Objetivo 4 (34 page)

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Authors: German Castro Caycedo

BOOK: Objetivo 4
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Cuando se bajó el ayudante, le pregunte:

—¿Dónde está la otra persona?

—¿Cuál?

—La de bigote. Aquí viene uno de bigote

El de bigote no aparecía y Antonio, nuestro jefe, dijo:

—Registremos milímetro a milímetro.

Buscábamos y no encontrábamos. ¿Dónde estará? Levantamos cuanto pudimos, lo movimos todo, no hallamos nada, pero nos causaron curiosidad dos cosas: una, que allí había bastante comida, y dos, un par de botas untadas de barro sobre el piso. —¿De quién son esas botas?

—De nosotros.

Les miré los pies y eran más grandes.

Permanecimos allí como una hora, una hora y media al cabo de la cual le dijimos al conductor que apagara nuevamente el motor. Cuando se bajó por primera vez le habíamos ordenado lo mismo, pero él lo había vuelto a prender.

Corrió el tiempo. Ahora llevábamos dos horas y media en aquel punto, pero nosotros seguíamos deteniendo camiones y tractomulas para que el chofer no se pusiera demasiado nervioso. —¿Cuál es el problema conmigo? Yo ya les mostré mis documentos, ya les mostré esto y aquello, déjenme ir. Yo no sé nada de cocaína. Yo no trafico con eso. Por favor... —dijo el hombre.

—¿Cuál es la prisa?

—Mucha. Necesito hablar con su jefe.

—¿Para qué?

—Para que me dejen prender la tractomula.

—¿Por qué?

—Porque se le agota la batería.

—Jefe, el chofer dice que se le agota la batería —le comente y él respondió:

—No.

Empezó a llover a chorros y nosotros, ya no más puesto de control, ya no más detener camiones, nos recogimos a esperar que escampara y metimos a dos de nuestros muchachos dentro de la cabina de la tractomula y cerramos la puerta.

—Quédense muy callados. Silencio absoluto.

Veinte minutos después abrieron y uno de ellos nos dijo: —Alguien se está asfixiando adentro, respira con mucha dificultad. Allí hay alguien escondido.

En ese momento el chofer habló:

Se está ahogando ese man.

Habían pasado cerca de tres horas, volvimos a mirar por todos los rincones, nada; a golpear en las esquinas, nada.

Cuando entramos una vez más a la cabina y nos movimos hacia donde están localizados el camarote y la nevera, vimos que en una de las esquinas sobresalía una arista casi imperceptible. Allí había un escondite. Nosotros nunca pensamos que alguien se encontrara dentro de un espacio tan insignificante, tan reducido.

Se acercó nuestro jefe, esperamos allí y unos segundos más tarde vimos que en aquel sitio se abría una pequeña puerta y el bandido salía pálido, con la respiración convulsionada. Estaba prácticamente asfixiado.

FELIPE (Oficial superior)

Cuando el tipo se bajó de la tractomula preguntó quién era nuestro jefe en tono amenazante, como reclamándole por la muerte de su hermano, pero el jefe se le paró al frente y le dijo: Yo no le tengo miedo a usted. A los bandidos yo no les tengo miedo. He librado muchas guerras y la suya es la primera. A su hermano se le dio de baja porque se enfrentó.

Y si usted se enfrenta, también le damos de baja.

Vimos que el tipo se aplacó y respondió luego:

—Los felicito, gracias por respetar mi vida...

Luego, cuando entramos a la sala de juntas de la Escuela de Aviación de la Policía, Pablo Arauca volvió a hablarle a nuestro jefe:

—General, quiero hacerle un regalo.

Sacó la imagen que llevaba en un escapulario, con ella una llave para abrir esposas, y se la entregó.

(Con esa hubiera podido escapar).

Finalmente nuestro jefe le dijo:

—Usted escogió un camino. Nosotros el nuestro: este es nuestro trabajo.

SEBASTIÁN (Oficial superior)

Antes de ser extraditado, Pablo Arauca me habló:

—Tengo mucho dinero y voy preparado psicológicamente para pagar veinticuatro años de cárcel en Estados Unidos... Pero no les voy a dar ni un dólar a los gringos... ¿Y sabe qué? Cuando salga me voy a comprar una isla y viviré allá mis últimos veinte o treinta años.

En ese momento parecía tener muy buen estado físico. Más tarde, por información especial, supimos que mucho tiempo después de la extradición, todavía lo mantenían en "el hueco" de una cárcel por agresivo, sin ver la luz, sin escuchar a nadie, sin hablar con nadie. En aquel momento a la única persona a quien había delatado era a la Mona, preso en Colombia.

ANTONIO (General)

Acababa de suceder aquello del hombre podando árboles con una motosierra que encontró a un comando tendido entre la hierba, se fue retirando poco a poco y luego dio el aviso de nuestra presencia. De allí se nos había escapado una vez más pablo Arauca.

