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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Navidades trágicas (4 page)

BOOK: Navidades trágicas
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De cuando en cuando, el viejo Simeon Lee soltaba una risita.

—¿Entregó mi mensaje a Alfred? —preguntó. Horbury estaba de pie junto al sillón. Con voz suave y humilde replicó:

—Sí, señor.

—¿Le dijo exactamente lo que yo le encargué? ¿Las mismas palabras?

—Sí, señor. No cometí errores.

—Y es mejor que no los cometa, pues tendría que lamentarlo. ¿Y qué dijo, Horbury? ¿Qué contestó Alfred? Con voz lenta y apagada, Horbury explicó lo ocurrido. El viejo volvió a reír, frotándose las manos.

—¡Magnífico! ¡Estupendo! Deben de haber pasado toda la tarde haciendo cábalas. ¡Magnífico! Ahora hablaré con ellos. Hágalos subir.

—Perfectamente, señor.

Con paso silencioso, Horbury salió de la habitación. El anciano permaneció inmóvil en su sillón, acariciándose la barbilla, hasta que se oyó una llamada en la puerta. Lydia y Alfred entraron en la habitación.

—¡Ah, ya estáis aquí! Querida Lydia, siéntate a mi lado. ¡Qué hermosos colores tienes!

—He estado fuera. El frío hace enrojecer.

—¿Cómo estás, papá? —inquirió Alfred-. ¿Has descansado bien esta tarde?

—Estupendamente. He estado soñando con los tiempos pasados. Antes de que me hiciera rico y me convirtiese en uno de los pilares de la sociedad.

Soltó una risa seca.

Su nuera permanecía inmóvil, sonriendo con cortés atención.

Alfred preguntó:

—¿Quiénes son esos dos invitados que no conocemos?

—¡Ah, sí! Tengo que hablaros de ello. Vamos a celebrar unas Navidades magníficas este año. Sobre todo para mí. A ver... Vendrán George y Magdalene... ¿Lo sabéis?

—Sí, llegan mañana a las cinco y veinte —dijo Lydia.

—Pobre George —murmuró el viejo-. No es más que un globo hinchado. Sin embargo, es mi hijo.

—Sus electores le aprecian —intervino Alfred.

Simeon se echó a reír.

—Porque creen que es honrado, seguramente. ¡Honrado! Jamás ha existido un Lee honrado.

—¡Oh, papá!

—A ti hay que descontarte, hijo.

—¿Y David? —preguntó Lydia.

—David... Tengo curiosidad por verle después de tantos años. Era un chiquillo un poco loco. ¿Cómo será su mujer? Por lo menos no se ha casado con una mujer veinte años más joven que él, como ese idiota de George.

—Hilda escribió una carta muy amable —explicó Lydia-. He recibido un telegrama, confirmándola y diciendo que llegarán mañana.

Su suegro le dirigió una penetrante mirada. Luego se echó a reír.

—Lydia nunca cambia —dijo-. Lo digo en tu honor, Lydia. Eres de pura sangre. Se nota tu buena educación y tu buena familia. Es curioso eso de las cualidades y defectos hereditarios. De todos vosotros, sólo uno ha salido a mí. De todos los cachorros, sólo uno —le danzaron los ojos-. Ahora adivinad quién viene a pasar las Navidades aquí. Podéis contestar tres veces y apuesto cinco peniques a que no acertáis.

Miró a su hijo y a su nuera, sonriendo astutamente. Por fin, Alfred dijo:

—Horbury nos comentó que esperabas a una joven.

—Y estoy segurísimo de que eso te intrigó. Pues sí. Pilar está a punto de llegar. He dado órdenes al chofer para que vaya a recogerla.

—¿Pilar? —murmuró Alfred.

—Pilar Estravados —contestó Simeon-. La hija de Jennifer. Mi nieta. Me gustaría saber cómo es.

—¡Pero si nunca me habías dicho...! —exclamó Alfred. El viejo seguía riendo.

—No; quise guardarlo en secreto. Hice que Carlton escribiera y arreglase las cosas.

