Terminó sus palabras con una nota de desafío, y una expresión casi sorprendida ante su propia energía.
—Estoy seguro de que Flamen no le estaba pidiendo que se convirtiera usted en un traidor —dijo Conroy rápidamente—. Pero creo que no es necesario decirle, Jim, que yo trabajo mucho mejor sobre las bases de las reacciones personales que de los análisis computarizados. Y algunas veces…
Fue su turno de vacilar, y los que le escuchaban le miraron desconcertados mientras él paseaba su vista de uno a otro, deteniéndose un buen rato en la contemplación de Lyla.
—Será mejor que les declare cuáles son mis intereses —dijo al fin, y sonrió irónicamente—. Sin pretender en lo más mínimo desprestigiar la posición y la influencia de Flamen, reflexionar sobre todo este asunto me lleva a la conclusión de que es poco probable que algo tan directo como una evaluación independiente de la señora Flamen nos dé la palanca que necesitamos para derribar a su jefe de su pedestal, Jim. Resultaría muy fácil invalidar las acusaciones atribuyendo motivos personales, ¿no? Y sin embargo, en el vuelo de Manitoba hasta aquí, no dejé de pensar en lo necesario que es conseguir echar a Mogshack.
Se reclinó en su asiento, juntó las yemas de los dedos, y les miró a todos pensativamente.
—Entiendan…, guste o no, y personalmente a mí no me gusta, esta ciudad de Nueva York tiene un prestigio, un
cachet
, una influencia, erigidos en los días en los que Estados Unidos estaba realmente en la cima del mundo. Existe una curiosa clase de envidia, que estoy seguro de que todos ustedes han observado, que significa que incluso la gente de Ciudad del Cabo y Accra y las capitales de Asia prestan una atención nostálgica a lo que se hace en Nueva York, del mismo modo que los godos y los francos veneraban a Roma incluso después de que Alarico hubiera saqueado la ciudad y los romanos hubieran dejado de ser una gran potencia. Y Mogshack se halla aquí en la cúspide de la cúspide, y sinceramente creo que está haciendo cosas que a la larga resultarán desastrosas. Pero que están siendo imitadas desde México hasta Moscú, y…, y eso me preocupa. Jim, ¿se da cuenta de adonde voy a parar?
Reedeth había vuelto a sentarse en su silla. Asintió cautelosamente.
—Tengo que confesar que no me siento contento con el sistema bajo el cual trabajo —dijo—. Usted, prof, o cualquier otra persona, puede producir algo mejor, aunque…
—Yo soy viejo y me siento cansado, y me he visto reducido a enseñar a un puñado de estudiantes no demasiado brillantes y en un país que ni siquiera es el de mi nacimiento. —Conroy suspiró—. Pero creo que aún me siento capaz de apartar un peso muerto de las mentes de la próxima generación, la cual deberá acabar de barrer el follón que dejamos atrás. Me gustaría probarlo, al menos, y lo que propongo es esto. Durante los últimos días, parece como si no solamente uno sino todo un grupo de curiosos y cuestionables acontecimientos se hayan producido aquí, los cuales, combinados, pueden proporcionarle a Flamen lo que desea. Discúlpeme —añadió al hurgón—, pero como ya he dicho, el caso de su esposa solo no es suficiente. En cambio, quizá si tomamos todo esto junto, podamos conseguir un ataque combinado. Empecemos con algo que la mayor parte de la gente encontrará muy extraño… No pretendo faltarle al respeto, señorita Clay, pero la gente sigue mirando con suspicacia a las pitonisas. ¿Qué hay acerca de ese asunto de llamar a una pitonisa y luego actuar según sus oráculos?
—No fue eso lo que hicimos —dijo Reedeth—. No exactamente. Como dije, fue lo que nos dijeron los automatismos acerca de los oráculos lo que nos convenció.
—¿Nos?
