Objetivo 4 (41 page)

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Authors: German Castro Caycedo

BOOK: Objetivo 4
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Esta operación se había empezado a planear con base en la experiencia de las anteriores, contando con los inconvenientes, con los aciertos y los desaciertos presentados y buscando que este no fuera a ser un susto más para el objetivo sino la estocada final.

Antonio tuvo en cuenta el nivel logístico, administrativo, operativo y en ella vinculó a casi todos los servicios especializados de la Policía Nacional, tanto grupos de combate. Hombres Jungla, comandos del Grupo Antiterrorista, Comando de Operaciones Especiales, Escuadrones Móviles de Carabineros. Alrededor de mil personas.

La idea inicial fue asaltar, pero aparte de asaltar, no repetir aquello de entrar y salir. "Esta vez vamos a entrar, vamos a saturar la zona y de esta forma lo podremos capturar", dijo el jefe.

Inicialmente pedimos el apoyo de un avión para que ubicara algunos objetivos específicos y lo hizo sobre una montaña. En un sobrevuelo, captamos imágenes, pero como la región es selvática tuvimos dudas: "¿Nos equivocamos? ¿Entramos mal? ¿Falló el avión?".

Hicimos la valoración y se tomó la decisión de atacar. Debíamos operar con la idea inicial y definimos cinco puntos exactos para atacar. Ya teníamos las coordenadas, lo teníamos todo en cuanto a cartografía y nos desplazamos inicialmente unas cien personas hasta el aeropuerto de Rionegro, unos quinientos kilómetros al noroccidente de Bogotá. Era la gente del primer asalto, el de mayor riesgo pero a la vez el de mayores probabilidades de consolidar el objetivo.

Durante dos días se hizo la planeación, se organizaron las cosas y finalmente salimos antes de las seis de la mañana. Primera luz del día.

Estábamos a una hora y media del objetivo, nuevamente vuelo rasante en la caja de sardinas y llegamos al punto de operación.

Cuando nos ubicamos sobre la montaña el helicóptero descendió, se posó arriba del punto haciendo un estacionario, pero las palas del aparato provocaron una turbulencia, abrieron la selva y nos encontramos con una vivienda cubierta por los árboles.

Además, habían hecho una especie de huerta sobre el techo con yerbas selváticas, de manera que fuera imposible identificarla desde el aire. Estaba totalmente camuflada y observamos a cinco personas armadas que nos empezaron a disparar. Antonio le dio orden al artillero para que abriera fuego y empezaron las ametralladoras a escupir ráfagas impresionantes con varios cañones a la vez que tumbaban árboles, y repelieron el ataque.

El primer grupo de comandos bajó por cuerdas. Encontraron fusiles, ropa, pero Mario, que estaba allí en ese momento, alcanzó a escapar.

Los bandidos decían que el tipo se había deslizado por una cañada cercana, que había dos personas heridas, entre ellas la cocinera, que el Viejo estaba en mal estado, que había tenido que escapar en calzoncillos y nosotros hicimos un análisis de la cartografía para mirar cuál podría haber sido la ruta de escape. En aquella casa encontramos unos túneles de aproximadamente cincuenta metros de longitud.

Avanzamos luego por la cañada, un terreno totalmente hostil, difícil de caminar por la pendiente, por las piedras sueltas, por el agua. Caminamos por allí unas cinco horas y salimos como para acostamos a dormir ocho días. Terrible. Y no encontramos nada. Hacíamos paradas tácticas, utilizábamos el teléfono satelital, pedíamos más gente. Antonio llamaba y ordenaba, "Mándeme doscientos hombres, ubíquenmelos en tal punto, ubíquenme gente en tal otro" Coordinación permanente.

Sabíamos que teníamos que empezar a cerrar un cerco, a cerrar, a cerrar para ubicar a la gente que se había escapado y poder cogerla, pedimos el avión especifico para esa operación pero un general de la Fuerza Aérea dijo que no lo permitía. Tenía que ir a bordo un oficial suyo.

Bueno, por fin logramos salir de la cañada, nos recogió un helicóptero y nos llevó a un punto más alto en la misma área de operación, en donde habíamos montado repetidoras para los radios. Allí estaba el puesto de mando en la misma área de operación, en lo alto de una montaña en medio de la selva.

En tanto, nuestra gente cerraba espacios y nosotros analizábamos lo que informaba el analista desde el Centro de Operaciones en Bogotá:

Que el Viejo se voló, que el Viejo está mal, que lo sacó un viejito con unas mulas por un sitio llamado Manuel Cuello.

Bueno —dijo Antonio—, la prioridad es ubicar al personaje que lo sacó.

En aquel momento estábamos en la cima de una montaña en la que no había ni una casa, nada, y nos acostamos en el piso a mirar las estrellas. Eran aproximadamente las ocho de la noche, cansados, empapados, pensando qué hacer.

Unos minutos más tarde empezamos a escuchar disparos, un combate, pensamos que con los bandidos de Mario y en ese momento le dijeron a Antonio que llamara a mi general Óscar Naranjo a la Dirección de la Policía. Antonio le contó lo que había sucedido.

