Authors: Guillermo del Toro,Chuck Hogan
La lámpara Luma se estrelló contra la pared y cayó al suelo.
Nora logró mantener a Kelly a raya gracias a su hoja de plata, y la vampira saltó hacia atrás, sobre la plataforma del túnel bajo. Brincó al otro lado y Nora la persiguió con su largo
cuchillo. Kelly fingió atacarla y luego saltó hacia arriba. Nora le lanzó un cuchillazo, mareándose al ver a la ágil criatura a través del monocular.
Kelly aterrizó en el otro lado del túnel, con una mancha de color blanco a un lado del cuello. Era una herida superficial, pero bastó para que reparara en ella. La vampira vio la sangre blanca en su mano, y se la arrojó a Nora, mientras su rostro adquiría una expresión diabólica y feroz.
Nora retrocedió, buscando una bengala en su bolsa. Oyó unas
manos escarbando con sus garras entre las piedras de la vía, y no tuvo que apartar la vista de Kelly para verlos.
Eran tres niños vampiros, dos varones y una niña, convocados por ella para ayudarla a someter a Nora.
—Está bien —dijo Nora, retirando la tapa de plástico de la bengala—. ¿Preferís hacerlo así?
Rascó la parte superior de la tapa contra la barra roja; la bengala se encendió y las llamas rojas resplandecieron en la oscuridad. La doctora miró por el visor, y vio que las llamas iluminaban el túnel desde el techo hasta el suelo
en un nimbo rojo y delirante.
Los niños retrocedieron, repelidos por la intensidad de la luz. Nora amenazó a Kelly con la bengala, y ésta bajó la barbilla, pero no retrocedió.
Uno de los niños se acercó a Nora desde un lado, emitiendo un chillido agudo, y Nora lo neutralizó con su cuchillo, hundiéndole
la hoja de plata en lo más profundo de su pecho, justo hasta la empuñadura. La criatura retrocedió tambaleándose —Nora tiró del cuchillo con rapidez—, debilitada y aturdida. El niño abrió los labios, intentando aguijonearla por última vez, y Nora le introdujo la bengala ardiente en la boca.
La criatura se resistió violentamente, pero Nora lo cortó sin dejar de gritar.
El niño vampiro cayó mientras la doctora
le sacaba la bengala, todavía iluminada.
Se dio la vuelta, preparándose para el ataque de Kelly.
Pero ella había desaparecido. No se la veía por ninguna parte.
Empuñó la bengala y vio a los dos vampiros agazapados junto a su compañero caído. Se cercioró de que Kelly no estuviera en el techo ni debajo de la cornisa.
Pero la incertidumbre era peor aún. Las criaturas se separaron, dando vueltas alrededor de ella, y Nora retrocedió hacia la pared que había debajo del mural gigante, lista para la batalla, decidida a no dejarse atrapar.
E
ldritch Palmer observó las bengalas encendidas sobre los tejados del Uptown. Fuegos artificiales insignificantes. Protestas con cajas de fósforos en un mundo de oscuridad. El helicóptero venía del norte y se detuvo un momento antes de aterrizar. Palmer esperaba a sus visitantes en la planta setenta y ocho del edificio Stoneheart.
Eichhorst fue el primero. Un vampiro ataviado con un traje de tweed era como un pitbull con un jersey de punto. Mantuvo la puerta abierta, y el Amo, que iba tapado, se agachó al entrar.
Palmer observó todo esto a través del reflejo en las ventanas.
Explica
.
Su voz era sepulcral, llena de furia.
Palmer se puso de pie tras reunir fuerzas.
—He suspendido la financiación. Cerré la línea de crédito. Así de simple.
Eichhorst estaba a un lado, con las manos cruzadas, cubiertas con guantes. El Amo miró a Palmer, su piel en carne viva, roja, inflamada, sus ojos carmesí, penetrantes.
—Fue una demostración de la importancia que tiene mi participación en el éxito de tu empresa. Fue evidente para mí que necesitas que se te recuerde su valor —añadió Palmer.
Ellos se llevaron el libro
.
Esto lo dijo Eichhorst, cuyo desprecio por Palmer siempre había sido manifiesto y nunca dejaba de pagarle con la misma moneda. Sin embargo, Palmer se dirigió al Amo:
—¿Qué importa eso ahora? Conviérteme y estaré más que dispuesto a acabar con el profesor Setrakian.
Qué poco entiendes. Eso significa que siempre me has visto como un simple medio para alcanzar un fin: tu fin.
—¿Y no debería acaso decir lo mismo de ti? Has tardado muchos años en darme mi regalo. Te he dado todo y no me he guardado nada. ¡Hasta ahora!