—A mí y a mi colega Ariadna Spoelstra. Fue idea suya el invitar a la señorita Clay a actuar aquí.
—¿Y Mogshack lo aprobó?
—Por supuesto. Aunque tengo entendido que necesitó mucha persuasión.
—Bien, ahí tenemos nuestra primera línea de aproximación. Vayamos a la segunda. —Conroy se volvió a Madison—. Parece como si esté disculpándome por lo que digo a cada minuto o dos, ¿no? Pero tengo que afirmar que estoy seguro de que la gente de fuera del hospital va a sentirse muy sorprendida de saber que usted se encargó durante varios meses del mantenimiento de los automatismos de este lugar mientras seguía siendo oficialmente un paciente mental. Y estoy seguro de que no se siente usted muy bien dispuesto hacia el hombre que lo ha mantenido internado aquí durante mucho tiempo después del que le correspondía haber recibido el alta.
Madison giró una mano como si estuviera derramando agua de su palma. Dijo:
—Realizar el mantenimiento de los automatismos es algo para lo que sirvo, señor Conroy.
—Y no está usted bromeando —dijo Reedeth. Parecía haber recobrado el dominio de sí mismo—. Lo que le hizo a ese robescritorio mío es casi increíble. Y, ahora que pienso en ello, nunca le di las gracias.
—Sí, ese es el punto al cual quería llegar —dijo Conroy—. Usted nos ha hablado de ese robescritorio y de cómo había sido modificado… ¿Puede darnos algunos ejemplos de su nuevo comportamiento?
—Acabo de darles uno —dijo Reedeth—. Todo lo que estamos diciendo es confidencial…, ¡afortunadamente!
—Esa es una demostración de tipo negativo. ¿Qué le parece alguna positiva? ¿Algo que nos demuestre que todos los recursos del complejo cibernético del Ginsberg pueden ser utilizados a partir de esta simple entrada? Según he entendido, eso es lo que usted ha dicho.
—¡No creo que haya la menor duda al respecto! —exclamó Reedeth—. Nunca pensé que fuera posible… —Calló bruscamente.
—¿Nunca pensó qué?
Unas pequeñas perlitas de sudor habían aparecido de pronto en la frente de Reedeth.
—Nunca pensé que fuera posible solicitar datos a través de mi robescritorio acerca del propio doctor Mogshack —murmuró—. Pero supongo que eso es algo que una persona ajena a este lugar no apreciará como corresponde.
—Yo lo aprecio —dijo Conroy con una cierta seriedad—. Tengo una clara impresión de lo que debe de ser trabajar bajo su jefe, aunque hace mucho tiempo que escapé de esa desgracia. De todos modos, sigo deseando esa demostración. Hummm. Eso es una idea. —Se volvió a Flamen—. Los automatismos de este lugar se hallan notoriamente entre los más avanzados y elaborados de todo el mundo. ¿No tiene usted algún problema en mente que ellos pudieran resolverle?
—Esperen un mo… —empezó a decir Reedeth, pero Flamen había reaccionado instantáneamente.
—Por supuesto que lo tengo —dijo—. Doctor, ¿las emisiones regulares de Tri-V forman parte del entorno de sus pacientes que sus automatismos toman en consideración?
—Oh, por supuesto —dijo Reedeth, ligeramente desconcertado—. Cuando pasan al verde, empezamos a reacostumbrar a nuestros pacientes al mundo exterior, y las emisiones de Tri-V juegan un papel clave en el proceso.
—Dios mío —dijo Conroy muy débilmente.
Flamen prescindió de su comentario.
—En ese caso preguntémosle a su milagroso robescritorio por qué mis propios ordenadores me han asegurado que el ilimitado tiempo de empleo de las computadoras federales de que dispongo no va a librarme de las interferencias que han estado asediando recientemente mis emisiones —dijo Flamen, y se recostó en su asiento con una expresión de inocencia.
