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Authors: Juan Miguel Aguilera,Javier Redal

Tags: #Ciencia Ficción

Mundos en el abismo (15 page)

BOOK: Mundos en el abismo
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—No pensarías igual si supieras lo que yo sé... —replicó enigmáticamente.

—¿Sí? ¿Qué te ha pasado, encontraste un chinche más grande de lo normal en tu litera?

—Escucha, sabihondo, hace una hora yo estaba de servicio en la sala de comunicaciones... Y entonces fue recibido el mensaje de rigor...

—Y...

—No sé si debería contártelo. Después de todo, tú no crees en estas cosas.

—Me estás tomando el pelo. Esos mensajes se reciben cifrados, y tú no tienes ni idea de...

—Sí, pero el oficial de comunicaciones lo descifró allí mismo, y yo tuve tiempo de echarle una ojeada antes de que se lo llevase al Comandante.

—¿Lo leíste? ¡Has perdido el juicio! Un día tu curiosidad te va a meter en líos.

—Ya veo, a ti no te interesa en absoluto el destino de esta nave.

—Todos sabemos el destino de la Vajra. El Comandante leyó las órdenes. Nos dirigimos a algún sector en el confín del Límite. Debemos averiguar lo que le pasó a ese rickshaw... —De pronto comprendió, con un estremecimiento, dónde quería ir a parar Mohamed —...¡destruido!

—Exactamente. Yo ya sé lo que le sucedió al cacharro ese...

—Pasó rápidamente las páginas del libro hasta encontrar una que tenía señalada.

Le pasó el libro a Phores.

Este observó con un estremecimiento la lámina. Era a doble página, una aerografía a color elaborada con una maestría tal, que podía pasar por una fotografía. Representaba una especie de mastín gigantesco, con tentáculos en lugar de patas, y una brillante piel listada en rojo y negro. Había saltado sobre una nave mercante, atrapándola con su triple hilera de dientes, y la sacudía exactamente igual como un perro jugueteando con un hueso.

—Vamos, tú no puedes creer en esto —pero su voz no le sonaba convincente ni a él mismo.

—No soy yo quien lo piensa, sino alguien que sabe bastante más de todo esto que nosotros...

—¿Quién?

—Los romakas...

—¿Los romakas?

—Exactamente. Ellos llevan ya varios meses estudiando el pecio del rickshaw.

—Bueno, ¿y qué decía el mensaje? ¿Ya saben qué fue lo que atacó al rickshaw?

—Por supuesto que lo saben... Ahora yo también lo sé.

Phores suspiró. Cuando Mohamed se lo proponía, podía llegar a alcanzar cotas de estupidez inmejorables.

—¿Vas a decírmelo, o no? Se me está subiendo la sangre a la cabeza.

Esto no era cierto. Con la débil gravedad de la Vajra cualquiera podría soportar aquella posición durante horas.

—¿No te lo imaginas ya? ¿No has oído hablar de los animales adaptados al vacío de esa zona del Límite? Son famosos en toda la Utsarpini... monstruos de un kilómetro de largo... ¡Y la Vajra, sin contar las velas ni el impulsor, sólo mide setenta metros de proa a popa! ¡Seríamos apenas un aperitivo para uno de ellos!

—¿Quieres decir que los romakas están ya seguros de que una de esas bestias fue la causante de la destrucción del rickshaw?

—Eso decía el mensaje. No dejaba lugar a dudas... ¡Te lo juro por el Lingam Sagrado!

CINCO

Uno de los reposteros llamaba a la puerta de Jonás.

—El Comandante le envía sus saludos, mi oficial —dijo asomándose por el hueco —y le ordena que se presente inmediatamente en su camarote.

Jonás se puso la chaqueta del uniforme, sintiéndose confuso y nervioso ante la perspectiva de una entrevista con el mando supremo de aquel microcosmos que era la Vajra.

El Comandante Job no podía haber sido más reservado con él. A lo largo de los tres meses de viaje que llevaban, apenas habían cruzado media decena de palabras. Casi todas fórmulas de saludo militar. Y, por supuesto, jamás había visitado su camarote.

Se preguntó qué podría querer de él en ese momento. ¿Tal vez simplemente informarse sobre las teorías que Jonás había ido construyendo a partir de los datos sobre rickshaws que le habían suministrado?

Lo cierto era que poco o nada había averiguado. Ahora conocía los motivos que habían llevado al Imperio a iniciar la colosal puesta en marcha del Sistema Cadena. Conocía los problemas técnicos y financieros que esta obra había representado. Pero seguía sin tener la solución de la parte más compleja del problema: ¿Quién estaba detrás de la destrucción del rickshaw?

El Sistema Cadena había resultado tan efectivo, que incluso tras la retirada del Imperio del sector siguió funcionando.

Sin embargo, Jonás se sorprendió cuando comprobó que el rickshaw, hacia el que ahora viajaban, no había sido el primero en resultar destruido misteriosamente. Casi una docena de rickshaws habían corrido su misma suerte en el pasado. Ninguno había sido recuperado, ni se habían hallado sus restos. Puesto que entonces se encontraban en guerra con los angriff, se hizo recaer la responsabilidad de las desapariciones sobre éstos.