—Pero ¿ya casi? —preguntó él.

—Estamos cerca, mi general. Estamos cerca.

—Le voy a pasar al señor Presidente.

El Presidente dijo:

—Mi general, no deje ir esa presa, mi general. Transmítales mucha moral a sus muchachos, a ese tipo hay que capturarlo esta vez.

—Señor Presidente, necesito que usted autorice que ese avión salga ahora.

—¿Quién le está poniendo problema? Déjeme que yo organizo ese vuelo.

A la media hora estaba volando sobre nosotros. Ese era el avión que nos podía ubicar lo que necesitábamos.

Más tarde buscamos una casita de campo con piso de barro y tal, que quedaba por allí cerca, con ratones y cucarachas incluidas y allí dormimos.

Despertamos a las cinco de la mañana, empezamos a mover tropas y a buscar al hombre de las mulas en el sector que nos había señalado el avión, pero un grupo de Hombres Jungla que se había, desplazado por la noche llegó al rancho y capturó a un señor.

Ese era el hombre de las mulas. Nos informaron y llegamos allá en un helicóptero.

—Cuéntenos qué ha sucedido.

—Sí, efectivamente yo saqué a dos personas de allí y las llevé hasta Manuel Cuello. Una señora estaba herida en una mano y el otro señor...

—¿Usted sacó a Don Mario?

—No, a el no.

El señor nos dio algunos datos y continuamos el trabajo.

Luego de un tiempo breve apareció un sobrino de Mario, el que le cargaba el fusil, el que le cargaba el chaleco, el que le llevaba todo. A ese hombre lo ubicamos en otta montaña, mandamos a un grupo de comandos para detenerlo y nosotros nos trasladamos en el helicóptero.

—Cuéntenos.

—El Viejo se aporreó, pero no sé dónde está porque salió corriendo. Se fue con una persona. A nosotros nos despachó: "Yo me voy solo y ustedes, cada uno váyase por un lado. Después hablaremos", dijo. No sé nada más.

En ese momento Antonio tomó la decisión de salir hasta Necoclí para organizar mejor la información, ver dónde se hallaban ahora las patrullas, ubicarlas en los mapas y ordenar un nuevo ataque. De lo contrario estaríamos dando bastonazos de ciego.

Salimos con él, aprovechamos para comer algo, nos aprovisionamos y dormimos allí. Era la noche del Jueves Santo.

El avión nos había marcado una coordenada en otro sector que nos indicaba la posibilidad de que lo hubieran sacado por allí. Nos fuimos para aquel sitio al día siguiente. Tres de la tarde. Un caserío supremamente pobre. Había un campo de fútbol sin grama, una escuelita en ruinas. Aterrizamos, hacía un calor endemoniado.

Nos distribuimos alrededor de la cancha descansamos un rato, luego regresamos a la base, trabajamos hasta la medianoche reorganizando la operación, dormimos entre la una y las seis de la mañana del Viernes Santo y un poco más tarde el avión reportó otro punto en una montaña al oriente de allí y nos fuimos para ese lugar.

Aterrizamos y vimos a lo lejos a un sujeto con sombrero "vueltiao", típico del Caribe colombiano, en un caballo fino, con tres celulares en el bolsillo. Era alguien de los bandidos porque el punto había sido señalado por el avión, pero no pudimos hacer nada porque desapareció pronto en un terreno inhóspito sobre el talud de una montaña donde el desembarque había sido complicado.

Total, en esa zona se verificaron algunas casitas de campesinos, pero no encontramos nada especial.

Continuamos en el helicóptero y supimos que los bandidos estaban pidiendo medicinas, que debían llegar a un punto determinado y de allí subir hasta Manuel Cuello.

En los mapas Manuel Cuello era un arroyo, pero a la vez había una señal que le estaba "pegando" al avión cerca de la corriente de agua y partimos hacia ese nuevo punto. Allí encontramos una caseta, un campo de fútbol, un par de casas, un teléfono público, que particularmente era un árbol de mango y tocaba recostarse contra el tronco para que saliera señal.

Allí entrevistamos a varias personas y como hacían referencia "a los mangos", "a los mangos", preguntamos y un señor dijo:

—Váyanse por este camino y llegan allá.

Hicimos un nuevo sobrevuelo y nos retiramos de la zona.

Durante el día operábamos con los helicópteros, por las noches íbamos vestidos de paisanos a buscar a la gente que supuestamente estaba coordinando la salida de Mario en embarcaciones. Veinticuatro horas de trabajo.

Bueno, pues analizando la información que habíamos allegado durante las últimas horas, sacamos la conclusión de que el objetivo tenía que encontrarse en la zona de Manuel Cuello, el caserío del árbol y el teléfono.

Llegamos nuevamente allí, nos aproximamos a una casa en zona montañosa, y a eso de las seis de la mañana vimos algún movimiento.