—Creo que no he comprendido bien —dijo Reedeth tras una pausa—. Oh…, yo no veo su emisión, me temo. Siempre estoy trabajando cuando sale por antena.
—Es algo completamente simple —dijo Flamen—. Mi emisión, y únicamente mi emisión, está sufriendo absurdas cantidades de interferencias literalmente cada día, desde hace meses, y las cosas están empeorando de tal modo que la gente apaga sus aparatos o cambia de canal. Los ingenieros de la Holocosmic juran con los ojos cerrados que no es nada que ellos puedan evitar. Quiero saber si debo creerles, o bien estoy siendo saboteado, o bien estoy volviéndome loco y desarrollando un complejo de persecución. Parece una pregunta razonable para hacerla a los ordenadores de un hospital mental. Especialmente puesto que mi propio equipo parece tener un punto ciego sobre el tema, ¡y en este momento se me ocurre que quizá, si estoy siendo saboteado, el sabotaje se extienda hasta los propios ordenadores de mi oficina!
Estaba bastante acalorado cuando terminó su parrafada.
Con una mirada de sospecha, como si estuviera preparado para admitir la sugerencia de paranoia, Reedeth resumió la pregunta para su robescritorio, y aguardó la respuesta más probable: datos insuficientes.
No se materializó. Con su habitual tono condescendiente, la máquina dijo:
—Ni los ordenadores del señor Flamen ni los federales poseen los datos necesarios para evaluar este problema.
—¿Eso quiere decir que tú tienes los datos? —preguntó Reedeth, confuso.
—Sí.
La expresión de Flamen era igualmente de desconcierto; resultaba obvio que no había esperado recibir una respuesta seria a su pregunta, sino que simplemente pretendía recoger el desafío implícito en la afirmación de Reedeth acerca de su robescritorio. Puesto que este había sido el elemento clave que lo había persuadido de aceptar la responsabilidad de la custodia de Madison tras su alta, resultaba lógico que pusiera el mayor énfasis en ello. Se sintió atrapado entre la decepción de no marcar un tanto contra Reedeth, y el genuino deseo de saber la respuesta.
—¡Entonces pídale que me responda a la pregunta! —le dijo jadeante a Reedeth.
—Lo intentaré —murmuró el psicólogo, e introdujo el problema en la máquina.
La mecánica voz respondió casi inmediatamente.
—La señora Celia Prior Flamen posee la habilidad de interferir con las radiaciones electromagnéticas en la banda utilizada para las transmisiones Tri-V, y este hecho no se halla almacenado ni en las oficinas de Matthew Flamen Inc, ni en el centro computador federal de Oak Ridge. Fue un hecho que quedó establecido después de su llegada a este hospital, y que consecuentemente no fue transmitido a los demás sistemas cibernéticos.
Hubo un asombrado silencio en la habitación. Finalmente, Flamen dijo con voz débil:
—Pero… Reedeth, ¿están sus automatismos tan locos como sus pacientes?
—Realmente suena como si lo estuvieran —admitió Reedeth. Sus mejillas se habían vuelto pálidas—. A menos que… No, es absurdo. Pero…
—¿Pero qué? —interrumpió Conroy con entusiasmo, en vez del tono burlón que era de esperar.
Reluctantemente, Reedeth dijo:
—Bien, ahora que pienso en ello, es cierto… Hubo una maldita sucesión de interrupciones en nuestra comred interna directamente después de que llegara aquí la señora Flamen. ¿Lo recuerdas, Harry? —Se volvió hacia Madison.
—Oh… Sí, doctor, es completamente cierto —dijo el nig, con tono deprimido.
—Pero aunque así fuera —dijo Reedeth, pareciendo lamentar su anterior reacción—, no veo cómo nadie podría…
—¡Jim! —interrumpió Conroy—. ¿No confía usted en los automatismos con los que trabaja aquí dentro?
