Napoleón en Chamartín (14 page)

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Authors: Benito Pérez Galdós

Tags: #Clásico, #Histórico

BOOK: Napoleón en Chamartín
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El pánico en Madrid era inmenso, y se creía segura la pronta presentación del corso en las inmediaciones de la capital. ¿Qué podía oponérsele? No quedaba más ejército que el del Centro, situado allá arriba a orillas del Ebro. ¿Quién detendría al invasor en su marcha terrible? La Junta se desesperaba y los madrileños creían acudir a remediar la gravedad de las circunstancias, entusiasmándose. ¡Ay! Después de mandar algunas tropas a los pasos de Somosierra y Navacerrada, ¿qué ejército de línea quedaba para defender a Madrid? Da pena el decirlo. Quinientos soldados.

Los paisanos armados eran ciertamente muchos; pero había muy pocos fusiles, y de estos la mitad eran inútiles por falta de cartuchos; y, ¿con qué se hacían los cartuchos si no había pólvora? A esto habíamos llegado cuatro meses después de la victoria de Bailén. Todo al revés. Ayer barriendo a los franceses, y hoy dejándonos barrer; ayer poderosos y temibles, hoy impotentes y desbandados. Contrastes y antítesis y viceversas, propias de la tierra, como el paño pardo, los garbanzos, el buen vino y el buen humor. ¡Oh España, cómo se te reconoce en cualquier parte de tu historia adonde se fije la vista! Y no hay disimulo que te encubra, ni máscara que te oculte, ni afeite que te desfigure, porque a donde quiera que aparezcas, allí se te conoce desde cien leguas con tu media cara de fiesta, y la otra media de miseria, con la una mano empuñando laureles, y con la otra rascándote tu lepra.

—Hola, Gabriel, ¿tú por aquí? —me dijo Pujitos en la puerta del Sol el día 20 de Noviembre—. Ya sabes que tenemos de regidor a nuestro amigo D. Juan de Mañara. Él es el encargado de la cartuchería. ¿Tienes fusil?

—Y bueno. ¿Pero todavía no se dice nada de fortificar a Madrid, ni se trata de abrir fosos y levantar parapetos y abrigos, ya que a esta villa y corte la hicieron sin murallas ni otra defensa alguna?

—Todo se va a hacer. Pero lo que más falta hace es la cartuchería y armas.

—¿Dónde hacen cartuchos?

—En varias partes. Allá junto al colegio de Niñas de la Paz hay más de sesenta personas trabajando en ello noche y día.

—Pero de nada nos sirven los cartuchos sin armas, Sr. de Pujitos —le dije—. Yo conozco muchísimos hombres valientes que no tienen sino chuzos, pedreñales y espadas llenas de orín.

—Eso será nonada, y si no nos hacen traición…

—¡Traición!

—Sí; aquí hay muchos traidores.

—Ahora como la gente anda tan exaltada, es común llamar traidores a los más mejores patriotas.

—Gabriel —dijo deteniéndose en medio de la calle y asomando por el embozo de su capa un dedo con el cual ciceronianamente acentuaba sus palabras—, cuando yo lo digo, sabido me lo tengo. ¿Te acuerdas de lo que se habló hace noches en casa del tío Mano? ¿Te acuerdas cómo se puso furioso el Sr. de Santorcaz contra los traidores? Pues hemos descubierto que ese Sr. de Santorcaz o D. Demonio, es espía del córcego. Velay por qué estaba tan enfoguetado.

—No es la primera vez que lo oigo.

—Él les escribe cartas de lo que aquí pasa, y con el dinero que le dan paga gente alborotadora, que arme querellas entre la tropa. Como este hay muchos, y se dice que señores muy alcurniados están vendidos a los franceses. Pero, Gabriel, que se nos amostacen las narices, y veremos a dónde van a parar. Hay otros que aunque no son traidores, son melindrosos, y no quieren lo que llaman
Constitución
, la cual se va a poner ahora pa acabar con el espotismo. ¿Sabes tú lo que es el espotismo? Pues el espotismo es una cosa muy mala, muy mala. A bien que desde que acabamos con Godoy y los lairones que con él vivían, se acabaron todas las picardías, y ahora luego que demos fin a esto del córcego, los reinos de España se van a gobernar de otra manera, y estaremos tan bien, que no nos cambiaremos por los ángeles del cielo.

Y diciendo esto, dio media vuelta y marchose lejos de mí a toda prisa. No tardé yo en acudir pronto a la formación de mi compañía.

