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Authors: Juan Miguel Aguilera,Javier Redal

Tags: #Ciencia Ficción

Mundos en el abismo (31 page)

BOOK: Mundos en el abismo
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Ante él, el anodino umbral metálico se abría a un lujurioso bosque de cuento de hadas. Los árboles de troncos retorcidos se elevaban hacia el cielo entrelazando sus frondosas ramas. Entre las hojas de verde intenso se filtraban dorados rayos de sol, y pequeñas bandadas de pájaros revoloteaban atravesando los estrechos haces luminosos. Olía a musgo, y a césped recién cortado.

Jonás lo observaba todo boquiabierto, cuando la infantil voz del eunuco le devolvió a la realidad.

—Adelante, doctor Jonás —dijo—. Gracias por venir.

Jonás localizó a Jai sentado ante una mesa de roble negro, al pie de un árbol de proporciones gigantescas. Parecía un djin salido de algún cuento infantil.

El biólogo avanzó un paso, y bajo sus pies crujió una tupida alfombra de hojas secas. Sin poder contener su curiosidad, se dio la vuelta y extendió la mano hacia el lugar donde debería estar la pared que cerraba aquel camarote. Sus ojos sólo le mostraban una extensión de árboles y ramaje, y un pequeño riachuelo saltando al fondo, pero su mano palpó el frío metal del mamparo a menos de medio metro frente a él.

—Holografía —explicó el eunuco, divertido por la sorpresa de Jonás—. Los efectos pueden parecerle espectaculares, pero se trata de una humilde proyección en tres dimensiones. Muy poco, si tenemos en cuenta que de algo tan sencillo depende mi equilibrio mental. —Suspiró—. Por supuesto, intentaron privarme de este inofensivo juguete... El Comandante Prhuna, que Krishna confunda, intentó convencerme de que su maldita nave no podía cargar con el sobrepeso extra de mi conjunto de proyectores... Pero de no ser por esos proyectores, ahora estaría yo subiéndome por las paredes. Padezco...

—Mamparitis... —apuntó Jonás.

—¿Qué? Oh, sí. ¿Es así como le llaman en la marina? Pero lo mío es crónico, desde pequeño no soporto los lugares cerrados...

Y añadió con complicidad:

—Ni las situaciones estrechas... ¿Me comprende, doctor?

Jonás se encogió de hombros, y miró alrededor buscando un lugar donde sentarse.

—Por Dios, discúlpeme —dijo el eunuco—. ¿Dónde habré puesto mis modales? —Oprimió un interruptor situado bajo la tabla de la mesa, y un tronco de árbol se transformó milagrosamente en un confortable sillón que Jonás ocupó rápidamente —. Se estará preguntando por los motivos que me han llevado a invitarle a mi camarote.

—Sí.

—Bien —Jai entrelazó sus gordos dedos —, usted es un científico de prestigio en la Utsarpini. Y debo admitir que se ha ganado el respeto de sus colegas del Imperio...

—Gracias.

—De modo que no es extraño que yo desee hacerle una pregunta relacionada con esa Esfera, ¿verdad?

—Cualquiera de mis colegas del Imperio podría responderle mejor que yo —dijo Jonás fríamente. Habitualmente no le gustaba el gramani Imperial, pero ahora que parecía esforzarse en resultar simpático, mucho menos.

—Claro, claro —la sonrisa del eunuco se crispó un poco—. Sin embargo, yo quisiera contar con su opinión. Le repito que es muy importante para mí.

—Se la resumiré en cuatro palabras: no tengo ni idea.

—De lo que no cabe duda es de que estamos ante algo inmensamente peligroso y perturbador.

—Peligroso, ¿para quién? —preguntó el biólogo.

—Para nosotros, por supuesto —respondió Jai poniendo los ojos en blanco—. Mire, Jonás, le voy a ser sincero: usted es un hombre de mundo y estoy seguro de que sabrá comprenderme...

—Adelante, le escucho.

El eunuco se frotó vigorosamente su bulbosa nariz antes de continuar.

—En el Imperio están pasando cosas muy complicadas últimamente. Hace meses que nadie ha visto al joven Emperador. Su madrastra y uparaja Whoraide se encarga personalmente de todos los asuntos públicos. Hay quien asegura que incluso es ella la que firma su correspondencia privada... ¿Me sigue?

—No estoy seguro. ¿Qué tiene eso que ver con...?

—Mucho, como ya verá. Hubo un tiempo en el que se decía que el Emperador no podía ventosearse sin que las estrellas temblaran... Ahora, claro está, ya no es lo mismo. Pero, para el estrecho círculo de los que como yo nos dedicamos al servicio directo del Trono, cualquier cambio de poderes en las más altas esferas nos puede afectar muy directamente. Hay muchos que piensan que el joven Emperador ya no existe, que fue asesinado por Whoraide, y que ella no tardará en ceñirse la Corona... No voy a aburrirle con detalles de lo que sucedería si se atreviera a emprender una acción así, pero cuente con que varias Casas subandhus se levantarían y... bueno, las cabezas de los servidores de uno u otro bando serían las primeras en rodar.