Pero, ¿era esto posible? se preguntaba Jonás. ¿Podían los angriff interceptar y destruir un rickshaw que se movía a un décimo de la velocidad de la luz?

Con respecto a los angriff, cualquier cosa era posible. Con todo lo que se sabía de ellos, apenas se conseguiría llenar medio folio. Eran guerreros, semisalvajes, pero que poseían naves espaciales extraordinariamente efectivas. Atacaban en hordas con poca o ninguna cohesión entre ellas. Sus blancos preferidos eran las casi desprotegidas mandalas, pero de vez en cuando también se dejaban caer sobre algún planeta, saquearlo y huir tranquilamente a través de la babel. La ineficacia del sistema feudal para la defensa favoreció la impunidad de estas incursiones.

Avanzó pensativo entre las grises paredes del pasillo que lo conduciría hasta el camarote del Comandante, mientras comprobaba casi inconscientemente el buen funcionamiento de las rejillas de aireación, aplicando su mano derecha conforme iba pasando frente a ellas.

Los hombres que viajaban a bordo de una nave de la Marina se veían inmersos en un mundo monocromo: el del "Gris Armada". Un gris neutro, un poco azulón, que uno podía encontrar allí donde mirara. El cerebro, ante la falta de estímulos visuales, podía llegar en ocasiones a generar extrañas obsesiones.

La mamparítis solía presentarse con dos sintomatologías completamente opuestas. El caso de los que se veían obsesionados con los colores vivos, y pasaban horas y horas con los ojos pegados a láminas multicolores, sufriendo ataques de histeria si se veían privados de ellas. O los que parecían tranquilos y felices entre las paredes grises, aparentemente normales, pero que al llegar a un planeta buscaban una y otra vez excusas para no desembarcar, para no abandonar aquel mundo cerrado y uterino donde las cosas no cambiaban nunca.

Jonás siempre había sido una persona demasiado encerrada en sí mismo, demasiado ajeno a lo que le rodeaba, como para ser presa de la mamparitis. Sin embargo, no le cabía en la cabeza cómo nadie había hecho nada para acabar con un problema de tan fácil solución.

En una ocasión se lo comentó al oficial médico.

—Bastaría con pintar cada pared de algún color, en tono pastel —le dijo.

Ajmer le dirigió una de sus miradas circunspectas.

—¿En tonos pastel? —dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

—Sí.

—¿Todos los mamparos?

—Sí.

—Olvídelo.

—¿Por qué?

—No le dé más vueltas a ese asunto.

—¿Por qué? Nos evitaría muchos problemas...

—No sería militar.

—¿No sería militar?

—Exacto. Las Ordenanzas son muy precisas en ese punto. La composición del "Gris Armada" está claramente especificada en el Libro. Se trata de una tradición que data de los primeros tiempos del Imperio...

Jonás se encogió de hombros. Aquello era un mundo de locos, y él no iba a cambiarlo en los pocos meses que permanecería en él.

Finalmente alcanzó el camarote del Comandante de la Vajra. Jonás había llegado a imaginar que éste sería una especie de santuario. Se sintió defraudado, era una sala sólo un poco mayor que la suya, y que parecía sufrir de la misma fiebre de aprovechamiento de cada milímetro de espacio libre que el resto de los camarotes de la Vajra.

Una litera incorporada, un lavabo plegable, una caja de seguridad, un par de sillas, un armario del tamaño de una mesita de dormitorio, un escritorio que podía levantarse como una tabla para planchar, algunas esferas de instrumentos de repetición sobre la litera..., y casi nada más.

Las paredes estaban cubiertas de reproducciones baratas de cuadros en colores chillones. Abundaban los rojos, naranjas, amarillos, verdes y blancos, a menudo en violento contraste. Frutas rojas sobre hortalizas verdes. Uvas púrpura en un plato verde oliva. Colinas amarillas bajo un cielo azul cobalto, en cuyo centro brillaban soles naranja.

Los marinos rumoreaban que eran las que se usaban en las pruebas de daltonismo.

Jonás sonrió al verlas. El Comandante parecía gozar de mejor gusto del que se podría deducir por aquellas láminas, pero al igual que el resto de la tripulación se veía expuesto a la mamparitis.

Junto al Comandante esperaban el Segundo Gorani, y el oficial de comunicaciones, con los que conversaba en voz baja. Jonás esperó junto al quicio de la puerta hasta que el Comandante reparó en él, y le invitó a entrar.

—¿Qué conocimientos tiene sobre la espaciofauna del sector al que nos dirigimos? —le preguntó directamente apenas hubo traspasado el umbral.

Jonás, cogido por sorpresa por la pregunta, tardó unos instantes en responder.

—Muy superficiales, mi Comandante.

—Usted es biólogo, ¿no?

—Por supuesto, estoy al tanto de sus características generales. Pero no puedo considerarme un experto en el tema. Conozco un Exobiólogo en Martyaloka, el doctor Drevasi, que...

