Narcissus in Chains (19 page)

Read Narcissus in Chains Online

Authors: Laurell K. Hamilton

Tags: #Fantástico, #Erótico

BOOK: Narcissus in Chains
13.03Mb size Format: txt, pdf, ePub

Debí haberlo mirado tan contenta, y asombrada, como me sentía, porque él me sonrió.

Giró un poco y pude ver que la parte trasera y delantera habían sanado. Le toqué la parte superior del pecho, donde tenía una de las espadas. La piel era suave, como si el cuchillo hubiera sido un sueño.

—Sé que os curáis casi de cualquier cosa, pero no puedo superar la sorpresa.

—Con el tiempo, te acostumbrarás —dijo Merle. Había algo en su voz que me hizo mirarlo. Las sonrisas de Cherry y Nathaniel se esfumaron. Se veían repentinamente serios.

—¿Qué pasa? —pregunté.

Cherry y Nathaniel se miraron, pero fue Micah quien habló.

—¿Puedo curarte el brazo?

Me volví a decirle que se fuera al infierno hasta que supiera lo que estaba pasando, pero mi brazo izquierdo, escogió ese momento para estremecerse de la mano al hombro, un enorme y doloroso calambre hizo que mis rodillas se doblaran. Sólo el agarre de Cherry me mantuvo en pie. Mi mano parecía la de una víctima de la droga, los dedos convulsionando, como una garra. Sentí como si mi brazo estuviera tratando de arrancarse de adentro hacia afuera. Cherry aguantaba casi todo mi peso, y traté de no gritar.

—Vamos a arreglar el brazo, Anita, si puede —dijo ella.

Los músculos de mi brazo se iban relajando poco a poco, por pulgadas dolorosas, hasta que las ganas de gritar sólo eran una pequeña voz en mi cabeza. Mi voz salía entrecortada por el esfuerzo, pero estaba clara.

—Explícame que es llamar a la carne de nuevo. —Estaba apoyando la mayor parte de mi peso en Cherry y era sólo la cortesía la que le impedía recogerme en sus brazos.

Micah llegó a estar junto a nosotros. Merle flotaba detrás de él como una niñera muy ansiosa.

—Puedo sanar el daño en mi gente con mi cuerpo —dijo Micah.

Lo miré y vi a Cherry y a Nathaniel a su lado. Ambos asintieron a la vez, como si hubieran oído mi pregunta sin respuesta.

—Nunca he visto un Nimir-Raj que pudiera llamar a la carne, pero he oído hablar ello —dijo Cherry—. Es posible.

—No suenas como si le creyeras —dije.

Me dio una leve sonrisa que llegó a sus ojos cansados.

—No creo en gran parte en nadie —sonrió—. Salvo en ti.

Me levanté, todavía apoyada en su brazo, pero casi de pie por mi cuenta. Apreté el brazo con mi mano derecha, tratando de poner en mis ojos lo que estaba sintiendo.

—Siempre haré lo mejor para vosotros, Cherry.

Sonrió de nuevo, y sus ojos se iluminaron un poco.

—Lo sé.

—Todos lo sabemos —dijo Nathaniel.

Le sonreí. Pensé en la oración que había estado diciendo desde que había heredado a los wereleopardos: Dios mío, no me dejes fallarles.

Mantuve un férreo control sobre el brazo de Cherry, pero me volví hacia Micah.

—¿Por qué es mi brazo lo único que me duele?

—¿No te duele en otro lugar? —preguntó.

Empecé a decir que no, entonces me paré a pensar en ello.

—Me duele, pero nada como el brazo. Nada duele como lo hace el brazo.

Él asintió con la cabeza, como si eso significara algo para él.

—Tu cuerpo y nuestra energía curó primero las heridas que ponían en peligro tu vida, y las más pequeñas, como las marcas en tu espalda…

—No pensé que la energía curativa pudiera ser selectiva —dije.

—Se puede cuando se dirige —dijo.

—¿Quién lo dirigió?

Sus ojos se cruzaron con los míos.

—Yo lo hice.

Miré a Cherry, y ella asintió.