Ese libro no es un simple trofeo. Se trata de un cáliz de información. Es la última esperanza que tienen los cerdos humanos. El suspiro final de tu raza. No eres capaz de entender eso. Tu perspectiva humana es insignificante.
—Permíteme ver entonces. —Palmer se acercó a él, deteniéndose a un palmo del pecho cubierto del Amo—. Ha llegado el momento. Dame lo que es legítimamente mío, y todo lo que necesites será tuyo.
El Amo no articuló un solo pensamiento en la mente de Palmer. Permaneció inmóvil.
Aun así, Palmer no sentía ningún temor.
—Tenemos un trato.
¿Has obstaculizado algo más? ¿Has alterado alguno de los otros planes puestos en marcha?
—Ninguno. Todo está en pie. Ahora, ¿tenemos un trato?
Así es
.
La rapidez con la que el Amo se inclinó sobre él sorprendió a Palmer, haciendo estremecer su corazón endeble. La proximidad de su rostro, los gusanos de sangre recorriendo las venas y vasos capilares debajo de aquella remolacha cuarteada que era su piel. El cerebro de Palmer secretó hormonas largamente olvidadas, pues se acercaba el momento de su transformación. Hacía mucho tiempo que había hecho sus maletas —mentalmente—, y a pesar de todo, aún había un asomo de inquietud en este primer paso de su viaje sin retorno. No tenía nada en contra de las mejoras que la transformación podría obrar en su cuerpo; únicamente se preguntó qué efecto tendría en su arma más temible y fuente de solaz desde hacía tanto tiempo: su mente.
La mano del Amo presionó el hombro huesudo de Palmer como lo harían las garras de un buitre con una ramita. Lo asió de la coronilla con su otra mano, girándola hacia un lado, estirando el cuello y la garganta del anciano.
Palmer miró al techo, pero sus ojos dejaron de enfocar. Oyó el coro en su cabeza. Nunca había estado en las garras de nadie, de cosa alguna, en aquellos brazos. El Amo lo soltó, y Palmer se quedó sin fuerzas.
Estaba listo. Su respiración se volvió entrecortada y jadeante
a medida que la garra endurecida del dedo medio del Amo le pinchaba las carnes flojas de su cuello estirado.
El Amo sintió el pulso del anciano enfermo en el cuello, el corazón del hombre latiendo lleno de expectación, y percibió la llamada
en lo más profundo de su aguijón. Quería sangre.
Pero hizo caso omiso de su naturaleza y, con un chasquido firme, desprendió la cabeza de Eldritch Palmer del torso. La soltó, sujetó el cuerpo mutilado y partió a Palmer en dos, el cuerpo separándose con facilidad allí donde los huesos de la cadera se reducían para dar paso a la cintura. Arrojó los pedazos de carne sanguinolenta a la pared del fondo, que
chocaron contra la colección de arte abstracto y cayeron al suelo.
El Amo se volvió con rapidez tras detectar otra fuente de sangre cercana. El señor Fitzwilliam estaba parado en el umbral. Un ser humano de hombros anchos con un traje confeccionado para guardar armas de defensa personal.
Palmer había querido aquel cuerpo
para su transformación. Codiciaba la fuerza de su guardaespaldas, su estatura física, deseaba el cuerpo de aquel hombre para toda la eternidad.
Fitzwilliam formaba
parte de Palmer.
El Amo observó su mente y le comunicó eso, antes de volar hacia él en un instante. Fitzwilliam vio por primera vez al Amo en el salón, con la sangre roja goteando de sus manos enormes. El Amo se inclinó sobre él, sintiendo una sensación de escozor y drenaje, como una férula de fuego en la garganta.
El dolor desapareció al cabo de un tiempo. Y lo mismo sucedió con la vista que tenía el señor Fitzwilliam del techo.
El Amo succionó al hombre y lo dejó caer.
Animales
.
Eichhorst seguía en la amplia
sala, con la misma paciencia de un abogado.
Demos comienzo a la Noche Eterna,
anunció el Amo.
E
l remolcador iba sin luces por el East River hacia el edificio de las Naciones Unidas. Fet condujo el barco a un lado de la isla sitiada, permaneciendo a unos cientos de metros de la costa. No era un capitán de barco, pero el acelerador era fácil de manejar, y tal como había visto cuando el remolcador atracó en la calle 72, los gruesos neumáticos eran bastante flexibles.
Setrakian estaba sentado delante del
Occido lumen
en la mesa de navegación, detrás de él. La fuerte luz de la única lámpara del barco hacía que las ilustraciones de plata resplandecieran. El profesor estaba absorto en su trabajo, estudiando el volumen, casi en trance. Tenía una pequeña libreta a su lado.