—En ese caso, es aquí donde usted estará más seguro. Cuando regrese a Cakravartinloka, sin duda que su cabeza podrá seguir reposando sobre sus siete vértebras cervicales.

—¿Eso cree? —el eunuco casi rió—. Me temo, mi buen amigo, que usted no está demasiado al tanto de las intrigas de la Corte. Para mí seria fatal encontrarme lejos del lugar de la acción mientras se tramitan las nuevas alianzas...

—Quiere decir que necesita regresar a Cakravartinloka, para poder cambiar de bando en el momento apropiado. —Jonás estaba asombrado del cinismo del gramani.

—Exactamente, veo que va cogiendo la idea. Mi fidelidad para el Trono es absoluta, se lo aseguro; pero no tanto respecto al que se siente en él. Si el actual Emperador estuviera realmente muerto, y si Whoraide fuera depuesta, sería conveniente para mí iniciar un discreto... eeh... acercamiento hacia el candidato que más despuntara en la carrera hacia el Trono. ¿Me entiende?

—Totalmente.

—Estupendo. De modo que queda claro que para mí esta misión se ha convertido en un grave inconveniente. Cuando regrese al Imperio me encontraré con los hechos consumados, y con mis enemigos políticos actuales asentados firmemente en el poder... Mi futuro no sería nada halagüeño.

Jonás empezaba a sentirse asqueado de todo aquello.

—Aún no he visto dónde encajo yo en toda esta... ¿política?

—Es muy sencillo. Hace un momento usted estaba de acuerdo conmigo en que la Esfera puede ser un lugar muy peligroso. Usted se ha ganado el respeto de sus compañeros de la Utsarpini, prácticamente encontró solo la solución al asunto de los cintamanis, sin duda es un joven muy brillante y..

—Gracias, pero, ¿dónde quiere ir a parar exactamente?

—Si usted... bueno, si usted les hablara a sus compañeros infantes de esos peligros que vamos a encontrar en la Esfera... Tal vez no estarían tan ansiosos de llegar a ella... ¿Qué le hace tanta gracia, doctor?

Jonás no había podido evitar una carcajada cínica. El eunuco le miraba muy serio, con la boca torcida en un gesto de repugnancia, como si acabara de morder algo que estuviera rancio.

—No me lo puedo creer. Realmente me está sugiriendo que amotine a los infantes de marina de la Utsarpini.

—No que amotine. Esa es una palabra muy fea, doctor Jonás. Ustedes no están sujetos a la escala de mando de esta nave. Son prácticamente unos rehenes, si se apoderan del mando de esta nave no harían más que cumplir con su deber.

—Pero, esto es increíble ¿No es usted quien está al mando de esta expedición? ¿Me está pidiendo que le quite el mando de su propia nave?

Una ardilla se paró para mirarles con descaro sobre una rama del árbol que estaba tras Jai Shing. Jonás hubiera jurado que era real.

—De nuevo demuestra usted desconocimiento de la situación en el Imperio. Allí las cosas no son tan sencillas como en la Utsarpini, créame. El mando de esta nave no es una cuestión que resulte tan clara como lo sería en un navío de Kharole. En el pasado se dieron demasiados casos de comandantes y generales, destinados a zonas alejadas de la capital, que decidieron independizarse de la Corona. Actualmente el Emperador evita concentrar demasiadas competencias en un solo hombre.

—Entiendo. Pero usted se equivoca si cree que los infantes de marina me prestarán alguna atención. ¿Por qué no habla todo esto con el comandante Gwalior?

El eunuco agitó su mano derecha en el aire como si intentara alejar aquella idea.

—Gwalior jamás me comprendería. Es uno de esos militares de cabeza cuadrada que tanto detesto. En cambio usted, aunque lleve ese uniforme, no será jamás un militar. Eso se puede ver inmediatamente. Tómelo como un cumplido, porque creo que pertenece al mismo tipo de persona que yo. Detestamos la estrechez de miras de los militares.

Jonás se sintió algo ofendido cuando el eunuco afirmó que pertenecía a la misma categoría humana que él, pero no dijo nada.

—Sus infantes de marina —continuó Jai Shing— ya han demostrado sobradamente su valor, no tienen por qué seguir arriesgando su vida en la Esfera, para que resulten beneficiados los de siempre. Su ataque a nuestra estación en el juggernaut fue impecable... —Y añadió con amargura— Yo tuve la ocasión de comprobarlo desde muy cerca..., pero le aseguro que no les guardo ningún rencor. En cambio me demostraron que eran perfectamente capaces de hacerse con el control de una nave del Imperio, si la atacaban desde dentro...

Jonás agitó la cabeza.

—Sigo pensando que se está dirigiendo usted a la persona menos apropiada.

—No, precisamente es todo lo contrario. Usted es el único —que puede ayudarme. Hábleles a los infantes, sugiérales los peligros a los que van a enfrentarse, cargue las tintas si lo cree necesario... Seguro que le creerán. ¿Quién sino un científico puede hablar con propiedad de estos temas? Y si todo esto falla... prométales que en el Imperio unos guerreros tan valerosos serian muy bien acogidos. Si puedo regresar, y todo saliera de acuerdo con mis planes, podrían llegar a ser los tantrins del nuevo Emperador... Y está claro que tampoco me olvidaría de usted. ¿Se imagina lo que sería trabajar en una universidad imperial?, con todo el potencial tecnológico y (no lo olvidemos) económico de nuestras instituciones. Un joven tan brillante como usted, con los medios adecuados, ¿hasta dónde podría llegar?