—A la luz de sus conocimientos, ¿cree posible que uno de esos animales atacara y destruyera un rickshaw?

Qué pregunta tan extraña. —pensó Jonás mientras advertía cómo la tensión crecía a su alrededor.

Durante un instante imaginó algún mítico monstruo de vacío. Sí, Jonás había oído hablar de criaturas así; según sabía eran parte fundamental de las creencias y leyendas de los navegantes. En oscuros y sucios saráis, situados cerca de las bases de las babeles, era fácil escuchar espeluznantes relatos con estos animales fantásticos como protagonistas, en boca de viejos lobos del espacio.

Recordó con un estremecimiento el aspecto que presentaba el rickshaw destruido...

Pero Jonás era un científico. Y un científico no puede dar crédito a todas esas fantasías.

Era absurdo, la fauna espacial del Límite estaba compuesta por criaturas orgánicas que, asombrosamente, se habían adaptado perfectamente a la vida en el vacío interestelar. Su aspecto, por lo que recordaba, podía ser impresionante: gigantescas salchichas de hasta un kilómetro de longitud... Pero en realidad eran más semejantes a plantas que a animales, depredadores o no. Por otro lado, se movían por el espacio con una lentitud agobiante. Criaturas así jamás hubieran podido interceptar y destruir un rickshaw de aluminio moviéndose a un veinticinco por cien de la velocidad de la luz.

—No, no lo creo —dijo al fin.

—En ese caso, ¿puedo preguntarle por qué solicitó a la computadora tanta información sobre la espaciofauna del Límite?

—Bueno... —Ahora Jonás había sido cogido por sorpresa. ¿Cómo se había enterado el comandante de que...?— Se trata de una característica del lugar al que nos dirigimos, ¿no? Mi obligación es la de obtener toda la información posible sobre nuestro destino.

—Luego considera, aunque remotamente, la posibilidad de que uno de esos animales haya atacado al rickshaw.

—No, atacar no, pero cabía dentro de lo posible que el rickshaw hubiera tropezado con uno de ellos...

—¿Tropezado?

—Estrellado. Ya ha sucedido antes en planetas. Algunos aviones han sido derribados tras chocar con una bandada de aves.

—En un planeta, pero en el espacio...

—Las probabilidades son infinitamente menores, ya lo sé. Pero, de antemano, no puedo rechazar ninguna posibilidad.

—Sin embargo —intervino Gorani —, por lo poco que sé, esas criaturas devoran asteroides y cometas. ¿Me equivoco, doctor?

—No, los juggernauts, que es como se suele denominar a estas criaturas, se alimentan en efecto de asteroides carbonosos y de cometas ricos en agua. Transforman la materia inorgánica de éstos en orgánica, gracias a un proceso fotosintético semejante al de las plantas. En realidad, se les podría comparar con una especie de árboles gigantescos adaptados al vacío, y no tienen más capacidad depredadora que un geranio en su maceta.

El Comandante observó detenidamente la expresión desconcertada de Jonás, y le preguntó mortalmente serio:

—¿De modo que usted está en condiciones de afirmar categóricamente que es imposible que la responsabilidad de la destrucción del rickshaw recaiga sobre los juggernauts?

Jonás dudó, confuso.

—Categóricamente es una palabra muy difícil de usar en biología. Ya les he dicho que no soy un experto en la materia, sin embargo...

—Bien, no perdamos más el tiempo —dijo el Comandante con acritud—. Doctor, es muy importante que me dé una respuesta precisa a la pregunta que le he formulado.

Jonás meditó unos instantes.

—¿Puedo preguntar por qué?

Gorani estalló junto a él. Era un hombre adusto, que parecía haber sido construido con el mismo material empleado en las paredes de la nave. Su rostro, que normalmente tenía una tonalidad gris, ahora estaba congestionado por la ira.

—¿Dónde se ha creído que está? Le han dado una orden, alférez. Responda a la pregunta del Comandante, y no pierda el tiempo con disquisiciones estúpidas.

Jonás enrojeció.

—Soy un científico. Si se me oculta información, no se puede esperar que obtenga resultados fiables de mis investigaciones.

—Antes que nada, usted es un militar. Y un militar obedece sin hacer preguntas.

El Comandante levantó una mano con un gesto conciliador.

—Es suficiente, Gorani. Creo que el doctor Jonás tiene derecho a conocer las últimas noticias. —Se volvió hacia él—. Lo que va a escuchar a continuación no lo comentará con nadie hasta que yo mismo no decida cómo se va a hacer público para el resto de la tripulación... Teniente Yavani, por favor.

El oficial de comunicaciones asintió y dijo, dirigiéndose a Jonás:

—Recibimos la noticia hace apenas dos horas, durante la última comunicación reglamentaria. Los romakas la enviaron hace casi una semana, informándonos que iban a variar su posición, y dándonos las nuevas coordenadas. Si tenemos que encontrarnos con ellos, como estaba previsto, el viaje se prolongaría un mínimo de dos meses, en la ida.

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