—Es un Nimir-Raj. Él era el dominante para todos nosotros. Él y Merle.

Miré el hombre grande.

—¿Les debo un agradecimiento?

Merle sacudió la cabeza.

—No nos debes nada.

—Nada —dijo Micah—. Nosotros fuimos los que entramos en tu territorio sin tu permiso. Fue nuestra transgresión, no la tuya.

Miré a ambos.

—Bueno, ¿y ahora qué?

—¿Puedes ponerte de pie sin ayuda?

No estaba muy segura, así que me fui soltando por partes y descubrí que podía estar en pie por mi cuenta. Perfecto.

—Sí, creo que puedo.

—Tengo que tocar las heridas para curarlas.

—Lo sé, lo sé, la piel desnuda es lo mejor para la curación de los licántropos.

Hizo un gesto pequeño.

—Sí, lo es.

Utilicé mi mano derecha para deslizar la bata de mi hombro izquierdo. Me di cuenta de que eso no desnudaba suficiente mi brazo. Empecé a deslizar mi brazo izquierdo por la manga, y otro espasmo me golpeó. Mi brazo estaba tratando de separarse de mi propio cuerpo. Micah me sorprendió, se apoderó de algo que no podía ver ni sentir, de mi mano. No era sólo que me dolía. Era inquietante como había perdido el control total de mi brazo.

Micah susurró:

—Grita, no hay vergüenza en ello.

Moví la cabeza, con miedo de abrir la boca, miedo de gritar. Me bajó al suelo. Sus manos fueron al cinturón de la bata. El espasmo se relajó en fases, de nuevo, me dejó sin aliento en el suelo mientras me desnuda la mayor parte de mi lado izquierdo. Una vez que había revelado el brazo izquierdo y el hombro, colocó la bata de nuevo sobre mí, tapando todo lo que me importaba, a excepción de mi pecho izquierdo. Agradecí el gesto. Cuando estuve tirada en el suelo, fije mi mirada en él, parecía que ya no estaba erecto. Eso era de alguna manera menos amenazante.

Estaba de rodillas, moviendo los dedos justo por encima de la piel de mi brazo. Salvo que no estaba tocando mi piel, tocaba la energía de otro mundo que se extendía fuera de mi piel. Su energía fluía de su mano y se mezcló con la mía en una danza de electricidad que me puso la piel de gallina. Por primera vez, pensé y pregunté:

—¿Esto va a doler?

—No, no debería.

Escuché una risa masculina. Podía ver a todos los hombres de la habitación, excepto a uno. Volví la cabeza para ver a Caleb seguía sentado en la cama.

—¿Hay algún tipo broma que no estoy pillando?

—No hagas caso de él —dijo Merle.

Miré sus ojos serios, mientras que la risa de Caleb tocaba música de fondo.

—¿Estás seguro de que no hay algo que quieras contarme sobre la llamada de la carne?

Micah sacudió la cabeza, la maraña de rizos de deslizó por su rostro. Me di cuenta de que nadie había encendido una luz. Todavía estábamos moviéndonos en la penumbra de la noche, la luz.

—¿Puede alguien encender la luz? —Todos empezaron a mirarse unos a otros, uno para el otro, a la otra, como si estuvieran jugando a la patata caliente con la mirada—. ¿Qué pasa?

—¿Por qué crees que algo anda mal? —dijo Micah.

—No me jodas, vi las miradas. ¿Por qué no podemos encender las luces?

—Puedes ser fotosensible, debido a la rápida curación —dijo Cherry.

La miré y podía sentir la sospecha en su cara.

—¿Eso es lo que todas esas miradas querían decir? —pregunté.

—Estamos preocupados acerca de cómo tu cuerpo esta… reaccionando a las lesiones. —Se arrodilló a mi lado en el lado opuesto Micah. Me acariciaba el pelo como si tuviera que calmar a una mascota, a un perro—. Estamos preocupados por ti.

—Lo sé. —Era difícil sospechar de su sinceridad cuando brillaba en sus ojos. Finalmente tuve que sonreír—. Creo que podemos pasar sin las luces hasta después de curarme.

