Napoleón en Chamartín (28 page)

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Authors: Benito Pérez Galdós

Tags: #Clásico, #Histórico

BOOK: Napoleón en Chamartín
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—¿Y qué le ha de pasar? ¿No quedan allí los criados? ¿No está con tu doncella y con Serafina, que ni un instante se separa de su lado?

—Pero ya le dije a Vd. que Inés no debe quedarse sola con doncellas y criadas en ninguna parte —añadió Amaranta notoriamente contrariada.

—¿Estamos viviendo en despoblado? —dijo el marqués riendo—. En el Pardo, en el mismo palacio del Pardo, donde vive un Rey con numerosa servidumbre y guardia, ¿no puede quedarse sola mi hija, por cuatro o cinco horas? ¡Si vieras qué habitación tan magnífica me han destinado en el piso bajo! Dan sus balcones al jardín del Mediodía, y se goza allí de una deliciosa vista. Ayer y hoy por la mañana, Inés salió a dar un paseo por el jardín. ¡Buen rato pasó la pobrecita!… ¿Pero cuándo vienes al Pardo? Por Dios y María Santísima, que sea pronto. Allí se pasan las noches deliciosamente y no puedes figurarte cuán amable, cuán discreto, cuán bondadoso es el rey José… ¡Cuánto nos reímos anoche! Él me preguntó: «¿Por qué dicen los españoles que soy borracho, cuando no bebo más que agua?». Yo me quedé un tanto cortado; pero disculpé a mis paisanos como pude.

—Mañana —dijo Amaranta—, nos iremos mi tía y yo, pues ya a fuerza de sermones, voy logrando vencer su repugnancia a los franceses. Y ahora que me acuerdo, tío, tiene usted que procurarme una
carta de seguridad
para que pueda escaparse de Madrid una persona, injustamente perseguida.

—¡Oh, no, de ningún modo! —dijo el diplomático—. Yo no oculto insurgentes, ni favorezco de modo alguno la insurrección. ¿Cartitas de seguridad? Nada, nada, sobrina, no ampares pícaros, ni protejas a los que se obstinan en aumentar los males de la patria. Sométanse todos a ese bendito soberano que no bebe más que agua, y entonces se acabarán las precauciones. Es preciso sofocar la insurrección que hierve en los alrededores de Madrid, y hacen muy bien en no dejar salir ni una mosca.

—Bueno —dijo Amaranta—. Mañana ha de llegar mi primo el duque de Arión, y él me dará cuantas cartas de seguridad se me antoje pedirle.

—¡Que viene mañana! —dijo el marqués—. Yo le esperaba esta noche. Me han dicho que ya cumplió la misión que le dio el Emperador en Burgos y ha regresado al cuartel general. Entrará también en la servidumbre del Rey José. Si llega mañana, inmediatamente os marcharéis todos juntos al Pardo. ¡Cuánto deseo verle! Era tamañito así cuando su madre se fue a vivir a París hace catorce años. Era muy travieso; yo, jugando a todas horas con él, le inculcaba los rudimentos de la historia patria. ¿Me deparará Dios un excelente yerno?

—Veremos —repuso Amaranta—. No puedo dar mi opinión mientras no le trate. El duque de Arión se ha educado en París.

—Educación a la francesa —dijo Salmón—.
Vade retro
. ¿Apostamos a que viene mi señor duque hecho un filosofillo de tomo y lomo?

—¡Oh, no! —exclamó el diplomático—. Desde que supe que se había afiliado al bando napoleónico, le tuve por muy discreto. Su entrada en España con el Emperador, las difíciles comisiones que este le ha dado para entrar en tratos con las ciudades rebeldes, prueban… ¿pero qué veo?… Las dos, y yo aquí de conversación olvidando las mil comisiones… adiós, sobrina, adiós, padre Salmón y la compañía. Yo me vuelvo loco con tanto ir y venir… Es terrible que esos señores no puedan hacer nada sin uno… adiós, adiós.

Y sin cesar de hablar salió de la habitación y de la casa apresuradamente.

- XXV -

Referidos estos curiosos diálogos, me cumple ahora contar de qué medio se valió la condesa para facilitarme la deseada fuga. Mandome, pues, que volviera al día siguiente, prometiéndome tener todo concertado y en regla, de modo que pudiese sin pérdida de tiempo emprender la marcha, desafiando la vigilancia ejercida en las matritenses puertas. Hicimos Salmón y yo lo que se nos mandaba, y al otro día, cuando nos disponíamos a volver de nuevo a casa de Amaranta, llamonos el padre prior, y nos dijo:

—Este joven no puede estar aquí ni un día más, y esta noche misma, si no encuentra medio de escaparse, es fuerza que busque un asilo más seguro.

—¿Más seguro que la Merced?