RAÚL (Jefe de comandos)

A esa altura de la operación, nuestro jefe estaba desmotivado porque confiaba mucho en la información que nos habían dado y en este punto no habíamos encontrado nada. Al parecer, ya no teníamos una esperanza cierta.

Le comenté por radio que habíamos encontrado una casa campesina con una cuatrimoto al frente de la puerta, le dije que íbamos a inspeccionar el lugar y que si no encontrábamos nada, bueno, que nos recogieran los helicópteros para marchamos de allí. Fin de la operación.

—De todas maneras, concédanos un compás de espera —le dije.

Acabe de hablar con él cuando me llamaron los comandos que observaban la casa:

—Salió un muchacho joven con una pistola en el cinto, y una muchacha, por cierto muy bonita, y van a tomar la cuatrimoto.

—Intercéptenlos, identifíquenlos. Ya voy para allá —les dije.

—Se trata de un muchacho con la piel llena, pero llena de tatuajes y una muchacha, realmente bonita, ambos de la región. No parece ser una prepago, sino alguien de algún pueblo cercano.

—¿Algo más?

—Sí. Entramos a la casa, registramos y encontramos una computadora, dos pistolas más, ropa de hombre, de marca, comida abundante en una nevera y una serie de elementos que nos indican que aquí estuvo recientemente el objetivo.

Les respondí que me estaba acercando, nos encontrábamos a unos cuarenta minutos. Cuando íbamos subiendo la montaña para buscar el sitio y vi a mis hombres en la casa y muy cerca el mar, pensé: "El bandido se nos fue por agua".

Es que la situación se prestaba. El sitio era estratégico en ese sentido.

Llegamos a la casa y encontramos a la muchacha, al muchacho y a tres niños. Revisé lo que habían encontrado mis hombres y le preguntamos primero a la muchacha de quién era la pistola que tenía el joven:

—Es mía —dijo, tal vez pensando que por ser mujer no cometía un delito.

—¿Y la moto?

—Es mía —respondió la muchacha, una joven de unos dieciséis años.

—¿Y la computadora?

—También es mía.

—¿Y la ropa nueva, masculina, de marca, empacada todavía en sus sobres, también es suya?

—No, esa es de mi papá que trabaja en la alcaldía de Turbo —dijo muy convencida de su papel.

Sin embargo, la casa era muy sencilla, muy sencilla, como la de cualquier campesino de la región.

—Pero su papá sí es muy cotizado, porque ustedes viven en esta casa, él usa ropa fina, de marca, usted tiene cuatrimoto….

—Sí. Es que en la alcaldía a él le va muy bien.

La muchacha era muy grosera, adiestrada, agresiva.

Al hombre lo habíamos separado de la muchacha y hablamos con él.

—¿Usted a qué se dedica?

—Soy peluquero.

Continuamos preguntándole y presionándolo y él insistía en que era el novio:

—¿Cómo se llama ella?

—Eh... eh... Mariela.

No conocía su apellido, no sabía nada más. Nosotros ya teníamos su tarjeta de identidad.

—¿ Y de dónde viene su relación?

—Sí, yo la conozco, pero... pero... no somos novios.

Le pregunté por el bandido y bajó la vista:

—¿Mario? ¿Quién es él? Yo no sé nada de ningún Mario. Le dije que no había problema. Que simplemente lo iba a poner a disposición de las autoridades judiciales ya que tenía un arma sin salvoconducto, una cuatrimoto de la que no exhibían ningún documento de propiedad y que no lo veíamos como a una persona de bien, y volví a hablar con la muchacha.

Ella preguntó por qué molestábamos tanto.

—¿Molestando? Acabamos de llegar.

—Bueno, es que ayer estuvieron aquí unos muchachos que deben ser compañeros de ustedes, Vinieron, pidieron agua, me pagaron para que les hiciera de comer, comieron, se quedaron un rato y luego se fueron.

En ese momento supe que se trataba de una patrulla de Hombres Jungla.

Me comuniqué y efectivamente había por allí dos grupos muy cercanos, al mando de dos capitanes. Ellos vinieron luego y confirmaron que habían estado allí la víspera porque llevaban una semana sin comer caliente y que por la noche volvieron a sus puntos.

—Ustedes están en una operación y no pueden descuidar los sitios de reacción. Es que a lo mejor el objetivo ha aprovechado algún descuido y se ha fugado del lugar.

En medio de mi disgusto los mandé a que hicieran una exploración entre la casa y la playa, a unos mil doscientos metros.

CARLOS (Analista)

Supuestamente a Mario lo iban a sacar de algún punto. A las once de la noche había salido Vegueta en un bote y llamamos al jefe Ismael:

—El hombre se voló.

—¿Por dónde?

—No lo sabemos, van en un bote

Nosotros teníamos controlada esa zona de tal maneta que si el objetivo cruzaba el cerco, iba en busca de la embarcación. La gente de Inteligencia se traslado al lugar, hablaron con las personas que había por allí a esa hora pero decían que no habían visto nada.

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