Oscura (27 page)

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Authors: Guillermo del Toro,Chuck Hogan

BOOK: Oscura
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Eph adivinó dónde estaba la salida al aparcamiento. Se volvió hacia Barnes y le susurró:

—Finge que estás enfermo.

—¿Qué?

—Finge que estás enfermo. No debería resultarte
tan difícil.

Eph atravesó la sala de conferencias junto a él, hacia la parte posterior. Un hombre de Stoneheart estaba apostado al lado de dos puertas. Había un cartel brillante señalando el baño de los hombres.

—Aquí está, señor —dijo Eph, abriéndole la puerta a Barnes.

El director entró agarrándose el vientre con una mano y la garganta con la otra. Eph miró furtivamente al hombre de Stoneheart, cuya expresión facial no había cambiado en absoluto.

Estaban solos en el baño. Las palabras de Palmer se escuchaban en los altavoces. Eph sacó la pistola. Llevó a Barnes al inodoro del fondo y lo sentó sobre la tapa.

—Ponte cómodo —le dijo.

—Ephraim..., seguramente te matarán —susurró Barnes.

—Ya lo sé —dijo Eph, golpeando a Barnes con la pistola antes de cerrar la puerta—. A eso he venido.

 

 

E
ntretanto, el congresista
Frone continuaba el debate.

—Antes de que todo esto comenzara, hubo informes en los medios de comunicación según los cuales usted y sus secuaces han realizado una incursión masiva en el mercado mundial de la plata, con el fin de acapararla. Francamente, han surgido muchas historias increíbles sobre esta epidemia. Algunas de ellas, sean ciertas o no, han tocado fibras sensibles. Son muchas las personas que les han dado crédito. ¿Está usted aprovechándose de los miedos y supersticiones de la gente? ¿O acaso se trata, como espero, del menor de dos males, de un simple caso de codicia?

Palmer tomó la hoja que estaba delante de él. La dobló a lo largo y a lo ancho, y se la guardó con cuidado en el bolsillo interior. Lo hizo lentamente, sin apartar sus ojos de la cámara que lo conectaba con Washington DC.

—Congresista
Frone, creo que éste es exactamente el tipo de mezquindad y parálisis moral al que nos han conducido estos tiempos oscuros. Es de dominio público que he donado a su rival político en el distrito la máxima cantidad permitida por la ley en cada una de sus campañas anteriores, y es así como usted se está tomando este asunto...

—¡Ésa es una acusación indignante! —replicó Frone.

—Señores —dijo Palmer—, les habla un anciano. Un hombre frágil al que le queda muy poco tiempo en esta tierra. Un hombre que quiere retribuir a una nación que se lo ha dado todo en la vida. Ahora me encuentro en una posición única para hacerlo. Dentro de los límites de la ley, claro está, nunca por encima de ella. Nadie puede estar por encima de la ley, y por eso quería presentarles a ustedes un balance completo en el día de hoy. Por favor, permítanle a un patriota hacer un último acto noble. Eso es todo. Gracias.

El señor Fitzwilliam apartó su silla, y Palmer se puso de pie en medio del barullo y de los golpes de mazo
que daba el presidente del Congreso para cerrar la sesión en el vídeo proyectado en la pared de enfrente.

Eph permaneció escuchando en la puerta. Había cierto movimiento, aunque no el bullicio suficiente. Sintió la tentación de abrir la puerta un poco, pero seguramente lo habrían visto, pues abría hacia dentro.

Agarró la empuñadura de la pistola que asomaba en su cintura. Un hombre pasó a su lado diciendo «trae el coche» como si estuviera hablando por radio.

Ésa fue la señal que estaba esperando. Respiró hondo, agarró el pomo
de la puerta y salió del baño dispuesto a matar.

Dos hombres de Stoneheart se dirigían a las puertas de salida, al otro extremo de la sala. Eph miró al otro lado y vio a otros dos doblando la esquina; iban delante y lo vieron de inmediato.

El cálculo de tiempo de Eph no había sido precisamente perfecto. Se echó a un lado, como si estuviera dándoles paso a los hombres, fingiendo desinterés.

Eph vio las pequeñas ruedas delanteras. Una silla de ruedas rodaba cerca de la esquina. Dos zapatos relucientes se apoyaban en el reposapiés.

Era Eldritch Palmer, increíblemente pequeño y frágil. Sus manos, blancas como la harina, estaban dobladas en su regazo hundido, con sus ojos mirando hacia el frente, sin reparar en Eph.

