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Authors: Marvin Harris

Tags: #Ciencia

Nuestra especie (9 page)

BOOK: Nuestra especie
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Según algunos investigadores, estos experimentos demuestran que los chimpancés pueden adquirir los rudimentos de la competencia lingüística humana. Otros ven en ellos sólo una parodia de dicha competencia. En mi opinión, los experimentos demuestran que los monos tienen más talento para comunicar ideas abstractas del que creía posible la mayoría de los científicos. Pero la aptitud de los monos no supera la de un niño de tres años. Su discurso se compone predominantemente de peticiones de cosas concretas y expresiones de estados emocionales. Raras veces utilizan los signos que conocen para comunicar sobre acontecimientos pasados o futuros, a menos que se les pregunte. Tampoco los utilizan para prever eventualidades, coordinar empresas de cooperación o formular pautas de conducta social. El hecho de que Washoe enseñase a Loulis cincuenta y cinco signos sin intervención humana tiene un doble significado. En absoluto me impresiona que Loulis aprendiese algún signo. Sin embargo, el que aprendiese algunos menos que su madre muestra que, abandonados a su suerte, los chimpancés utilizarían cada vez menos signos y que el hábito de utilizarlos se perdería en pocas generaciones.

Pero creo que nos hacemos una pregunta incorrecta sobre el lenguaje de los simios. La cuestión no consiste en saber si su conducta semiótica se parece a la de los humanos, sino si su rudimentaria capacidad para utilizar el lenguaje de los signos podía haber servido como punto de partida de la evolución hacia una mayor competencia lingüística. Creo que la respuesta tiene que ser afirmativa. En algún momento de la evolución de las capacidades lingüísticas de los humanos, los mensajes que nuestros antepasados enviaban y recibían debieron parecerse enormemente a los que en la actualidad se cruzan entre los chimpancés adiestrados y sus entrenadores. Dichos mensajes se componen casi exclusivamente de peticiones de los chimpancés y de los humanos para que el otro haga algo: «dame la muñeca», «pon el plátano en el cubo», «abre la ventana». Los estudios con cintas de vídeo que mis estudiantes y yo hemos realizado sobre el habla cotidiana de una familia de Nueva York, demuestran que los mensajes intercambiados entre los humanos consisten en buena parte en peticiones de un signo u otro: «siéntate aquí», «dame dinero», «cierra la boca», «por favor, pásame una Coca», «ponlo en el suelo» «saca la basura». Cuanto más nos rodeamos o dependemos de bienes y servicios creados culturalmente, mayor necesidad tenemos de pedir a los demás que nos ayuden a conseguirlos. A medida que nuestros antepasados empezaron a depender más y más de la fabricación y utilización de herramientas, y de las tradiciones culturales, su repertorio sujeto a control genético de gruñidos, muecas y rabietas no bastaría ya para expresar la gama creciente de peticiones que tenían que realizar. Los gestos y sonidos de invención cultural aumentarían proporcionalmente. Los experimentos con monos adiestrados indican, pues, que el afarensis pudo haber poseído un repertorio de 100 ó 200 gestos o sonidos adquiridos socialmente, que emplearía para realizar peticiones sencillas a los demás. No se trataba de una lengua tal y como nosotros la conocemos, pero constituía con certeza el punto de partida del cual pudo haber evolucionado la lengua tal y como nosotros la conocemos.

El triunfo del sonido

Aunque nuestros antepasados utilizaron señales auditivas y visuales para expresar emociones y realizar peticiones sencillas, la imagen y el sonido presentaban potenciales notablemente diferentes para el desarrollo de sistemas más complejos de comunicación. En época de los erectus, nuestros antepasados andaban demasiado ocupados fabricando y utilizando herramientas, transportando alimentos, niños y armas de caza para encomendar a sus brazos, sus manos y sus dedos la tarea de transmitir mensajes complejos. El canal vocal auditivo no padecía conflictos de intereses semejantes (por lo menos al principio). El aire de los pulmones era un producto de desecho, que había que expeler de cualquier modo. Además, los sonidos transmitían los mensajes por la noche tan bien como por el día, podían emitirse andando o corriendo y tenían eficacia a gran distancia, incluso cuando los árboles o las colinas obstruían la vista.