—Maldita sea, le hice exactamente la misma pregunta a Ariadna el otro día —suspiró Reedeth—. ¡Prof, literalmente no lo sé! Todo esto es están increíble…
La comred zumbó, y en la pantalla apareció el rostro familiar de Elías Mogshack, una sonrisa partiendo su bigote de su barba, un tono cordial coloreando las palabras que empezó a pronunciar cuando la imagen de Reedeth apareció ante él.
—¡Ah, doctor Reedeth! He oído que estaba usted trabajando esforzadamente más horas de las necesarias para arreglar algunos proble…
Y se interrumpió.
Silencio.
Cuando volvió a hablar, su voz era como una sierra cortando madera húmeda, rasposa y mordiente y con un chirrido malhumorado.
—¿No es usted Xavier Conroy?
Completamente imperturbable, Conroy asintió.
—Buenas tardes, doctor Mogshack. Hace mucho tiempo desde que tuvimos el placer…
—¿Qué infiernos está haciendo usted en mi hospital?
—¿Suyo? —contra-atacó delicadamente Conroy—. Extraño…, creí que pertenecía al gobierno y al pueblo del estado de Nueva York.
—Usted, hijo de puta —dijo Mogshack, y sus labios se apretaron de tal modo que cuando volvió a abrirlos estaban completamente desprovistos de sangre—. Salga de aquí. Abandone los terrenos del Hospital Ginsberg inmediatamente, o le haré sacar por la policía.
—Doctor Mogshack… —dijo Reedeth.
—¿Ha invitado usted a ese hombre al hospital? —retumbó Mogshack.
—¿Qué? Bueno, yo supongo que…
—¡Venga a verme inmediatamente el lunes, apenas llegue al hospital! Entonces le diré lo que pienso de usted…, no deseo que Conroy pueda reírse ahora de mi poco juicio al ofrecerle a usted un puesto en el Ginsberg. Pero le recomiendo que empiece a buscarse otro empleo; ¡eso sí puedo decírselo ya!
La pantalla se apagó. Transcurrieron unos segundos; luego el robescritorio dijo:
—Siguiendo órdenes del director del hospital, esta unidad queda desactivada hasta las nueve horas de la mañana del próximo lunes.
Y quedó mudo.
—Bien, si desea usted arreglar eso, presumiblemente Madison puede hacerlo —dijo Flamen, haciendo una mueca con los labios mientras se volvía para mirar al nig.
—Ya basta, Flamen —dijo Conroy suavemente—. Sí, es muy probable que Madison pueda anular la inactivación, pero ¿desea usted tirar su as en la manga?
Se puso en pie.
—Bien, esto arregla las cosas —dijo—. Hasta hace apenas un momento yo tenía aún mis dudas. ¿Usted también, Jim? Pero creo que Flamen acaba de tener un buen ejemplo de la clase de persona que supuestamente ha «curado» a su esposa, y Madison acaba de ver quién era realmente aquel que lo mantuvo retenido aquí más tiempo del necesario, y usted, Jim, acaba de recibir su orden de marcha. Salgamos de aquí como él nos ha dicho…, en el estado en que se encuentra, es perfectamente capaz de cumplir con su palabra acerca de hacerme sacar de aquí por los polis. ¿No es así, Jim?
Reedeth inspiró profundamente. Dijo:
—¿Recuerda que mencioné hace un rato que había obtenido datos acerca de Mogshack de este robescritorio? Bien, lo que decían esos datos… —Vaciló, pero un acceso de furia le hizo pasar por encima de sus reservas mentales—. ¡Decían que Mogshack deseaba que todos los Estados Unidos fueran sometidos a sus cuidados! ¡Bien, pues puede prescindir completamente de mí!
—Creo —dijo Conroy glacialmente— que la mejor evidencia que puede ofrecerle usted a Flamen de lo certero de la respuesta de sus automatismos respecto a la salud mental de su jefe es lo que acabamos de presenciar. Flamen, ¿tiene usted un equipo de ordenadores en su oficina?