Mujer sobre mujer (35 page)

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Authors: Carmela Ribó

BOOK: Mujer sobre mujer
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Son más de tres de la tarde. Anoche bebí un poco de más (uno de esos días) y me acosté vestida, la ventana abierta a la primavera. Me desperté hace un rato, helada en mi piel pero caliente en el corazón, con una sensación tan intensa de tu presencia que todavía no lo puedo creer del todo. Estuviste en mis sueños. En algún momento de mi inquieta noche, desperté brevemente sintiéndome feliz contigo. Fue apenas un relámpago fugaz, pero me dio tiempo para pensar: tengo que recordarlo. Y me dormí otra vez. Pero ahora, sabiendo que ya no estaba sola, me abrazabas con tu tibieza, y hasta pude sentir la humedad de la piel, el roce suave de tus pechos. Un cierto olor que recordé era de tulipanes. Si dormirme desnuda y enredada contigo se parece siquiera a tu visita nocturna, me parece que tendremos que inventar un ciclo de hibernación solo para nosotras!

Ya no estoy triste. Cómo podría estarlo después de leerte? No volveré a sentirme triste por tu ausencia, porque es ficticia. Concha, vos estás siempre en mí porque yo vivo. Atravesando y siendo mi propia vida en un unísono. Estás en mi vigilia, cuando te pienso largamente, cuando te escribo y te leo (desde hace mucho con la sonrisa más graciosa de este mundo: mi sonrisa enamorada). Estás en mis anhelos de encontrarte, de recrear vida para vivirla juntas.

Así que hoy le ha tocado a mi dueña sentirme con saudades. Acompasar con un acorde nuevo mis anteriores melancolías por caracola. Bien, bailemos escuchando a Sinatra. Escuchando también un oleaje de fondo, el dulce respirar de boca a boca. No dejaremos de bailar aunque ahora me abraces por la espalda. Tu mano izquierda bajo el pecho, la otra apartando mis rulos, la mata espesa y perfumada con la que también te sé acariciar. Allí quiero tus besos en mis hombros, en mi nuca. Y sí, ya para entonces mis manos o las tuyas habrán desabrochado el suéter y yo estaré intentado despertar mis pezones, buscando sorprenderte. Cuando subas tu brazo de mi cintura, estarán esperándote con timideces de gacela, con pequeñeces de semillas.

Afuera llueve, adentro esta penumbra tibia que nos resguarda del mundo y sus trabajos. Bailar contigo, caracola, es desde ahora el único modo en que quiero andar la vida. Como esas parejas que concursan en un baile larguísimo, que dura horas, incluso días. Para nosotras durará el resto de la existencia. Por favor, mi dueña, te acordarás de llevar a Sinatra nuestro día? Es ocasión solemne y no puede faltarnos «la voz». Sí?

Cuándo buscarás el maestro ayurveda que te pedí? Los hay muy buenos en Madrid. Te harán mucho bien. No dejes esto en olvido.

Te amo. Y nada de dominguera o ventanera: estoy aquí contigo, mareada de ternura y de deseo.

Laura.

 

Un día después:

 

Solo una nota antes de salir al bullicio del día, para decirte que recibí tu carta. Y tu ternura. Me gustó tanto despertar en Mitilene y ver que ya estabas en casa.

C.

 

Una hora después:

 

No busqué el maestro ayurveda, amor. Ya sabes que no creo en esas cosas. En realidad, no creo en nada. Y prefiero seguir así. Solo creo en tu amor, y con él me basta.

Un beso intenso, amor.

C.

 

Dos horas después:

 

Concha desabrida:

No escribes carta debido a tus altas ocupaciones y solo me dices que no piensas siquiera explorar mis creencias, las rechazas sin conocerlas. Yo me desvivo por atender a todo lo tuyo y tú, que despilfarras el tiempo con tanta gente, no lo tienes un poco para atender a mi pedido Es eso amor, caracola? Hoy estoy muy triste.

L.

 

Un día después:

 

Princesa enfurruñada y adorable:

Cuanto te escribo, aunque sea para disentir, está escrito con amor, con un inmenso amor. No tenemos que pensar del mismo modo para amarnos. Incluso es posible que ser tan distintas nos favorezca, porque eso nos sitúa en perspectivas nuevas que amplían nuestro horizonte. No pienso que aquello en lo que tú crees sean bobadas. Únicamente te hago ver que yo creo en otras cosas, o quizá ni eso, quizá sea que yo no creo en ninguna. Sí creo en nuestro amor, al que has alanceado dolorosamente con tu carta. Ahora siento una gran tristeza y un cierto desamparo. Me parece que mi amor es más grande que el tuyo. Yo por cuestiones de filosofías y creencias no me apartaré de ti, pero siento que tú sí te apartas de mí. ¿Por qué? ¿Tan importante es todo eso? ¿No puedes tolerar que tu amor sea así de vulgar, o de convencional?

