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Authors: Juan Miguel Aguilera,Javier Redal

Tags: #Ciencia Ficción

Mundos en el abismo (14 page)

BOOK: Mundos en el abismo
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—Pues... no, no recuerdo.

—¿Sabía que, a lo largo de todo Akasa-puspa, el número de especies varía? Es máxima en el lado que apunta hacia la Galaxia, y mínima en el opuesto. ¿Es que Dios se cansó de crear? Puesto que los motivos de Dios son inescrutables, quizás eso fue lo que pasó.

Hari juntó las manos.

—¿Qué explicación propone?

—Que la vida humana procede de algún lugar bien concreto, y que en el remoto pasado se expandió de una estrella a otra. A mayor distancia, menor diversidad.

—Bueno, pero eso no prueba la evolución. Sólo probaría que Dios creó la vida en un planeta dado, quizás hoy desaparecido, y le permitió expandirse.

—Sus maestros proclaman firmemente que Dios creó la vida humana por doquier, al tiempo que las babeles.

—Como dice el Bhagavad-gita en el capítulo catorce: «Sarvayonisu kaunteya murtayah sambhavantí yah tasam brahama mahad yonir aham bijapradh pita..."

—Lo siento, no entiendo el sánscrito.

—Dice: «Todas las especies de vida aparecen mediante su nacimiento en esta naturaleza material, ¡oh, hijo de Kunti!, y Yo soy el padre que aporta la simiente...» Quizás no hayamos interpretado...

—¿Interpretado bien los textos sagrados? Pero, amigo, si las Sastras son tan fáciles de malinterpretar, ¿son una guía segura al conocimiento? Escuche, una vez pregunté a un erudito de la Hermandad si la mecánica cuántica está en el Bhagavad-gita. Y me dijo tan campante: «Sí, si se lo sabe interpretar» ¿No se da cuenta que el razonamiento y la observación permiten descubrir cosas que la autoridad desconoce? Ningún examen de las Sagradas Sastras le dirá nada sobre esto. Y lo que dice es tan vago que puede tener cualquier interpretación.

—Bueno, pero aún tiene que demostrarme lo que dice.

—Bien, silos animales y plantas evolucionaron después de creados, según dice, ¿qué prueba tiene de que fueron creados? ¿No podrían haber estado evolucionando antes? ¿No podrían haber llegado a Akasa-puspa de otra parte, y por eso no hay pruebas fósiles?

—Soluciona el problema proponiendo que la vida humana vino de no sabemos dónde. Debería poder señalar un punto en el cielo y decir: «De allí vinimos». ¡Ahora no soy yo el que propone teorías que no se pueden poner a prueba!

—Bueno, admito que esta teoría es difícil de probar. Pero no imposible, porque podemos poner a prueba sus consecuencias. Por ejemplo... si es cierta, debería existir un mecanismo por el cual las especies se diversifican en otras. ¿Ha oído hablar de las mutaciones?

—Claro que sí. ¿Pero qué prueba eso? Creo recordar, y corríjame si me equivoco, que las mutaciones son un suceso aleatorio. ¿Cómo puede el azar producir criaturas vivas tan complejas?

—Por selección natural.

—Y, si hay una selección, ¿quién selecciona? Supongamos que un pez pone mil huevos, de los que sobrevive uno por pura suerte. ¿Significa que es superior? ¿Y cómo es posible que la vaca y el caballo, que viven en el mismo medio, no se hayan eliminado uno a otro?

—En el caso de vacas y caballos, no es un argumento, ya que ambos son animales domésticos... aunque creo recordar que una vez se halló un planeta donde habían vacas y caballos salvajes. Los caballos vivían en estepas áridas. Las vacas, en praderas húmedas.

»En cuanto a su primer argumento... un colega mío hizo experimentos a pequeña escala. Colocaba insectos de la misma especie, pero de dos variedades, digamos A y B, en un frasco de cultivo. Había cien de cada variedad, pero sólo se ponía comida para la mitad. Al cabo de unos meses, una de las dos variedades o se había extinguido, o escaseaba mucho en número.

—¿Y qué prueba? Seguían siendo la misma especie, ¿no?

—Prueba que la selección por el medio ambiente existe, cosa que sus maestros niegan con ahínco. Oh, claro que la suerte interviene en algunas etapas. Pero eso sólo indica que hay un elemento de azar, como en la mecánica cuántica, no el caos.

—Cambiando, pero dentro de la misma especie —insistió tercamente el religioso.

—¿Y dónde está la frontera que separa una especie de otra? Tomemos el caso de Nirgunaloka... es un planeta muy alejado del Límite. Hay, digamos, unas diez mil especies animales en el planeta. Herbívoros, carnívoros, voladores, saltadores o corredores. Algunos son acuáticos y otros trepadores, etcétera.

