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Authors: Eiji Yoshikawa

Musashi (160 page)

BOOK: Musashi
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La atmósfera cargada parecía crear una barrera invisible. Para los hombres formados en la tradición estricta de la clase samurai, la solemnidad imponente que rodeaba a los combatientes, la dignidad de las mortíferas espadas desenvainadas, eran inviolables. A pesar de su agitación, el espectáculo privó momentáneamente a los alumnos tanto de su movilidad como de sus emociones.

Pero entonces dos o tres de ellos empezaron a avanzar con la intención de situarse detrás de Kojirō.

—¡Volved atrás! —gritó airadamente Tadaaki.

Su voz, dura y escalofriante, en absoluto la voz paternal a la que estaban acostumbrados, inmovilizó por completo a sus alumnos.

La gente solía suponer que Tadaaki tenía hasta diez años menos de sus cincuenta y cuatro o cinco y que su estatura era media, aunque en realidad estaba un poco por debajo. Conservaba el cabello negro y su cuerpo era menudo pero macizo. No había el menor atisbo de rigidez o torpeza en los movimientos de sus largos miembros.

Kojirō aún no había asestado un solo golpe. Lo cierto era que no había podido hacerlo.

No obstante, Tadaaki había tenido que enfrentarse de inmediato a un hecho insoslayable: estaba luchando contra un espadachín extraordinario. «¡Es otro Zenki!», se dijo, con un estremecimiento imperceptible.

Zenki era el último luchador que había conocido de semejante envergadura y ambición. El encuentro tuvo lugar mucho tiempo atrás, en su juventud, cuando viajaba con Ittōsai, llevando la vida de un shugyōsha. Zenki, hijo de un barquero de la provincia de Kuwana, había sido el discípulo veterano de Ittōsai. Cuando éste envejeció, Zenki empezó a desdeñarle e incluso a proclamar que el estilo de Ittō era de su propia invención.

Zenki había causado mucha aflicción a Ittōsai, pues cuanto mayor era su experiencia con la espada, tanto más daño causaba a otras personas. Ittōsai se había lamentado así: «Zenki es el mayor error de mi vida. Cuando le miro, veo un monstruo que encarna todas las malas cualidades que he tenido. Observarle hace que me odie a mí mismo».

Irónicamente, Zenki, como mal ejemplo, fue muy útil para el joven Tadaaki, estimulándole a obtener logros mayores de los que habría sido posible de otra manera. Finalmente, Tadaaki se enfrentó con el maligno prodigio en Koganegahara, Shimōsa, y le mató, tras lo cual Ittōsai le concedió su certificado en el estilo Ittō y le dio el libro de instrucciones secretas.

El único defecto de Zenki fue que su capacidad técnica estaba desfigurada por la falta de buena crianza. No le ocurría lo mismo a Kojirō, cuya inteligencia y educación eran evidentes en su manejo de la espada.

«No puedo ganar esta pelea», pensó Tadaaki, quien no se sentía en modo alguno inferior a Munenori. De hecho, su valoración de la habilidad de Munenori no era demasiado elevada. Mientras observaba a su formidable adversario, otra verdad cruzó por su mente. «El tiempo parece haber pasado por mi lado», se dijo tristemente.

Permanecían inmóviles y no era evidente el más ligero cambio, pero tanto Tadaaki como Kojirō estaban gastando energía vital a una velocidad temible. El coste fisiológico adoptaba la forma de sudor que brotaba copiosamente de sus frentes, el aire que salía de sus fosas nasales ensanchadas, la piel que palideció primero y luego adquirió una leve tonalidad azulada. Aunque un movimiento parecía inminente, las espadas seguían extendidas y quietas.

—Abandono —dijo Tadaaki, retrocediendo bruscamente varios pasos.

Habían convenido que no sería una lucha hasta el final. Cada uno podría retirarse reconociendo la derrota.

