Oscura (26 page)

Read Oscura Online

Authors: Guillermo del Toro,Chuck Hogan

BOOK: Oscura
5.08Mb size Format: txt, pdf, ePub

No habrá palabras que puedan expresar lo que siento por ti, ni el alivio que siento ahora que estás a salvo con Nora. Por eso te ruego que pienses en tu padre no como un hombre que te abandonó, que no te cumplió una promesa, sino como un hombre que quería asegurarse de que sobrevivieras a este asalto a nuestra especie. Y como un hombre que tuvo que tomar decisiones difíciles, de la misma forma que tú lo harás algún día.

Finalmente, te ruego que pienses también en tu madre tal como era. Nuestro amor por ti nunca morirá mientras vivas. Al concebirte, le dimos un gran regalo al mundo, y de eso no tengo la más mínima duda.

Tu viejo,

Papá

 

 

Oficina de Atención de Emergencias, Brooklyn

 

L
A SEDE DE LA
OEM (Oficina de Atención de Emergencias) estaba situada
en una calle oscura de Brooklyn. El edificio, construido hacía cuatro años y valorado en cincuenta millones de dólares, albergaba las ciento treinta agencias del Centro de Operaciones de Emergencias de Nueva York, equipadas con sistemas audiovisuales e informáticos de última generación, así como con potentes generadores de respaldo. El nuevo emplazamiento había venido a sustituir a
las antiguas instalaciones de la agencia, localizadas en el World Trade Center 7, derribado el 11 de septiembre. Fue construido para fomentar la coordinación de recursos entre los organismos públicos en caso de un desastre a gran escala. Los diversos sistemas electromecánicos garantizaban el suministro eléctrico durante un apagón.

El Centro de Operaciones estaba operativo las veinticuatro horas del día, y funcionaba normalmente. El problema era que muchas de las agencias que debía coordinar —locales, estatales, federales o sin ánimo de lucro— estaban sin conexión, sin personal suficiente o aparentemente abandonadas.

La cabeza de la red de emergencias de la ciudad seguía casi incólume, pero muy poca de su preciosa sangre informativa estaba llegando a las extremidades, como si la ciudad hubiera sufrido un severo accidente cerebrovascular.

 

 

E
ph temía perder esta oportunidad. Tardó en
cruzar el puente mucho más tiempo del que había previsto. La mayoría de las personas que podían y estaban dispuestas a salir de Manhattan ya lo habían hecho, pero los coches y los escombros abandonados en las vías impedían el paso. Una inmensa lona amarilla, atada a uno de los cables de soporte del puente, ondeaba como una vieja bandera marítima de cuarentena que se hubiera desprendido del mástil de un buque fantasma.

El director Barnes permaneció sentado y en silencio, aferrado a la manecilla de la ventana. Concluyó que Eph no iba a decirle adónde se dirigían.

El tráfico en la
Long Island Expressway era mucho más fluido, y Eph observó la ciudad mientras la atravesaban, viendo desde los viaductos la desolación de las calles, las gasolineras desiertas, los aparcamientos vacíos de los centros comerciales.

Su plan era peligroso, y lo sabía. Era más desesperado que bien concebido. Muy similar al de un psicópata. Pero él no veía ningún problema en eso. Al fin y al cabo, el caos reinaba a su alrededor. Y algunas veces la suerte hacía que los preparativos acabaran teniendo éxito.

Llegó justo a tiempo para sintonizar el comienzo del discurso
de Palmer en la radio. Aparcó cerca de una estación de tren, apagó el motor y se dirigió a Barnes.

—Saca tu identificación. Entraremos juntos al edificio de la OEM. Llevaré la pistola debajo de mi chaqueta. No le dirás nada a nadie ni tratarás de alertar al personal de seguridad. Le dispararé a cualquier persona con la que hables, y luego haré lo propio contigo. ¿Me crees?

Barnes miró a Eph a los ojos y asintió.

—Caminemos ahora, y rápido.

Llegaron al edificio de la OEM, situado en la calle 15. Los vehículos oficiales estaban aparcados a ambos lados. El exterior de ladrillo marrón se asemejaba al de una escuela primaria recién construida, casi con una manzana
de extensión y dos pisos de altura. Detrás había una torre de transmisiones, rodeada por una alambrada. Varios miembros de la Guardia Nacional estaban destacados a intervalos de unos diez metros a lo largo del corto césped, custodiando el edificio.

Eph vio el portón del aparcamiento, y en el interior lo que debía de ser la comitiva de Palmer. La limusina tenía un aspecto casi presidencial, y seguramente estaba blindada.

