Hace unas semanas que percibo luz, y de unos días a esta parte no he visto a Samy. Tengo la impresión de que me han expulsado de las tinieblas. Lo que pasa es muy especial: es como si yo fuera el cielo y en mi interior se hubiera producido una tempestad de una intensidad extraordinaria y larguísima. Y de pronto un día ¡puf! Todo se despejó de golpe y porrazo, barrido por el viento. Así es exactamente cómo me siento: como cuando escampa.
12 de agosto, 11.02
Puesto que no me queda otra, me planteo bajo un nuevo prisma la historia del bebé que vendría a ser un Yo de recambio.
En primer lugar, en esta foto (que he clavado con
chinche
tas por encima de mi mesa plegable al lado del sir Stanley de nieve), mamá está muy guapa y se la ve en forma, lo que me alegra porque estaba muy preocupada por ella. Además, se ve mi casa: ¡ya casi no me acordaba de cómo era!
En segundo lugar, le había dicho a tu predecesor que toda esta historia no habría sido tan horrorosa para mis padres si hubieran tenido otro hijo para consolarles después de mi «partida».
En tercer lugar —y es lo más importante—, eso de que ahora tenga un hermanito o una hermanita aumenta mi furia para escaparme.
Te aviso: estoy en fase maníaca.
Yo soy insustituible. Me refiero a que para papá y mamá soy insustituible. En un momento determinado mi cerebro hizo como si no fuera así, pero ahora que he recuperado el equilibrio me doy cuenta de que era una estupidez pensar eso. Evidentemente, R. no lo puede entender pues no ha tenido unos padres decentes. SÉ que ha cometido un error y voy a demostrárselo. Es probable que pensara que después de enseñarme esta foto haría lo que él quisiera, pues aquello me hundiría tanto el corazón hacia el hipogeo de las Converse que nunca más sería capaz de volver a la superficie. No ha funcionado para nada, y en definitiva R. tampoco estaba tan contento. Hizo esfuerzos, me compró varias cosas a pesar de ser tan roñoso (¡lástima que tenga tan mal gusto!), pero no había nada que hacer: mi cuarto era una sepultura.
De todos modos, R. no me conoce. No conoce a Twist. Y Twist acaba de salir a flote en una escalera mecánica de entre los vivos.
Escúchame bien: voy a salir.
Aún no sé cuándo ni cómo, pero te lo juro escupiendo aquí mismo, ahora mismo: VOY A SALIR DE AQUÍ.
26 de octubre, 23.57
Hoy R. ha cumplido treinta y cinco años.
Nunca habíamos celebrado su cumpleaños, pero esta vez, ya que el número es redondo, decidió que era importante. Todas estas «ocasiones» son como una columna vertebral que me mantiene en pie. Vértebras con forma de fechas para estructurar el tiempo, una especie de pasillo rodante salpicado de huesecillos y confeti que avanza por la vida casi a mis espaldas. De modo que cada vez pongo buena cara porque todo eso me evita sentirme hecha polvo.
Cenamos juntos en el salón: R., para darme una sorpresa, había alquilado un cacharro para la
raclette
(me ha hecho reír cuando me ha contado que lo había alquilado. De verdad, te lo juro). Había pensado mucho en la cuestión, y, como regalo, le propuse ayudarle a darle otro aire a la casa.
—No puede seguir viviendo en casa de su madre —le dije—.Y yo tampoco tengo ganas de vivir en casa de su madre.
Es una casa súper. Si lo pintáramos todo de blanco y tiráramos todas estas cutreces de cuadros, quedaría chachi.
—¿Estarías de acuerdo en quedarte si lo hiciéramos? ¿Estarías contenta de verdad?
Con una espátula deslicé el queso en mi plato, con cuidado de que cayera sobre el jamón, y me encogí de hombros.
—Ahora que me han buscado sustituto… No creo que tener otro bebé sea lo mejor
del
mundo cuando el primer hijo ha desaparecido. En fin, no me parece muy… edificante. No sé. Tal vez, después de todo, igual resulta que nosotros congeniamos. Con tal de que yo pudiera tener una vida normal… me refiero a si accedo a quedarme.
—¿Qué entiendes tú por «normal»?
—No se haga el tonto, ¡lo sabe perfectamente!
—¿Salir a la calle, pasearte sola, cosas así?
—Sí, cosas así. Una existencia auténtica, ¿qué si no? Libertad. Quiero decir que antes, cuando vivía con mis padres, iba a la escuela, al cine o de paseo, pero siempre volvía, ¿lo entiende? Pues entre nosotros podría ser igual.
Hubo un tiempo muerto, y luego R. ordenó:
—Tutéame.
Le miré estilo «¿Y eso a qué viene, qué relación tiene?».
—Si me tutearas podría pensar que vas de buena fe. Que no sigues queriendo jugármela.
—Rémy —dije muy seria—, ya hace la tira de tiempo que nos conocemos. Me refiero a que si no le… si no te viera más, te echaría de menos.