Saltando como un animal de presa, Kojirō puso en acción el Palo de Secar con un golpe hacia abajo cuya fuerza y velocidad fueron como las de un torbellino. Aunque Tadaaki se agachó justo a tiempo, el pequeño moño superior de su cabeza salió volando, limpiamente cortado. Por su parte Tadaaki, mientras esquivaba, ejecutó una brillante represalia, desgarrando unas seis pulgadas de la manga de Kojirō.

—¡Cobarde! —gritaron los encolerizados alumnos.

Al tomar la capitulación de su contrario por la apertura para un ataque, Kojirō había violado el código ético del samurai.

Todos los alumnos se abalanzaron hacia Kojirō. Éste reaccionó corriendo con la velocidad de un cormorán a un gran azufaifo que se alzaba en un extremo del jardín. Sus ojos se movían con una rapidez intimidante.

—¿Lo has visto? —gritó—. ¿Has visto quién ha ganado?

—Ellos lo han visto —dijo Tadaaki—. ¡Manteneos a distancia! —dijo a sus hombres.

Entonces enfundó la espada y regresó a la terraza de su estudio.

Llamó a Omitsu y le pidió que le recogiera y atara el cabello. Mientras la muchacha lo estaba haciendo, él contenía la respiración. Riachuelos de sudor brillaban en su pecho.

Un antiguo proverbio cruzó por su mente: es fácil sobrepasar a un predecesor, pero difícil evitar que un sucesor le sobrepase a uno. Había gozado de los frutos del duro adiestramiento en su juventud, satisfecho con el conocimiento de que su estilo Ittō no era menos floreciente que el estilo Yagyū. Entretanto la sociedad estaba dando nacimiento a nuevos genios como Kojirō. Por muy desagradable que fuese esta realidad, él no la ignoraría altivamente.

Cuando Omitsu terminó de hacerle el moño, Tadaaki dijo a los demás:

—Dad a nuestro joven invitado agua para que se enjuague la boca y llevadle de nuevo a la habitación de invitados.

Los alumnos que le rodeaban palidecieron. Algunos contenían las lágrimas. Otros miraban enfurecidos a su maestro.

—Nos reuniremos en el dōjō ahora mismo —les dijo, y él les precedió.

Tadaaki ocupó su lugar en el asiento elevado y contempló en silencio las tres hileras de sus seguidores sentados ante él.

Finalmente, bajó los ojos y dijo:

—Me temo que también yo me he hecho viejo. Al mirar atrás, me parece que mi mejor época de espadachín fue cuando derroté a aquel diablo de Zenki. Cuando esta escuela fue inaugurada y la gente empezó a hablar del grupo de Ono en la cuesta de Saikachi, considerando invencible el estilo de Ittō, ya había quedado atrás mi apogeo como espadachín.

El significado de las palabras era tan extraño a su acostumbrada manera de pensar, que los estudiantes no podían dar crédito a sus oídos.

Su voz se hizo más firme, y les miró directamente a las caras. Todos tenían semblantes dubitativos y descontentos.

—En mi opinión, esto es algo que les ocurre a todos los hombres. La edad avanza sigilosamente en nuestro interior cuando no estamos mirando. Los tiempos cambian, los seguidores sobrepasan a sus líderes, una generación más joven abre un nuevo camino... Así es como debe ser, pues el mundo sólo avanza mediante el cambio. Sin embargo, esto es algo inadmisible en el campo de la esgrima. El camino de la espada debe ser un camino que no permita a un hombre envejecer.

—Ittōsai..., no sé si sigue con vida, no he tenido noticias de mi maestro desde hace años. Después de Koganegahara, se tonsuró y se retiró a las montañas. Dijo que su objetivo era el estudio de la espada, la práctica del Zen, la búsqueda del Camino de la Vida y la Muerte, escalar el gran pico de la perfecta iluminación. Ahora me toca el turno. A partir de hoy, ya no podría mantener la cabeza erguida ante mi maestro... Siento no haber vivido una vida mejor.