Me gustaría decirte palabritas de amor, las que siento dentro de mi tristeza, pero tengo la sensación de que te van a encontrar enfurruñada y que van a ser contraproducentes, quizá te enojen más aún. Sin embargo, te quiero y no hay nada que me separe de ti, por más que tú hayas levantado ese muro cruel con tu carta.

¿Dónde estás, amor? Me siento a la puerta de nuestra casa de adobe a escuchar los rumores de la playa nocturna y no me atrevo a empujarla por miedo a encontrarla cerrada con todos esos pestillos y cerrojos que imagino.

A esta hora mi amor estará despertando al otro lado del mar y quizá se sienta menos enojada conmigo. Quizá antes de irse al trabajo abra el correo, si es que no ha decidido odiarme y olvidarme, y pueda calmar con unas palabritas de consuelo la angustia de la que queda aquí postrada y añorándola después de leer varias veces su carta de reproches.

¿Tanto te ha ofendido, amor? ¿Qué podré hacer para recuperarte? Te quiero más que nunca. Perdona mis crueldades y admíteme de nuevo en tu amor.

Dame un poco de esperanza, una limosna caritativa de cariño.

C.

 

Dos horas después:

 

Concha de mi alma:

Ya se disipó el enojo. Me ayudaré de mis filosofías para comprenderte. Sé que cuando estemos juntas y yo pueda explicarte ciertas cosas verás esa luz de la que te hablo que iluminará tu vida. Dejémoslo estar por ahora, entonces.

Tal parece que estamos posicionadas en convicciones distintas. También pertenecemos a clases sociales bien dispares. Generaciones, hemisferios, océanos, mundos distantes que nos hicieron lo que somos y nos han mantenido separadas hasta ahora. Pero no pasará de aquí tanta distancia. Me dejé arrastrar por otras cosas que mi señora no sabe de mí. No renunciaré a mis creencias, pero sí a la intransigencia de cualquier posición que me separe de lo que más amo en este mundo.

Concha de Madrid, te llamo en mis insomnios. Te adoro, me he dado cuenta (con prescindencias que en otro momento de mi vida creí serían insalvables) que ya no quiero vivir ajena a vos. Como quiera que pienses y cualquiera que sea tu visión de lo que sea, yo te amo.

Me perdonaste ya, caracola? Puedo abrazarte y refugiarme en tus brazos, segura de que mi amor aún me quiere? He abierto un poco tu camisa y tengo la cara enteramente pegada al canal cálido de tus pechos. Me gusta respirarte así. Me parece que quizá esa caricia de mi aliento te predisponga a los perdones… Ahora que estoy sola de vos, sin saber todavía si entrarás a nuestra alcoba, te deseo más que nunca.

Te dejo un beso lento, demorado, para darte mi agua en un descanso y para darme fuerzas que ayuden a remontar el día. (Ya no puedo despertar, ni dormir ni transitar el medio sin rozarte, aunque más no sea con un
mail
medio apurado). Te escribiré esta noche. Ahora voy al huerto, voy a por agua al pozo, tengo tantas pequeñeces antes de hacer tu cena! Te amo, Concha. Te extraño. Te espero siempre.

L.

 

Un día después:

 

Princesa querida:

¿Qué somos, Laura? Somos apenas dos átomos de materia y de tiempo en una eternidad sin riberas… no somos nada. ¿Cómo podríamos albergar alguna diferencia si lo único que nos redime de la herida del tiempo y de ser apenas un suspiro en una tormenta, la de la vida, es el amor, esa débil llamita que nace entre las dos, de corazón a corazón, y nos mantiene vivas más allá de nosotras mismas, trascendiendo límites y barreras?

Dos días ya sin allegarme a ti con deseo de tenerte. No sé por dónde empezar. Tendré que explorar de nuevo esa geografía tuya sin mapa, sin brújula ni guía, pero hoy me siento torpe para hacerlo. Estoy, quizá, demasiado sensible. Escríbeme algo que me consuele porque te necesito más que nunca. Una larga carta con sinceridades y mucho amor. Hazlo, vida mía.

C.

 

Un día después:

 

Caracola:

Me siento a veces como un paria que te pide limosnas. No solo porque incumplo nuestro acuerdo, sino porque no estoy acostumbrada a tener actos furtivos. Nunca he tenido vínculos más íntimos con mujeres que no sean libres. Es más, si alguna vez se presentaba la ocasión, solía tener una respuesta orgullosa, casi como un slogan de mi conducta: Yo todo lo que hago lo hago a la luz del día.

Intentaré no entrar más en el terreno de mis filosofías, esas bondades espirituales que intentaba compartir contigo solo por hacerte partícipe de mi armonía interior. Eso pretendo ahorrártelo desde ahora. Y no te creas que es fácil: hace ya muchos años que no hablo íntimamente con personas que no profesan mis verdades. Será porque es más fácil comunicarse con quien maneja el mismo diccionario. En fin. El caso es que contigo una a una se van cayendo las barreras, mis reticencias, mis cuidados, porque solía ser más desconfiada, caracola.