Con acento herido y de reproche, Alfred repitió:

—¡Nunca me habías dicho...!

—Hubiera echado a perder la sorpresa —replicó su padre-. ¿Te das cuenta de lo que significará tener otra vez sangre joven bajo este techo? No llegué a conocer a Estravados. Me gustaría saber si la chica ha salido al padre o a la madre.

—¿De veras crees que es prudente? —empezó Alfred-. Teniéndolo todo en cuenta...

El viejo le interrumpió.

—La seguridad... la seguridad... Te preocupa demasiado la seguridad, hijo mío. Yo no he sido así. Vive como quieras y haz lo que te dé la gana sin preocuparte de las consecuencias. Éste ha sido mi lema. La chica es mi nieta. La única nieta o nieto de la familia. No me importa quién fuera su padre ni lo que hizo. Es carne de mi carne y sangre de mi sangre. Y va a venir a vivir a esta casa.

—¿Se quedará a vivir aquí? —preguntó Lydia. El viejo dirigió una rápida mirada a su nuera. —¿Tienes algún inconveniente?

Lydia movió negativamente la cabeza.

—No creo ser yo la persona más indicada para poner reparos a que una nieta de usted venga a vivir a su casa, ¿no? Sólo estaba preguntándome cómo será esa joven, y preocupándome...

—¿De qué te preocupas?

—Pensaba en que no sé si será feliz aquí. El viejo irguió la cabeza.

—No tiene ni un céntimo. Deberá estar agradecida. Lydia encogióse de hombros.

Simeon se volvió hacia Alfred.

—¿Lo ves? Vamos a pasar unas Navidades magníficas. Todos mis hijos reunidos a mi alrededor. ¡Todos mis hijos! Ahí tienes la clave para el resto del misterio, Alfred. Adivina quién es el otro visitante.

Alfred miró boquiabierto a su padre.

—¡Todos mis hijos! ¡Adivina, muchacho! ¡Pues, claro, Harry! ¡Tu hermano Harry!

Alfred se había puesto muy pálido.

—¿Harry? —tartamudeó-. ¿Harry...?

—El mismo.

—Pero... si creíamos que estaba muerto.

—No era él.

—¿Y le haces volver después de... de todo...?

—El hijo pródigo, ¿eh? ¡Tienes razón! El carnero más rollizo. Tenemos que matar el cordero mejor cebado, Alfred. Tenemos que hacerle un gran recibimiento.

—Te trató... a ti y... a todos... muy desconsideradamente —dijo Alfred.

—No es necesario que saquéis a relucir sus crímenes. La lista es larga. Pero debes recordar que en Navidad se perdonan todas las culpas. Debemos celebrar el retorno a casa del hijo pródigo.

—Ha sido... una sorpresa —murmuró Alfred-. Nunca soñé que Harry volviera a hallarse bajo este techo. Simeon se inclinó hacia delante.

—Tú nunca has apreciado a Harry, ¿verdad? —preguntó con voz suave.

—Después de cómo se portó contigo... Simeon se echó a reír.

—El pasado, pasado está... Éste es el espíritu del cristianismo, ¿no, Lydia?

Ésta había palidecido. Con voz seca, replicó:

—Veo que este año se ha preocupado mucho por las fiestas de Navidad.

—Quiero estar rodeado de mi familia. Paz y buena voluntad. Soy un viejo. ¿Te vas, hijo?

Alfred había salido apresuradamente de la habitación. Lydia se detuvo un momento antes de seguirle.

—La noticia le ha trastornado. Él y Harry nunca se llevaron bien. Harry se burlaba de Alfred. Le llamaba: «Lento y Seguro».

Lydia abrió la boca. Estaba a punto de hablar; luego, al notar la anhelante expresión del viejo, se contuvo. Comprendió que aquel dominio de sí misma decepcionaba a su suegro. El notar esto le permitió añadir:

—La liebre y la tortuga, ¿no? De todas formas, la tortuga gana la carrera.

—No siempre —replicó Simeon-. No siempre, mi querida Lydia.