Ella sonrió, y esta sonrisa llego a sus ojos.

—Bien.

—Es posible que nos puedan dar algo de espacio aquí —dijo Micah—. Si no, la energía puede propagarse.

Cherry me dio un último toque se puso de pie y se trasladó, al lado de Nathaniel. Micah se quedó mirando a Merle.

—Tú también.

Merle frunció el ceño, pero se movió por la habitación con los otros. Todos acabaron junto a la cama con Caleb. Curiosamente, había llegado a estar tan lejos de la cama como era posible en esa pequeña habitación. Honestamente, fue algo totalmente inconsciente por mi parte.

Micah se quedó de rodillas, pero se recostó sobre la punta de los pies, con las manos abiertas en los muslos, los ojos cerrados, y sentí que se abría. Su energía se arremolinaba sobre mí como un hilo de aire caliente que se cerró en mi garganta, haciéndome difícil respirar. Abrió los ojos, y me miró, sus ojos fijos en mi cara, como si estuviera meditando o soñando.

Esperaba que pusiera sus manos sobre mí, pero sus manos se quedaron sobre sus muslos. Puse la mano derecha sobre su brazo, y en el momento en que lo toqué, su bestia se enroscó a través de mí. Era casi como si un gato grande invisible estuviera entrando y saliendo de mi cuerpo, la forma en que se entrelazan alrededor de las piernas, tocó lugares que ni siquiera un amante había tocado… solo este gato. Se me helaron las palabras en la garganta, y cuando observe la mirada de Micah, me di cuenta de que sentía lo mismo.

Se veía tan conmocionado como me sentía yo. Pero siguió apoyado en mí. Mi mano se quedó en su brazo, pero no lo detuvo, y no podía pensar lo suficientemente como para hacerle preguntas. Sus labios rozaron mi cuello, donde las cicatrices comenzaban, eso trajo a mi garganta un débil suspiro. Apretó la boca en mi cuello y obligó a que, remolinos de poder entraran en mí. Me hizo retorcerme, pero no me hizo daño. De hecho, se sentía tan bien que me empujó hacia atrás.

Mi voz salió, débil, casi un susurro.

—Espera un minuto. ¿Qué pasa con la boca? ¿Pensé que ibas a poner las manos sobre mí?

—Te dije que podía curar con mi cuerpo —dijo.

El poder se extendía entre nosotros como caramelo caliente tirando entre los dedos, pegajoso. Fue como si nos tocáramos y nos fundiéramos uno con el otro. Arrastré mi mano lejos de la de él, y era como si mi mano se moviera a través de algo, algo real, casi sólido. Mi voz fue firme, y hasta me impresionó.

—Pensé que significaba las manos.

—Si hubiera querido decir las manos, lo hubiera dicho. —Bajó su cara hacia mí, moviéndose a través del poder, y sentía como ondas en el agua cuando alguien nada hacia ti. Cogí un puñado de esos rizos enredados.

—Define cuerpo para mí.

Él sonrió, y fue al mismo tiempo suave, condescendiente, y en cierto modo triste. Se quedó de rodillas sobre mí, su cara lo suficientemente cerca como para besar mi mano en su pelo, la energía palpitante nos rodea, la sanación era algo grande.

—La boca, la lengua, algunos las manos, pero es el cuerpo, las manos por sí solas no serán suficientes. Me han dicho que tú también puedes curar con tu cuerpo.

Tomó mi mano de su cabello y trató de conseguir una cierta distancia entre nosotros, pero no se movió de nuevo, por lo que en realidad seguíamos tan juntos como antes. La verdad era que podía curar con el sexo, o algo así no quería hacerlo en público.

—Más o menos —dije. Observé por la habitación, miré por encima de la cabeza Micah y encontré a Cherry.

