Objetivo 4 (15 page)

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Authors: German Castro Caycedo

BOOK: Objetivo 4
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Se supo entonces que ambos conocían el contacto del Chocoano con las FARC. Eran muchachos jóvenes, más o menos de la edad con que habíamos escogido a Rodrigo, y al parecer, fuera del licor, su único pasatiempo era el fútbol.

A comienzos de noviembre, gracias al control que se ejercía sobre Marcela, registramos la llegada de Carlos a su edificio. Él la esperó e hicieron el mismo recorrido hasta la terminal de transportes en Medellín. Como se había dicho que prepararan a las "gallinas" para ocho días después, es decir, un tres de noviembre, ese día se les hicieron los controles a Carlos y a Marcela, y efectivamente el tipo se encontró con ella y su amiga y las dejó en la terminal de transportes.

En esa época registrábamos cada tres semanas las visitas de Marcela. Carlos se dedicaba a recibir dinero de las FARC, resultado de las extorsiones y adquiría elementos logísticos para enviarle al Chocoano, además de cantidades de tarjetas telefónicas.

También compraba tela de color negro que enviaba a Urrao además de cable y pilas de nueve voltios, radios transistores elementos aparentemente para fabricar artefactos explosivos o reparar generadores eléctricos.

Llegó diciembre. Estábamos a pocos días de cumplir un año desde el comienzo de la operación, cuando Rodrigo entró a Urrao como ayudante del vehículo que abastecía desde Medellín a los socios Antonio y Fernando. Su medio de enlace con ellos fue desde entonces un buzón muerto. Con nosotros en Bogotá, él tenía comunicación directa.

ANTONIO (Socio)

El treinta y uno de diciembre, día de Año Viejo, por la mañana el pueblo estaba en silencio: poco movimiento comercial, la gente ya había hecho su mercado y ahora se encontraba en la misa, en la procesión, en las primeras comuniones, en todas estas cosas religiosas y a eso de las ocho apareció un cliente El hombre llamó a la puerta y dijo que por favor le lleváramos unas cosas a una hermana suya que vivía en el campo: un lugar llamado vereda Encarnación.

—Está muy enferma y no pudo venir al pueblo a aprovisionarse. .. Si ustedes quieren les pago el triple, pero por favor vayan —insistió varias veces.

Tomamos el paquete que traía y lo revisamos primero: galletas, vino, ponqués pequeños, leche, medicamentos, algunas frutas... Un mercado completo.

Le dijimos que sí, que nos dejara las cosas y si no podíamos ir, le avisaríamos.

En ese momento no podíamos tomar la decisión sin consultar con nuestra Unidad de Análisis en Bogotá. Lo hicimos en clave, dijeron que los medicamentos eran para la tensión arterial y que podíamos ir al lugar.

Partimos a eso de las nueve y media de la mañana Él había dicho que la carretera nos llevaba al lugar porque en aquel sitio la señora era muy conocida. El punto estaba a unas dos horas y media de viaje.

Nuestro primer referente era una escuela. Un camino solitario porque en aquella vereda se alistaban para asistir a la misa de despedida del año a eso de las diez y la gente ya estaba en recogimiento. Por allí no había tránsito de campesinos. No se veía nada.

Llegamos por fin a un punto descrito por el cliente y allí se nos acercó un grupo de hombres: cuatro de ellos tenían ropa camuflada, pero no un camuflado completo sino las botas por fuera del pantalón, desabotonados, unos con camisa, otros con pantalones con sus vetas verdes y amarillas No eran uniformes organizados: unos claros, otros oscuros... Dos más venían con sudaderas negras.

Los hombres se nos acercaron:

—Somos integrantes de las FARC, necesitamos que bajen porque les vamos a hacer una requisa y unas preguntas.

Tan pronto escuchamos aquello activamos el botón de pánico de la pequeña camioneta, pues desde cuando avisamos del viaje, en la oficina se concentraron en nuestros movimientos.

ROBERTO (Oficial de Inteligencia)

Antes de enviar a aquella zona la pequeña camioneta le adaptamos un sistema de localización con varias configuraciones según el tipo de necesidades que se requirieran. Entonces vía satélite uno podía saber dónde estaba el vehículo, cuánto tiempo había dundo prendido, en qué punto y cuándo lo habían apagado, etcétera. Respuesta en tiempo real.

La verdad es que ese día ellos se estaban acercando al punto indicado por el cliente, a unas dos horas y media del pueblo. Nosotros captamos inmediatamente la alarma y también de forma inmediata les marqué al celular que tenían para su servicio interno, pero no contestaron. Lo hice por segunda vez y tampoco contestaron. Algo anormal estaba sucediendo.

A eso de las nueve y tantos de la mañana supimos que el vehículo estaba detenido y se mantenía inmóvil.

Luego supimos que a partir de allí los hicieron caminar más o menos media hora dentro de la selva, supuestamente para ir a hablar con el cabecilla y dejaron el carro en el lugar del asalto. Esperaron allí tres horas y el cabecilla no llegó, tiempo durante el cual nosotros no supimos nada de ellos fuera de concluir que estaban en un área guerrillera. En ese momento les marcamos nuevamente al celular de Fernando pero tampoco contestaron.