A medida que la utilización de mayores y más precisos repertorios de sonidos dotados de significado comenzaba a incrementar el éxito reproductor, la parte de las vías respiratorias de nuestros antepasados denominada faringe se volvió singularmente flexible y alargada. En todos los demás mamíferos la faringe es pequeña, porque la laringe (o tráquea superior) se sitúa cerca de la base del cráneo, conduce directamente a la parte posterior de la cavidad nasal y permanece aislada de la boca durante la respiración. A causa del tamaño de la faringe de los humanos, los conductos de la comida y del aire se entrecruzan, con la extraña consecuencia de que, como señaló Charles Darwin, «cada partícula de comida o de bebida que tragamos tiene que pasar por el orificio de la tráquea, con cierto riesgo de que caiga a los pulmones». En realidad, «tragar por el lado malo», que puede ser mortal para nosotros pero que es imposible para los demás mamíferos, es el precio que pagamos por poseer gargantas profundas. Sin embargo, como ya se ha indicado anteriormente, los beneficios de esta disposición superan los peligros, por cuanto poseer una faringe alargada nos permite formar los sonidos vocálicos i, e y o, que son componentes esenciales de todas las lenguas humanas. Es difícil establecer el momento exacto en que la faringe alcanzó sus dimensiones actuales, porque las partes blandas de nuestros antepasados homínidos no se fosilizaron. No obstante, Philip Lieberman, de la Universidad de Brown, ha intentado reconstruir la arquitectura de la boca y la garganta a partir del conocimiento de la base del cráneo. Con arreglo a ello, cree que el mecanismo vocal de los homínidos adquirió sus dimensiones actuales coincidiendo más o menos con la aparición de los sapiens de anatomía moderna. Si Lieberman está en lo cierto, ni los erectus ni los neandertales dispusieron de un habla humana completamente desarrollada.

No hay nada más característico de la naturaleza humana que nuestra tendencia a balbucear y gorjear cuando somos pequeños. Mientras que las lenguas humanas utilizan poco menos de cincuenta sonidos distintos para formar sus palabras y frases, los niños producen espontáneamente una variedad de vocalizaciones mucho mayor. Los padres y demás miembros de la comunidad hablante refuerzan de manera gradual los ruidos lingüísticamente apropiados y reprimen los que no son necesarios para producir los sonidos de su lengua o no hacen caso de ellos.

Dichos sonidos los producen las más complejas maniobras de control motor que pueden realizar los humanos, y son posibles sólo porque están completamente automatizadas. Lieberman piensa que los circuitos nerviosos que nos capacitan para automatizar el habla humana evolucionaron al mismo tiempo que la capacidad de la faringe para crear sonidos vocálicos. Los presapiens, en otras palabras, no sólo carecían de una faringe capaz de producir vocales, sino también de los circuitos nerviosos destinados a conseguir con rapidez relampagueante cualquier sonido distintivo que fuesen capaces de hacer. Lieberman presenta una sugerencia aún más fascinante: los circuitos nerviosos encargados de automatizar la producción de los sonidos del habla pudieron haber servido también como base de la automatización de las normas superiores que gobiernan el orden de las palabras, y otros aspectos sintácticos y gramaticales del habla humana.

Hablar con perfección supone oír con perfección. Distinguir las diferencias entre los sonidos es tan propio de nuestra naturaleza como ser prolíficos fabricándolos. ¿Es pura coincidencia, pues, que hacer música sea asimismo propio de nuestra naturaleza? Que nos guste tanto la música porque sea en esencia una forma de habla o que nos guste tanto el habla porque sea en esencia una forma de música, es cosa que no puede decidirse. Los tonos altos y bajos, y los ritmos del habla y de la canción, obedecen a la misma sensibilidad. Lo mismo ocurre, por extensión, con los efectos acústicos logrados con instrumentos de viento, percusión y cuerda o con sintetizadores eléctricos. ¿Es ésta la razón de que la música tenga el poder de hacer bailar a las personas, marchar a los ejércitos o desvanecerse a los amantes? Las interpretaciones musicales, desde el lastimero punteado de una simple cuerda de violín hasta el frenesí vertiginoso del rock, ¿celebran cada una a su manera la evolución victoriosa de las señales auditivas sobre las señales visuales, el nacimiento del lenguaje y el comienzo del extraordinario vuelo de las culturas humanas?