Y por tu parte, déjame pedirte algo a cambio. Bueno, es más una queja que una petición: te pregunto repetidamente por esa cotidianidad tuya tan intensa y no me cuentas nada o solo cuatro bobadas para contentarme. No soy metiche, como decimos los argentinos (allá fisgona), pero vivo tan pendiente de ti que sufro si no sé con quién vas, qué haces, qué piensas, qué comes, qué lees, qué escuchas, todo.

Yo pretendo que el tiempo de esas confidencias mutuas madure entre nosotros, y tenga un marco apropiado: tu mirada en la mía. Mis abrazos y tu boca cercana. La posibilidad de exorcizar, no con palabras que no siempre alcanzan, pero sí con silencios de aceptación y con besos y manos habladoras. Así entiendo aquello que me decías: si voy a abrir el libro de las injurias sólo para ponerte al tanto de mi vida, pretendo asegurarme que habremos de «cerrarlas en amor».

Amor, yo no pretendo adornar mi retrato, ni ser bella o inteligente para vos, cuando la única verdad ahora es que yo siento cosas muy intensas con vos.

Si soy ingenua, si mis creencias y convicciones son o no aceptables y las cosas que todavía guardo te resultan intolerables faltas de confianza, yo no sé, Conchita… Todo eso también soy yo. Es una apreciación bien simple después de todo: somos muchas cosas simultáneamente. Vos y yo. Iremos aprendiéndonos si es que todavía te interesa esta extraña emoción que nos ha elegido. Pero será en el tiempo y en el lugar perfecto.

Es cierto que muchas cosas de mi persona pueden ser cuestionables. Las vivencias que me han hecho quien soy podrán parecer pocas y hasta pobres, comparadas con otras vidas más lucidas o intensas. Soy solo una mujer que todavía recuerda su primer libro. Una que tiene incluso un oficio discreto y escondido. Pero hay un lugar de mí que es sabio por naturaleza: mi corazón que sabe y que no necesita razonamientos ni pruebas. Y no le importa nada, ni se derrumba con distancias, alianzas matrimoniales y vidas que se entrecruzan al final del camino. Yo estoy enamorada de vos, Conchita. Incluso y a pesar de tantas cosas como aún no nos hemos dicho y compartido. He pretendido amarte con alegría, quizá el único aspecto brillante de mi ser. Quería hacerlo de ese modo, aunque mi dueña insista en aclararme cada tanto que ni quiere ni puede renunciar a su vida hecha, sus compromisos y sus convicciones. Nada de eso es obstáculo: no te he pedido nada que no puedas darme sin perjuicios. Libre y amorosamente. Es también lo que te ofrezco. (Aunque no se descarta alguna rabieta. Tuya. Que yo soy una santa…).

Y no es lo que sé de vos (aunque lo que sé me hace sentir orgullosa de mi dueña). No es lo que me falta (porque mis sueños contigo compensan esa larga estadía de mi vida sin vos). Es lo que siento ahora, lo que mi corazón susurra bien bajito a todas horas: estoy enamorada de esa alma. Descubrirte el cuerpo, los pasados, las historias que no son mías, y que hagas lo mismo conmigo, será tan solo un continuar, una cosa natural como pasar de una estación a otra. Te amo.

Laura.

 

Tres horas después:

 

Princesa adorada:

Me conmueve, y de algún modo me entristece, esa confesión tuya de que llevas tiempo sin hablar con persona que no profese tus verdades. Princesa, yo creo que no hay que cerrarse a nadie, que hay que hablar con todo el mundo, de lo contrario las convicciones que tenemos se convierten en una prisión a la deriva que cada vez nos aleja más de la realidad. Por un momento me ha asaltado la sospecha de que hayas sido abducida por alguna secta, pero después lo he descartado, porque te conozco a través de tus palabras lo suficiente como para saber que eres una chica inteligente que jamás se dejaría lavar el cerebro por nadie, solo los débiles de espíritu se abisman en esos peligros de las religiones. Y tú y yo ya tuvimos lo suficiente con escapar de la religión de nuestros padres (no sé si a ti te costó mucho: yo sufrí verdaderas persecuciones debido a los tiempos recios del catolicismo español que viví).

Me gustaría transgredir barreras, pero me esfuerzo por mantener los pies sobre la tierra. Sé que tenemos límites, mi amor, aunque el amor no los tenga. Lo sé, y me duelen. Me duelen más por ti, a quien me gustaría darlo todo, que por mí, que ya estoy acostumbrada a no recibir nada.

Me reclaman de abajo. Luego te escribo más. Te quiero.

C.

 

Un día después:

 

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