Uno de los escoltas que iban delante se dio la
vuelta en dirección a Eph, como para que no viera al multimillonario. Palmer estaba a menos de cinco metros de distancia. Eph no podía esperar más.

Su corazón se aceleró y sacó la pistola de la cintura. Todo sucedió a cámara lenta y de una sola vez.

Levantó el arma y corrió hacia la izquierda, para interrumpirle el paso al hombre de Stoneheart. La mano le temblaba, pero tenía el brazo firme, y su puntería era certera.

Apuntó al objetivo principal: al pecho del hombre sentado, y apretó el gatillo. Sin embargo, el guardaespaldas se abalanzó sobre Eph, en un acto de sacrificio más heroico que el de cualquier agente del Servicio Secreto protegiendo a un presidente de los Estados Unidos.

La bala impactó
en el pecho del escolta, pero rebotó en el chaleco antibalas
que llevaba debajo del traje. Eph reaccionó justo a tiempo, empujándolo antes de ser neutralizado.

Disparó de nuevo aunque su equilibrio era precario, y la bala de plata rebotó en el apoyabrazos de la silla de ruedas de Palmer.

Hizo un tercer disparo, pero los hombres de Stoneheart rodearon a Palmer. El proyectil se alojó en la pared. Un hombre especialmente grande con un corte estilo militar —el que llevaba la silla de Palmer— empujó a su benefactor a toda prisa. Los hombres de Stoneheart se lanzaron
sobre Eph y lo derribaron.

Cayó de lado, con el brazo que sostenía la pistola apuntando hacia la puerta de salida. Disparó
una vez más. Levantó el arma para dispararle a la silla desde atrás, a un lado del guardaespaldas grande, pero un zapato le pisó fuertemente el antebrazo, la bala cayó en la alfombra, y la pistola escapó de sus manos.

Eph se vio sepultado por un tumulto creciente, pues los asistentes acudían desde el salón principal. Gritos y alaridos. Notó manos que lo arañaban y tiraban de sus extremidades. Movió la cabeza y pudo ver, a través de los brazos y piernas de sus atacantes, la silla de ruedas siendo empujada por la puerta doble, saliendo a la luz del día.

Eph lanzó un grito de dolor. Su única oportunidad se había esfumado para siempre.

Había dejado escapar ese momento.

El anciano había salido ileso.

Ahora el mundo era casi suyo.

 

 

Instalación de Soluciones Selva Negra

 

E
L
A
MO
, completamente erguido dentro de la negrura absoluta de su cámara subterránea, tres niveles más abajo de la planta empacadora de carne, estaba eléctricamente alerta, con reflexiva concentración. Se había vuelto más decidido
a medida que su carne calcinada por su exposición al sol seguía desprendiéndose de lo que alguna vez fue su cuerpo humano anfitrión, dejando al descubierto una dermis roja.

Giró la cabeza
dos grados sobre su cuello grande y ancho, en dirección a la entrada, reparando en Bolívar. No tenía necesidad de informarle al Amo de lo que éste ya sabía y había visto a través de él mismo: la llegada de los cazadores humanos a la casa de empeños, evidentemente con la esperanza de ponerse en contacto con el anciano Setrakian, y la desastrosa batalla que había tenido lugar a continuación.

Detrás de Bolívar, los exploradores estaban a cuatro patas, como cangrejos ciegos. «Vieron» algo que les inquietó, tal como Bolívar estaba aprendiendo a deducir de su comportamiento.

Alguien se acercaba. La inquietud de los exploradores se vio compensada por la clara falta de preocupación por el intruso que mostró el Amo.

Los Ancianos han empleado mercenarios para cazar durante el día. Es otra señal de su desesperación. ¿Y el viejo profesor?,
preguntó.

Se escabulló antes de nuestro ataque. Dentro de su domicilio, los exploradores percibieron que aún está vivo,
respondió Bolívar
.

Escondiéndose. Tramando. Intrigando
.

... Con la misma desesperación de los Ancianos
.

Los seres humanos sólo son peligrosos cuando no tienen nada que perder.

El zumbido de una silla de ruedas motorizada y el sonido irregular de sus ruedas sobre el suelo
de tierra anunciaron que el visitante era Eldritch Palmer. Su escolta y enfermero iba detrás, sosteniendo barras luminosas de color azul para alumbrar los pasadizos. Los exploradores saltaron tras el avance de la silla de ruedas, treparon a la pared siseando, y quedaron fuera del radio de la luminiscencia química.