—¡Maestro! —le interrumpió Negoro Hachikurō—. Dices que has perdido, pero no creemos que perderías con un hombre como Kojirō en circunstancias normales, aunque sea joven. Hoy tiene que haber habido algún error.

—¿Algún error? —Tadaaki sacudió la cabeza y rió quedamente—. No ha habido error alguno. Kojirō es joven, pero no he perdido por eso, sino porque los tiempos han cambiado.

—¿Qué quieres decir?

—Escuchad y ved. —Desvió la mirada de Hachikurō a los demás rostros silenciosos—. Procuraré ser breve, porque Kojirō me está esperando. Quiero que escuchéis atentamente mis pensamientos y esperanzas para el futuro.

Entonces les informó de que a partir de aquel día se retiraba del dōjō. Su intención no era retirarse en el sentido ordinario de la palabra, sino seguir las huellas de Ittōsai y partir en busca de una gran iluminación.

—Ésa es mi primera gran esperanza —les dijo.

A continuación pidió a Itō Magobei, su sobrino, que cuidara de su único hijo, Tadanari. Magobei también recibió el encargo de informar de los acontecimientos de la jornada al shogunado y explicar que Tadaaki había decidido convertirse en sacerdote budista.

—No lamento demasiado que me haya vencido un hombre más joven —añadió—. Lo que me turba y avergüenza es otra cosa, que nuevos luchadores como Sasaki están apareciendo en otros lugares, pero ni un solo espadachín de su calibre ha salido de la escuela de Ono. Creo saber el motivo: muchos de vosotros sois vasallos hereditarios del shōgun y habéis permitido que vuestra categoría se os subiera a la cabeza. Tras un poco de entrenamiento, empezáis a felicitaros por ser maestros en el «estilo invencible de Ittō». Estáis demasiado satisfechos de vosotros mismos.

—Aguarda, señor —protestó Hyōsuke con voz temblorosa—. Lo que dices no es justo. No todos nosotros somos perezosos y arrogantes. No todos descuidamos nuestros estudios.

—¡Calla! —exclamó Tadaaki, mirándole ferozmente—. La negligencia por parte de los discípulos es un reflejo de la negligencia por parte del maestro. Ahora estoy confesando mi propia vergüenza, juzgándome a mí mismo.

—La tarea que tenéis por delante es la de eliminar la negligencia, la de convertir la escuela de Ono en un centro donde el talento juvenil pueda desarrollarse correctamente. Debe llegar a ser un campo de adiestramiento para el futuro. Hasta que así sea, el hecho de que me marche y haga sitio para una reforma no servirá de nada.

Por fin la sinceridad de sus palabras empezó a surtir efecto. Los estudiantes inclinaron la cabeza y reflexionaron en las palabras del maestro, cada uno pensando en sus propias deficiencias.

—Hamada —dijo Tadaaki.

—Sí, señor —respondió Toranosuke, pero era evidente que le había cogido por sorpresa.

Bajo la fría mirada de Tadaaki, sus ojos contemplaron el suelo.

—Levántate.

—Sí, señor —dijo, pero no se movió.

—¡Levántate ahora mismo!

Toranosuke se puso en pie. Los demás siguieron mirando en silencio.

—Te expulso de la escuela. —Hizo una pausa, para dejar que sus palabras surtieran efecto—. Pero lo hago con la esperanza de que llegue un día en que te hayas enmendado, hayas aprendido la disciplina y comprendido el significado del Arte de la Guerra. Tal vez en ese día podamos estar juntos de nuevo como maestro y discípulo.

—¿Pp... por qué, maestro? No recuerdo haber hecho nada para merecer esto.

—No lo recuerdas porque no comprendes el Arte de la Guerra. Si lo piensas larga y detenidamente, lo comprenderás.

—Dímelo, por favor —rogó Toranosuke, en cuya frente abultaban las venas—. No puedo marcharme hasta que me lo digas.

