Pero R. me había visto.
La señora no, porque estaba de espaldas, pero en un movimiento reflejo aferré el fusil contra mi cuerpo. Acompañó a Mariette (sería mejor decir que la empujó hacia fuera) y la señora seguía intrigada, con sus cacharros y todo. R. cerró el portal y corrió hacia mí.
Me levanté y le apunté con el fusil.
El arma era increíblemente pesada y, además, no sabía cómo utilizarla. De todas formas, aunque lo hubiera sabido, no habría sido capaz de disparar, de lo contrario haría siglos que le habría atacado con el rastrillo, el plato o las tijeras de podar. Siento decirlo, pero no soy capaz de hacerle daño. Al menos físicamente.
Y he aquí que R. me arrancó el fusil, me tapó la boca con la mano y me llevó hacia el interior de la casa, dirección sótano, billete de ida sin suplemento.
19.29
Acabamos de tener lo que se dice una discusión de narices.
R. ha llamado a la puerta, yo he dicho «Pase», la barra metálica se ha desplazado. Ha entrado con su fusil y, sin soltarlo un instante, ha puesto su trasero sobre mi cama. Yo estaba sentada en el suelo, sobre la alfombra azul, simulando leer
Crimen y castigo
(en realidad hace un montón que lo terminé).
Ya que no me decía nada, seguí haciendo ver que leía. El pasaje en el que tenía los ojos fijos era:
«—¡Qué sufrimiento! —soltó Sonia en un grito doloroso.
—¿Y ahora qué vamos a hacer? ¡Habla! —dijo él, levantando bruscamente la cabeza y mirándola con el rostro horriblemente descompuesto por la desesperación.»
De modo que, con el rostro horriblemente descompuesto por la desesperación, levanté bruscamente la cabeza y le miré:
—¿Hay una sola cosa que sea cierta en todo lo que me ha contado, RÉ-MY?
Se enfurruñó y no respondió. Yo volví a enfrascarme en el Dostoievski y empecé a leer en voz alta el pasaje siguiente:
«—¡Levántate ! Vete enseguida, al instante, a un cruce, póstrate, besa primero la tierra que has mancillado, saluda luego al mundo entero en los cuatro confines de la tierra, y en voz alta di a todos: "¡He matado!". Entonces Dios te devolverá la vida. ¿Vas a ir?»
Levantando la vista hacia él repetí:
—¿Vas a ir?
Se sujetó la cabeza con las manos. Sus dedos hurgaron en el encrespamiento pardo de encima de los acantilados y entre el rizo menudo sobresalía la M en el meñique, brillante como un sol. Dijo algo, pero farfullaba demasiado y no le entendí.
—¿Qué?
—¡Yo no he matado! —lo repitió en voz más alta levantando la cabeza—: ¡Yo no he matado a nadie! —Luego añadió, despacio—: Solo he mentido un poco.
—¿Mentido UN POCO? Pues para que lo sepa, ¡le ha salido muy bien! «Mentido un poco», ¡no te digo! ¡No se llama Raphaël, la reja no está electrificada, no hay ni una maldita trampa en este garito, hay vecinos a porrillo y su madre la palmó hace mogollón de tiempo!
—No hables de mi madre.
—Sí, ¡voy a cortarme ahora!
Me levanté, hecha totalmente una furia. Me acerqué a él tan histérica que le di miedo: me apuntó con el fusil, pero yo sabía perfectamente que no iba a matarme, pues lo podía haber hecho antes de arriesgarse a que asaltara a Mariette.
—¿O sea que es ella? ¿La abuelita? ¿Ella es la que le trae los platitos los domingos?
No respondía y aquello me sacaba de mis casillas. Le zarandeé, sujetándolo por los hombros, como una madre peleándose con un hijo que se niega a confesar una trastada que ha hecho.
—¡Rémy! ¿Responde o qué? ¡Vamos! ¿Y ahora qué hay que hacer, diga? ¿Dónde está Mona?