Los neandertales

¿Fue nuestro género la primera y única especie de la Tierra que logró realizar el despegue cultural y lingüístico? No puedo contestar con certeza. Hace entre 400.000 y 200.000 años, el erectus fue sustituido gradualmente por especies de África y Próximo Oriente algo más parecidas al sapiens, denominadas colectivamente Homo sapiens arcaico. Pese a tener una cabeza más redonda y robusta que el erectus, su caja de herramientas contenía esencialmente la misma colección de núcleos y lascas sencillas utilizada por éste durante un millón de años. Su legado apenas sugiere que hubiesen superado la fase de protocultura y protolenguaje.

Si, además de nuestro género, existe algún aspirante al despegue cultural, éste es el hombre de Neandertal, una especie extinguida de cuasi humanos que apareció en Europa y Oriente Medio hace cerca de 100.000 años. Los neandertales, que llevan el nombre del valle alemán donde fueron descubiertos, tenían cerebros mayores —tan grandes como el nuestro— que los sapiens arcaicos de los cuales presumiblemente descendemos. En cambio, presentaban mandíbulas enormes y prominentes, grandes incisivos, robustos arcos superciliares, frente huidizas, cabezas elípticas con un peculiar moño óseo en la parte trasera, cuellos cortos y huesos extraordinariamente sólidos en brazos y piernas, en una combinación de rasgos que los haría destacar en la línea de melée de un partido de la gran liga de rugby americano, aun en el caso de que estuviesen equipados con cascos y uniformes de reglamento.

Una explicación plausible de la anatomía de los neandertales se nos ocurre fácilmente. Los erectus y sapiens arcaicos anteriores a los neandertales no habitaron Europa hasta que comenzaron a retirarse los glaciares y el clima se hizo templado o incluso subtropical. Pero la aparición de los neandertales en la estratigrafía, hace unos 100.000 años, coincide con el principio de una de las últimas grandes glaciaciones continentales. Los neandertales fueron probablemente los primeros homínidos que sobrevivieron durante un período prolongado en condiciones climáticas de gran frío. Algunas de las características anatómicas de los neandertales quizá supusieron adaptaciones a la vida en la nevera del exterior. En primer lugar, tenían un cuerpo grueso y rechoncho, tal como predice la ley de Bergman. En segundo lugar, los enormes incisivos podrían haberse seleccionado para ablandar pieles de animales a fin de satisfacer la necesidad de mantas y ropas de abrigo. Incluso los neandertales jóvenes presentan los incisivos desgastados a causa de una masticación constante, circunstancia que se da también entre las mujeres esquimales de la actualidad, que pasan buena parte de su tiempo masticando pieles y botas. Que la selección se decantase a favor de una masticación vigorosa quizá explique también la presencia del arco superciliar pronunciado, que sirve para reforzar la cara contra el empuje ascendente de las poderosas mandíbulas de los neandertales. A diferencia de sus contemporáneos de los climas cálidos, los neandertales disponían de pocos vegetales para comer, por lo que se veían obligados a depender casi exclusivamente de la caza.

