—¿Ah, sí? ¿Realizan su propio trabajo de investigación?
—Exacto, y ahora ha dado resultado.
—¿Vio quién iba en el coche? —preguntó Karin.
—Cree que era un hombre de unos treinta y cinco o cuarenta años, quizá mayor. Llevaba gafas de sol oscuras, así que no se le veía bien. No estaba seguro del color del cabello, pero no creía que fuera rubio. Más bien tirando a castaño.
—¿Cuándo fue eso?
—Hace una semana. El lunes pasado, a eso de las cinco o cinco y media.
—Martina lleva desaparecida sólo tres días —replicó Karin.
—Sí, pero puede ser interesante de todos modos —protestó Norrby—. Evidentemente alguien ha estado esperándola junto al camino.
—Cabe preguntarse por qué no condujo hasta el aparcamiento del hotel. Al parecer no quería que lo vieran —dijo Knutas.
—Eso induce a pensar que Martina mantenía una relación en secreto —concluyó Karin—, y una suposición no muy cualificada es que él esté implicado en su desaparición. Tanto si se fue con él voluntariamente como si no.
—De todos modos no puede haber sido de forma voluntaria —objetó Norrby—. ¿Por qué no ha llamado?
—Todo apunta a que se la han llevado en contra de su voluntad —reconoció Knutas—. Sólo podemos esperar que no haya sido víctima de algo aún peor. ¿Qué tipo de coche era?
—El testigo no entiende nada de coches y ni siquiera tiene permiso de conducir. Todo cuanto dice es que era azul, un turismo normal y que no parecía nuevo.
Karin se volvió hacia Knutas.
—¿De qué color es el coche de Mellgren?
—Ni idea, pero lo averiguaremos enseguida.
—¿La ha visto en más ocasiones?
—No, sólo esa vez.
—¿En qué dirección se fueron?
—El coche desapareció en dirección a la carretera principal.
—¿No se quedaría con el número de la matrícula?
—No. —A Norrby se le escapó una pequeña sonrisa—. No hemos tenido tanta suerte.
—Quiero hablar cuanto antes con el testigo.
—Vive y trabaja en Klintehamn, así que está cerca.
—Bien.
Sonó el teléfono y Knutas lo descolgó. Se escuchaba un ruido de fondo y le llevó varios segundos entender que se trataba del padre de Martina Flochten. Chapurreando en inglés Knutas hizo lo que pudo para responder a las preguntas del preocupado padre. Quedaron en verse al día siguiente, cuando Patrick Flochten llegara a Gotland para participar en la búsqueda de su hija.
L
a manilla de la puerta estaba bloqueada cuando trató de entrar, entonces sacó la llave y abrió. Todo presentaba el mismo aspecto que cuando vivían sus padres: la cómoda de la entrada estaba ahora tan reluciente como entonces, en la pared el reloj de la cocina marcaba el paso del tiempo con el mismo sonido acompasado, los platos chinos de la pared seguían allí colgados como lo habían hecho siempre, incluso el rollo de papel de cocina que había encima de la mesa era el mismo. Entró en la sala de estar y la contempló en silencio. Se diferenciaba de otras salas de estar suecas, fundamentalmente, porque faltaba un sofá. Todas las demás lo tenían, pero en su casa nunca había habido uno. Un sofá era algo para estar juntos, sentarse y relajarse delante del televisor. Aquí no lo había porque eso era imposible. En un sofá se corría el riesgo de sentarse uno muy cerca de los otros, de rozarse, y eso era pecado. Casi todo lo divertido era pecado: no tenían televisor porque era pecado; nunca escuchaban música en la radio porque era pecado; los tebeos y los juegos de mesa eran pecado, así como reírse en domingo. Bien mirado, el riesgo de que alguien riera en casa un domingo no era grande; en general no había muchas posibilidades de que alguien riera. No podía recordar haber visto sonreír a su padre o a su madre una sola vez. La casa estaba marcada por el silencio y la austeridad, la oración, la severidad y los castigos.
Le había llevado tiempo armarse de valor para regresar allí, pero cada vez que lo hacía, creía desprenderse de una pequeña parte de la culpa y la vergüenza que había sentido desde la infancia. La influencia de los padres se iba borrando poco a poco.
La idea se le había ocurrido unos meses antes. Significaría la traición definitiva a sus padres, el hecho de que fueran a celebrar sus reuniones aquí. Ésta era la primera vez y se sentía expectante. Lo había planeado todo hasta el más mínimo detalle. Entró en la habitación contigua y abrió el gran armario, sacó las figuras una tras otra sujetándolas con sumo cuidado, antes de alinearlas sobre la mesa de la sala de estar. Aquí iba a suceder, justo aquí y no en ningún otro lugar. Cuando estuvo listo se calzó los zuecos de madera y salió. En el establo había una puerta que conducía a un trastero. Allí estaba el recipiente. Lo cogió y lo llevó con cuidado, puesto que su contenido era de gran valor. Ahora iba a ser de utilidad y la próxima vez sería aún mejor.