Evidentemente, lo que buscaba era jugársela. Lo que no significa que aquello fuera totalmente falso. Sé bien, aunque eso parezca delirante, que a fuerza de codearse con un único ser viviente ese ser acaba por convertirse un poco como en la familia de uno. No hay más que ver las historias de recién nacidos abandonados en la selva que acaban criados por lobos. Pues eso, por mucho que sean lobos, bichos horribles con enormes dientes que se comen a las abuelitas en los cuentos y dan miedo, para el bebé son tan importantes como unos verdaderos padres humanos.
DIFERENCIA CAPITAL: Nunca he sido bebé.
Es decir, en esta chabola. Es lo que intenté explicarle la noche del documental sobre los
hikikomori;
pero R. siempre se hace el despistado, como si fuera más tonto de lo que es en realidad. De modo que adopté una nueva estrategia. Las reformas implicarían mucho jaleo, me permitirían ver la casa de arriba abajo e incluso tal vez daría con el sitio donde guarda el ordenador (¡eso con mucha suerte, claro!).
Sea lo que fuere, aceptó, probablemente porque esa casa también le parece siniestra. La cuestión es que yo había metido toda la carne en el asador. Me había maqueado un poco, aunque no en exceso, estilo «señorita en flor, pétalo de rosa, tez delicada», siguiendo un modelo explicado con dibujos en una de las revistas de anormales de su madre (que en realidad son las revistas de la vecina de enfrente que R. recoge para mí cuando ella las tira a la basura; «algo es algo», como decía Mounie). Como regalo por mis catorce años había pedido maquillaje: aquello le hizo refunfuñar porque tenía miedo de que yo pareciera un «coche robado», expresión que yo no había oído en mi vida. ¡Pero había sido una buena idea! Después, pasé unos meses sin salir al exterior y los colores artificiales me ayudaron a no parecer tanto una momia que respira. En fin, me maqueaba, me ponía el vestido estampado con flores (que ahora me queda corto, o sea, «sexy»), me había soltado la melena, que se ondulaba estilo sirena sobre mis hombros, y creo que estaba realmente guapa. En realidad, R. me lo ha dicho:
—¡Estás realmente guapa!
Resultado: este fin de semana irá al Bricomarché.
6 de noviembre, 20.31
A eso se le llama RE-VEN-TA-DA.
Estoy en un estado lamentable: esta historia de las reformas es el único deporte digno de este nombre que he practicado en cuatro años y te juro que es un martirio: ¡no puedo ni levantar los brazos! Nos hemos pasado el día pintando paredes, zócalos y techos. Primero el salón, luego la habitación de R., luego la de Mona, y la semana que viene, doblete. La habitación de Mona no la había visto nunca, ¿y a que no sabes cómo era?, amarilla de arriba abajo, un amarillo feísimo, color pipí. En fin, ya está arreglado: todo está pintado de blanco. Bueno, color «cáscara de huevo», para ser más precisa.
R. me pasó un viejo mono grandísimo que me arremangué y sujeté con grapas, ¡si me hubieras visto la pinta! A eso de las dos, hicimos picnic en el suelo en medio del salón, sobre una lona de protección. Yo preparé los bocatas como hacía mamá cuando nos íbamos de excursión a pie: corté el pan, lo unté con mantequilla, metí las lonchas de jamón y las laminillas de pepinillo perfectamente equidistantes entre sí. R. y yo, curioso: como una pareja de recién casados que se traslada, de esas que salen en las películas románticas americanas, con la única diferencia de que no nos dábamos aquellos babosos morreos al pasarnos el rodillo (menos mal). Debo confesar que a pesar de las agujetas ha sido un día más bien divertido, y no solo por su interés estratégico. Igual que cuando trabajamos en el jardín, cuando limpiamos el Volvo negro con la manguera, incluso cuando paso el aspirador por mi cuarto, es reconfortante activar las manos. R. estaba de buen humor y yo también: para animarme ha puesto la radio y ha sintonizado una emisora de música actual, electropop y rap; eso sí, no ha parado de hacer comentarios de viejo aguafiestas, como si tuviera dos mil quinientos años. He oído muchísimas canciones nuevas, pero los locutores nunca decían de qué se trataba(lo que me ha indignado, pero pasemos).
Por primera vez desde hace mucho tiempo, a pesar de las películas y los documentales grabados, he tenido la impresión de vivir en el presente y no en un tiempo invisible que solo existe para mí. Realmente me he dado cuenta de que el mundo seguía girando ahí fuera. Me refiero a que lo sabía, claro, pero ha sido algo mucho más concreto. Tanto que me ha motivado cantidad para llevar a cabo mi misión. Pero, evidentemente, R. ha dejado la alarma conectada todo el tiempo, las puertas cerradas con llave, sus ojos, clavos de olor, como cámaras ultrasofisticadas con detector de movimiento. Las ventanas estaban abiertas por los vapores de la pintura, pero las contraventanas, medio cerradas. Me ha contado que había comprado una película en la que una chica gritaba «Socorro» y que, si yo gritaba, diría a los vecinos que era la tele. De todas formas yo no tenía intención de gritar: es una mala estrategia y además peligrosa. En la habitación de Mona he visto algo que me ha dado una idea mejor. Y te lo digo así de claro: que llegue pronto la Navidad. Te dejo, necesito dormir.
