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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Navidades trágicas (20 page)

BOOK: Navidades trágicas
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—¡Ojalá se pudra en el infierno! ¡Me alegro de haberle matado!

SÉPTIMA PARTE

28 de diciembre

Capítulo I

Creo que debes quedarte con nosotros, Pilar, hasta que decidamos algo para ti —dijo Lydia.

—Es usted muy buena, Lydia —replicó la muchacha-. Sabe perdonar sin hacer aspavientos.

Lydia sonrió, diciendo:

—Te sigo llamando Pilar, aunque supongo que no es ése tu nombre.

—Me llamo Conchita López.

—Es un nombre muy bonito.

—Es usted demasiado buena, Lydia. Pero no debe preocuparse por mí. Me casaré con Stephen y nos iremos a África del Sur.

—Las cosas se arreglan muy bien —sonrió Lydia. Tímidamente, Pilar siguió:

—Ha sido usted tan buena, Lydia, que algún día, si no le importa, volveremos para pasar unas buenas Navidades con puddings en llamas y árbol de Navidad.

—Desde luego. Entonces sabrás lo que es una Navidad inglesa. La de este año no ha sido bonita.

Capítulo II

—Adiós, Alfred —se despidió Harry-. No te molestaré mucho con mi presencia. Me marcho a Hawai. Siempre he deseado vivir allí.

—Adiós, Harry —contestó Alfred-. Espero que disfrutes mucho.

Torpemente, Harry se excusó:

—Lamento haberte zaherido tanto. Es mi mal sentido del humor. No puedo evitar molestar a la gente. Haciendo un esfuerzo, Alfred declaró:

—Tal vez me haga falta aprender a apreciar las bromas.

Con visible alivio Harry dijo:

—Bueno, hasta la vista.

Capítulo III

—David, Lydia y yo hemos decidido vender esta casa —dijo Alfred-. Pensé que tal vez te gustaría guardar algunos de los objetos que pertenecieron a nuestra madre. Su sillón, su escaño. Fuiste su hijo más querido.

David vaciló un momento. Luego dijo:

—Gracias por la atención, Alfred, pero prefiero no guardar nada. Creo que me hará mucho bien romper con el pasado.

—Lo comprendo —asintió Alfred-. Tal vez tengas razón.

Capítulo IV

—Adiós, Alfred —dijo George-. Adiós, Lydia. ¡Qué días más terribles hemos pasado! Ahora falta el juicio. Supongo que saldrá a relucir toda la desagradable verdad. Se descubrirá que Sugden es hijo de nuestro padre. Si se pudiera conseguir que declarase que obró impulsado por móviles comunistas, disgustado por ser mi padre un capitalista...

—Querido George, no esperes que un hombre como Sugden diga mentiras para evitarnos un disgusto —sonrió Lydia.

—Tal vez no. En fin, creo que fe entiendo. Pero no cabe duda de que el hombre ese estaba loco. Bueno, adiós.

—Adiós —dijo Magdalene-. El año que viene podremos irnos todos a la Riviera a disfrutar de verdad.

—Depende de cómo esté el franco —dijo George. —No seas tacaño —murmuró Magdalene.

Capítulo V

Alfred salió a la terraza. Lydia estaba inclinada sobre uno de los jardincillos hechos por ella. Al oír acercarse a su marido levantó la cabeza. Alfred dijo:

—Ya se han marchado.

—¡Qué alivio! —exclamó Lydia.

—¿Te alegrará el marcharte de aquí? —preguntó Alfred.

—Sí. ¿Y a ti?

—También. Podemos hacer muchas cosas agradables juntos. El vivir aquí nos traería constantemente a la memoria sucesos pasados y el recuerdo de esta pesadilla. Me alegro de que todo haya terminado ya.

—Gracias a Hércules Poirot —dijo Lydia.

—Fue extraordinaria la forma que tuvo de demostrar que todos podíamos ser culpables.

—Sí, es como al terminar de juntar todas las piezas de un rompecabezas. Al principio parecía que ninguna de ellas encajaba con las otras, y al fin resulta completamente natural su colocación.

—Hay una cosa que no se ha aclarado aún —dijo Alfred-. ¿Qué estuvo haciendo George después de haber telefoneado? ¿Por qué no lo dijo?

—¿No lo sabes? Yo lo he sabido desde el principio. Estaba registrando los cajones de tu mesa de despacho.

—¡Eso no, Lydia! ¡Nadie sería capaz de hacer semejante cosa!

—George lo es. Siente una curiosidad terrible en asuntos de dinero. Pero, como es lógico, no podía decirlo.

—¿Haces otro jardín?

—Sí.

—¿Qué será esta vez?

—Creo que es una imitación del jardín del Edén. Una nueva versión. Sin serpiente. Y Adán y Eva son dos personas de mediana edad.

—¡Qué buena has sido durante todos estos años, Lydia! ¡Y qué paciente!

—Es que te quiero, Alfred, ¿sabes?

Capítulo VI

—¡Parece mentira! —exclamó el coronel Johnson-. ¡Es increíble! ¡El mejor de mis hombres! ¿Adónde va a parar la policía?

—Todo policía tiene su vida privada —recordó Poirot-. Sugden era un hombre muy orgulloso.

El coronel movió la cabeza. Para disimular su turbación y malestar golpeó con el pie los troncos que se apilaban en la chimenea.

—No hay como un buen fuego de leña —dijo.

Poirot, notando en el cuello la fría caricia de las ráfagas de aire, pensó: «Prefiero mil veces la calefacción central».

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