Objetivo 4 (28 page)

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Authors: German Castro Caycedo

BOOK: Objetivo 4
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El bandido utilizaba cinco teléfonos, pero los cambiaba cada tres días. Sin embargo, nosotros permanecíamos en su onda y, además, cada día íbamos familiarizándonos mejor con sus costumbres. Por ejemplo, cuando se alejaba nunca llevaba teléfono, se movilizaba en diferentes carros, empleaba lugares estratégicos para cambiar de transportes, daba rodeos para cambiar de dirección. Jamás cumplía rutinas.

Era difícil seguir a la Mona. Se trataba de una persona, como dicen, "muy abeja", pero nosotros contábamos en Bogotá con un analista importante, también "muy abeja", que se le pegó a Pablo Arauca como una garrapata.

Bueno, la Mona había llegado al lugar y desde el primer día empezó a utilizar a gente de mucha confianza. Se movía en carros finos y desde un comienzo buscó a un tal Fierro con el ánimo de que le organizara las visitas a Pablo Arauca.

Con ese fin compraron una camioneta, carro viejo para bajarle el perfil a Fierro y él transportaba a la gente de diferentes partes del país que venían a informarle a Pablo Arauca cómo iba su organización, los negocios de la cocaína que manejaba el mismo Fierro, sobre las relaciones con ciertas autoridades. En Santa Marta ese trabajo lo cumplía un tipo apodado Pedro, y en Bogotá un tal Sierra.

Ellos llevaban a la gente hasta donde el objetivo y nueva mente la sacaban de allí. Ciertas veces algunos entraban pero no salían.

Habitualmente Fierro recogía a las personas en Puerto Boyacá a eso de las cinco de la tarde y las llevaba a hoteles en los que nosotros teníamos gente, de manera que sabíamos quiénes llegaban, a qué horas salía el carro a llevarlas, cuándo regresaban... Si no regresaban…

Fierro las recogía en los hoteles y las conducía a aquel punto llamado Dos y Medio, a unos cinco minutos del pueblo, donde había otro hotel. Allí las dejaba y posteriormente continuaban en busca del sido hasta el cual se trasladaba Pablo Arauca cada día para sostener sus reuniones.

Nosotros llegamos a calcular media hora, cuarenta y cinco minutos entrando hasta la zona de El Marfil, donde las dejaban finalmente en uno de los lugares cercanos a aquel donde se realizaría el encuentro. Como coincidencia, y más que coincidencia, por algo extraño, el recorrido se repitió varias veces hasta una finca llamada Las Palomas, de manera que por algún tiempo, la ruta casi recurrente vino a ser Puerto Boyacá —Dos y Medio— Las Palomas.

En Las Palomas las recogía un tal Luis y las trasladaba hasta el sitio de la entrevista.

De regreso, Luis las trasladaba nuevamente hasta Las Palomas donde abordaban el carro de Fierro, quien las traía de regreso a Puerto Boyacá.

A estas citas nadie podía llevar teléfonos celulares, ni cámaras fotográficas, ni grabadoras, ni mucho menos armas.

Allí llegaba gente de todos los puntos del país Por ejempló del Valle del Cauca, donde el Mellizo tenía negocios de droga y propiedades, del puerto de Barranquilla, donde tenía negocios de droga y propiedades; de Cartagena, de Santa Marta. Incluso, llegaban colombianos radicados en Estados Unidos.

Lo cierto es que el objetivo permaneció en la zona de El Marfil cerca de cuatro meses. Nosotros conocíamos la ruta hasta Las Palomas, pero no habíamos localizado ni los sitios de las reuniones, ni mucho menos su cueva.

Como se necesitaba un vehículo reconocido en esos lugares, utilizamos el viejo campero ruso que comenzó a entrar por allí en plan de servicio rural.

Su misión era localizar en el camino un vehículo que manejaba Fierro, y conocer bien el sector porque a partir del Dos y Medio había controles por parte de motorizados pertenecientes a la banda de Terror. Ellos detenían a los vehículos, los interrogaban y los requisaban, los dejaban continuar o si se les antojaba, los obligaban a regresar.

Pablo Arauca les pagaba a Ramón Isaza y a Terror por la protección en la zona.

En aquellas reuniones había personas que duraban un día; otras, dos días, pero también venían chicas modelos, prepagos. Todas ellas se quedaban indistintamente en alguna de las fincas, apartada de la cueva de Pablo Arauca.

Nosotros permanecimos por lo menos veinte días recorriendo la zona en nuestro campero viejo que, desde luego, nunca logró llegar hasta Las Palomas porque de cierto punto hacia adentro la gente no solicitaba transporte.

Ante esa dificultad la Policía recibió el apoyo de un avión de la Fuerza Aérea para hacer seguimientos desde el aire, aprovechando que diariamente salía de Puerto Boyacá gente que llegaba a eso de las seis de la mañana al Dos y Medio y continuaba camino para entrevistarse con el objetivo.