Eph sabía que tenía que abordar a Palmer antes de subir al coche.

—Camina erguido —le dijo a Barnes, sujetándolo del codo, mientras recorrían la acera frente a los soldados en dirección a la entrada.

Un grupo de manifestantes estaba al otro lado de la calle, exhibiendo carteles sobre la ira de Dios. Proclamaban que estaba abandonando a los Estados Unidos porque el país había perdido la fe. Un predicador con un traje raído estaba subido en una tarima improvisada, leyendo versículos del Apocalipsis.

Quienes lo rodeaban tenían las palmas abiertas, en dirección a la OEM, en un gesto de bendición, rezando por el futuro de la agencia.

Una pancarta con un Jesucristo abatido y dibujado a mano sangraba a causa de la corona de espinas, con colmillos de vampiro y ojos enrojecidos y centelleantes.

—¿Quién nos librará ahora? —decía con voz lastimera el monje andrajoso.

Eph sintió que su pecho se llenaba de sudor y le empapaba la pistola enfundada en su cinturón.

 

 

P
almer Eldritch estaba sentado en el Centro de Operaciones de Emergencias frente a un micrófono instalado sobre una mesa, con una jarra de agua. Miraba en dirección a una pantalla de vídeo con el emblema del Congreso de los Estados Unidos. Acompañado únicamente por su ayudante de confianza, el señor Fitzwilliam, Palmer llevaba su habitual traje
oscuro, y se veía un poco más encogido y pálido que de costumbre en la silla. Sus manos arrugadas descansaban inmóviles sobre la mesa, como a la espera de algo.

La conexión vía satélite estaba a punto de transmitir una sesión conjunta de emergencia dentro del periodo de sesiones del Congreso de los Estados Unidos. Este insólito discurso también sería transmitido
en directo
por Internet a través de
las cadenas de radio y televisión que aún se encontraban funcionando.

El señor Fitzwilliam estaba fuera de la vista de la cámara, con las manos en jarras, observando
las instalaciones. La mayoría de las ciento treinta terminales
de trabajo estaban ocupadas, y sin embargo nadie trabajaba. Todas las miradas estaban puestas en los monitores.

Después de unas breves palabras introductorias frente a la imagen de la cámara del
Capitolio con sólo la mitad de su aforo ocupada, en un vídeo proyectado en la pared de enfrente, Palmer leyó el discurso que aparecía en letras grandes en un teleprompter
detrás de la cámara.

—Quiero hacer frente a esta emergencia de salud pública en unos términos en los que mi Fundación Stoneheart y yo estamos en disposición de intervenir, responder y dar un parte de tranquilidad. Lo que estoy en condiciones de presentarles es un plan de acción de tres puntos para los Estados Unidos de América, y para el resto del mundo.

»En primer lugar, ofrezco
un préstamo inmediato de tres mil millones de dólares a la ciudad de Nueva York, con el fin de mantener los servicios de la ciudad en funcionamiento y de financiar una cuarentena en toda la ciudad.

»En segundo lugar, como presidente y consejero delegado de Industrias Stoneheart, quiero extender mi garantía personal en lo que a la capacidad y seguridad del sistema de suministro de alimentos de este país se refiere, tanto a través de nuestras compañías de transporte como de nuestros frigoríficos.

»En tercer lugar, recomiendo asimismo que la Comisión Reguladora Nuclear sea suspendida para que la planta de energía nuclear Locust Valley pueda entrar en funcionamiento de inmediato, como una solución directa a los catastróficos problemas en la red eléctrica de la ciudad de Nueva York.

 

 

E
ph había ido un par de veces al edificio de la OEM cuando era jefe del proyecto Canary en Nueva York. Estaba familiarizado con los procedimientos de seguridad para el acceso, regulados
por guardias profesionales acostumbrados a tratar con otros funcionarios que también portaban armas. Así, mientras que la identificación de Barnes fue inspeccionada minuciosamente, Eph simplemente dejó su placa y la pistola en una cesta y pasó rápidamente a través del detector de metales.

—¿Quiere una escolta, director Barnes? —le preguntó el guardia de seguridad.

Eph tomó sus pertenencias y agarró del brazo a Barnes.

—Conocemos el camino —dijo sin más.

 

 

U
na comisión compuesta
por tres congresistas demócratas y dos republicanos interrogó a Palmer. El escrutinio más estricto fue el de Nicholas Frone, el miembro de mayor jerarquía dentro del Departamento de Seguridad Nacional, representante por el Tercer Distrito Electoral
de Nueva York y miembro del Comité Financiero de la cámara. Se decía que los electores no confiaban mucho en los candidatos calvos o con barba, pero Frone había invalidado dicha tendencia de forma categórica al ser elegido durante tres mandatos consecutivos.