Justo en ese momento me llamó mi general Óscar Naranjo y me dijo que viajara a Bogotá, Club de la Policía:

—Hay un señor que quiere hablar únicamente conmigo porque tiene mucho miedo, pero entrega buena información —comentó.

Unos minutos después llegaron un hombre y una mujer. Ella era una funcionaria pública que venía a dar fe de la veracidad de la historia que contaba aquel hombre:

—Yo soy la garante. No es que no crea en la Policía, sino que él ha visto mucha corrupción y sabe que puede fallecer si da un pequeño paso en falso.

La señora se apartó y nos dejó solos.

Mi general le dijo inicialmente que la Policía tenía grupos especializados que perseguían a Los Mellizos y que habláramos los tres. Yo comandaba esos grupos.

El informante dijo que sí:

—¿Entonces...?

—Quiero entregarles a uno de Los Mellizos.

Se trataba de una persona de unos cuarenta, cuarenta y cinco años, perfil de Hombre del campo, fuerte, y empezó a contar qué sabía de Los Mellizos.

Yo lo escuchaba, afirmaba y confirmaba luego de cada frase. Todo lo que decía era verdad. Citaba nombres de gentes que existían, lugares exactos, cosas precisas sobre aquella organización.

—¿Cómo nos lo va a entregar? —le pregunté

—A bordo de una tractomula que tiene una caleta o escondite muy bien camuflada. Él se mueve mucho y yo sé que ustedes le han llegado muy cerca, pero ha logrado huir, por ejemplo, de Santa Marta o del Magdalena Medio específicamente en ese vehículo.

ISMAEL (Coronel)

—Mire —continuó—, la tractomula lo recogió el mismo día que se escapó en el peaje de El Copey y lo llevó desde la planicie que rodea a la Sierra Nevada, hasta Chía, cerca de Bogotá a cientos de kilómetros de montañas.

Allí buscaron una casa con una gran zona verde, rodeada por una malla con electricidad y más allá un cordón de casas de gente pobre adiestrada para avisar con pitos, ladridos de perros, latas, gritos, tablas, cacerolas, si veían a alguien sospechoso en los alrededores.

Pablo Arauca se quedó en esa casa con un bandido llamado el Pollo y el chofer se fue a guardar la tractomula en otro sitio.

Luego amplió la historia:

—Todas las veces que Pablo Arauca se les fue a ustedes, el mismo chofer lo sacó de cada zona en ese vehículo —y comenzó a hacer un recuento que, según Antonio, nuestro jefe, coincidía bastante con lugares y fechas aproximadas:

—El lunes —dijo el informante— la tractomula llevó a Víctor, el muerto, hasta Coveñas en la costa Caribe. El tipo se alojó en una finca con dos viejas y allí pasó la Semana Santa. Al martes siguiente lo transportó hasta tal lugar, en el centro del país, a cientos de kilómetros de allí.

Cuando contó aquello, vimos una oportunidad de oro, la comentamos entre los oficiales de Inteligencia —al grupo de operaciones no se le informa nada de esto— y llegamos a la conclusión, además lógica, que aquel hombre era el que tenía la brújula para volver sobre los pasos de Pablo Arauca.

ANTONIO (General)

—¿Por qué conoce tan bien los movimientos de ese vehículo? —le pregunté.

—Porque yo soy el que maneja, es decir, al que administra o da las órdenes para el trabajo de la tractomula. Por eso puedo entregarles a Pablo Arauca. Tengo una posibilidad casi del noventa por ciento de que cuando se vaya a mover me llame y yo se la tengo que enviar... El me dice sáqueme, lléveme, recójame y si no lo puedo hacer yo, tengo la posibilidad de mandar a alguien a que lo haga. Pero yo manejo la información —como dicen ustedes— en tiempo real cuando están en movimiento... —¿Cuál es la matrícula del vehículo?

—Ni la matrícula ni la descripción se las entrego a usted ni a nadie hasta que no me den plena garantía sobre mi seguridad.

—Esté tranquilo.

Hablando de Los Mellizos, nuestro informante contaba que había logrado vincularse a esa organización estando en Vijes, pueblo en el occidente de Colombia, donde él tenía un camión y su papá un pequeño autobús, y vivían del transporte público.

Los Mellizos eran de una familia tan pobre como ellos, pero Víctor se fue para Estados Unidos y comenzó como panadero en Nueva York.

Luego, ambos llevaban sus propias porciones de cocaína, es decir, eran sus propias "mulas" y aprovecharon la panadería para comenzar a distribuir la droga. Aquello resultó un éxito y rápidamente fueron traficando con cantidades cada vez mayores.

Un par de años después y a sabiendas de que se trataba de una operación incierta y por lo tanto de grandes riesgos, Pablo Arauca lo lanzo al azar

—Hermano, váyase para el Brasil, recoja una droga en tal parte y la transporta hasta tal sitio. Allá tengo los contactos.

El informante se fue a Río de Janeiro, le entregaron quinientos kilos de cocaína en un camión y desde luego cayó en una trampa que le tendieron los socios del Mellizo. Fue capturado y terminó en una cárcel

No obstante, esperó a que Pablo Arauca se hiciera cargo de su defensa, o se interesara por él, o por lo menos preguntara cómo había sucedido aquello, pero no: lo había dejado abandonado a su suerte.