Una base aérea —Palanquero— está cercana a Puerto Boyacá. De allí partía el avión llevando a bordo a un oficial de Inteligencia y cuando comprobábamos que el carro con el visitante se acercaba al Dos y Medio, les dábamos aviso, de manera que la nave, con autonomía de vuelo para cinco horas, se colocaba encima de ellos y navegaba muy alto sobre la zona de El Marfil, vedada por tierra para nosotros.

En el primer vuelo localizamos Las Palomas, pero no se sabía en qué carro recogía ahora Luis a los visitantes. De todas maneras, reconocieron el lugar y se alejaron pronto de allí.

Gracias al apoyo aéreo llegamos a establecer que de acuerdo con la importancia de los visitantes, Luis los recibía y los llevaba de forma inmediata hasta el objetivo. Pero si el extraño no era urgente para ellos, lo dejaban hasta dos días esperando, bien en Puerto Boyacá o bien en aquella región.

En uno de tantos vuelos vimos salir una camioneta negra de Las Palomas y dirigirse hasta una finca situada más allá. Ese fue un paso adelante. Luego localizamos otra casa que bautizamos La Finca. Esa podría ser el escondite del bandido... Pero ¿sí era esa? ¿Esa era la cueva de Pablo Arauca?

Cinco días después escuchamos que Fierro preguntó si ya habían recogido al que tenían "arriba". Así surgió la pista de que más allá había otros puntos claves.

En las reuniones diarias de mandos en una base de la Policía cerca de la Fuerza Aérea surgió el nombre de J. Mario, un muchacho nuestro que se encontraba en Bogotá y conocía aquella zona porque había participado anteriormente en una operación contra Ramón Isaza y su hijo Terror.

Al día siguiente J. Mario apareció con siete fotografías aéreas de fincas en aquella misma zona, y dijo:

—En nuestros sobrevuelos de hace un par de años tomamos estas gráficas.

Las observamos una y otra vez y empezamos a montarlas en busca de coordenadas. Fuimos descartando y fuimos descartando y finalmente llegamos a una: esa era exactamente la cueva que estaba utilizando ahora Pablo Arauca.

Llevamos la fotografía al comité:

—Pertenece a una finca del paramilitar Ramón Isaza o de Don Diego, otro narcotraficante que se ha escondido en esa zona. No podemos descartar nada —dijo nuestro jefe.

—¿Dónde están esas fotografías?

—En el Falcon, un mapamundi militar. Lo revisamos y encontramos que una de aquellas fotografías quedaba muy cerca de La Finca. Otra estaba ubicada un poco más lejos.

Al día siguiente pedimos el avión de la Fuerza Aérea para reconocerlos sitios de las gráficas y encontramos un punto muy cerca de La Finca, y confirmamos ahora sí plenamente nuestras sospechas de que, entre otros lugares, Pablo Arauca recibía a la gente allí para no revelar la ubicación de su escondite.

Pasaron algunos días y en un nuevo vuelo registramos que de una posición que ubicó el avión de forma perfecta —y que obviamente era una de las guaridas del bandido—, salió una camioneta con seis personas y se movió hasta La Finca, uno de ellos entró en la casa y los cinco restantes se quedaron afuera rodeando la vivienda.

El avión regresó con aquellas imágenes y nuestro oficial las llevó al comité. Cuando estudiamos aquellos materiales, coincidimos en lo mismo:

—Confirmado, el lugar de la camioneta negra es la guarida más frecuentada y el hombre que entró en la casa es el objetivo.

A partir de ese momento nuestra meta fue llegar a la guarida. Luego de una serie de análisis un oficial propuso asaltar el lugar con los helicópteros, pero nuestro jefe dijo que deberíamos hacer una infiltración.

Infiltración en este caso fue esconder dentro de un camión a un grupo de comandos especializados de la Policía Antiterrorista, que partió de nuestra base y llegó al Dos y Medio. Desde allí empezaron a avanzar caminando por las noches, ayudados por visores nocturnos y una serie de equipos más especializados de ultrasonido, y otras técnicas y lograron llegar a un lugar situado entre el Dos y Medio y Las Palomas.

Desde allí avanzaron tres noches hasta una casa campestre cercana a la cueva del bandido.

En ese punto permanecieron siete noches, al cabo de las cuales se hizo necesario ordenar su relevo porque entonces afrontaban una situación apremiante pues la operación se había extendido más de lo calculado en un comienzo.

FERNANDO (Inteligencia)

De un momento a otro habían cambiado las claves de las comunicaciones. De pronto se empezaron a escuchar palabras como "Limón" y más tarde "Mandarina".

¿A quiénes se referían? Pues Limón era Miguel Ángel o sea Pablo Arauca, el áspero. En cambio el segundo Mellizo, Víctor Manuel, ahora Mandarina, era tal vez más tolerante.

RAÚL (Oficial superior)

Soy la cabeza de un grupo de comandos de Operaciones Especiales Antiterroristas de la Policía de Colombia.

Luego de cinco intervenciones fallidas contra el Mellizo Pablo Arauca, o limón, supimos de un punto donde se reunía con gente de cierta calaña, y comenzamos por ubicarlo con dos grupos de mi equipo, a bordo de una camioneta particular acompañados por tres muchachas de la Policía Judicial, muy expertas y muy profesionales.