—Sí —añadió Ximénez de Azofra—. Han venido a avisarme que se sospecha de los conventos; que se nos acusa de ocultar a los conspiradores y a los espías de los insurgentes, y parece que mañana mismo registrarán todas estas casas, principiando por la Merced.

—Por fortuna la señora condesa te amparará hoy mismo —dijo Salmón—. Vamos allá sin perder un instante.

Vestido de novicio y en coche, como el día anterior, fuimos a casa de Amaranta, y desde que nos vio entrar, díjome con semblante alegre:

—Mi primo el duque de Arión ha llegado anoche, y me ha prometido conseguir la carta de seguridad antes de tres días.

—Es que yo quisiera partir esta misma noche, señora condesa —dije.

—¿Esta misma noche?

—Tememos que esos hotentotes registren mañana nuestra casa —añadió Salmón.

—Pues es preciso hacer un esfuerzo y salir de este mal paso —indicó Amaranta—. La principal contrariedad consiste en que no puede uno fiarse de nadie. Me han asegurado que la policía francesa ha extendido sus ramificaciones a muchas casas principales, y que sobornando lacayos y pajes tiene bajo su vigilancia a las familias que juzga desafectas. No quisiera poner en el secreto a ningún criado, y… ¡Ah! ¿no podría salir con ese mismo traje de novicio?

—Mal vestido es, señora, para estas circunstancias —dijo Salmón—. Tengo entendido que el registro que se hace en las puertas es tan escrupuloso, que hace difícil toda superchería. A unos les hacen desnudar, no librándose de este vejamen, ni aun las pudorosas doncellas y las que no lo son. Examinan con farolitos las facciones, confrontándolas con las notas de la carta, hacen vaciar las faltriqueras, y esta ceremonia se repite en dos o tres puntos, y ante los ojos de distintos esbirros.

—Un criado de casa —dijo la condesa—, tiene carta de seguridad. Con ella y disfrazándose de paleto, ¿no sería fácil burlar la suspicacia de esa gente?

—Los paletos —dije yo— son los más perseguidos y a los que primero detienen, porque se teme que comuniquen a los conspiradores de aquí con los insurgentes de fuera.

—En este momento —exclamó Amaranta—, se me ocurre una idea salvadora.

Diciendo esto, llamo a un criado y mandole un recado al duque de Arión, que vino sin tardanza alguna, pues residía en la propia casa. El cual duque de Arión, a quien llamo así porque se me antoja, callando su verdadero título que es de los más conocidos entre los de España, era un joven de veintidós a veintitrés años, delgado, de regular estatura, semblante frío y sin expresión, de modales elegantes y comedidos, como de persona habituada a la alta etiqueta, y sin otra cosa notable en su persona que la atildada perfección del vestir. Digo mal, pues también llamaba la atención en él un acento francés tan marcado y un tan incorrecto uso de nuestro lenguaje, que a veces no era posible oírle con seriedad.

Hijo único de una señora que no nombro, y que fue mujer muy corrida y muy tomada en lenguas allá por los últimos años del siglo antecedente, marchó con ella a París a los siete años de edad y en tiempo del Directorio: allí se educó, permaneciendo tres lustros fuerade su patria. Era primo no sé si en segundo o tercer grado de los que yo llamo de Leiva; pero la marquesa que le había criado, casi le consideraba como hijo. Ya saben Vds. que este joven, a quien no faltaba cierta discreción y muy buenas luces, era partidario decidido de Bonaparte, más que por aficiones políticas, por la amistad que le unía al mariscal Berthier. Cuando verificó el Emperador su expedición a España, trájole consigo, dándole no sé qué puesto en la casa imperial. Desde Somosierra fuele encargada una comisión confidencial cerca de los vecinos acomodados de Burgos; desempeñola bien, según entendí después, y al venir a Chamartín, después de un día de descanso, pasó a Madrid con objeto de abrazar a aquellos sus parientes, y con ansia también de visitar su posesión de Parla donde había nacido. Llegó Arión por la noche, y al siguiente día tuve el honor de verle y ocurrieron sucesos muy notables, a consecuencia de un diálogo que no puedo menos de copiar, reuniendo los más oscuros recuerdos que almacena en sus antros sin fin mi memoria.

—Primito —dijo Amaranta—, me vas a hacer un favor.

—¡Oh! Mi querida prima —repuso Arión—,
de tout mon cœur
.

—Préstame, o mejor dicho, dame tu carta de seguridad. No dudo que me harás este obsequio, ya que has mostrado tantos deseos de obsequiarme.

—¡Oh,
ma belle contesse
! —dijo el currutaco llevándose la mano al corazón—. Yo estoy muy obligado a vuestras bondades, y si pudiera exprimaros lo que siento… Mi deseo fuera que me demandaríais
quelque chose
de más difícil, extraordinario y peligroso, para probaros que…

—Gracias por la condescendencia, primo, y excusemos galanterías. Yo soy una vieja. ¿Se usa en Francia que los petimetres galanteen a las viejas? Por aquí no ha llegado todavía esa moda; pero me parece que tú traes los primeros figurines de ella.