—¿Llamar a la carne, es como lo que hago cuando llamo al Munin? —El Munin era una especie de memoria ancestral de los hombres-lobo. Salvo que, en realidad, son más bien como fantasmas, los espíritus de sus muertos. Podría obtener sus conocimientos, sus habilidades, y sus malos hábitos, si tenías la habilidad de canalizarlos. Soy un nigromante, y le gusto a todos los muertos. Al Munin le gustaba y a quien más le gustaba era a Raina, la anterior lupa de la manada de los lobos. Había sido quien la había matado, para evitar que ella me matara a mí, y se complacía en el hecho de que podría poseerme cuando llamaba al Munin. Empecé a controlar a Raina cuando comencé a aceptarla con todos sus defectos. Cuando la llamo, ya no peleo con ella. Habíamos elaborado una especie de tregua. Pero cuando llamo al Munin para la curación es casi siempre algo sexual, porque todo había tenido que ver con sexo para Raina.

—No es sexual —dijo Cherry—. Sensual, pero no sexual.

Confié en el juicio de Cherry.

—Está bien, entonces, hazlo. —Micah me miró estrechamente con esos ojos extraños, amarillos y verdes—. Hazlo —dije.

Nos mostró, de nuevo, su sonrisa melancólica, triste, condescendiente, parecía que tanto se reía de nosotros como lloraba por nosotros. Era inquietante, esa sonrisa… Después bajó su boca a mi cuello a la primera de las cicatrices. El primer beso fue suave contra mi garganta, respiró el poder en contra de mi piel, y de repente era difícil respirar. Pero el poder se cernía sobre mi piel como una tela. Entonces, la punta de su lengua se deslizó por mi piel, lamiendo una línea caliente y húmeda en mi cuello. El poder seguía una línea de calor, se hundía debajo de mi piel donde me había lamido. Pero fue cuando su boca se pegó a la mía, cuando sentí como se sellaba contra mí, me chupa la boca, entre los dientes, sentí el poder metiéndose en mí, forzando las cicatrices. Literalmente respiraba poder, comía poder, sentía la curación en mí. Hice pequeños movimientos indefensos. No pude evitarlo. Todos tenemos nuestras zonas erógenas, además de las normales, lugares donde, si nos tocaron, nuestros cuerpos reaccionan lo queramos o no. Mi cuello y mis hombros son dos esos lugares.

Se inclinó hacia atrás, lo suficientemente lejos de mi cuello para susurrar:

—¿Estás bien? —Su respiración era muy caliente sobre mi piel.

Asentí con la cabeza, mi cara se apartó de él.

Él se llevó mis palabras, presionando su boca a mi cuello. No hubo preliminares en ese momento, él me mordió, lo suficiente para quedarme sin aliento. Un nudo en mi estómago, me hizo girar a un lado, me alejaba de él.

—Anita, ¿qué pasa?

—Mi estómago —dije.

Deslizó la bata abriéndola, pasando su mano sobre el estómago.

—No había ninguna herida aquí.

Otra ola de dolor atravesó mis entrañas, flexioné mis piernas, retorciéndome en el suelo. La necesidad corrió a través de mí como algo vivo, tratando de encontrar una salida desde el interior de mi cuerpo.

Micah estaba allí, retirando el pelo de mi cara, el poder que se construía entre nosotros, rodaba a través de mi cuerpo como un gato vadeando. Él me recogió entre sus brazos y sus piernas, apretó mi cara contra su pecho.

—Llama a un médico.

Su pecho era suave y cálido. Podía oír los latidos de su corazón, en contra de mi mejilla. Podía oler la sangre bajo la piel como algún dulce exótico que se derretía en mi lengua y se deslizan por mi garganta. Me abrí paso por su cuerpo hasta que pude ver el pulso en el cuello. Miraba el pulso como si fuera alguien muriendo de sed, mi garganta ardía con la necesidad, mis labios estaban secos, agrietados por la falta de ella. Tenía que alimentarme. Supe, en ese instante, que no era mi pensamiento.

Other books

Mirabile by Janet Kagan
The Rise and Fall of the Nephilim by Scott Alan Roberts
The Mercury Waltz by Kathe Koja
The Shadow’s Curse by Amy McCulloch
0451472004 by Stephanie Thornton
The Revenge of the Radioactive Lady by Elizabeth Stuckey-French
Joanna by Gellis, Roberta
Puro by Julianna Baggott
Twelve by Twelve by Micahel Powers