—Perdone que vaya a acompañar a Alfred —sonrió Lydia-. Las emociones inesperadas siempre lo trastornan.

El anciano rió de nuevo.

—Sí, a Alfred no le gustan los cambios.

—Pero Alfred le quiere a usted mucho.

—Y eso te extraña, ¿verdad, Lydia? —A veces sí.

Cuando la mujer salió de la estancia, Simeon quedóse mirando hacia la puerta por donde había salido. Rió suavemente y se frotó las manos.

—Nos vamos a divertir mucho, mucho —dijo-. Estas Navidades van a ser algo fantástico.

Haciendo un esfuerzo se puso en pie y, con ayuda de su bastón, cruzó la habitación. Llegó hasta una gran caja de caudales que se hallaba en un extremo de la estancia. Hizo girar la combinación. La puerta se abrió y el viejo rebuscó con mano temblorosa en su interior. Sacó un maletín de cuero y, abriéndolo, jugueteó con un montón de diamantes sin tallar.

—Bien, hermosos, bien. Siempre iguales. Siempre mis viejos amigos. Aquellos tiempos eran buenos. A vosotros, amigos míos, no os cortarán ni pulirán. No colgaréis del cuello de ninguna mujer, ni de sus orejas, ni os ostentarán en sus dedos. ¡Sois míos! ¡Mis viejos amigos! Nosotros sabemos bastantes cosas secretas, ¿verdad? Dicen que soy viejo y estoy enfermo, pero aún no estoy acabado. Aún le queda mucha vida al viejo perro. Y la vida tiene, todavía, muchas cosas divertidas. Podremos divertirnos.

SEGUNDA PARTE

23 de diciembre

Capítulo I

Tressilian acudió a responder a una llamada a la puerta. Ésta había sido inusitadamente agresiva, y antes de que pudiera atravesar el vestíbulo, el timbre volvió a sonar.

Tressilian enrojeció. ¡Era indigno llamar así a la casa de un caballero! A través del biselado cristal de la parte superior de la puerta percibió la silueta de un hombre bastante alto, con un sombrero de fieltro. Abrió. Tal como se había figurado, era un desconocido y vestido con bastante sencillez y con un traje de color y dibujo más que chillones. ¡Algún pordiosero!

—¡Pero si es el mismísimo Tressilian! —exclamó el desconocido-. ¿Cómo estás, Tressilian?

Tressilian miró a su interlocutor, respiró muy hondo, volvió a mirar... aquella barbilla saliente y arrogante, la aguileña nariz, los alegres ojos... ¡Sí, todo ello le recordaba cosas pasadas! Hacía muchos años... Pero...

—¡Mister Harry! —exclamó. Harry Lee se echó a reír.

—Parece que te doy una gran sorpresa. ¿Por qué? Supongo que me esperan, ¿no?

—Desde luego. Claro...

—Entonces, ¿por qué esa sorpresa?

Harry dio unos pasos atrás y dirigió una mirada a la casa. Sólida pero nada artística: masa de ladrillos rojos.

—Tan fea como siempre —comentó-. Pero lo importante es que aún se tenga en pie. ¿Cómo está mi padre, Tressilian?

—Es casi un inválido, señorito Harry. Se pasa el tiempo en su habitación, casi sin salir. Pero aparte de eso, está perfectamente.

—Eso le ocurre a causa de sus pecados.

Harry Lee entró en la casa y dejó que Tressilian le librase de su bufanda y teatral sombrero.

—¿Cómo está mi hermano Alfred?

—Muy bien, señorito Harry. Harry sonrió.

—Estará deseando verme, ¿no?

—Así lo creo.

—Pues yo no. Creo todo lo contrario. Estoy seguro de que mi llegada le hará el mismo efecto que una purga. Alfred y yo nunca nos hemos llevado bien. ¿Has leído alguna vez la Biblia, Tressilian?

—A veces.

—Recuerdas la parábola del regreso del hijo pródigo? ¿Recuerdas que el hermano bueno no se puso contento? ¡Se disgustó! El bueno de Alfred tampoco se alegrará.

