Objetivo 4 (30 page)

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Authors: German Castro Caycedo

BOOK: Objetivo 4
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Y además, en torno a un punto llamado Yarumal, arriba de Tarazá, se mueven bandas de guerrilleros y allí los controles de los bandidos de Cuco Vanoy son más estrictos. Total, nos movíamos ahora en otro sector muy complicado.

CARLOS (Analista)

Una mañana la Mona le dijo a alguien apodado Juanes, un bandido muy parecido al famoso cantante:

—Me citó Pablo Arauca, voy a ir a hablar con él, está muy complicada Está muy ansioso por todo lo que ha sucedido. El man está cansado de tanta carrera. Voy a ir a hablar con él a ver qué me dice.

La Mona fue hasta una finca, allí estuvo todo el día, salió al comienzo de la noche y buscó a Juanes:

—¿Cómo le fue?

—No, hermano. Limón me pegó una putiada, pero una señora putiada. Me dijo que me largara, que yo no le servía para nada, que era un baboso, y le respondí: "¿Sabe qué? Señor. Déjeme ir. Yo me voy. Hasta aquí lo acompaño"

Pablo Arauca me respondió inmediatamente:

—Váyase, gran hijueputa, que a usted no lo necesito para nada. Usted es un hijueputa. La Fuerza Pública me está llegando casi a los pies por culpa suya.

Después, la Mona conversó con un asesor financiero de Pablo Arauca:

—¿Qué va a hacer, hermano? —le preguntó el asesor.

—Pues yo me voy. Mañana arranco, voy a arreglar mis cosas, me voy para mi finca, me quedo allá una semana y luego cojo para donde vive el señor de la boina roja.

Inmediatamente le pregunté a Ismael qué hacíamos con la Mona: ya no era importante para nosotros.

—Capturarlo —respondió Ismael—. Echémosle mano.

—¿para dónde dice que se va?

—pues para Venezuela. Boina roja— Chávez.

—¿Dónde está en este momento la Mona?

—En su finca en el centro del país. Va a salir a la madrugada.

FELIPE (Oficial superior)

Gracias a un par de bandidos supimos que un día determinado por la mañana, la Mona tenía una cita en un lugar llamado Dorada! muy distante de nuestra base.

Nos encaminamos hacia el punto acompañados por gente de nuestro grupo pero vestidos como policías comunes y corrientes, teniendo en cuenta la sensibilidad en el manejo de la información y el cuidado que exigía aquella zona.

Los muchachos iban bajo el mando de un capitán y unos tenientes, para que nos brincaran apoyo en algún momento determinado. Por otro lado, se dispuso el traslado de un vehículo con equipos que nos permitieran localizar al objetivo por rastreo de señales.

Llegamos a Doradal a eso de las ocho de la noche y empezamos a ubicar patrullas y a ubicar personas en puntos estratégicos, pues se sabía que venía vina camioneta Toyota Prado color plateado con matrícula de Bogotá para recoger al objetivo.

También sabíamos que el vehículo venía de Medellín y le ordenamos a nuestro personal uniformado que montara un puesto de control en el camino y detuvieran a todos los vehículos con esas características.

A eso de las diez de la noche localizaron una camioneta similar a la descrita, conducida por un hombre armado con una pistola nueve milímetros, que correspondía a la reseñe, de la persona que iba a sacar a la Mona de aquella región.

Un poco después lo localizamos y entrando a Doradal empezamos a seguirlo. El sujeto, bastante cuidadoso con sus movimientos, al parecer captó que algo extraño estaba sucediendo pues el puesto de control no era normal en aquella vía, y además en el pueblo comentaban que estaban viendo gente extraña.

Doradal no es un municipio pequeño ni tampoco grande, pero tampoco está formado por un par de manzanas; sin embargo, allí existe mucho control de la delincuencia, por lo cual la Mona le ordenó al hombre de la camioneta plateada que desapareciera:

—Guárdese y mañana me recoge a las cinco de la mañana. Usted sabe dónde tiene que ubicarse.

El de la camioneta llegó a Doradal, lo seguimos, pero finalmente se internó en un punto a partir del cual no podíamos trabajar. Se trata de un camino muy estrecho, muy solitario, en el cual un seguimiento es demasiado evidente: en una carretera, una luz a las espaldas del carro parece normal, pero en una senda como aquella esa misma luz es de alguien que me está siguiendo. Lo dejamos alejarse.

Un poco después anduvimos por todos aquellos caminos, gracias a Dios no nos ocurrió nada, pero no localizamos el sitio hasta el cual había llegado la camioneta. La zona está compuesta por fincas y casas rurales lejanas de la orilla del camino, y además, y los linderos están demarcados, —para nosotros, cubiertos— por cercas vivas, o sea, hileras de árboles y, entre ellos, vegetación baja y espesa y aquello nos impidió ubicar a nuestra camioneta, por lo cual regresamos a la carretera y esperamos comunicación con nuestro Centro de Operaciones en Bogotá.