—De acuerdo. La cobardía es la debilidad más vergonzosa de la que se puede acusar a un samurai. El Arte de la Guerra previene estrictamente contra ella. En esta escuela tenemos la regla rigurosa de que todo hombre culpable de un acto de cobardía debe ser expulsado.

—Sin embargo, tú, Hamada Toranosuke, dejaste transcurrir varias semanas después de la muerte de tu hermano antes de desafiar a Sasaki Kojirō. ¿Qué hiciste entretanto? Correr por ahí tratando de vengarte en un insignificante vendedor de sandías. Y ayer raptaste a la anciana madre de ese hombre y la trajiste aquí. ¿Consideras que esa conducta es digna de un samurai?

—Pero, señor, no comprendes. Lo hice para atraer a Kojirō.

Estaba a punto de embarcarse en una vigorosa defensa, pero Tadaaki le cortó en seco.

—A eso precisamente me refiero al hablar de cobardía. Si querías pelear con Kojirō, ¿por qué no fuiste directamente a su casa? ¿Por qué no le enviaste un mensaje desafiándole? ¿Por qué no declaraste tu nombre y tu propósito?

—Bueno, pensé en todo eso, pero...

—¿Pensaste? No había nada que te impidiera hacerlo, pero usaste la treta cobarde de hacer que otros te ayudaran a atraer aquí a Kojirō de modo que pudierais atacarle en masa. En comparación, la actitud de Kojirō ha sido admirable. —Tadaaki hizo una pausa—. Ha venido solo, para verme personalmente. Rechazando todo contacto con un cobarde, me ha desafiado a mí, basándose en que la mala conducta de un discípulo equivale a la mala conducta de su maestro. El resultado de la confrontación entre su espada y la mía ha revelado un delito vergonzoso. Ahora confieso humildemente ese delito.

En la sala reinaba un silencio absoluto.

—Ahora, Toranosuke, después de reflexionar, ¿todavía crees ser un samurai sin mancha?

—Perdóname.

—Vete.

Con la cabeza gacha, Toranosuke caminó diez pasos hacia atrás y se arrodilló en el suelo con los brazos extendidos antes de inclinarse en una profunda reverencia.

—Te deseo la mejor salud, señor —dijo en tono sombrío—. Y lo mismo a los demás.

Se levantó y salió cabizbajo del dōjō.

Tadaaki se puso en pie.

—También yo debo despedirme del mundo. —En su voz eran audibles los sollozos contenidos. Sus últimas palabras fueron severas, pero llenas de afecto—. ¿Por qué afligiros? Vuestro día ha llegado. De vosotros depende que esta escuela entre con honor en una nueva era. Empezad ahora mismo, sed humildes, trabajad con ahínco y procurad con todas vuestras fuerzas cultivar el espíritu.

Cuando regresó a la sala de los invitados, tomó asiento y se dirigió a Kojirō, Tadaaki parecía impertérrito.

Tras disculparse por haberle hecho esperar, le dijo:

—Acabo de expulsar a Hamada. Le he aconsejado que cambie su manera de ser y trate de comprender el verdadero significado de la disciplina del samurai. Por supuesto, me propongo liberar a la anciana. ¿Quieres llevártela contigo o dispongo las cosas para que se vaya más tarde?

—Estoy satisfecho con lo que has hecho. La mujer puede venir conmigo.

Kojirō se movió como si fuera a levantarse. El encuentro de esgrima le había despojado de toda su energía, y la espera posterior le había parecido interminablemente larga.

—No te vayas todavía —le dijo Tadaaki—. Ahora que todo ha terminado, tomemos un trago juntos. Lo pasado pasado está. —Batió palmas y gritó—: ¡Omitsu! Trae sake.

—Gracias, eres muy amable al invitarme. —Sonrió y dijo hipócritamente—: Ahora sé por qué Ono Tadaaki y el estilo Ittō son tan famosos. —No sentía respeto alguno por Tadaaki.

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