Objetivo 4 (19 page)

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Authors: German Castro Caycedo

BOOK: Objetivo 4
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MARIELA (Analista)

Fue a comienzos de septiembre —veintiún meses después de haber comenzado a buscar al objetivo— y a raíz del aviso del Paisa para que se la llevaran ocho días después, se decidió montar la operación final y se empezó a hacer un trabajo que llamamos paquete operacional para presentárselo a mi general Óscar Naranjo. El nombre, Operación Dignidad, lo había elegido él a raíz del sacrificio del gobernador y de su asesor de paz.

El plan era muy completo. Habíamos hecho un trabajo juicioso. La planeación se inició al día siguiente de presentar el proyecto, se comenzó por disponer de unos cien hombres y se fijó un puesto de mando en Puerto Salgar, cercano al área donde se encontraba el guerrillero.

Luego se les notificó a los mandos que había un agente de Inteligencia infiltrado, pues como se coordinó con la Fuerza Aérea, todo dependía de que Rodrigo —para el caso, un funcionario— marcara la hora de partida con su salida del lugar.

Pero, por una tremenda coincidencia, justo tres días antes se escapó del campamento un guerrillero y lo abordaron en aquel pueblo llamado Vigía del Fuerte. Dijo que buscaba desmovilizarse y, desde luego, nos hizo una especie de plano ubicando el sitio en el cual se encontraba el Paisa; lo cruzamos con las coordenadas que teníamos y, por lógica, coincidió perfectamente con el GPS de Rodrigo.

ROBERTO (Oficial de Inteligencia)

El guerrillero llegó a Vigía del Fuerte para tomar un avión hacia Medellín. Eso nos generó una alerta para los dos muchachos que estaban allí uniformados como policías normales y ellos lo ubicaron en la pista aérea. Una vez capturado lo presionaron acusándolo de rebelión y, claro, él entendió que si no colaboraba iría a la cárcel.

Aquel hombre dijo inmediatamente que acababa de desertar, que quería desmovilizarse y que estaba dispuesto a colaborar plenamente, por lo cual lo enviaron de forma inmediata a Medellín.

Con el estudio de Inteligencia, además del trabajo en la zona, la labor de la analista que recogía las versiones de desmovilizados, cruzaba imágenes, basándose en información de computadoras que se habían incautado, guardando bases de datos de ellos mismos, ya sabíamos con exactitud quién era el desertor y le dijimos:

Usted es fulano de tal y tiene órdenes de captura por esto, esto y aquello.

Él se desesperó y dijo que había salido con el fin de desmovilizarse pues estaba descontento porque cuando el Paisa se emborrachaba golpeaba a los guerrilleros y los trataba muy mal.

En Medellín le mostraron fotografías y confirmó el sitio donde se alojaba el Paisa, pues reconoció con rapidez la playa ancha sobre el rio Murrí:

—A esa playa salimos todos los días a tomar el baño —dijo sin dudarlo.

Según él, por allí nunca cruzó el ejército y si sobrevolaban aeronaves, ellos nunca eran detectados por el espesor de la selva. En las imágenes, aquella manigua era tan sólida como un brócoli.

El tipo dijo que estaban en el lugar desde hacía tres meses y medio, lo cual coincidía con las fechas en que Rodrigo y Marcela comenzaron a desplazarse en bote, y con las coordenadas del GPS de Rodrigo.

—Como es un sitio tranquilo, allá no dormimos bajo cambuches cubiertos con plástico y ramas, sino en casas hechas en madera aserrada que nosotros mismos construimos —señaló—. Cuando sentimos aeronaves se apaga la planta eléctrica, se apagan los fogones para que no despidan humo y las casas no son detectadas porque, además de lo cerrada de la selva, están cubiertas por encima con plásticos negros.

MARIELA (Analista)

El sábado en la madrugada ya habían ingresado a la zona Hombres Jungla de la Policía, ubicándose lejos de los civiles que habían sido identificados como colaboradores del Paisa.

Esos comandos se hallaban en la costa de la selva, esperando la orden para avanzar.

ANTONIO (Socio)

Aquel sábado el jefe nos alertó:

—Rodrigo va a ingresar a la zona. Necesito que estén pendientes del momento en que salga y me avisan inmediatamente.

No nos dijo a qué entraba, ni nos dijeron tampoco qué operación se iba a realizar.

Aquel día estuvimos pendientes de él pero no lo vimos por ningún lado. O sea, primero teníamos que registrar su llegada y debíamos inventar algo para confirmarlo. Entonces dijimos: —Como hay un paso obligado a su llegada, nos vamos a llevar la pequeña camioneta para aquel sitio y realizaremos una promoción.

Bueno, pues trasladamos los granos hasta ese punto y anunciamos las rebajas: dos libras de tal, por tanto, tres libras por tanto, con el fin de quedamos el tiempo que fuera necesario en el mismo lugar. Pero estuvimos allí todo el día y Rodrigo no apareció.

