Objetivo 4 (31 page)

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Authors: German Castro Caycedo

BOOK: Objetivo 4
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En esos ires y venires logramos identificar un lugar en Tarazá, donde guardaban dos camionetas Toyota Prado, la camioneta azul, carros de golf, cuatrimotos, todo esto en un municipio tan pequeño.

Punto a favor.

ISMAEL (Oficial superior)

Al cabo de un tiempo supimos de cuatro o cinco casas en el campo y sus chismes y sus historias. Alicia tomaba noca de lo que le contaban sus empleadas y todo coincidía con el trabajo que venían realizando Felipe y sus hombres en Tarazá.

Cruzando informaciones se llegó a una finca llamada La Moneda que coincidía en todas las versiones. Un lugar que —fueron contando poco a poco— estaba muy bien camuflado y muy bien controlado por ellos y sus secuaces.

Luego adquirimos un carro que pudiera entrar a aquel campo que nosotros denominamos "X" porque tenía accesos y salidas por todos los costados. Esa era la zona donde se hallaba Víctor, el segundo Mellizo, protegido por aquella organización de bandidos.

Tratamos de verificar el sitio, pero teníamos el agravante de no conocer la zona que, efectivamente, se hallaba demasiado controlada.

FELIPE (Oficial superior)

Ya temamos una idea clara de la existencia de La Moneda, ramo por las informaciones del analista desde Bogotá como por lo que escuchábamos en los bares del lugar. Además, nos informaban de lo que se vivía en el café de Alicia.

—Pero ¿usted para dónde me quiere llevar? —preguntaban las chicas que atendían las mesas.

—Para allá arriba donde tenemos una fiesta

—¿Y dónde es allá arriba?

—Aquí cerca. A La Moneda, a una hora de aquí.

De acuerdo con las historias que se iban cruzando, le dimos a nuestro equipo misiones muy específicas, por ejemplo, no detener directamente a personas de la banda, como a Rambo y demás, sino a gente de la región, ajena a los bandidos:

—¿Que es La Moneda.? ¿Una finca con un campo de fútbol?

—¿Dónde queda?

—Allá arriba, por tal y tal camino, o por tal otro..

La gente empezaba haciendo descripciones y luego historias, y todo concluía con que aquel era el bastión de Víctor o, por lo menos, su punto de mayor permanencia. La finca era un lugar reconocido en Taraza, porque había pertenecido a un bloque de los paramilitares antes de ser comprado por Los Mellizos.

Posteriormente a esto continuamos nuestro trabajo investigativo a partir de Caucasia, pero ya se hacía cada día más evidente, más cercano para nosotros el llegar hasta el objetivo, pues ya coincidían muchos elementos de información que nos decían, "allí está, allí está".

Deberían ser finales de marzo o algo así, y ya nuestros jefes habían hecho contacto con un personaje a quien llamaban el Tocayo, una fuente que llegó dispuesta a darnos la información.

Nosotros nunca tuvimos contacto con él porque nos hallábamos en un trabajo muy específico y el tipo se entendía con los jefes. El personaje le había sido enviado al director de la policía por algún ministerio del poder cenizal.

En las entrevistas que realizaron con el Tocayo y apoyándose en toda la cartografía y en toda la información previa que teníamos sobre el objetivo se fueron decantando situaciones. Por ejemplo, la fuente habló directamente de La Moneda.

Clarificadas muchas cosas, se dispuso el traslado de los comandos dirigidos Raúl a la zona de Taraza. Para esa época se estaban presentando en aquel pueblo unas marchas campesinas muy concurridas y muy belicosas contra la fumigación y la erradicación manual de los cultivos de coca.

Como consecuencia había bloqueos en la vía principal, y desde luego pedreas y conflictos con la Policía local, por lo cual se tomó la decisión de enviar allí a un escuadrón antidisturbios, unidad de la Policía especializada en manejo de turbas.

Aprovechando su presencia, nos asociamos con ellos, entre comillas, porque nuestra razón de ser es mantener en secreto el objetivo real, no solamente ante la Policía sino frente a todo el mundo.

Desde luego, allí nos encontrábamos con algunos oficiales conocidos que nos preguntaban qué estábamos haciendo en ese lugar:

—Tratamos de ayudar para que esto se supere pronto, pues la impresión es que las marchas puedan estar infiltradas por grupos armados ilegales —respondíamos.

Gracias a ese clima de agitación, ahora teníamos la tranquilidad de sentarnos en el parque central del pueblo con otros policías, la facilidad de observar a personas sospechosas que se movían por allí, sus rutinas, sus movimientos. Hacíamos inteligencia abierta.

En aquellos días nos benefició también el sobrevuelo de aeronaves gracias a las marchas y todo aquello sumado lo fuimos capitalizando a favor de lograr nuestro objetivo.

Aprovechando todo aquel movimiento de aeronaves, de Policía antidisturbios, se ubicó al grupo táctico, apoyado en las coordenadas que habíamos cotejado con mapas y confirmado con la fuente.