ANTONIO (Socio)

Yo tenía el celular en un bolsillo del pantalón y mi socio también, pero lo primero que pidieron fueron los teléfonos y por instinto los mostramos, y además, para evitar problemas posteriores pues alguno podía timbrar.

—No queremos que se comuniquen con nadie, somos del Frente Treinta y Cuatro de las FARC. Nuestro comandante necesita hablar con ustedes y vamos a hacer un desplazamiento para encontrarnos con él —dijeron.

Fernando se altera con facilidad y empezó a alegar:

—¿Cómo así? ¿Qué les pasa? ¿Cómo nos van a llevar por allá?

La respuesta fue agarrarlo y uno le pegó en el hombro para poderlo doblegar. Él es alto y casi los lanza al piso a los dos, pero finalmente aquellos lo dominaron. Yo lo miré como diciéndole: "¿Qué ganamos luchando?". Luego les dije:

—Pero ¿cómo así que nos van a llevar? ¿Y el carro cómo lo vamos a dejar solo si hasta ahora lo estamos pagando? No, esas cuotas son muy altas, el seguro lo tenemos vencido...

—Cálmense ya —dijeron, y dos de ellos se quedaron cuidándolo.

—Tranquilo. Ellos lo van a vigilar, explicó otro.

Entramos en un sendero estrecho a través de la selva y empezamos a avanzar de forma lenta y en silencio. El que marchaba a mi lado llevaba el único radio y sus armas eran viejas, deterioradas, sus ropas raídas en algunos casos. En lo que más me concentré fue en unas sudaderas negras con las mismas costuras de las de aquella sastrería.

Caminando por allí sentí que me descontrolaba un tanto porque pensé que nos estaban secuestrando, se me vino mi familia a la mente. Justamente esa mañana había hablado con mis padres, pero me dominé pronto...

No tengo ahora noción de cuánto caminamos, tal vez media hora decía Fernando, pero finalmente llegamos a un punto sin tomar una referencia, algo que nos orientara en un posible regreso.

La situación del retén ya la habíamos practicado en los entrenamientos y creía que había salido bien, pero nunca calculamos que en algún momento tuviéramos que marchar con los guerrilleros. En el sitio había grandes piedras, había troncos para sentarse, no se veían casas, no había ranchos, no había nada diferente a la selva apretada.

Dijeron que su comandante se demoraría en llegar, pero pasó el tiempo y no apareció. Desde luego, al comienzo nos habían separado: a mí me dejaron en el mismo sido y a Fernando se lo llevaron, pero yo podía ver dónde estaba aunque no escuchaba qué le estaban preguntando, ni él tampoco nos podía oír.

Ahí es donde uno aprecia cómo durante el entrenamiento le estén martillando a toda hora: "¿Ya practicó las instrucciones? ¿Ya se aprendió bien tal cosa?". Nosotros habíamos repasado aquel libreto hasta la saciedad.

Efectivamente, los guerrilleros comenzaron a hacer preguntas; ¿De dónde vienen?... ¿Socios? ¿Cómo se conocieron? ¿Porqué llegaron a este pueblo y no a otro?... ¿Esa camioneta dónde la compraron? ¿Cuánto les costó? ¿Cómo la pagan? ¿Cuántas cuotas?... ¿Desde cuándo son socios?

Después del interrogatorio mi celular había sonado un par de veces a partir del momento en que activamos el botón de pánico y ellos lo apagaron. Más tarde lo volvieron a prender examinaron el directorio y empezaron nuevamente:

—¿Quién es Clara?

—Mi prima.

En ese momento entró una llamada de nuestro jefe que figuraba como "Papá".

—¿Quién es Papá?

—Pues mi papá.

El guerrillero le colgó y le quitó la batería al celular.

En ese momento escuchamos una voz en la radio preguntando en clave qué hacían con el vehículo porque en ese momento estaban viendo unos "chulos" —helicópteros— Como en día de fin de año había mucha presencia de Fuerza Pública en el pueblo y a lo mejor era normal que volaran aeronaves, pensé.

Sin embargo, ordenaron que los dos que habían quedado cuidándolo abandonaran el carro y se vinieran. No sé qué ruta cogerían aquellos porque nunca los volvimos a ver.

Bueno, luego nos quitaron el mercado y se fueron. No nos dijeron nunca cual era el objeto de la tal reunión y nos quedamos allí sin saber que podía ocurrir después, porque ahora la presencia de los helicópteros era muy ostensible.

ROBERTO (Oficial de Inteligencia)

Unas dos horas después volví a marcar el celular de Antonio y me contestó un tipo que preguntó quién era Papá, papá de quién, y Antonio respondió:

—El mío

Guardaron silencio unos segundos y finalmente escuché una voz que me preguntó quién era yo y le respondí:

—El papá de Antonio.

Colgaron y apagaron el teléfono. En ese momento estaba totalmente seguro: los habían agarrado.