Tressilian permaneció callado, con la mirada baja. Su aspecto revelaba protesta ante las palabras del recién llegado. Harry le dio unas palmadas en la espalda.

—Vamos, viejo, que el bien cebado carnero me aguarda —dijo-. Condúceme al sitio donde se encuentra.

—Si hace el favor de seguirme le acompañaré al salón —dijo Tressilian-. En estos momentos no sé dónde están los demás... como ignoraban la hora de su llegada no pudieron enviar a nadie a esperarle a la estación.

Harry asintió con un movimiento de cabeza. Siguió a Tressilian, volviendo a cada instante la cabeza, para mirar a su alrededor.

—Todo sigue en su sitio —comentó-. En los veinte años que he estado fuera de aquí, me parece que no ha cambiado nada.

Entró en el salón. El viejo criado murmuró:

—Iré a ver si encuentro al señorito Alfred o a su esposa.

Harry Lee entró en la estancia y de pronto se detuvo, mirando fijamente a la figura sentada en el alféizar de una de las ventanas, deteniéndose particularmente en el negro cabello y la suave y exótica epidermis.

—¡Dios santo! —exclamó-. ¡Es usted la séptima y más bella esposa de mi padre?

—Soy Pilar Estravados —anunció-. Y usted debe ser mi tío Harry, el hermano de mi madre, ¿no? —Entonces... usted es la hija de Jenny.

—¿Por qué me ha preguntado si era la séptima esposa de su padre? —inquirió Pilar-. ¿Es que se ha casado seis veces?

Harry se echó a reír.

—No, creo que sólo ha tenido una esposa oficial. Pero hablando de ti, Pilar, me asombra ver una flor tan hermosa florecer en este mausoleo, en este museo de muñecos de paja. Siempre me había parecido sombría esta casa, pero ahora que vuelvo a verla me parece aún más sombría. —Pues yo la encuentro muy bonita —replicó Pilar, extrañada-. Los muebles son muy buenos, hay muchas alfombras y muy gruesas. Y la mar de adornos. Todo es de muy buena calidad y muy caro.

—En eso tienes razón —sonrió Harry, mirándola divertido-. Pero aún no me ha pasado el asombro de verte en medio de todo ello...

Se interrumpió al entrar Lydia en el salón.

—¿Cómo estás, Harry? —saludó la recién llegada-. Soy Lydia, la mujer de Alfred.

Harry estrechó la mano de Lydia, examinando rápidamente su inteligente rostro y diciéndose que muy pocas mujeres andaban c: :no aquélla.

Lydia a su vez le observó con una mirada.

«Parece duro —pensó-. Es atractivo, pero no me fiaría de él.»

—¿Cómo encuentras esto después de tantos años? —preguntó, sonriente-. ¿Igual o muy cambiado? —Casi exactamente igual —miró en torno suyo-. Este salón ha sido cambiado.

—¡Oh, muchas veces!

—Quiero decir que tú lo has transformado, sin añadir nada.

Harry le dirigió una rápida mirada y astuta sonrisa que recordó a Lydia la del anciano Lee.

—No sé quién me dijo que Alfred se había casado con una muchacha de clase. Creo que sus antepasados llegaron aquí con Guillermo el Conquistador, ¿no?

—Es posible, pero de entonces acá hemos cambiado un poco.

—¿Y los demás? ¿Desparramados por toda Inglaterra?

—No. Están todos aquí para pasar juntos las Navidades.

Harry desorbitó los ojos.

—¿Una reunión familiar? ¿Qué le pasa al viejo? Antes no tenía nada de sentimental. Tampoco recuerdo que le importase gran cosa la familia. Debe de haber cambiado.

—Tal vez —replicó secamente Lydia.

Pilar estaba mirando con los ojos muy abiertos e interesada.

—¿Cómo está George? —preguntó Harry-. ¿Sigue tan tacaño? Aún recuerdo cómo se ponía si le obligaban a soltar medio penique de su bolsillo.

—Está en el Parlamento—explicó Pilar-. Representa a Westeringham.

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