—Más criaturas —dijo Palmer en voz baja, incapaz de ocultar su disgusto al ver a los niños ciegos vampiros, y las miradas de sus ojos ennegrecidos. El millonario estaba furioso—. ¿Por qué en este agujero?

Me gusta.

Palmer vio, por vez primera, a la luz del suave brillo azul, la carne desollada del Amo. Varios trozos cubrían el suelo a sus pies, como mechones de pelo debajo de la silla de un barbero. Le perturbó ver los ojos llameantes bajo la tez agrietada del Amo, y habló rápidamente para que no le leyera la mente como un adivino frente a una bola de cristal.

—Mira, he esperado y hecho todo lo que me has pedido sin recibir nada a cambio. ¡Y acaban de atentar contra mi vida! ¡Quiero mi recompensa ahora! Mi paciencia ha llegado a su fin. Me darás lo que me prometiste o dejaré de financiarte, ¿comprendes? ¡Se acabó!

La piel del Amo se arrugó mientras inclinaba su cabeza hacia delante, rozando el techo. El monstruo era realmente intimidante, pero Palmer no se iba a echar atrás.

—Mi muerte prematura, si ocurriera, pondría en entredicho todo el plan. No tendrías más influencia sobre mi voluntad, ni podrías solicitar mis recursos.

Eichhorst, el perverso comandante nazi, a quien había llamado el Amo, entró detrás de Palmer envuelto en una bruma de luz azulada.

Harías bien en controlar tu lengua humana en presencia de
Der Meister.

El Amo silenció a Eichhorst con un gesto de su inmensa mano. Sus ojos rojos se veían púrpuras bajo la luz azul, y se posaron en Palmer.

De acuerdo. Te concederé tu deseo de inmortalidad. En el lapso de un día.

Palmer balbuceó desconcertado. En primer lugar, debido a su sorpresa ante la capitulación repentina del Amo, después de tantos años de esfuerzo. Y luego, al reconocer el gran salto que se disponía a
dar. A sumergirse en el abismo que es la muerte, y cruzar al otro lado...

El hombre de negocios
que había en él quería más de una garantía. Pero el conspirador de
su interior mantuvo la boca cerrada.

No se le imponen condiciones a un monstruo como el Amo. Al contrario, procuras ganarte su favor, y luego aceptas su generosidad con gratitud.

Un día más en calidad de mortal. Palmer pensó que podría incluso disfrutar de él.

Todos los planes están completamente en marcha. Mi progenie avanza a través del continente. Hemos copado todos los destinos críticos, y nuestro círculo está creciendo en las ciudades y provincias de todo el mundo
.

—Y al mismo tiempo que el círculo crece, también se estrecha
—objetó Palmer, olvidándose por un momento de sus expectativas. Hizo un gesto con sus manos entrelazando los dedos y apretando las palmas imitando un estragulamiento.

En efecto. Una última tarea antes del inicio del Devoramiento.

El libro,
dijo
Eichhorst, que parecía
un enano al lado de su gigantesco Amo.

—Desde luego —señaló Palmer—. Será tuyo. Pero debo preguntarte si... ya conoces el contenido...

No es crucial que yo esté en posesión del libro. Lo importante es que no caiga en poder de los otros.

—Entonces ¿por qué no hacer explotar
la casa de subastas y volar toda la manzana?

Las soluciones drásticas ya se han intentado en el pasado y han fracasado. Este libro ha tenido demasiadas vidas. Tengo que estar absolutamente seguro de su paradero. Para que pueda verlo arder
.

El Amo se enderezó completamente, estirándose como sólo él podía hacerlo. Estaba viendo algo. Se encontraba físicamente en la cueva, pero psíquicamente estaba viendo a través de los ojos de otra persona: de un miembro de su camada.

El Amo pronunció dos palabras en la mente de Palmer:

El niño
.

Palmer esperaba una explicación que nunca llegó. El Amo había regresado al presente, al ahora. Había regresado a ellos con una nueva certeza, como si hubiese vislumbrado el porvenir.

Mañana el mundo arderá, y el niño y el libro serán míos.

 

 

El blog de Fet

 

H
E MATADO
.

He asesinado.

Con las mismas manos con que escribo en este momento.

He apuñalado, degollado, golpeado, aplastado, desmembrado, decapitado.

He llevado su sangre blanca en mi ropa y en mis botas.

He destruido. Y me he alegrado por la destrucción.

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