En vista de que a las cinco de la tarde ya se nos había acabado la mercancía porque vendíamos mucho le pinchamos una llanta al carro, de manera que permanecimos allí un par de horas más. A eso de las siete de la noche Rodrigo continuaba perdido y un poco después nos comunicamos con el jefe:

—No apareció. ¿Qué hacemos?

—Bueno, váyanse, cámbiense y se ubican nuevamente en el mismo punto.

Nos cambiamos la ropa de trabajo y nos vinimos a beber, pero primero me fui hasta la casa del Chocoano pensando que a lo mejor pudiera estar allí:

—¿Por favor, estará aquí el muchacho? Ya acabamos nuestra labor y necesitamos un ayudante que nos descargue unas cosas en la bodega.

—No. Fíjese que no está. Vuelva más tarde.

Nos fuimos a beber, o a hacer que bebíamos, y estuvimos toda la noche en el mismo punto, pero tampoco apareció. Fernando, mi socio, dijo que fuera a dormir un rato y volviera nuevamente para que lo reemplazara.

Transcurrió prácticamente toda la noche sin un solo movimiento, sin una simple sospecha de que había aparecido. Fuimos a descansar una hora o algo así y volvimos a la calle.

RODRIGO (Inteligencia)

El sábado fuimos una vez más en busca de la playa, pero yo no sabía que ya habían logrado entrar en contacto con el desertor y que él a su vez, también había dado la localización del punto donde se encontraba el cabecilla.

Bueno, pues ese día nuevamente tomamos el mismo camión, luego los mismos caballos, la misma lancha, la misma rutina. Ahora cuando llegábamos no hacíamos ninguna señal sino arrimábamos en el punto preciso y el guerrillero ya no salía a la orilla del río sino que esperaba un poco adelante, en la costa de la selva, y ella caminaba hasta allá.

Esa vez ella entró, pero pasaron cuatro horas y no salió. Cinco horas, no salió. ¿Qué sucede? Ya eran como las cinco y media de la tarde, casi las seis y de pronto apareció el guerrillero:

—Tiene que pasar la noche aquí. Mire a ver dónde va a dormir.

Me prestó una capa de caucho porque allí corre brisa y además la humedad de la selva y el rocío de la madrugada lo empapan a uno. Esa capa, por cierto, olía a demonios, pero tuve que cubrirme con ella.

Aquella noche fue definitiva para mi trabajo, porque confirmé realmente lo cercana que se encontraba la casa, pues durante el día había mucho silencio allá adentro y mucho ruido de pájaros y de animales de la selva y no podía ubicar el sitio con mayor precisión.

Esa noche, en cambio, se escuchaban perfectamente la música, las risas, la algarabía en la casa y yo alcanzaba a ver muy cerca la luz interior saliendo por las rendijas entre tabla y tabla Efectivamente, se encontraba a cien metros de la orilla del río donde dejábamos la lancha: desde luego, tomé el GPS y ajuste el registro.

Desde cuando se fue Marcela no tuve ni un minuto de sueño porque se trataba de estar muy atento a todo lo que sucedía allí. A eso de las cuatro y media de la madrugada se suspendió la música.

Pareciera que hasta cerca de las doce hubieran estado varias personas en la casa, porque se escuchaban sus voces y mucha risa. Después hubo más silencio, lo que indicaba que fueron saliendo de allí los invitados y sólo quedaron la música y, desde luego, la pareja a solas.

La música sonó unas cuatro horas más y luego vino aquel silencio. Es posible que se hayan quedado dormidos, pero llegó un momento en el que se acabó el combustible y el generador dejó de trabajar.

A eso de las cinco y media salió Marcela totalmente borracha, despeinada, caminando de lado a lado, alegre. Incluso, venía vestida con una camiseta más pequeña que la que había llevado, pues para protegerse de los mosquitos entraba un poco más cubierta.

Caminaba en zigzag, la traía un guerrillero evitando que rodara por el suelo, llegó a la lancha alegre, me abrazó y me dio un beso y "camine, hermano". La trepamos al bote y partimos. Un segundo después estaba durmiendo en el fondo de la lancha.

Ese día bregué mucho con ella para poder llegar a la finca, y luego subirla sobre el caballo y hacerla que se sostuviera y luego a caminar nuevamente, paso por paso porque andaba adormecida y decía cosas en voz baja. Decía palabras sin sentido y las repetía.

Ese domingo, me la imaginaba, pero no podía hacer nada para disminuir la preocupación que debían tener en Medellín y Bogotá porque yo no aparecía, pues tenía que haber salido de la zona del Paisa el mismo sábado. Esa era la fecha de la operación.

Bueno, pues finalmente llegué a Urrao a eso de las nueve y media de la mañana y en un punto obligado del pueblo me crucé con Antonio y Fernando vendiendo granos. Una venta como muy grande, una promoción especial. Ellos me vieron y descubrí su gesto de descanso después de la tensión.