11 de noviembre, 19.09
—Mira, podría declarar en tu favor… Quiero decir, ¿y si lo dejáramos todo ahora? Nunca me has hecho daño, es verdad… Les diría que has sido amable… ¡que incluso es probable que me salvaras la vida durante mi enfermedad! No tendrías que estar mucho tiempo en la cárcel… y yo iría a verte… Te escribiría cartas y poesías… ¡Te haría un sombrero especial para ti! Y cuando salieras, podríamos ser colegas, ir al cine, te invitaría a comer a casa… ¿No?
No respondió y ahora ya no me habla. Pensando en que mi misión podría peligrar, no insistí. Digamos que era una última tentativa para que todo acabara bien. Pero esto no puede acabar bien. Está pirado, está pirado, qué le vamos a hacer.
21 de noviembre, 2.47
Leo los cuentos de Maupassant, y de noche tengo miedo. Pero es el último libro de la biblioteca; pienso que tiene que ser algún tipo de señal, de modo que me esfuerzo.
16 de diciembre, 21.11
«Listo», como decía Nathan Jaso: POR FIN se acabaron las reformas. Trabajando solo los fines de semana por culpa de la Compañía, sin contar los morros que me puso R. ante mi proposición de que se entregara tranquilamente a las autoridades, la cosa ha durado la tira de tiempo.
Hoy es domingo: hemos esperado a que Mariette trajera el «platito» y en cuanto lo ha hecho (lasaña), hemos empezado con lo que yo he bautizado como «La selección de las cutreces». De entrada, R. se rebeló contra esta denominación, que calificó de «burda», pero yo repliqué que nunca en mi vida había tratado de «puta vieja de los cojones» a las abuelitas encantadoras que te traen exquisitos platitos. A bote pronto, no supo si tenía que exasperarse o no pero, como lo dije en tono de guasa, lo dejó y se lanzó a «La selección de las cu treces». Actividad que consiste en:
1) Propulsar las mamarrachadas de paisajes ridículos hasta el fondo de la basura.
2) Quitar todos los recargadísimos marcos llenos de muertos de las paredes y hacer un álbum (porque los recuerdos en realidad no pueden tirarse).
3) Deshacerse de la vajilla de plástico. Me he acostumbrado a la auténtica y no voy a dar marcha atrás por X o Y o incluso Z (ahí discutimos un poco: dijo que era un despilfarro y yo respondí «Ni hablar, es limpieza», y él dijo «Sí», y yo dije «No», ya ves un poco el tipo de conversación altamente filosófica, pero en fin, como siempre en esa época, conseguí decir la última palabra.
4) Tirar las lámparas de las mesillas de noche y también la alfombrilla de mouton que hay junto a la cama y que está manchada de chocolate (sabía que no podría recuperarla).
5) Seleccionar los objetos y clasificarlos en tres categorías:
I- Aceptables
II-Negociables
III- Abominables
Quedó claro que la categoría I se quedaba en la casa, que habría que discutir sobre la categoría II, y que la categoría III se iría directamente a la casilla de reciclaje del tablero de juego sin ganar los 200 euros. Evidentemente, hubo un máximo de III, bastantes discusiones tumultuosas y muy pocos Aceptables sin discusión. Te incluyo los detalles porque el objetivo de esta operación (teniendo en cuenta que está claro que ni por un segundo me he planteado instalarme con R. al estilo de
La casa de la pradera)
era recuperar un objeto concreto sin que él sospechara que dicho objeto concreto formaba parte de un plan concreto para una utilidad concreta.
En la habitación de Mona había un busto de chica en mármol, simplemente una cabeza y unos hombros sobre un falso libro de mármol. Pesa bastante, pero consigo levantarlo porque no es muy grande. Por supuesto, esta escultura es de una fealdad inconmensurable, pero yo la he metido en la categoría I.
—¡Vaya! —dijo R., algo sorprendido.
—Sí, es guay. Se parece a Sabrina. —Luego añadí para darle lástima—: Era mi mejor amiga.
Seguimos con la clasificación, nos peleamos sobre la categoría II y luego cenamos para celebrar el trabajo llevado a cabo. Mientras tomábamos el café, oyendo aún a Scarlati, dije:
—Creo que tengo una idea para mi regalo de Navidad.
—¿Sí…?
Dijo «Sí» frunciendo el entrecejo tras aquellas gafas tan grandes, pues cada vez que pido algo sabe que será una cosa que le molestará o que valdrá mucho dinero o lo uno y lo otro. Precisamente por eso mi plan era perfecto.
—La estatua… la de tu madre. Es que me encanta. ¿Crees que podría tenerla en mi habitación?
(Me resulta dificilísimo tutearlo.)
17 de diciembre 13.55
Siringa f.
ARQUEOL.Tumba real del Egipto faraónico, cavada en la roca con forma de galería.