, la mano en mi arpa mohosa y destartalada, la mujer remota (¡y tan cercana!) ante la que puedo manifestar mi soledad dolorosa, mi desnudez, mi tristeza, mi abandono, mi debilidad, mi soledad en medio de esta multitud que me es cada vez más ajena, la incuria de un alma seca que ya nada esperaba y de pronto, como a la llamada de la primavera, reverdece y brota con savia adolescente, eres mi banquete crepuscular (algún día dispondré mis manjares sobre tu cuerpo desnudo, a la luz sacramental de dos velas, y tomaré de ti, con dulzura, ese licor que guardas en tu hendidura secreta). Eres, princesa Laura, mi alimento, la última comida del condenado, que quiero alargar venturosamente hasta que llegue la que todo lo acaba (hoy no puedo evitar la vecindad de la muerte) y me sugiera al oído, sin apremios, dulcemente, la conveniencia de abandonar la mesa. Quiero decir, que te quiero hasta la muerte, que no quiero renunciar a ti, que no puedo vivir sin ti, que el recuerdo de tu existencia me produce un íntimo desgarro de felicidad que busca la plenitud. ¿Es esa fusión de gozo y dolor (el gozo de tenerte y el dolor de tenerte tan lejos) eso que llamamos amor?
Como los judíos esperan a su Mesías, así estoy yo aguardando tu Advenimiento, si bien con otras intenciones mucho más deshonestas. Serás mi diosa tierra reencarnada y practicaré en ti toda clase de siembras y experimentos agrícolas y culinarios, toda clase de reconocimientos y exploraciones… ¡ay, que lo pienso y me pongo malita!
Saldremos un día y al regreso te desvestiré con probada lentitud, primero el vestido (¿cremallera o botones?), te lo sacaré por la cabeza, y sin sacarlo del todo, cuando estés en el ahogo de tenerlo envolviéndote la cara y la cabellera, depositaré un par de besos en las lolas que rebosan sobre el sujetador, tú tendrás ese momento de ahogo que nos da la ropa prendida en la cabeza, como en un cuento de Cortázar. Después te contemplaré en ligueros y tacones (taconcitos); te sentaré en la cama, te sacaré los zapatos con deliberada lentitud, masajearé un poco los deditos, todavía sin quitarte las medias. Te besaré como por descuido en los labios, acariciaré los garbancitos por encima del sostén… De nuevo en pie, sacaré los ligueros y te quitaré las medias, ¿llevas bragas? En ese caso las sacaré también, con delicadeza, antes de besar la albahaca y la perlita tantas veces como seas/seamos capaces de soportarlo. ¡Qué larga siesta, abrazada a ti en la postura de las cucharitas en el cucharal, después de saciarme de ti, amor!
Un beso como tú lo quieras, espero que me lo devuelvas, húmedo, largo, largo.
Te adora siempre.
C.
Un día después:
Concha de mi alma:
Si pudieras verme ahora, justo ahora que acabo de leer tu carta! Soy… cómo decirlo? Una especie de helado de Laura, un derretimiento, un deshielo primaveral. Con botones de flores, manchas de bosque verde entre la nieve, con ardillas y cascadas y todo! No puedo amarte tanto. No es normal. Vos no podés ser así, Conchita! No ves que estás cambiando todo en mi paisaje? Si ya no soy quien era, entonces, quién soy? Quién es esta que todavía tiene mi nombre, aunque ya más se identifica con tus epítetos que con sus apellidos?
Nunca creí que una mujer a la que todavía no he mirado a los ojos tuviera este ascendiente sobre mí. Me das miedo, Conchita! Si a estos extremos me llevan tus palabras, tus sentimientos, qué será de mí cuando tu presencia me haga sentir en la presencia de un ser arrollador? Si amarte es estar enteramente indemne y a merced de ti, me parece que esto que me sucede, me arrebata y saca de mí los extremos más desconocidos (y a veces reprochables), ha de ser amor. Amor, esa palabra… a, de primera letra en justa relevancia, eme, que solo hay que bajarle un ángulo para transformarla en ese corazón que dibujan las niñas, o de círculo y de esfera, de figura perfecta en la geometría del universo. Tendrás que darme un aventón con la ere, porque no se me ocurre ahora una simbología apropiada para esa letra desatenta y misteriosa…