Inmediatamente me dirigí a una computadora y le envié el mensaje al jefe: "Llegué al mismo punto. Pasamos la noche allí no sé por qué. La casa está a cien metros de la orilla del río. Va último y definitivo registro del GPS".

Él respondió OK y hasta ahí supe qué había sucedido.

ANTONIO (Socio)

Cuando nosotros salimos al mercado normal de aquel domingo, oh sorpresa vimos por fin a Rodrigo en el pueblo a eso de las nueve y media, diez de la mañana.

—Ya. El hombre regresó;

Avisamos de forma inmediata.

—Sí. Él acaba de comunicarse conmigo—, respondió Roberto, nuestro jefe.

ROBERTO (Oficial de Inteligencia)

El regreso de Rodrigo marcó la hora cero y fue lanzada la ofensiva.

Se determinó un bombardeo porque una operación por tierra en la selva lo único que conseguiría sería correrlos de allí. Lo cerrado de la jungla ofrecía un alto margen de error para una operación por tierra, que tendría que ir avanzando al ritmo que se fuera abriendo camino.

Aunado a eso, el estudio que se había hecho del cabecilla determinó que cuando se iba a demorar algunos días en un mismo lugar, hacía minar el entorno del campamento y modificaba los anillos de seguridad. En dos palabras, intentar entrar por tierra significaba una operación suicida.

MARIELA (Analista)

Obviamente, tan pronto apareció Rodrigo informó que todo estaba normal, que había ajustado marcaciones con el GPS, y se avisó al puesto de mando en Puerto Salgar. Con esa base, se transmitió la orden a los Hombres Jungla y ellos comenzaron a avanzar.

En forma simultánea, la Fuerza Aérea inició su operación: un avión despegó de una base en Puerto Salgar y otro de la de Barranquilla.

El impacto de la bomba fue de alta precisión sobre el objetivo.

En el fondo, parte del éxito de la operación en sí fue el contacto con la tal Marcela que inconscientemente nos dio información sin saber a quien se la estaba suministrando.

A esta hora ella no conoce el verdadero final de la historia.

Objetivo 3

Estando aún vivo Carlos Castaño, jefe de los paramilitares, enemigos de las guerrillas comunistas, las cabezas de la organización decidieron entregarse y montar un proceso que calificaron como desmovilización de todos sus frentes. El detalle es que los narcotraficantes aprovecharon la oportunidad para colarse dentro del proceso presentándose como paramilitares.

Estos vieron con claridad que acogiéndose a una ley llamada de Justicia y Paz podrían conseguir la legalización de sus bienes, pero lo más importante, una salida ventajosa de sus deudas con la justicia.

Condenas hasta de sesenta años en algunos casos, según esa ley, podrían convertirse en menos de ocho años de cárcel, entregando, además, el armamento menos poderoso de sus arsenales, una mínima porción de las tierras arrebatadas a la gente del campo y sumas simbólicas de los miles de millones obtenidos con sangre y cocaína.

Como algunos paramilitares no estaban de acuerdo con que los narcotraficantes ingresaran al proceso, se promovieron reuniones en diferentes zonas, pero finalmente primó el dinero: según lo estableció más tarde la Policía de Colombia, los narcotraficantes compraron cada frente paramilitar por un promedio de cuatro millones de dólares.

La historia fue contada al comienzo por un teniente retirado del Ejército que el país conoció como Diego Rivera, quien se entregó a la Dirección de Investigación Criminal de la Policía. Hoy se halla en Estados Unidos como testigo protegido por la justicia. Según declaró, él era "el asesor político" de un bandido apodado Macaco.

Pero por su parte, los paramilitares vieron una gran oportunidad para vender sus grupos a los narco traficantes. En una reunión a la que asistió el teniente retirado Diego Rivera, los cabecillas acordaron "entregarse" sin soltar la gallina de los huevos de oro. Es decir, ni el negocio, ni la organización, ni el armamento moderno y potente, firmar ellos un documento y la mayoría de sus subalternos regresar al terreno, cambiarles de nombre a los frentes sin haberlos desmontado y continuar presentándose como paramilitares para encubrir su actividad de narcotraficantes.

Un poco después empezaron a aparecer en fotografías de la prensa y a través de la televisión arrumes de aquellas armas toscas que los campesinos del interior del país llaman chispunes, algunas escopetas de uno o dos cañones, algunos fusiles y algunas pistolas.

Al comienzo del proceso y según la Consejería de Paz, había treinta y cinco frentes de paramilitares en todo el país.

En aquel momento un sector de la opinión creyó que el fenómeno estaba llegando a su fin, pero un par de semanas más tarde comenzaron a aparecer volantes anónimos en Norte de Santander frontera con Venezuela, a nombre de una nueva organización criminal llamada Las Águilas Negras. Después hicieron su presentación las Águilas Rojas, mas tarde los nevados y, como ellos, otros nombres que iban recibiendo los antiguos frentes.

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