Ante las evidentes muestras de alarma que a todas horas se observaban en Madrid, mal podía el optimismo del Gran Capitán sostenerse en las ideales regiones donde le hemos visto cernerse, como el águila de la patria a quien ni el peligro ni el miedo pueden obligar a abatir su majestuoso vuelo. Ya no era posible negar la derrota de Espinosa, ni tampoco la de Gamonal, y sólo los locos podrían suponer a Napoleón dispuesto a detenerse en su victorioso camino. Muchos días resistiose el fuerte espíritu de mi amigo a la evidencia de tantos descalabros; por muchos días sostuvo que nuestras armas victoriosas echarían a los franceses con su malhadado emperador del otro lado del Bidasoa; por muchos días continuó atribuyendo a los papeles públicos la pérfida invención de aquellos absurdos acontecimientos que no cabían en su homérica cabeza; pero al fin la muchedumbre de las noticias malas, la agitación pública, el pánico de todos, la general zozobra, y el tumulto y laberinto de los preparativos de defensa rindieron golpe tras golpe el formidable castillo de su terquedad, dando en tierra con tantas ilusiones. El héroe no aparentó desmayar con esto, antes bien se reía tomando la cosa como una fiesta. Lleno de confianza en la capital, siempre negaba que Napoleón se atreviese a ponerse delante de los madrileños, y esta fue una tenacidad que le duró contra viento y marea hasta el 25 de Noviembre, en cuya noche al retirarse a su casa, preguntole doña Gregoria, como siempre, las noticias de la tarde.

—Nada, mujer —repuso frotándose las manos, y promulgando con desdeñosas sonrisas la categórica confianza que llenaba su espíritu—. Nada, mujer: emperadorcito tenemos.

- XII -

Y el emperadorcito salió de Burgos el 22; detúvose en Aranda el 24; el 29 estaba en Boceguillas, y por fin el 30 llegó a Somosierra.

En Madrid la alarma crecía en tales términos, que ya en 23 de Noviembre se pensaba en una defensa formal, guarneciendo el circuito de la corte para hacer de ella con el valor de sus habitantes una segunda Zaragoza. Era capitán general de Castilla la Nueva el marqués de Castelar, y gobernador de la plaza don Fernando de la Vera y Pantoja; pero a este no se le conceptuaba muy entendido en materias facultativas, y como se tratara de obras de defensa, fue nombrado para el caso el célebre don Tomás de Morla, sucesor de Solano en Cádiz cinco meses antes; hombre feísimo de rostro, de carácter aparentemente enérgico aunque en realidad muy débil. Gozaba en el conocimiento de la artillería de gran reputación, que aún conserva, pues sus estudios sirven hoy para la enseñanza de la juventud que a la guerra científica se consagra.

Morla dirigió las obras de defensa, que consistían en grandes fosos abiertos fuera de las puertas de Fuencarral, Santa Bárbara, Los Pozos, Atocha y Recoletos; en aspillerar toda la muralla de la parte Norte; en desempedrar las calles de Alcalá, Carrera de San Jerónimo y calle de Atocha para levantar barricadas; y por último, en fortificar el Retiro con trincheras y una mediana artillería, la única que teníamos, pues todo se reducía a unas cuantas piezas de a 6 y poquísimas de a 8. Esto se hizo precipitadamente a última hora; mas con tanto entusiasmo y determinación, que la diligencia parecía suplir con creces a la previsión.

En las obras trabajaba todo el mundo sin reparos de clase. Las señoras, no contentas con afiliarse en la congregación del
lavado y cosido
, dirigieron a las autoridades una exposición en que se ofrecían a ayudar
ya llevando espuertas de tierra
, ya ocupándose en lo que se les mandase. No es esto invento mío, y la exposición existe impresa donde el incrédulo podrá verla si aún duda de la grandeza de ánimo de las señoras de aquel tiempo. Y al decir
señoras
, se comprende que no me refiero a aquellas de quienes en otro lugar de este relato tengo hecha mención, pues las del Rastro y Maravillas tenían especial gusto en pasearse por todo Madrid arrastrando un cañón entre seguidillas y chanzonetas: me refiero a las más altas hembras, a quienes vi empleadas en menesteres indignos de sus delicadas manos.

De los hombres no hay que hablar, porque todos trabajábamos a porfía día y noche sacando tierra de los fosos para construir los espaldones de la artillería. En poco tiempo quedó la calle de Alcalá tan limpia de guijarros como tierra de sembradura, y desde las Baronesas al Carmen Calzado levantamos un parapeto formidable.