Un primer paso consistía en ubicar inicialmente a los comandos en un punto a diez kilómetros de La Moneda.

ISMAEL (Oficial superior)

Sí, había apareado un hombre en Medellín a quien llamaban el Tocayo, fuimos hasta allá con Antonio, el jefe, nos reunimos con él y sin ningún rodeo, soltó así:

—Yo sé dónde se esconde Víctor, el segundo Mellizo. Luego explicó que en la zona había varias fincas:

—No equivocarse, la del escondite se llama La Moneda.

No puedo ubicarla ahora con exactitud... No puedo hacer un mapa confiable.

Se ordenó un sobrevuelo pero la localización del punto fue muy difícil, porque para algunas personas como aquel hombre, una cosa es llegar por tierra a un lugar y otra orientarse desde el aire.

—Es que desde aquí ya no tengo como referencias la cerca, la senda, el árbol, la estaca pintada...

En un segundo sobrevuelo sí localizamos el punto y establecimos las coordenadas, pero las del helicóptero. De regreso montamos un operativo que consistía en infiltrarse en la zona hasta llegar a la finca.

Nos pusimos en marcha, pero cuando íbamos hasta el lugar establecido para iniciar la infiltración, nos encontramos con un bloqueo de camiones y tractomulas: una protesta de campesinos que se habían tomado a Taraza y no dejaban circular vehículos. Taponaron la vía y la Policía tuvo que entrar a controlar la situación.

Al llegar los policías se formó una manifestación y, como es lógico, hubo enfrentamientos, gritos, gases lacrimógenos y las cosas se fueron complicando más.

Nuestro problema era atravesar la manifestación con los comandos del Grupo Antiterrorista de la Policía al mando de Raúl, aquel oficial superior de gran experiencia. Buscábamos avanzar hasta La Moneda.

Viendo aquella situación, resolvimos entonces vestir a los comandos como policías de los escuadrones antidisturbios con sus cascos, sus escudos, sus protectores negros en el pecho, el vientre, las piernas, los pies.

Puesto que el comandante dé la Policía de aquel departamento no sabía de nuestra operación, tuvimos que llamarlo para decirle que llegaría un refuerzo de hombres antidisturbios.

El armamento de los comandos, fusiles, visores nocturnos, instrumentos electrónicos y todos aquellos implementos con que ellos trabajan se los enviamos en una volqueta cargada con piedras, imagen muy común en aquel lugar.

A eso de la una de la mañana empezó a llover, llegó el frío y algunos agitadores se fueron para sus casas, otros a las fincas y quedaron unos cuatro o cinco jóvenes que finalmente dijeron: "Vámonos a dormir y mañana seguimos con esta bronca".

Cuando se retiraron, los comandos pasaron de largo y tomaron una senda al mando de un coronel y un mayor, en busca de La Moneda. Les faltaba el armamento, de manera que avanzaron un poco más, llegaron a una senda y allí descargaron las piedras, rescataron sus armas y arrancaron en búsqueda del punto, avanzando a campo traviesa para eludir caminos, senderos conocidos y zonas con algunos habitantes.

Desde luego se movían durante las noches y acampaban de día en lugares boscosos o de grandes matorrales. Tardaron cuatro jornadas para llegar a las inmediaciones de La Moneda.

Como era una época de grandes lluvias, había charcos enormes, riachuelos y lagunas crecidas, de manera que tuvieron que trazar un semicírculo, desviándose un tanto del rumbo que traían.

Sumando aquel desvío a las coordenadas que había dado el helicóptero y a las que ellos tenían, se les formó un rompecabezas, terminaron extraviándose y no localizaron el punto. Resulta que las del helicóptero fueron tomadas muy al cálculo para no volar exactamente sobre la casa con el fin de no alertar al bandido.

De todas maneras, en ese momento ya estaban los comandos adentro, el resto de la operación totalmente listo para actuar, y ante aquel dilema, nuestro jefe ordenó que sobrevolara un avión.

Rehíce el camino, me subí en el avión con el informante y nos elevamos hasta unos trece mil pies, pero el cielo estaba muy nublado y el piloto me dijo:

—Lo único que podemos haces es descender y volar por debajo del techo de nubes.

Pero si descendíamos, los delincuentes entrarían en alerta y huirían de allí.

Estando arriba, tal vez por el clima y nubosidad perdimos enlace con nuestro jefe, de manera que, a partir de allí, a él le tocaba comunicarse con Bogotá y Bogotá reportarte al piloto, pues a mí no me llegaban señales ni al celular ni al teléfono satelital.

Total, descendimos un tanto, hicimos el primer giro amplio sin ver absolutamente nada por la niebla, pero en la segunda vuelta se presentó mi Dios y encontramos un pequeño claro, un hueco dentro de las nubes, y abajo, justamente abajo, vimos perfectamente La Moneda.