»Pero lo asombroso es ¡que todos son de dos especies! Mejor dicho, dos superespecies que se asemejan entre sí, divididas en una multitud de especies menores. Una es semejante a la rata y otra a un insecto. Le asombraría verlos. ¿Por que Dios se sintió tan tacaño que sólo creó dos grandes especies, y tan fantasioso a la hora de asignarles aletas, garras, uñas, cascos, cuernos, patas, alas, etcétera, a cada especie? Y además, de una forma distinta según el hábitat. Dentro de cada uno de estos grupos, una especie es fértil con otras varias, algunas decenas. Estas varias son fértiles con otras especies, que no obstante son estériles con la primera. Y así sucesivamente. ¿No se da cuenta de que todo señala hacia lo mismo? Que los seres vivos evolucionan. Y no es eso todo: aun en un mismo planeta, puede darse el caso de islas separadas por unos pocos kilómetros de mar, cada una con especies propias. Tan diferentes entre sí como las de diferentes planetas. Y ahora, aquí tiene el caso de los juggernauts, adaptados a un medio tan hostil como el vacío...

—¿Le apetece un poco más de té? —preguntó Hari con una sonrisa conciliadora. Jonás se sintió avergonzado. Durante un momento se había olvidado de todo, y había levantado la voz. ¿Tal vez Hari había empezado a considerarle un fanático de sus ideas? Pero, ¿en qué estaba pensando? Creer en la Ciencia, como algo por encima de la superstición, jamás es fanatismo.

DOS

Una nave de guerra sólo puede transportar un número limitado de víveres, y el espacio... Bueno, Jonás ya se había dado cuenta de los problemas de espacio. Todos se veían en la obligación de arrimar el hombro, y pluriemplearse.

Quizás la única ventaja había sido la cómoda gravedad inducida por giro que disfrutaba la Vajra. Apenas un décimo de G en los niveles inferiores. Jonás había arrojado sus prótesis metálicas a un oscuro cajón de su camarote apenas puso un pie en el velero de la Utsarpini. Desde entonces había experimentado la agradable sensación de caminar como un hombre normal. Incluso sus delgadas y sarmentosas piernas parecían fuertes y ágiles en aquella gravedad.

El arqueobiólogo hubiera deseado dedicar más tiempo al estudio, pero no podía dejar de lado todas las labores rutinarias que le había encargado la Marina. El control del aire respirable entre otras muchas.

La Vajra estaba dotada de una planta para la obtención de aire mediante tratamiento químico.

El oxígeno era el elemento más común en las rocas asteroidales, y la Vajra transportaba abundantemente este material compactado en ladrillos de treinta centímetros de longitud. Al igual que Jonás y el resto de las cosas-personas relacionadas con la Marina, estos ladrillos debían cumplir múltiples funciones. Eran introducidos en un reactor de silicatos, al que se añadía metano, y calentados mediante concentración de luz solar por la vela. La reacción producía monóxido de carbono e hidrógeno. Estos gases eran enfriados en un radiador y pasaban a otro reactor, donde el monóxido de carbono reaccionaba con hidrógeno reciclado y producía vapor de agua. Estos pasaban a través de un refrigerador, y a continuación por un separador que aislaba el metano, y lo devolvía al reactor primario. El agua condensada fluía a través de una unidad de electrólisis accionada por energía solar.

El oxígeno resultante era almacenado en estado líquido, mientras que el hidrógeno se reciclaba en el sistema.

Más tarde, tras haber sido sometida a este proceso, la escoria que contenía silicio y óxidos metálicos sería usada en el impulsor de masas.

Para tranquilidad de Jonás el sistema estaba maravillosamente atendido por un numeroso grupo de técnicos especializados, y su misión era sólo la de tomar una medición de la calidad y presión de la atmósfera cada seis horas, en distintos puntos de la nave.

El biólogo no podía por menos que admirar la compleja ecología cerrada que era la Vajra. Todo se aprovechaba una y mil veces. Nada se desperdiciaba. Uno pronto se descubría amando a aquella nave. En una ocasión, uno de los suboficiales de aireación le había comentado:

—La Vajra no es una nave, mi oficial. Es una chica preciosa.

Jonás pensaba que aquella nave era un bote de café perdido en el vacío. Pero las paredes de aquella lata eran lo único que se interponía entre él y la fría negrura interestelar. Una diminuta isla de vida rodeada por una inmensa y estéril vastedad. A la fuerza uno debía de sentir cierto cariño por aquel bote.

Quizá fue por eso por lo que el biólogo dedicó muchos de los pocos ratos libres realizando detallados dibujos de las salas y rincones de la nave. Llenó un bloc con ellos.

En la enfermería intentó, a la vez, cumplir lo mejor posible con su trabajo. Preguntó a uno de los asistentes por el número de vendas que tenían almacenadas, y éste sólo le respondió con ambigüedades; ordenó que se hiciera una relación del material sanitario que transportaban. Estaba dispuesto a introducir un poco de método científico en aquella sección. Sin embargo, esta idea no prosperó. Cuando el teniente Ajmer regresó un día a la enfermería y se encontró con los armarios vacíos (y su contenido esparcido por el suelo, donde unos enfurecidos asistentes lo catalogaban con desgana, para volverlo a introducir acto seguido en los armarios), pasó su brazo por encima del hombro de Jonás y le recomendó muy serio que no se tomara las cosas tan a pecho.