Desde luego, este hombre tenía algún dinero porque había estado en el negocio de la droga, con él se administró su propia defensa y gracias a un vericueto jurídico logró salir de la cárcel un par de años después y se vino con un resentimiento muy grande. Ese fue su primer problema con Pablo.

Con el dinerito que le quedó, regresó a Vijes, compró un bus viejo y se lo dio a su padre.

Estando allí apareció Víctor y lo invitó a que trabajara nuevamente con ellos. Como le iba mal en lo del transporte, regresa y se sumó, ahora como conocedor de la organización.

En aquella charla llena de historias y precisiones, regresamos al tema inicial y él hizo un recuento ya más pormenorizado de los sitios hasta los cuales le habíamos llegado a Pablo Arauca.

—¿Ellos qué dicen de eso?

—Que alguien los entregó porque se trataba de movimientos secretos. Le echan la culpa a un cura, a un profesor, a un abogado, a este, al otro...

—Bueno, ¿y ahora, cómo nos va a entregar al Mellizo?

—Yo lo llamo a usted y le informo por dónde va la tractomula.

(En ese momento digamos que me dañó mi operación, porque yo estaba planeando llegar a un ponto determinado con helicópteros, comandos...)

—¿Pero usted también va a Caucasia? —le pregunté.

—Sí, claro. Allá está Víctor, pero ese es buena gente. Él me salvó la vida. A ese no se lo voy a entregar.

(Estaba confirmando el sitio donde se encontraba).

—Les repito que al que quiero entregar es a Pablo Arauca.

Pensó unos segundos y luego empezó a contar sus roces con el bandido, por los cuales él le dijo una primera vez a su hermano Víctor que lo matara.

—Hay que salir de ese hombre. Hay que matarlo ¡ya!

El informante le pidió a Víctor que le perdonara la vida y este se la perdonó.

Más tarde Pablo Arauca volvió a ordenar que lo asesinara, y por segunda vez Víctor desobedeció. Desde luego, este hombre guardaba un resentimiento muy grande, pero muy grande, y eso lo había hecho venir hasta nosotros.

—¿Cómo se mueven Los Mellizos en sus zonas?

—Mire: a la gente que va a subir hasta allá, la recogen en la carretera principal, en Taraza, y la transportan en un campero viejo.

Cuando dijo "campero viejo", me fui para atrás.

—¿Cómo es el grupo de seguridad de Víctor?

—Anda con cinco guardaespaldas...

—Pero, ellos acostumbran a rodearse de gente de mucha confianza...

—No, la de confianza es la cocinera —dijo, la describió pensó unos segundos y repitió—: Yo no le estoy dando información de Víctor. Yo del que le estoy hablando es de Pablo Arauca.

—Bueno, usted está confirmándonos que conoce bien esa organización, aunque, cualquiera abre un periódico y sabe lo que usted nos está diciendo. Yo entiendo que el tema ahora es una tractomula, pero, un momento: nosotros estamos operando contra todos los bandidos. Si el segundo Mellizo cae, cae.

—Bueno, pues... Usted está en lo suyo.

Continué indagando y me dio los nombres de algunas fincas y me habló de pequeños puertos de río... Yo tenía el mapa en la cabeza.

—¿Y cómo se puede llegar a tal puerto?

—Por esta vía o por esta otra, aunque por aquí es más demorado porque...

Mi general Naranjo sonreía porque aquella operación no la conocía con minucias, y me dijo:

—A partir de ahora este señor es enteramente suyo.

—Bueno —continué con el informante— lo único que no me convence es por qué usted no nos describe la tractomula y no nos dice el número de la matrícula.

—Bueno. La matrícula es... es... AKH 560, cabina blanca con una virgen pintada en cada uno de los costados.

Desde ese momento comenzamos a identificarla como la Cinco Sesenta.

Luego habló de su recompensa, de la posibilidad de sacar a su familia del país —unas veinte personas—, y yo le dije que eso no lo ofrecía la Policía, pero que le garantizaba ayuda.

Volvimos al tema de la tractomula:

—Necesito verla para creerle —le dije.

—La va a ver —respondió.

En ese momento estábamos en búsqueda de Víctor, el segundo, pero a la vez, detrás de Pablo Arauca. Yo tenía que regresar a la zona de operaciones y dejé un oficial para que lo cuidara:

—Nadie, absolutamente nadie puede saber que él existe, así lo llame mi general Naranjo. Nadie puede saber de él...

Y sólo nos comunicaremos por este teléfono —le dije al oficial.

Pasó algún tiempo y no se supo más de Pablo Arauca. Finalmente cayó su hermano Víctor, y el informante le comentó al oficial:

—Con la operación que desgraciadamente ustedes le acaban de hacer a Víctor y ese aviso del general Naranjo en la televisión, Pablo Arauca se va a mover. Debe estar en tal parte.

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