Antes de que pudiera darse cuenta, Jonás se descubrió considerando seriamente la propuesta del eunuco. ¿Por qué no?, ¿qué le unía realmente a la Utsarpini? Nada. Ellos habían invadido el único lugar del Límite donde había encontrado algo de paz, y la posibilidad de trabajar libremente. Ahora esa posibilidad había desaparecido. ¿Qué haría cuando acabara su período de alistamiento? ¿A dónde iría?

—Lo siento —dijo al fin el biólogo —, casi me convence. Lo cierto es que ha sido usted muy persuasivo, gramani, y no es culpa suya el no haberlo conseguido. Pero hay algo con lo que usted no ha contado...

El eunuco le miró con odio, mientras Jonás se levantaba y se dirigía hacia la invisible puerta.

—¿Qué es? —preguntó con su voz de niño malcriado.

—Que yo quiero entrar en la Esfera. Mire, soy un cobarde integral, imagino que con eso había contado cuando decidió hacerme esa propuesta, pero no me hubiera metido en la arqueobiología si mi curiosidad no superara a mi prudencia. No sé lo que es esa misteriosa Esfera, pero daría con gusto la vida para averiguarlo, sobre todo si me da alguna respuesta en relación a los Orígenes. —Jonás miró apreciativamente alrededor—. Tiene usted un camarote muy bonito, gramani. ¿Puede decirme dónde está la puerta?

Jai Shing pulsó un interruptor con furia y, frente a Jonás, una puerta se abrió de la nada. Jonás la cruzó, sin atreverse a darle la espalda al gramani.

TRES

La Esfera estaba directamente frente a ellos, y la abertura polar bostezaba como la boca de algún gigantesco ser de pesadilla.

Los camareros habían servido el té en el puente, y el Comandante Prhuna mantenía la humeante taza entre sus manos, sin apartar la vista de la pantalla geodésica.

—Parece ser que estaba usted en lo cierto, Jonás —comentó—. Los polos están limpios.

Jonás gruñó un asentimiento, y se concentró en las asombrosas imágenes. Lo que veían era demasiado fuera de toda experiencia previa, demasiado enorme para que el cerebro humano pudiera interpretar las verdaderas dimensiones.

Ante sus ojos, y desde aquella posición, la Esfera era un gordo animal de piel negruzca que abría una impresionante y redonda boca hacia ellos. Una boca por la que arrojaba fuego. Desde su perspectiva, el interior de la Esfera parecía estar en llamas.

¿Y si todos se habían equivocado? ¿Y si la Esfera era algo distinto a todo lo conocido por el hombre hasta el momento? Un agujero en la piel del Universo. Una puerta hacia una dimensión inversa de la que los hombres conocían, como un negativo fotográfico. Un universo donde el fuego era lo abundante, y el vacío la excepción. Años luz de llamas con algunas burbujas de vacío salpicándolas...

No se atrevió a comentar este pensamiento en voz alta. En cambio, preguntó:

—En caso de necesidad, ¿podríamos desembarcar en alguno de los asteroides que forman el caparazón?

De acuerdo con los valores de masa y distancia que hemos calculado —respondió Ban Cha —, al acercarnos al caparazón nos moveríamos lateralmente con una velocidad de 30 kilómetros por segundo. Necesitaríamos una masa de reacción infinita para entrar en una órbita que cortase con el caparazón en el ángulo deseado.

Jonás pensó en eso durante un instante.

—¿Entonces, qué pasaría sí la nave quedara averiada en su interior? —dijo preocupado—. ¿Nos estrellaríamos contra las "paredes" internas?

—Avería, ¿por qué?

—Imagine que alguien nos dispara. ¿Podríamos salir de ahí?

—Hemos considerado esa posibilidad. Nuestra órbita es una elíptica que volvería a sacarnos por donde hemos entrado tras girar en torno a esa estrella amarilla.

Se desplazaban por inercia, con los motores parados...

—¿Cuánto tardaríamos en salir por ese sistema? —preguntó el biólogo.

—Eeeh... unos diez años.

El comandante se volvió.

—No se preocupe, doctor Jonás; aquí podrían esconderse flotas enteras de angriff. Pero iremos con cuidado.

—"Flotas enteras" son una insignificancia, mi comandante. ¿Sabe qué volumen relativo tiene la Esfera? —dijo Pramantha. Tenía en su mano una regla de cálculo, cosa que despertó sonrisas en los oficiales de la Vijaya—. Sobre mil doscientos cincuenta millones de planetas de tamaño normal.

El comandante arqueó las cejas. Miró interrogativamente a Ban Cha.

Este tecleó algo con mirada incrédula. Pero luego carraspeo.

—Es correcto, mi comandante. 1.247.240.000 para ser exactos.

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