—Es verdad. Está muerta. Es verdad…
Parecía un niño de cinco años y medio, te lo juro, daba grima.
—¿Cuándo? —pregunté, con autoridad.
—Antes de que llegaras.
—¿CUÁNDO?
—En octubre… del año anterior a tu llegada.
—¿Hace casi cuatro años que está muerta y sigue haciendo ver que está viva? Pero ¿por qué…?
—Yo no hago ver nada… mejor dicho, solo contigo. No sé, pensé que te tranquilizaría que tuviera madre.
—Vivían juntos aquí hasta la muerte de ella —afirmé, no era una pregunta—. ¿Qué le pasó?
—Nada. Es decir, nada especial. Un coágulo en el cerebro. Un día se cayó y se acabó.
—¿La empujó usted?
—No, ¡claro que no! ¿Qué vas a inventarte ahora?
—No sé, es usted quien no para de amenazar con matar a todo el mundo y de apuntar a la gente con un fusil. ¿Qué sé yo si no es una especie de Raskolnikov? ¿Me enseña los zapatos?
Evidentemente, no lo entendió, pues en toda su vida no ha leído más que
Auto-moto.
Se miró como un estúpido los pies y los horribles zapatones color marrón que llevaba y luego, de pronto, se levantó y me empujó con violencia contra la pared.
—No he matado a nadie, ¡qué demonios! No he matado a nadie, ¿lo entiendes? ¡A nadie! ¡A nadie! ¡A NADIE!
Gritaba mucho, nunca le había visto en aquel estado, pero no me desmoroné.
—Entonces, ¿qué?, ¿se aburría sin ella? ¿Quería una dama de compañía para sustituirla? ¿Estoy aquí para reemplazar a su madre? ¿A que ese anillo es de ella? La M de Mona, no de Madison.
—¡Dices chorradas! —respondió, pero su tono expresaba lo contrario—. Dices unas chorradas…
Después de aquello no pude sonsacarle nada más: me pegó una torta y se fue. Hace diez minutos me ha bajado un poco de patatas al gratén de las de Mariette, calientes, pues por lo visto algo de corazón le queda. Lo que significa que tardaré en volver a asomar las narices fuera; a ti te quedan un par de páginas con todas estas revelaciones.
Si no me hubiera dado el ataque el día de mi cumpleaños, no habría traído el fusil. Y de no haber tenido el fusil, yo habría podido pedir socorro, correr hacia la abuelita cuando aún estaba segura en la acera y toda esta mierdase habría acabado.
Es
taría calentita en algún sitio, en una comisaría, con caramelos, tabletas de chocolate y Orangina. Papá y mamá estarían de camino para recogerme, los policías habrían detenido a R. (sin hacerle daño) y los expertos en zumbados le interrogarían, así yo por fin podría entender qué es lo que no funciona en esa sandía demasiado madura que tiene por cabeza. Pero a mí me dio el ataque y él tenía el fusil.
17 de mayo, 12.12
Peor imposible. No solo no puedo asomar las narices fuera sino que tampoco arriba: SE ACABÓ.
Sigo sin cuaderno nuevo. Me sorprendes. Ni un libro nuevo. Con tanta historia ni siquiera he recuperado
El Horla.
Leo y releo
El último día de un condenado a muerte.
24 de mayo, 01.44
Nada. No puedo más, creo que estoy a punto de reventar como un pijama que ha quedado pequeño.
El tiempo se ha detenido.
Nada. Nada. Nada. Nada. Nada.
R. se ha asustado tanto que todo ha vuelto a ser como al principio, después del Día del Volvo Negro. Vuelvo a estar aislada y no sé si esto se acabará algún día. Ni siquiera tengo ganas de escribir. De todos modos, ya casi te he terminado y no me queda nada por decir. No sirve de nada contar cosas cuando no hay nada que explicar, es meter paja y, según la señora Piégay, meter paja es lo peor del mundo.