Como los muchachos estaban secuestrados, coordinamos con la Fuerza Aérea en la base más cercana y de allí enviaron helicópteros a la zona reportada por el camioncito.

Después supimos que uno de los guerrilleros que se habían quedado con aquel vehículo fue quien primero los detectó porque se comunicó inmediatamente con los demás:

—Están llegando chulos, ¿qué hacemos con este carro?

—¿Dónde están los chulos?

—Encima, están encima.

—Aléjese ya —le ordenaron

Nosotros nos la jugamos con la Fuerza Aérea, porque en aquella zona habitualmente hay operaciones militares. En ese momento los guerrilleros trataron de comunicarse con el cabecilla para saber qué hacían con los socios, pero no lo lograron y el que mandaba en el grupo les dijo:

—Esta vez se van a ir, pero el asunto sigue pendiente: o ustedes colaboran con nuestra causa o no pueden trabajar en esta zona.

En ese momento los soltaron y ellos quedaron a la deriva.

ANTONIO (Socio)

Di unos pasos hasta donde estaba Femando, lo miré, y...

—Ahora, ¿para dónde?

Caminamos cerca de una hora hacia cualquier lado, durante mucho más tiempo que cuando vinimos. Por fortuna todavía estaba de día, yo calculo las dos, las tres de la tarde, y al trepar a una colina empezamos a escuchar la pólvora del bazar que había en la vereda de la misa, de manera que hacia donde veíamos que se iban elevando los voladores avanzábamos, hasta que por fin encontramos gente en el camino.

Preguntamos dónde quedaba la carretera que iba de Urrao a Encarnación, nos dirigimos en ese sentido y finalmente encontramos el camioncito y a su lado un tarro con gasolina: no lo alcanzaron a quemar.

Por fortuna las llaves estaban en el arranque, de manera que no teníamos que ir hasta el pueblo por el duplicado, ni hacer el alboroto de que la guerrilla nos había interceptado, porque iban a preguntar realmente quiénes éramos nosotros. Es que ni siquiera la Policía local lo sabía, de manera que, silencio.

A eso de las siete de la noche, ya oscuro, cogimos el carro y cuando llegamos al pueblo todo el mundo estaba en plan de Año Viejo: rumba. Nosotros sólo queríamos olvidar aquel día.

ROBERTO (Oficial de Inteligencia)

Finalmente no tuvimos comunicación con ellos, pero sí vimos que el camioncito volvió a moverse buscando a Urrao y tres horas después Antonio anunció que ya se encontraban en el pueblo en buen estado.

ANTONIO (Socio)

Una vez allí nos reportamos a Bogotá donde estaban con la incertidumbre sin saber qué nos había sucedido. Luego nos fuimos a la casa, rezamos y nos quedamos en silencio.

ROBERTO (Oficial de Inteligencia)

Aquel incidente nos obligó a redefinir varias cosas, porque, primero: ya habían tenido contacto directo con guerrilla, y segundo: ahora la Fuerza Aérea conocía la existencia del vehículo.

¿Qué nos tocó hacer? Cambiar la camioneta, pero ahora los socios tenían que desechar de forma definitiva las visitas a zonas de mucha influencia guerrillera, de manera que los domicilios se atendían a lugares más cercanos y a sitios con accesos de menor riesgo.

...Ah. Y para que no pensaran que aquellos estaban ganando mucho dinero, conseguimos un carro diferente.

ANTONIO (Socio)

El segundo vehículo estaba adaptado con el mismo sistema de monitoreo del anterior, y como era un cacharro más viejo no vimos que se hubiera despertado alguna sospecha.

Esporádicamente también cambiábamos las claves para las comunicaciones, de manera que hicimos como una reiniciación de actividades que incluía también cambiar la cuenta corriente y varios detalles que nos parecían importantes, en previsión de que nos estuvieran interceptando. Finalmente nos ordenaron concentrar nuestro trabajo en lo urbano, tratando de establecer con más detenimiento quiénes eran colaboradores de la guerrilla y quiénes no.

En esa fase empezamos a recolectar números de teléfonos Celulares, números de teléfonos fijos, de pronto les determinábamos rutinas a personas que nos parecían sospechosas: "Sale a tales horas, tales días visita a tal familia". Toda esa información muerta la cruzaban en Bogotá.

Empezamos también a hacemos más amigos de los comerciantes, dueños de las tiendas y vendedores ambulantes, gente muy chismosa de por sí, y aunque ya teníamos un nivel de simpatía en ese gremio, intentamos integrarnos a ellos mucho más.

Por ejemplo, vimos más claramente que terminada la jornada de trabajo los domingos muchos de ellos no tenían nada que hacer diferente a beber licor y, claro, nos sumamos a lo mismo. Yo no soy muy bebedor, entonces hacia el teatro de algo y paraba después de un par de cervezas para concentrarme mucho mejor en lo que hablaban. Fernando, mi socio sí "chupaba" parejo con ellos y pagaba las cuentas, también parejo con ellos. Así fueron apareciendo muchas informaciones que nos sirvieron en esa tarea de recolectar cada vez más historias.

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