Muchos arqueólogos atribuyen a los neandertales formas avanzadas de comportamiento y pensamiento simbólico. Alexander Marshack, del Museo Peabody de Harvard, interpreta como adornos personales ciertos objetos parecidos a colgantes, fabricados con cornamentas, huesos y caninos de zorros, que se han encontrado junto a otros restos de neandertales. Los huesos con líneas en zigzag primorosamente grabadas que se han encontrado en Francia y Bulgaría y la parte de un colmillo pulimentado de mamut aparecido en Tata (Hungría), tal vez sirvan para probar la existencia de ritos entre los neandertales. Asimismo, muchos arqueólogos creen que los neandertales enterraban deliberadamente a los muertos, sepultándolos con las rodillas junto al pecho en posición fetal. Las herramientas líticas y partes de esqueletos pertenecientes a osos de las cavernas y otros mamíferos han inspirado la teoría de que los neandertales celebraban ritos funerarios y creían en el más allá. Cerca de los esqueletos se han detectado restos de ocre rojo, un tinte que los aborígenes actuales aplican a los cadáveres para alejar el mal. Ralph Solecki, de la Universidad de Columbia, añadió un último y conmovedor toque a los supuestos ritos funerarios con su interpretación de los granos de polen que cubrían el esqueleto de un macho Neandertal fallecido hace 60.000 años en la cueva de Shanidar (Irak). Según Solecki, el polen son los restos de enormes ramos de botones de oro, malvarrosas y otras flores silvestres que alguien llevó a la cueva y amontonó amorosamente sobre el finado.

Por desgracia, la mayoría de estas supuestas pruebas de competencia cultural pudieron haberse producido por accidente natural y no por designio de los neandertales. Los enterramientos podrían ser resultado de los derrumbamientos; las posturas flexionadas de los esqueletos, significar únicamente que los derrumbamientos ocurrieran de noche, mientras dormían las víctimas; los huesos de animales y las herramientas líticas, deberse a una asociación fortuita con los restos de una comida; los restos de ocre rojo, indicar sencillamente la presencia de suelos ricos en ocre. Los «adornos» podrían no ser más que «garabatos» hechos con huesos y dientes. ¿Y las flores de Shanidar? Tal vez fue el viento, y no las personas en duelo, quien depositó el polen en la sepultura.

Supongamos, empero, que los neandertales eran los agentes activos de todas estas controvertidas costumbres. ¿Justificaría eso la conclusión de que estaban en posesión de capacidades lingüísticas avanzadas y habían traspasado el umbral del despegue lingüístico? No necesariamente. Los adornos personales hechos con huesos y cornamentas no implican necesariamente un salto cuantitativo de la conciencia. Los machos y las hembras podían haber descubierto sencillamente que llevar objetos trabajados con primor les hacía más atractivos. En cuanto a los hipotéticos ritos, ninguno es tan complicado o misterioso como para que no hubiese podido establecerse en ausencia de creencias expresadas con palabras. Por ejemplo, la aplicación de tinte rojo a un cuerpo sin vida podría únicamente reflejar una asociación del rojo con la sangre, y de la sangre con la vida, como resultado de experiencias conductuales comunes, en lugar de una teoría consciente sobre el modo de tratar a los muertos. Del mismo modo la comida junto a los muertos podría simplemente continuar una conducta de compartir los alimentos entre los miembros del grupo, y no tener nada que ver con una conceptualización común establecida con anterioridad de los viajes al más allá. ¿Qué decir de los enterramientos deliberados? Estos enterramientos son también consecuencia del comportamiento si se advierte que las cuevas eran lugares de habitación. El enterramiento se convierte entonces en el único modo de deshacerse de un cuerpo en descomposición, al tiempo que se guarda cerca de los compañeros de toda la vida. En cuanto a la posición fetal, los enterradores neandertales, a falta de palas y picos, preferían como es natural excavar agujeros pequeños, en los que sólo cabía un cuerpo con las piernas recogidas bajo la barbilla. Esto nos lleva a los montones de flores silvestres. Si las tumbas eran poco profundas, el olor de los restos descompuestos pudo empujar a que quienes seguían durmiendo y comiendo en las proximidades aromatizasen el aire con el único perfume a su disposición. La cuestión básica es que cuando en nuestra especie se da un comportamiento semejante, suponemos automáticamente que va acompañado de reglas que lo explican y lo justifican. Pero con los neandertales se trata de otra especie, de la cual no podemos suponer nada automáticamente.

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