Pronto hará tres años que estoy encerrada: ¿a quién le interesa lo que me pueda pasar? No me pasa nada.
14 de junio
He asesinado tu última página para no asesinarme a mí misma.
El día de nuestro «aniversario», de los tres años, R. se vengó. A más no poder.
¿Te acuerdas de que en invierno te conté que había hecho un muñeco de nieve? Aquel día, R. hizo una foto. Tenía que dármela pero hasta hoy no lo había hecho (claro que todo va fatal entre nosotros desde la historia de Mariette).
Esta mañana me ha traído un sobre.
Lo he abierto. He sacado la foto de sir Stanley, que estaba muy bien.
Pero había otra.
Era una foto de mamá.
En la foto, mamá tiene una barriga enorme.
He mirado a R., y R. ha dicho:
—Si yo quiero sustituir a mi madre, ya ves, tu madre te sustituye a ti.
Y se ha marchado.
En la imagen, abajo y a la derecha, pone 11.06. La fecha, en letras digitales rojas. Es de hace tres días.
Supongo que tendría que estar contenta.
Pero la verdad es que tengo ganas de morirme.
Guéthary, 14 de abril
19°, mar tranquilo
Cariño:
Mi chica mayor…
¡Quince años!
Si aquel día me hubieran dicho que cumplirías quince años sin que hubieras reaparecido, sin que supiéramos nada de lo que te había sucedido, seguro que me habría tragado todos los frascos de pastillas de una sentada y hoy dormiría bajo tierra.
Ahora, por supuesto, no me lo puedo permitir. Salomé me necesita, Raphaël me necesita. No quiero morir: solo quiero saber. Lo de no saber me mata, Madi; nos mata a todos. Lo que voy a escribir tal vez parezca infame, PERO a veces he llegado a desear que encontraran tu cadáver.
Evidentemente, eso no es lo que quiero decir. Eras una chiquilla tan lista, tan perspicaz… ¡Tan madura para tu edad! Sea lo que sea lo que ha pasado, seguro que te has convertido en una joven inteligente y sé que comprenderás los paradójicos sentimientos que cruzan mi corazón.
La espera es algo terrible, Madi. A veces lo que me gustaría es tener un lugar donde poder llorarte.
Voy a hablarte de cosas más alegres, pues tengo algo que explicarte.
Igual no te lo crees: ¡Amélie tiene novio!
Cuando estaba a punto de cumplir los treinta y cinco, cuando creíamos que todo estaba perdido después de Vadim, ¡por fin tu tía encontró el gran amor! Le ha costado tiempo pero si es el adecuado —como lo fue tu padre para mí— no habrá tenido ninguna importancia: al fin y al cabo, ¡yo tuve a Salomé después de los cuarenta! Lo más gracioso es que se trata de un hombre al que ha tenido años y años ante sus ojos, pero nunca le prestó atención. Las penas de amor no te dejan ver más que lo que quieres, qué se le va a hacer. Amélie no es distinta a mí. No es distinta a ti. Ni distinta a nadie: todas somos iguales.
Ese hombre también trabaja en el Museo del Mar: da de comer a los animales. Se pasó años mirándola sentada tras su mostrador, pero ella, por supuesto, solo tenía ojos para los oceanólogos, los biólogos, los ornitólogos, todos esos popes del mar acristalado, esos científicos enjaulados. Tampoco es distinta a , nuestro padre. Y si eran extranjeros, exóticos, con la aureola del misterio de las tierras lejanas, ¡mejor que mejor! De modo que un muchacho del país, que se pasaba el día manipulando el pienso, pues… De todas formas un hombre que da de comer a los tiburones y acaricia las focas… ¿te imaginas? A mí me recuerda a Johnny Weissmuller. Pero ya lo sé: yo soy de otra época.