El plan era entrar por el Dos y Medio y penetrar hasta una región llamada El Marfil. Inicialmente yo quería ver el recorrido para asimismo planear nuestro avance, porque una cosa es el reconocimiento desde el aire y otra el estudio de unos mapas y la memorización de una serie de instrucciones.

En una palabra, buscaba una visión real del entorno, porque esa es una zona controlada por bandidos a partir de una carretera importante que va al noroccidente del país, es decir, a Medellín y sus contornos.

Bueno, durante la operación logramos llegar hasta El Marfil. Obviamente, a través del recorrido en varias oportunidades nos siguieron camionetas, motocicletas, cuatrimotos, pues nos movíamos en un vehículo ajeno a aquel sector.

Íbamos con el pretexto de las fiestas en un par de pueblos en inmediaciones de El Marfil, a unos tres kilómetros de donde nos encontrábamos: nuestro interés era estudiar el recorrido, grabarnos la localización de cada rincón, sus características y algunos detalles de las vías en ciertos puntos, para iniciar una infiltración.

Visitamos los dos pueblos, estuvimos en las casetas de baile, tomamos trago, miramos, escuchamos, bailamos. En muchas oportunidades se acercaban bandidos, nos miraban, dejaban ver sus armas. Con su actitud agresiva venían a tratar de averiguar quiénes éramos. Se sentaban en mesas cercanas para escuchar lo que hablábamos, pero nosotros tocábamos temas triviales, cosas de parejas normales, y claro, parte de la actuación, desde luego era besarnos algunas veces y acariciarnos con las muchachas.

Nos alojábamos en un hotelucho, duramos un par de días en plan de rumba y finalmente salimos de allí. En ese momento aparecieron cuatro motocicletas, cada una con dos hombres armados con fusiles, pero nunca nos detuvieron. Se nos pegaron a la camioneta y nos detuvimos a mitad del camino entre El Marfil y la carretera principal donde había un estadero.

Las muchachas se hallaban nerviosas, entramos al sido para buscar que se calmaran, tomamos una cerveza esperando a que nos abordaran para preguntamos algo, pero no. Ellos se detuvieron, no abandonaron las motos, no preguntaron nada, aunque, como es nuestra costumbre, nosotros llevábamos cada uno un libreto ya estudiado: en qué trabajaba cada persona, cómo nos habíamos conocido, en dónde vivía cada uno, etcétera, pero a la vez llevábamos con nosotros identificaciones especiales con nombres ficticios, carnés de cooperativas, tarjetas de sindicatos, esas cosas.

Los tipos esperaron allí, nosotros salimos nuevamente, ellos continuaron el seguimiento y dos kilómetros adelante se devolvieron. Pienso que no los provocó ninguna actitud aparentemente agresiva por parte nuestra.

Regresamos finalmente a nuestra base de operaciones y allí trazamos nuestros planes. En ese momento tuvimos en cuenta todos los posibles casos de accidentes que se pudieran presentar, los acontecimientos que salieran al paso de acuerdo con las situaciones que ya habíamos establecido, las distancias, hasta las condiciones derivadas del terreno que atravesaban las vías... Es decir, tratamos de prever lo previsible.

Pero a la vez planeamos la operación: cómo íbamos a ingresar hasta la finca escogida por el bandido para reunirse con sus visitantes, cual iba a ser nuestra fachada antes de penetrar a la zona, cómo íbamos a reaccionar en caso de...

Desde un comienzo decidimos transportarnos en parte del recorrido a bordo de una volqueta, pues en aquella zona se movían muchas entrando y saliendo, ya que en inmediaciones hay algunos yacimientos de petróleo.

La volqueta era el vehículo más seguro para nototros y nos permitia reaccionar de una manera idonea en caso de ser necesario.

En la carretera establecimos un punto, basandonos en una coordenada obtenida en reconocimientos aereos: po rsu amplitud, porque er ala entrada a una finca el lugar permitia que la volqueta llegarahasta alli, nosotros desembarcaramos y el chofer podria regresar. Un sitio unico porque en esa zona las carreteras son angostas.

Nuestros uniformes para operar son diferentes a los de la Policía, son trajes especiales que, entre otras muchas cosas, nos ayudan a sobrellevar el calor del dia y el frio algunas veces penetrante, por las noches.

En aquella volqueta ibamos ocho comandos. El resto de mis hombres se habian quedado pendientes con tres helicopteros en la base aerea de la Policía en un lugar llamado Mariquita con el fin de apoyarnos en cualquier contingencia.

Efectivamente, el dia de la operacion nos embarcamos en el volco del vehiculo y partimos a la una de la tarde. Ibamos cubiertos por unas sábanas de plástico, al lado de algunos rollos de alambre de púas y carga típica de la region.

Entramos al Dos y Medio al atardecer. A partir de la base habíamos hecho siete horas de carretera muy fatigantes por el calor, por la dureza del vehiculo, por la incomodidad que suponían los equipos que llevabamos.

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