La reconocí, le tomaron fotografías y se rectificaron posiciones. Hicimos otro giro para pasar nuevamente sobre aquel punto y reconfirmar nuestros cálculos, pero ya no: ya las nubes se habían vuelto a cerrar.

Continuábamos entonces sin comunicaciones con nuestro jefe y él insistía, hasta que en un instante tuvimos enlace:

—¿Qué sucede? ¿Qué está sucediendo?

—Que está totalmente cerrado por las nubes.

—No importa. Que hagan una sola pasada por debajo de las nubes, y listos.

Yo ya tenía la posición, la fotografía, lo que necesitábamos y le dije al piloto:

—No bajemos porque alertamos a los bandidos. No bajemos.

A través del puente de comunicaciones el piloto dijo que el oficial de Inteligencia a bordo del avión no quería bajar.

No respondimos y finalmente llegamos al aeropuerto. El jefe estaba extrañado por no haberle cumplido la orden.

—Es que ya tengo la fotografía y también la posición exacta de La Moneda —respondí.

Inmediatamente se comunicó con los comandos:

—Confirmo posición objetivo, les rectifico las coordenadas —dijo, y esa misma noche los comandos del Grupo Antiterrorista se movieron en aquella dirección. En ese momento estaban bastante retirados del punto.

Sin embargo, llegaron allí un poco después de la medianoche y se ubicaron alrededor de la casa, pero al parecer estaba desocupada porque no se escuchaba nada, no había ninguna luz, tampoco se podían acercar más, esperaron y finalmente comenzó a amanecer y empezaron a pasar la voz a través de sus comunicadores:

—Nadie por aquí.

—Nadie por este punto.

—Silencio total por este costado

Esperaron un poco más y de pronto salió alguien cantando. Parecía una mujer, se acercó más y sí, una mujer, una negra cantando:

—Seré tu amante bandidoooo.

—La que canta es una mujer. Parece empleada del servicio. Esperaron, llegó el mediodía y la única que salía algunas veces era la negra, ahora vestida de rojo. Ellos conservaron sus posiciones sin haber dormido, comiendo poco, pero a la expectativa porque Raúl tenía la seguridad de que por fin aparecería alguien en aquella casa.

Nosotros almorzamos en nuestra base en Medellín y cuando terminamos, el jefe Antonio dijo:

—Vamos a buscar una iglesia.

Había una misa no muy lejos de allí y entramos a orar, a pedirle ayuda a mi Dios, muy concentrados, con una gran fe.

FELIPE (Oficial superior)

En un restaurante de Taraza nos habíamos enterado de la existencia de un sujeto de toda la confianza de Víctor, el segundo Mellizo, a quien llamaban Juanes. Un muchacho de unos veinticuatro años.

El tipo era cercano al bandido, digamos que en algunos temas delictivos, pero también para asuntos de descanso, de quejas, de cobros, de cosas así. Este sujeto le consiguió dos mujeres prepago al segundo Mellizo.

Nosotros ya estábamos en operación pero seguíamos trabajando nuestra parte de Inteligencia y de investigación desde Tarazá y desde Caucasia. Realmente Juanes recogió a dos chicas prepago en Cali y se vinieron por tierra.

En Tarazá empezamos a hacerle la cacería, porque no sabíamos en qué se movía y después de mucha vigilancia en la carretera y mucha observación en el pueblo, logramos ubicar un vehículo Mitsubishi plateado en el que venían Juanes, otro hombre y dos mujeres.

¿Quién era el acompañante? ¿Recuerda usted el momento en que el Mellizo Pablo Arauca se voló del peaje en El Copey y capturamos a uno de sus guardaespaldas en la camioneta blanca abollada?

Ahora el mismo tipo iba como acompañante de Juanes y las dos mujeres. Eso nos dio más claridad. Entonces, de acuerdo con todo lo que estábamos hallando, confirmando y acopiando, dijimos: "Esta operación está entrando en su última fase".

Esa noche Juanes y las divas se metieron en un hotel de camioneros a la orilla de la carretera y formaron un merequetengue del diablo. Eran dos muchachas de Cali, como siempre jóvenes y como siempre bonitas, que soplaban marihuana como chimeneas. Nosotros nos habíamos hospedado en la habitación contigua, y bueno...

Pues a Juanes y sus chicas les llegó a la mañana siguiente un campero viejito, color rojo, un vehículo de bajo perfil que no generaba sospechas y pensamos que en ese iban a continuar hasta la cueva de Víctor.

Nosotros reportamos lo que había sucedido en Tarazá durante las últimas horas y respondieron

—Quietos Esperen Tenemos información por el otro frente.

Sucede que en el momento en que Juanes hacia su bacanal. Raúl y sus comandos ya habían ubicado al objetivo y estaban haciendo la observación directamente sobre la casa, donde se movían una cocinera negra y un par de guardaespaldas.

ISMAEL (Oficial superior)

Termino la misa y salimos de la iglesia dispuestos a continuar esperando, pero cuando íbamos llegando al hotel se comunicaron con nosotros —¿Quién habla? —Grillo.

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