Se puso al lado de la ventana y miró fuera. El sol del atardecer teñía el cielo de rojo y hacía tanto calor que podrían realizar algunos actos en el exterior. No importaba, no los vería nadie, nadie descubriría lo que hacían.
El ruido de un motor interrumpió sus reflexiones y al momento apareció tras el recodo un coche conocido. Qué bien que fuera él precisamente el primero en llegar, así quizá tuvieran tiempo de hablar y de solucionar algunos asuntos. Últimamente habían surgido entre ellos divergencias de opinión y esas discrepancias eran cada día más profundas, lo cual le molestaba. Ahora, cuando habían llegado tan lejos, no quería que se fastidiara todo.
La lucha por el poder entre ellos se había prolongado durante mucho tiempo y debía terminar. Se estaban acercando a un punto en el que todo aquello era insostenible. Siempre pensó que compartían un mismo objetivo, pero últimamente se había visto forzado a pensar que no era así. Esperaba que la desgana del otro se debiera a cosas que a la larga no tuvieran mayor importancia. Que él podría convencerlo de que sólo había un camino y que la rueda ya había empezado a girar, estaban en marcha y no había vuelta atrás.
E
l día siguiente fue el primer día nublado en al menos dos semanas. Como de costumbre, Knutas llegó temprano al trabajo, no eran más que las siete y cuarto cuando subió las escaleras de entrada de la comisaría y saludó al policía que estaba de guardia. Conversaron un momento como hacían habitualmente antes de que Knutas prosiguiera su camino hasta la Brigada de Homicidios, en el segundo piso. Se puso una taza de café y hojeó los periódicos locales.
No pasó mucho tiempo antes de que Karin, que también era madrugadora, asomara la cabeza.
—Buenos días —saludó—. ¿Quieres un café?
—No, gracias, ya he tomado uno.
Parecía cansada.
—¿Estás bien?
Knutas la miró algo inquieto.
—Sí, gracias. Apenas he pegado ojo esta noche.
—¿Te has pasado la noche pensando en Martina Flochten?
—Eso también —cortó ella y tomó un sorbo. Cuando no quería que siguiera preguntándole algo, tenía una pasmosa habilidad para hacérselo entender.
—¿Se te ha ocurrido algo? —le preguntó desviando el tema.
—Pues no. He estado dándole vueltas a lo de ese coche.
—¿Y?
—Al parecer, ella se montó en el coche voluntariamente, se había citado con ese desconocido, así que tiene que haberlo conocido aquí en Gotland. Pero ¿por qué tanto secreto? Es cierto que tiene novio, pero está en Rotterdam, así que si quería divertirse un poco aquí, de todos modos él no se iba a enterar.
—¿Adónde quieres llegar?
—Algo raro tiene que haber con ese hombre con el que se veía. Si mantienen o mantenían una relación amorosa, ¿por qué andar con tapujos? Hay dos razones para que anduvieran ocultándolo. O bien está casado o bien tiene algún otro problema, como que sea profesor o tenga algo que ver con el curso, lo cual hace que el hecho de que estén juntos sea un tema delicado.
—O ambas cosas —sugirió Knutas.
—En efecto. Staffan Mellgren es el primero en quien se me ocurre pensar. Aunque también podría ser algún otro. He comprobado el color de su coche y no es azul sino gris metalizado. O ha utilizado el automóvil de otra persona o, sencillamente, no es él con quien se ha estado viendo Martina. Durante dos semanas asistieron a clases teóricas en Visby antes de empezar con las excavaciones propiamente dichas. A lo largo de ese tiempo tuvieron varios profesores. A eso hay que añadir que, al parecer, salieron de fiesta casi todas las noches, por lo que Martina tuvo muchas posibilidades de conocer a alguien.
»Otra cosa que me parece extraña es que no se haya puesto en contacto con Jacob Dahlén, amigo de la familia y dueño del Hotel Wisby. La dueña del Warfsholm, Kerstin Bodin, dijo que Dahlén era amigo de la familia. La familia de Martina solía venir aquí una vez al año y siempre se alojaban en su hotel. Por supuesto, será sobre todo amigo de su padre, pero aun así, ¿no es un poco raro que no haya pasado por allí a saludarlo al menos? Ya lleva en la isla más de cuatro semanas y, de ellas, dos en Visby. ¿Por qué no se ha puesto en contacto con él? El hotel está en el centro, cielo santo, a tiro de piedra de la universidad.
—¿Has hablado con Jacob Dahlén?
—Sólo por teléfono. Está de viaje.
—Tal vez haya tenido intención de ponerse en contacto con él, pero aún no lo ha hecho. Ya sabes lo que ocurre cuando estás en un lugar donde conoces a alguien superficialmente. El curso dura hasta mediados de agosto, pensará que dispone de tiempo más que suficiente para ir a saludarlo.
—Sí, claro —reconoció Karin—, quizá sea así.
—Otra cosa, ¿dónde se alojó en Visby durante las semanas que duraron las clases teóricas?