—¡Oh, oh!

—¿Y no te enfadarás si tomo tu nombre para una obra de caridad? Deseo facilitar la evasión de Madrid a un joven desgraciado, a quien persiguen miserables polizontes por satisfacer una ruin venganza.

—¡Oh, oh,
volontiers
!
Ma belle contesse
es dueña de hacer lo que querrá con mi nombre.

—También me darás uno de tus vestidos, primito ¿no es verdad? —dijo Amaranta con encantadora gracia y examinándome rápidamente de pies a cabeza—, uno de esos magníficos trajes que has traído de París, hechos conforme a las últimas modas, y que servirán de desconsuelo a todos los petimetres de por acá.

—¡Oh, oh! yo soy
tres
contento de daros mi
hábito.

—Pues bien —dijo Amaranta con satisfacción—. Creo que podré salir adelante con mi invento. Al anochecer escapará este joven de Madrid con el menor riesgo posible.

Y tomando de mano de Arión la carta de seguridad, me la dio diciéndome:

—Esta tarde antes de marchar al Pardo con mi tía y mi primo, lo dejaré arreglado todo. Puede este joven retirarse tranquilo; y si el discreto Salmón tiene la bondad de pasar por aquí esta tarde, yo le daré las necesarias instrucciones para que todo marche a pedir de boca.

—Señora —dijo el fraile—, volveré al anochecer o cuando usía quiera; que tan a pechos he tomado este negocio como el mismo interesado.

—Vuelva su merced antes de las tres, pues hemos de salir para el Pardo temprano, por sernos preciso visitar de paso en la Moncloa a mi madrina que allí reside y está enferma, aunque no de gravedad.

Di yo las gracias a la condesa por sus muchas bondades; rogome ella que si salía en bien, como esperaba, se lo comunicase, indicándole el sitio de mi residencia para enviarme nuevos testimonios de su protección, y con esto salimos el mercenario y yo muy satisfechos para tomar el camino del convento.

Más tarde, cuando el fraile regresó de su segundo viaje a la misma casa, conocí en conjunto el plan maravilloso de Amaranta, que era digno ciertamente de su habilidoso y enredador talento.

—No he visto más graciosa invención —dijo mi amigo—. Te pones el vestido que te mandarán, para que puedas pasar por persona principal, y como tú y el señor duque tenéis la misma estatura y talle, quedarás que ni pintado. Con esto y la carta de seguridad que ya tienes, esta noche no eres Gabriel, ni Pico de la Mirandola, sino el señor duque de Arión que sale por la puerta de Toledo para ir a su posesión de Parla. Asimismo estará a tu disposición un coche… ¡pero qué coche! La señora condesa tiene sospechas de que alguno de su servidumbre está sobornado por esos indignos corchetes y teme confiarles el secreto. Para quitar de en medio esa dificultad ha solicitado de una amiga que le facilite un
bombé
… ¡Conque en
bombé
nada menos, chiquillo! Te advierto que al cochero y lacayo se les dice que eres el propio Arión; y como no conocen a este, es imposible que te vendan, aunque alguno fuese bastante malo para hacerlo. Tendrán orden de llevarte a donde tú les digas; pero se te aconseja que no pases más allá de Navalcarnero si sales por la Puerta de Segovia, o de Leganés si vas por la de Toledo, en cuyos puntos no creo que haya peligro. Conque señor duque, beso a usía las manos. Es imposible que sospechen nada al ver tu empaque y tu carta de seguridad… Ya verás cómo lejos de ponerte reparos esos gaznápiros, se quitarán los sombreros ante ti, y aun se brindarán a acompañarte hasta tu palacio de Parla. ¡Qué las tenga vuecencia muy felices!

La idea de Amaranta era de éxito casi seguro, y no tropezando con Santorcaz, con Román o con otro cualquiera que personalmente me conociese, era inevitable mi escapatoria, siendo, como era, el nombre de mi carta de seguridad, el de una principalísima persona, reputada por muy adicta a la causa francesa. Con esta confianza estuve todo el día, y antes del anochecer llegó un criado con el traje, el cual me caía, que ni pintado. Era elegantísimo, y de mucho lujo por la finura del paño, el primor de los adornos y lo exquisito de todos sus accesorios; mas no era traje de corte, sino de diario traer, si bien de esos que por sí solos hacen resaltar sobre el vulgo a cualquiera que se los pone, aunque más los lleve colgados que puestos. Consistía en casaca, chupa y calzón de paño verde muy oscuro, con medias del mismo color; cuello blanco, de infinidad de randas compuesto, y un rendigot pardo con vueltas y solapas de pieles. Esta prenda tenía algún uso, pero aún conservaba muy buen ver.

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