Hace unas semanas anunciaron el cierre del museo por obras: durarán tres meses. Y él, Mathis, pensó: «¡Tres meses…!, ¡No voy a sobrevivir!».Y se lo dijo. La misma noche que lo habían anunciado, se fue a verla y, mirándola a los ojos le dijo:
«Tres meses sin verla, Amélie, no sobreviviré.»
Ella lo miró por primera vez.
A veces basta con mirar las cosas de frente para que empiecen a existir.
A veces lo que parece imposible está al alcance de la mano.
Así pues, hija, miraré tu regreso de frente.
Hoy he decidido creer en los milagros.
Feliz cumpleaños, Madi.
Raphaël y Salomé se unen a mí para quererte.
MAMÁ
24 de julio, 15.34
Hace tres meses cumplí quince años. Me pregunto qué aspecto tiene, fuera, una chica de quince años.
Hace mucho que no escribo, pero todo se complicó mucho y por mi propio bien voy a callarme los detalles.
ME LLAMO MADISON ETCHART.
Que quede claro.
Mis téjanos se han quedado cortos (ahora mido un metro sesenta y seis) y muy anchos. R. me compró ropa nueva, pero es horripilante y no me la quiero poner. Menos mal que las Converse aún me entran, aunque el dedo gordo toque la punta.
Me cuesta escribir, más que al principio. Tengo los dedos entumecidos como los de una persona mayor.
Después de la historia de la foto, me puse enferma. No sé si fue porque mamá estaba embarazada pero pasé un período muy malo, puede que el peor de estos cuatro años (quizá salvo el de antes de Dora, pues no entendía nada de lo que me pasaba). Tuve una fiebre tremenda que no bajaba con nada: R. seguro que no me daba la medicación adecuada. Duró unas semanas, aunque la palabra «semana» realmente ya no tenía sentido, ni «día», ni «mes», ni «hora». Siempre pensé que si me sucedía algo así podría ser EL FIN. Menos mal que me encontraba en un estado en el que no era del todo consciente. En esa época tuve muchas visitas: venía un gnomo llamado Samy, que se sentaba en la taza del váter, y también Larry, aunque era enorme y sabía hablar. No me percataba de que se me había ido totalmente la pinza y a veces me daba la impresión de tener el cuarto lleno de personas y animales raros que no paraban de hablar todos a la vez y me entraban ganas de darme cabezazos contra las paredes para que todo aquello parara. Tenía la piel como papel viejo, amarillenta y arrugada con herpes rojos: toda hecha jirones.
Empecé a reponerme hacia octubre: en cualquier caso, a R. le había entrado el canguelo y al cabo de poco pude volver a salir (primero de noche, pues temía que reapareciera Mariette, y luego también de día, pero ni te cuento la vigilancia).
Físicamente, recuperé las fuerzas; pero en mi cabeza seguía la debacle. Durante todo ese tiempo dejé de marcar cruces en el calendario. Así que estaba totalmente descolocada en cuanto a la estación del año y cuando volví a salir por primera vez me resultó rarísimo el crujido de las hojas muertas bajo mis pasos. En la oscuridad se habría dicho que eran miles de millones de insectos muertos.
Ciclotimia.f.
Anomalía o constitución psíquica en la que se alternan períodos de excitación (inestabilidad, euforia) y de depresión (apatía, melancolía). Cf.: psicosis maníaco-depresiva.
Había explicado que me estaba convirtiendo en ciclotímica. Pero después de mi enfermedad solo he pasado períodos de apatía. Lo más espantoso es que, según la definición del diccionario, sería algo de constitución, me refiero a estructural, cuando mi anomalía es coyuntural. En fin. No hace mucho que he recuperado mi «normalidad». A ti, te tengo desde hace unos meses. R. debió de pensar que me ayudaría a mejorar, pero no conseguía escribir. Tenía la cabeza como la crema de gruyer y solo deseaba dormir. Todo eso para decir que durante este año mi vida se ha parecido al sótano oscuro, ese de allí, el de detrás de la puerta.