—En el mismo sitio que los demás, en la residencia para estudiantes de la calle Mejerigatan.
—Tendremos que ir allí y hablar con los inquilinos, y también con el casero. Alguien puede haber visto algo. Voy a encargarme de que lo hagan —dijo Knutas, y cogió el teléfono.
P
atrick Flochten era un hombre alto y fuerte de pelo castaño oscuro y rebelde. A juzgar por el color de su rostro, en Holanda también había hecho buen tiempo. Llevaba unas gafas con la montura negra que parecían caras e iba vestido con un traje claro de lino. Tenía las manos sudorosas y expresión tensa cuando saludó y se sentó en el sofá de las visitas en el despacho de Knutas.
—Lógicamente su hermano y yo estamos muy preocupados. Ahora quiero que me cuente todo lo que sucedió cuando mi hija desapareció —dijo en un inglés perfecto—.
Everything!
Knutas, cuyo inglés no era ni mucho menos suficiente para realizar un interrogatorio, ya había previsto el problema. Por eso le había pedido a Karin que estuviera presente. Ella empezó a contar lo que la policía sabía hasta ese momento acerca de la desaparición, mientras no paraba de preguntarse por qué aquel hombre que tenía enfrente le resultaba familiar. Quizá sólo fuera por el parecido que había entre su hija y él, a juzgar por las fotos que había visto de Martina.
—Conozco Warfsholm, he estado en el hotel con los niños y hemos comido allí varias veces cuando veraneábamos en Gotland. ¿Cómo pudo desaparecer de allí sin que nadie la viera? Pero si está lleno de casitas de veraneo y hay gente por todas partes. Además, con lo claras que son aquí las noches, ni siquiera llega a hacerse oscuro.
—Martina dejó a los demás de madrugada. A esas horas los huéspedes estaban durmiendo. Fue al baño a eso de la una y a esa hora, en principio, todos los que habían asistido al concierto ya se habían ido a casa. Los pocos que quedaban despiertos eran los que estaban en el bar.
—¿Y nadie vio nada?
—Pues, por desgracia, parece que no. El dispositivo de búsqueda está en marcha, por supuesto. Estamos buscando tanto con perros como con helicópteros. A lo largo del día vamos a organizar también partidas para rastrear la zona. El perímetro de búsqueda se va ampliando gradualmente.
Karin decidió conscientemente no mencionar a los buzos. Parecía demasiado desagradable, como si ya hubieran renunciado a la esperanza de encontrar a Martina con vida.
—¿Podría haber viajado a la península?
—Nada hace suponer que haya abandonado la isla. Hemos comprobado las listas de pasajeros tanto de las compañías aéreas como de las navieras. En cualquier caso, no ha viajado con su nombre. La recepción del hotel guarda las cosas de valor de quienes participan en el curso y no falta nada, ni el pasaporte, ni la tarjeta Visa, ni el dinero en efectivo que había depositado allí.
Patrick Flochten miraba desesperado a los dos policías.
—Parece como si dieran por sentado que ha sido víctima de algún delito.
Karin y Knutas se miraron.
—No debemos precipitarnos ahora y pensar en lo peor —lo animó Karin—. Ignoramos lo que ha pasado, a veces la gente desaparece de la manera más extraña y luego reaparece sin que haya sucedido nada realmente dramático. Puede muy bien ocurrir eso también en este caso. No debemos olvidar que Martina sólo lleva desaparecida unos días. ¿Quién sabe? Tal vez se haya enamorado perdidamente o algo así. Vamos a actuar con calma. Ante todo vamos a concentrarnos en encontrarla lo antes posible. ¿Desapareció Martina alguna vez antes sin avisar?
Patrick Flochten se quedó pensativo.
—Bueno, claro. En la adolescencia tuvo temporadas algo rebeldes, y claro, alguna vez no volvió a casa por la noche pero no así, durante varios días. Y con los años se ha ido calmando.
—¿Consume drogas?
—De ser así, lo habría notado. Quizá las haya probado alguna vez, no lo puedo asegurar, pero jamás ha consumido drogas en el sentido que yo creo que usted pregunta.
—¿Ningún otro problema de adicción o enfermedades?
—No.
—¿Cómo es su relación con el novio?
—Buena, por lo que sé. Llevan juntos más de un año y creo que parece una pareja estable. Él es bastante mayor.
—¿Le ha contado si ha conocido a algún hombre últimamente?
—No, ¿por qué tendría que haberlo hecho?
—Varios hechos inducen a pensar que mantiene una nueva relación. Un testigo ha declarado también que estaba enamorada de alguien.
—¿Ah, sí? Qué raro. Suele ser abierta para estas cosas. No hay ningún secreto entre nosotros.
El gesto de Patrick Flochten se volvió circunspecto.
—Sabemos que suelen venir aquí de vacaciones y que se alojan casi siempre en el Hotel Wisby, ¿es cierto?
—Sí. Conozco al dueño, Jacob Dahlén, desde hace mucho tiempo. Nos conocimos por asuntos de negocios y además somos amigos desde hace muchos años.