Un cuaderno escolar a medio llenar con sus anotaciones.
El
Lumen
estaba escrito a mano, de forma densa y maravillosa, y contenía hasta cien renglones en una sola página. Los dedos envejecidos del anciano, arqueados desde hacía tanto tiempo, pasaban cada uno de los folios con delicadeza y rapidez.
Analizó cada página, iluminándolas desde atrás, buscando marcas de agua y haciendo bosquejos rápidos tras encontrarlas. Anotaba su posición exacta y la disposición en las páginas, pues eran elementos vitales en la decodificación de los textos inscritos en ellas.
Eph estaba a su lado, observando alternativamente las ilustraciones fantasmagóricas y la isla en llamas desde la ventana de la cabina. Vio una
radio cerca de Fet y la
encendió con el volumen bajo para no distraer a Setrakian. Era una radio vía satélite; Eph buscó las emisoras de noticias hasta que detectó una voz.
Se trataba de una voz femenina cansada, una locutora atrincherada
en la sede de Sirius XM, que funcionaba con una especie de generador de respaldo
de seguridad. La emisora
operaba con señales múltiples e interrumpidas —Internet, teléfono y correo electrónico— recabando
informes de todo el país y del mundo. La locutora aclaraba en repetidas ocasiones que no tenía manera de verificar si la información era fidedigna. Habló sobre el vampirismo, diciendo que era un virus que se propagaba de persona a persona. Ofreció información detallada de la infraestructura nacional que se estaba derrumbando:
varios accidentes, algunos de ellos catastróficos, que inutilizaban o bien bloqueaban el tráfico en importantes puentes de Connecticut, Florida, Ohio, el estado de Washington y California. Cortes de energía en algunas de las regiones más aisladas, especialmente a lo largo de las costas, así como en los gasoductos del Medio Oeste. La Guardia Nacional y varios regimientos del ejército habían sido destacados para mantener el orden en muchos centros metropolitanos; llegaban también informes
de actividad militar en Nueva York y Washington DC. Un conflicto armado había estallado a lo largo de la frontera entre Corea del Norte y Corea del Sur. Las mezquitas incendiadas en Irak habían provocado disturbios, los cuales se habían intensificado tras la presencia de las tropas norteamericanas. Una serie de explosiones de origen desconocido en los subterráneos
de París habían paralizado la ciudad. Y una misteriosa
serie de informes sobre suicidios colectivos en las cataratas Victoria, en Zimbabue, en las cataratas del Iguazú entre Brasil y Argentina, y en las cataratas del Niágara en Nueva York.
Eph negó con la cabeza al oír aquello —la desconcertante pesadilla de la
Guerra de los mundos
hecha realidad—, y luego oyó el informe del descarrilamiento de un tren de la Amtrak en el interior del túnel del North River, con lo cual la isla de Manhattan quedaba todavía más aislada. La locutora transmitió un informe sobre los disturbios en Ciudad de México, y Eph permaneció con su mirada fija en la radio.
—Un descarrilamiento —dijo.
En la radio no podían responderle.
—No ha dicho cuándo sucedió. Seguramente han logrado cruzar —señaló Fet.
El miedo le atravesó el pecho. Eph se sintió enfermo.
—No lo han hecho
—señaló.
Él lo sabía. No se trataba de clarividencia ni de poderes psíquicos: simplemente lo sabía. Su viaje de huida le pareció en aquel momento demasiado bueno para ser cierto. Su alivio y lucidez se esfumaron en un instante. Una nube oscura envolvió su mente.
—Tengo que ir allá. —Se volvió hacia Fet, incapaz de ver más allá de la imagen mental de un descarrilamiento y el ataque posterior de los vampiros—. Llévame a la orilla. Iré a buscar a Zack y a Nora.
Fet giró el timón sin poner objeción alguna.
—Déjame buscar un lugar para atracar.
Eph buscó sus armas. Recordó que Gus y Creem, los antiguos pandilleros rivales, estaban engullendo comida basura de una bolsa que habían encontrado en una tienda de comestibles, y que el mexicano le había pasado una bolsa lanzándola de un puntapié.
Un cambio en el tono de la emisora volvió a llamar su atención. Se había producido
un accidente en una planta nuclear en la costa oriental de China. No era un informe procedente de ninguna agencia de noticias china, pero llegaban testimonios de una nube en forma de hongo visible desde Taiwán, así como lecturas de los sismógrafos cerca de Guangdong, registrando un terremoto de 6,6 en la escala de Richter. Se decía que la ausencia de información
de Hong Kong sugería la posibilidad de un impulso electromagnético nuclear, que transformaría los cables eléctricos en pararrayos o en antenas con la capacidad de quemar todos los dispositivos que estuvieran conectados.