El personal de la defensa era el siguiente:

1.º Quinientos soldados de línea que apenas bastaban para el servicio de las bocas de fuego. 2.º Las tropas colecticias formadas por el alistamiento voluntario de 7 de Agosto, y a las cuales pertenecía un servidor de Vds. (no pasábamos de tres mil hombres). 3.º Los conscriptos pertenecientes a Madrid en el llamamiento de doscientos cincuenta mil hombres que hizo la Junta, y cuyo sorteo se verificó en 23 de Noviembre. 4.º La milicia urbana llamada
honrada
que se formó por enganche voluntario el 24 del mismo mes.

Voy a deciros algo de esta conscripción y de estos señores
honrados
. Hízose aquella llamando a las armas a todos los ciudadanos desde 16 a 40 años, y declarando derogadas todas las excepciones que establecían las Reales Ordenanzas de 27 de Octubre de 1800 para el reemplazo del ejército. Se declararon útiles los viudos con hijos, los hijosdalgo de Madrid, los nobles que no tuvieran más excepción que su nobleza, los tonsurados sin beneficio que estuviesen asignados a servicio eclesiástico, para cuya determinación se cubrió con un velo el concilio de Trento; los que disfrutaban capellanía sin estar ordenados
in sacris
(muchos de estos eran los llamados
abates
); los novicios de órdenes religiosas; los doctores y licenciados, que no fueran catedráticos con propiedad; los retirados del servicio y los quintos que hubieran servido su tiempo; los hijos únicos de labradores; en una palabra, no se exceptuaba a rey ni a Roque.

Los
honrados
eran una milicia sedentaria creada con objeto de guarnecer las ciudades, para
precaver los desórdenes, reprimir los facinerosos, bandidos, desertores y díscolos, que perturbando la pública tranquilidad intenten saciar su ambición o su codicia.

De modo que en Madrid tuvimos en 23 de Noviembre sorteo para el reemplazo del ejército, y algunos días después alistamiento de
milicianos honrados
. Aquella y esta operación se verificaban de diez a tres en los claustros de la Trinidad Calzada, de los Mostenses, de San Francisco, y en los de otros conventos situados en el punto más céntrico de cada cuartel, ante un alcalde de Casa y Corte o un señor regidor de Madrid, un oficial militar, un alcalde de barrio y un escribano. Bastaron, pues, pocos días para que las filas de la guarnición de Madrid se llenaran con muchos miles de hombres. A la poca tropa de línea y al regular número de voluntarios ya disciplinados, uniose la muchedumbre de quintos y la caterva de urbanos, gente toda muy entusiasta; pero casi en general carecían de fusiles y estaban tan ignorantes de lo que habían de hacer como la madre que les echó al mundo.

Sucedió también que los voluntarios antiguos, aquellos que desde Agosto habían paseado presuntuosamente sus fachas uniformadas por Madrid, miraron con mal ojo a los
honrados
,los cuales, llamándose así, parecían querer resumir en su instituto toda la honradez española, y hablaban pestes de los antiguos. Los
honrados
que no tenían armas, decían que estas debían quitarse a los antiguos que las tenían: juraban estos entregarlas antes a Napoleón que a los
honrados
, y en tanto los quintos recién sorteados, aquellos infelices viudos, nobles, sacristanes, novicios, beneficiados sin beneficio y demás gente antes exceptuada, miraban al cielo, esperando que se les pusiese en la mano alguna cosa con que matar. En resumen: mucha, muchísima gente de última hora; pocas y malas armas; ningún concierto, falta de quien supiese mandar aunque fuese un hato de pavos; mucho mover de lenguas y de piernas; un continuo ir y venir, con la añadidura inseparable de gritos, amenazas y recelos mutuos, y la contera de los gallardetes, escarapelas, banderolas, signos, letreros y emblemas, que tanto emboban al pueblo de Madrid.

El aspecto de uno de aquellos claustros en que se verificaba el alistamiento, era digno de ser eternizado por los más diestros pinceles. Dichoso yo si con la pluma pudiera dar efímera existencia a uno de ellos ¿A cuál? Todos eran igualmente pintorescos, y si alguno contenía mayor número de curiosidades, era el claustro de la Trinidad Calzada, en la calle de Atocha.

- XIII -

En mitad de la ancha crujía estaba la mesa donde el regidor iba recibiendo los nombres, que asentaba un escribiente en barbudas cuartillas de papel. En su derredor resonaba tal chillería y alboroto, que no sé cómo el señor de Mañara (que era el regidor allí presente) podía aguantarlo; pero inútil era el imponer silencio, porque la multitud de mujeres aglomeradas a la puerta, no callarían aunque el Espíritu Santo se lo mandara. Un pobre alguacil había sido destinado a sostener la debida compostura, y nunca tal hubiera intentado el infeliz instrumento de la justicia, porque le cogieron y le magullaron, y roto y molido dio vueltas por el arroyo.

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