Mientras tanto, los meses a bordo de la Vajra seguían arrastrándose con lentitud.

TRES

El técnico en comunicaciones de la Vajra se dispuso a completar la compleja maniobra necesaria para recibir la emisión de Vaikunthaloka.

En común acuerdo con el timonel hizo girar la nave sobre sí misma, encarando la vela hacia el lejano planeta, como si de una gigantesca antena parabólica se tratara.

Una maniobra costosa y difícil, pero que el Reglamento ordenaba que se cumpliera al menos una vez cada siete días, para que las naves en el espacio no permanecieran desconectadas de los acontecimientos que tenían lugar en los planetas.

Noticias, cartas personales y órdenes del Almirantazgo eran así rápidamente radiadas en un compacto paquete cifrado, durante las escasas horas que duraba la comunicación. Inmediatamente, la nave debería recuperar su posición original, volviendo a dirigir la vela para que captara los fotones propulsores y siguiera su débil pero constante aceleración.

CUATRO

Phores Sdeber salió de las duchas y caminó por el curvado y estrecho corredor del sollado, a ambos lados del cual se alineaban las apretadas filas de literas. El corredor era tan estrecho que si se cruzaba con algún compañero, uno de los dos debía de encogerse contra una litera para dejar pasar al otro. Después de tres meses en el espacio esto solía constituir un motivo suficiente para promover múltiples discusiones y peleas. Pero en aquel momento Phores tenía pocas ganas de meterse en problemas.

Acababa de salir de su período de ocho horas de servicio, y quería meterse en su litera para dormir otras ocho. Ocho y ocho, ése era el simétrico día de la Marina. A cualquiera que hubiera viajado en una nave de guerra le costaba luego adaptarse a los inconstantes e imperfectos días planetarios.

Como veterano disfrutaba de un coy colocado en dirección de giro, lo que le evitaba todas las molestias producidas por la coriolis. Trepó por el entramado de hierro hasta alcanzarla. Era la última, pegada claustrofóbicamente al techo, y a la pared de estribor. También esto era una ventaja, pues evitaba que nadie tuviera que pasar sobre él para llegar a su coy.

El techo del sollado era una auténtica despensa. De él colgaban diversas variedades de embutidos y grandes pedazos de pan seco, lo que, unido al constante olor a transpiración humana, daba a la sala su aroma característico.

Se podría pensar que cualquiera podría caer en la tentación de alargar un brazo, y apropiarse de una ración extra. Pero a Phores ni siquiera se le había pasado esto por la cabeza. Allí estaban los alimentos que deberían de consumir entre todos a lo largo del viaje, y si alguien intentaba tomar más de lo que le correspondía... Bueno, aquellos hombres tenían un reglamento particular que no constaba en ninguna parte del oficial. Todas sus reglas se podían resumir en una sola: «No perjudicarás al compañero» Por menos de eso uno podía amanecer con la garganta abierta, y nadie sabría lo que le había sucedido.

Localizó una pequeña bolsa de lona, oculta entre los embutidos, y extrajo de ella un cuaderno de cartas.

Phores dedicaba un tiempo de esas ocho horas libres a escribir. Le gustaba escribir, llenaba largas y torpes cartas contando todo cuanto le sucedía día a día. Por supuesto, jamás podría mandarlas: la energía necesaria para enviar un mensaje estaba fuertemente racionada, y no la desperdiciarían con la carta de un marinero. Pero eso no parecía importarle a Phores, que solía enviarlas todas juntas apenas recababan a algún planeta.

Levantó un momento la vista de lo que estaba escribiendo, y vio llegar a Mohamed por el pasillo central. Llevaba un libro en su mano derecha.

Mohamed ocupaba el coy inferior al suyo, y al igual que él, en aquel momento, debía de acabar de salir de su servicio.

Oyó crujir el lecho de su compañero bajo él, y de pronto se dio cuenta de algo muy extraño. Se inclinó, colgando boca abajo, y contempló un espectáculo insólito. Sí, no había duda, había visto a Mohamed con un libro, ¡y lo estaba leyendo!

Era un libro delgado, sin duda de la biblioteca de la nave, y estaba por tanto muy manoseado, con las páginas amarillentas, y erosionadas en los bordes, prácticamente desencuadernado, con el lomo suelto mostrando una telilla blanca manchada de cola.

—¡Nunca te había visto leyendo...! —dijo Phores, recordando que cualquier marino sabe leer. Al menos, en el ejército les enseñaban la cultura suficiente para enterarse del orden del día.

—Tú te debes de creer un intelectual..., sólo porque escribes una de esas absurdas cartas de vez en cuando.

Phores ladeó la cabeza para poder leer el título del libro.

—«MONSTRUOS DEL ESPACIO INTERESTELAR, GUlA DE AVISTAMIENTOS» —La edición estaba profusamente ilustrada. Phores alcanzó a ver, en la página que estaba leyendo Mohamed, un grabado que representaba a una especie de serpiente gigantesca enrollada en torno al impulsor de masas de un velero semejante a la Vajra—. ¡Vamos, Mohamed, eso es una basural

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