—En cuanto a esta cuarentena, señor Palmer, ¿acaso el caballo no ha salido ya del establo?

Palmer tenía una hoja en sus manos.

—Me gustan sus refranes campechanos, congresista
Frone. Pero al haber crecido en un ambiente privilegiado, es probable que usted no se dé cuenta de que sí es posible que un granjero laborioso ensille y cabalgue en otro caballo para atrapar al que ha escapado. Los granjeros de los Estados Unidos nunca renunciarían a un buen caballo. Y yo creo que nosotros tampoco deberíamos hacerlo.

—También me parece interesante que usted haya incluido en su propuesta este reactor nuclear, su proyecto favorito, que ha tratado por todos los medios de saltarse todos los procedimientos reguladores. No estoy convencido en absoluto de que éste sea el momento apropiado para acelerar
el funcionamiento de una planta de este tipo. Y me gustaría saber exactamente cómo nos ayudará, cuando el problema, tal como lo entiendo, no es el déficit de energía, sino las interrupciones en el suministro eléctrico.

Palmer meditó unos segundos antes de responder.

—Congresista
Frone, dos importantísimas plantas de energía que abastecen al estado de Nueva York están actualmente fuera de servicio debido a la falta de energía eléctrica ocasionada por la proliferación de oscilaciones de voltaje en el sistema. Esto genera una reacción en cadena de efectos adversos. Disminuye el suministro de agua a causa de la falta de presión en las redes, lo que terminará por contaminarla si esto no se soluciona de inmediato. Ha tenido un impacto negativo en el transporte ferroviario a lo largo de la ruta
noreste, en el registro
de los pasajeros por vía aérea, e incluso por carretera, pues los surtidores
eléctricos de gasolina no están funcionando. Ha afectado a
las comunicaciones de la telefonía móvil, lo que repercute en todos los servicios estatales de emergencia, como, por ejemplo, en la línea 911, poniendo en peligro a los ciudadanos.

»Y por lo que respecta a la energía nuclear —prosiguió Palmer—, la planta, localizada en su distrito, está lista para entrar en funcionamiento. Ha cumplido todas las regulaciones preliminares sin que haya sido detectado ningún fallo, y sin embargo, los procedimientos burocráticos han ocasionado un periodo de espera innecesario. Ustedes tienen una planta de energía de gran capacidad —a la que usted mismo hizo una campaña negativa— que podría suministrar gran parte de la energía que necesita la ciudad si fuera activada. Ciento cuatro plantas de energía de este tipo suministran el veinte por ciento de la electricidad del país, pero
ésta es la primera central nuclear comisionada en los Estados Unidos desde el incidente de Three Mile Island, acaecido en el año de 1978. La palabra «nuclear» tiene connotaciones negativas, pero realmente es una fuente de energía sostenible que ayuda a reducir las emisiones de carbono. Es nuestra única alternativa honesta a gran escala en contraposición a los combustibles fósiles —concluyó Palmer.

—Permítame interrumpir su mensaje comercial, señor Palmer —replicó el congresista
Frone—. Con el debido respeto, ¿no será que esta crisis no es más que una venta de liquidación para multimillonarios como usted? ¿Acaso es más que una simple «doctrina de impacto»? Por mi parte, tengo mucha curiosidad por saber qué piensa hacer con Nueva York cuando
sea suya.

—Como he aclarado con anterioridad, esto no tendría, por supuesto, intereses; sería una línea continua de crédito a veinte años —respondió Palmer.

 

 

E
ph arrojó las credenciales del FBI a una papelera y siguió recorriendo con Barnes el Centro de Operaciones de Emergencias, que era el corazón de las instalaciones. La atención de todos los presentes se centraba en Palmer, que aparecía en la miríada de monitores disponibles.

Eph vio a los hombres de Stoneheart con trajes oscuros, agrupados junto a un pasillo que conducía a un par de puertas de cristal. El cartel con la flecha decía: «Sala de conferencias segura».

Un escalofrío se apoderó de Eph al advertir que con toda probabilidad moriría allí. Si lo lograba, obviamente. A decir verdad, su mayor temor era ser eliminado sin conseguir asesinar a Eldritch Palmer.

Other books

Here Comes the Night by Joel Selvin
Antidote to Infidelity by Hall, Karla
The Man Who Was Magic by Paul Gallico
Devil in the Wires by Tim Lees
Proteus in the Underworld by Charles Sheffield
The Secret Tree by Standiford, Natalie
Love With the Proper Husband by Victoria Alexander