Efectivamente al objetivo lo iban a recoger a las cinco de la mañana siguiente, de manera que Sebastián y yo organizamos las patrullas y ubicamos personas en diferentes puntos para que sirvieran de control.

Cuatro de la mañana era nuestra hora para comenzar, y ubicamos a la gente en diferentes hoteles con el fin de que descansaran siquiera unas dos horas, se asearan y saliéramos al terreno.

Las patrullas fueron distribuidas en diferentes hoteles y nosotros, los dos oficiales que estábamos al frente en aquel momento, ocupamos un solo vehículo.

Sebastián había trabajado en aquella zona cuando se buscaba a Pablo Escobar y luego en otra serie de labores de inteligencia y cuando hablamos de dormir un par de horas, dijo que el mejor sido era algo llamado Hotel del Lago. Allí llegamos después de la medianoche y antes de entrar vimos una camioneta estacionada frente a una de las cabañas.

El hotel queda al borde de la carretera, al frente hay una reja y al fondo se ven la recepción y parte de las zonas comunes. Como es un refugio de tierra caliente en nuestro medio, no se trata de un edificio sino de una serie de construcciones de una sola planta.

Bueno, nos levantamos a las tres y media de la mañana, cada uno rezó y nos encomendamos a Dios.

Cuando salíamos apareció una señora, pagamos lo de nuestras habitaciones y le dijimos que íbamos a esperar a unos amigos para continuar nuestro viaje. Entonces tomamos dos sillas de plástico y las colocamos al lado de la reja que cierra las construcciones por el frente. A eso de las cuatro y media la señora se nos acercó y preguntó si deseábamos tomar algo.

—Muchas gracias, dos cafés.

—Bien. Voy a prepararlos.

La recepción quedó sola y nosotros allí sentados al lado de la reja, vestidos de paisanos, con yines y camisetas.

Habrían transcurrido unos cinco minutos, cuando vimos que se acercaba una camioneta plateada. Pensamos que iba a seguir hacia el pueblo, pero no, giró buscando la entrada al hotel.

En ese momento caímos en la cuenta, claro, pero claro, el objetivo estaba durmiendo al lado nuestro. Cruzamos entonces algunas palabras con Sebastián:

—Vaya, haga las coordinaciones y yo manejo aquí la situación.

Sebastián se puso de pie, dio unos pasos y se ubicó en la parte de atrás para comunicarse con los refuerzos, pues no sabíamos cuántas personas se habían alojado en el hotel.

Mientras tanto me levanté de la silla con toda la calma, como si fuera el vigilante del lugar, abrí la reja para que entrara la camioneta y saludé al conductor:

—Buenos días, patrón. Siga.

El hombre entró y estacionó su vehículo al lado de la camioneta que se hallaba frente a una de las cabañas desde la noche anterior. El que llegó golpeó en una de las puertas y salieron dos sujetos: tenían que ser guardaespaldas del objetivo. Uno de ellos fue hasta la recepción a comprar un cepillo de dientes, se lo vendí, y luego salió la señora con los dos cafés, me adelanté y le hablé al sujeto:

—Buenos días, ¿quiere un cafecito?

—Ah, bueno. Sí, señor, muchas gracias.

Les di nuestros dos cafés a los escoltas del bandido.

—Bueno, muchas gracias, muy amable.

—A sus órdenes, patroncito —respondí y me fui a sentar en mi puesto de celador al lado de la reja.

A los cinco minutos empezaron a encender los vehículos y de una segunda cabaña salió la Mona con una chica prepago muy bonita, de unos diecinueve años, y ocuparon la silla trasera de la camioneta plateada. Arrancaron.

Adelante se movieron los guardaespaldas buscando la puerta en la reja y detrás se colocó la camioneta plateada. En aquel momento ya Sebastián estaba al lado mío, caminamos hacia los vehículos, Sebastián detuvo al carro de los escoltas y yo al de la Mona.

Desenfundamos nuestras armas —yo no abrí la reja—, ellos trataron de reaccionar, pero es que debieron haberse imaginado todo menos que el hombre del café —"patroncito"—y su acompañante fueran a encañonarlos y a hacerlos bajar de sus vehículos.

Cuando ellos nos vieron en ese plan, pero no como si fuéramos autoridad sino como bandidos, pensaron en reaccionar y nosotros nos identificamos:

—Policía. Alto. ¡Policía!

Sin embargo, hubo un intercambio de disparos y el chofer del carro de los escoltas hizo algo mal y se le trabó la caja de cambios, soltó el pedal y el carro quedó bloqueado, se apagó y los tipos no pudieron salir de allí.

Una vez detenidos, Sebastián hizo bajar a las dos personas del carro de adelante y yo neutralicé a la Mona, a la muchacha prepago y al conductor.

En ese instante llegó todo el mundo, nos apoyaron y tan pronto lo capturamos, el tipo entró en shock. Se veía muy asustado, muy asustado. La mujer se tiró al piso de la camioneta y estaba allí cubriéndose con una frazada o algo así, esperando a que la atacaran.

A la Mona se le encontraron diez millones de pesos bolsillo, un par de memorias USB y tres armas de fuego.

ISMAEL (Oficial superior)

Felipe organizó a su gente, había montado diferentes actividades y fue obteniendo buenos resultados. Incluso tomamos en arrendamiento un café —o cantina, como les dicen en esa región—, en la plaza de un poblado llamado El Jardín, hasta donde los bandidos salían en plan de descanso.

La encargada del negocio fue una agente nuestra veterana en labores de Inteligencia. El lugar fue pintado y aseado en poco tiempo, Alicia, así se llama ella, contrató directamente a varias empleadas para que atendieran a las mesas y a la vez obtuvieran información, desde luego sin saber realmente quién era Alicia, ni cuál era su labor en aquel sitio.

Efectivamente, los guardaespaldas y los mandos medios de los bandidos empezaron a aparecer en aquel sitio en plan de beber y hablar, hablar, hablar.

FELIPE (Oficial superior)

Nos instalamos en Tarazá, pero nuestra base de operaciones estaba en Caucasia, epicentro de una región muy afectada por grupos armados ilegales, pero para nosotros esa era una ventaja: Caucasia es un pueblo más grande y por lo tanto nos ofrecía mayor cobertura, pues allí se movían muchos delincuentes y gracias a la mayor población resultaba menos probable que se generaran suspicacias.

En ese momento en aquella zona había un ciclo fuerte de erradicación de plantas de coca. Otra ventaja:

¿Que hace aquí esa gente? —podrían preguntar La respuesta tendría que ser lógica:

Deben ser los de la erradicación.

Además, sabíamos que por un lugar cercano llamado El Jardín, estaba localizada la entrada al sector donde se ubicaba el bandido.

Pronto, gracias al café de Alicia y a nuestro propio trabajo en la zona, empezamos a captar cosas tan importantes como la existencia de un hombre de seguridad del segundo Mellizo que se hacía llamar Rambo. Según la gente del lugar era el dueño de la motocicleta "más bacana" del pueblo: una moto dorada.

Efectivamente, una tarde apareció un tipo en una Yamaha DT 175 con el tanque dorado. Andaba con botas, yines, camisetas de colores estridentes, y cualquiera sabía que andaba armado, porque hacia demostraciones con una pistola cuando estaba rodeado de gente.

A Rambo le localizamos un par de camionetas que ingresaban hasta donde supuestamente estaba Víctor, el segundo Mellizo.

Aparte del café de Alicia —con el que no teníamos ninguna conexión— nosotros frecuentábamos bares y cantinas, ocupábamos mesas, algo bebíamos pero ante todo escuchábamos muchas cosas importantes. Muchas.

Una tarde, dos tipos con facha de bandidos dijeron que iban a subir a unas mujeres prepagos hasta donde se escondía el Mellizo. Nosotros montamos vigilancias en los caminos.

Las mujeres subirían a la medianoche Sus instrucciones eran tomar un taxi que las llevaría hasta Tarazá y allí se las debía entregar a un tercero. Ese era el encargado de conducirlas hasta la casa ocupada por el objetivo.

¿Qué hicimos?

—Medellín, urgente, monten un puesto de control a la salida hacia Taraza y verifiquen un taxi de tales características que trae a dos mujeres con pinta de prepagos.

Los muchachos lo hicieron y finalmente detuvieron a un tipo en un Renault Citrus, lo identificaron, no tenía antecedentes pero se trataba de un paramilitar desmovilizado, es decir que supuestamente había pactado la paz: blanco es, gallina lo pone. —¿Cuántas mujeres vienen?

—Dos.

—¿Pinta?

—Una "P".

—¿Placas?

Como teníamos grupos más avanzados hacia Medellín, las comunicaciones eran claves.

—Punto uno: cruzó el taxi.

—Punto dos: cruzó.

—Punto tres: es suyo, lo tiene a cinco minutos. Se lo entregamos.

—Es mío, lo tomo.

Lo seguimos hasta la entrada a Tarazá. Allí se detuvo al lado de una Nissan azul, doble cabina, camioneta cuatro por cuatro pick up.

En adelante el seguimiento se haría desde el aire y nuestro trabajo consistiría en marcarle la camioneta a la nave con un sistema electrónico solamente identificable desde arriba.

El avión plataforma de la Policía despegó a nuestro aviso, pronto lo escuchamos encima y nos reportamos tal vez durante unos quince minutos, pero el clima se puso en contra: cielo aparatoso, nubes espesas y desde luego, una cortina de niebla cerrada que nos hizo perder al objetivo. No había nada más que hacer.

Las prepagos regresaron a la mañana siguiente y una vez en Medellín fueron ubicadas por nosotros. Un par de días más tarde el enlace del segundo Mellizo buscó a una de ellas y le dijo:

—Véngase en avión que el señor quiere volver a verla.

La mujer llegó al aeropuerto de una ciudad a media hora de donde nos encontrábamos, fuimos hasta allá, vimos que la recogió la camioneta azul, pedimos el avión, pero mientras se ubicaba y nosotros llegábamos a Tarazá, no logramos coincidir con él y perdimos otra opción.

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