Oscura (34 page)

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Authors: Guillermo del Toro,Chuck Hogan

BOOK: Oscura
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La voz que retumbaba en la cabeza de Fet sonaba como la reprimenda
de un padre multiplicada por mil. Miró al cazador que estaba a su lado y se preguntó: ¿Será algún rey europeo fallecido hace mucho tiempo? ¿Alejandro Magno? ¿Acaso Howard Hughes?

No, esos cazadores no eran nada de eso. Fet supuso que fue un soldado de élite en su vida anterior, retirado del campo de batalla, tal vez durante una misión especial. Y reclutado por el servicio selectivo final.

Pero ¿de qué
ejército sería? ¿De qué época y guerra? ¿Vietnam? ¿Normandía? ¿Termópilas?

—Los Ancianos están conectados con el mundo humano en sus más altos niveles. Ellos asumen la riqueza del iniciado, lo cual les ayuda a permanecer aislados y a ejercer su influencia en todo el mundo —dijo Setrakian, confirmando, al referir estos hechos, las teorías que había esbozado durante toda su vida.

Si se tratara de una simple transacción comercial, su riqueza sería suficiente para nosotros. Pero no nos conformamos con riquezas. Lo que buscamos es poder, capacidad de acceso y obediencia. Y a él le faltaba esto último.

—Palmer se enfureció cuando el regalo le fue negado. Así que buscó al Amo descarriado, al Joven...

Quieres saberlo todo, Setrakian. Codicioso hasta el final. De acuerdo. Te concedemos que tienes la mitad de la razón en todo. Sí, es posible que Palmer buscara al Séptimo. Pero puedes estar seguro de que fue el Séptimo quien lo encontró a él
.

—¿Sabes qué es lo que quiere?

Lo sabemos
.

—Entonces debéis de saber que tenéis problemas. El Amo está creando una fuerza de miles de esbirros, y son demasiados para que vuestros cazadores puedan aniquilarlos. Su cepa se está propagando. Se trata de seres que vosotros no podéis controlar, al menos no con poder ni con influencias.

Mencionaste el Códice de Plata
.

El poder de sus voces hizo que Fet entrecerrara los ojos.

—Lo que quiero de vosotros es un apoyo financiero ilimitado. Lo necesito de inmediato —dijo Setrakian, dando un paso hacia delante.

La subasta. ¿Crees que no hemos considerado esto antes?

—Si vosotros hacéis una oferta utilizando un intermediario humano, correríais el riesgo de exponeros. Es imposible garantizar los motivos. Lo mejor sería hacer fracasar todas las ventas potenciales. Pero eso no será posible en esta ocasión. Estoy convencido de que el momento de este gran ataque, el ocultamiento de la Tierra y la reaparición del libro no son una coincidencia. Todo se ha alineado. ¿Negáis
esta simetría cósmica?

De ninguna manera. Pero, de nuevo, el resultado seguirá el trazado del plan sin importar lo que hagamos
.

—No hacer nada me parece un plan inconveniente.

¿Y qué quieres a cambio?

—Un breve vistazo a su contenido. Este libro, elaborado en plata, es una creación humana que vosotros no podéis poseer. He visto el Códice de Plata, como vosotros lo llamáis. Contiene muchas revelaciones, eso os lo puedo garantizar. Seríais más sabios si aceptarais que la humanidad conoce vuestro origen.

Son verdades a medias y especulaciones
.

—¿De veras? ¿Se puede correr ese riesgo? ¿Mal’akh Elohim?

Hubo una pausa. Fet sintió un breve relajamiento en su cabeza. Podría jurar que vio al Anciano torcer sus labios en señal de disgusto.

Las alianzas más improbables suelen ser las más productivas
.

—Dejadme ser muy claro en este punto. No os estoy ofreciendo ninguna alianza. Esto no es más que una tregua en tiempos de guerra. El enemigo de mi enemigo no es ahora amigo mío, ni yo lo soy vuestro. Sólo os prometo ver el libro y, a través de él, tener una oportunidad para derrotar al Amo envilecido antes de que él os destruya. Pero cuando este acuerdo expire, sólo os prometo que la lucha continuará. Yo os perseguiré de nuevo, y vosotros me perseguiréis a mí...

Después de que leas el libro, Setrakian, no podremos permitir que sigas viviendo. Debes saberlo. Es una prohibición que pesa sobre todos los seres humanos.

—Yo no soy muy aficionado a la lectura... —aclaró Fet, después de tragar saliva.

—Acepto. Y ahora que nos estamos entendiendo mutuamente, hay otra cosa que necesito. No vuestra, sino de este joven. De Gus —dijo Setrakian.

Gus se acercó al prestamista y a Fet.

—Siempre y cuando signifique matar a alguien.

 

 

N
o hubo ceremonia de inauguración, tijeras gigantes, dignatarios ni políticos. No hubo fanfarria en absoluto.

La planta nuclear de Locust Valley entró en funcionamiento a las 5.23. Los inspectores residentes de la Comisión Reguladora Nuclear supervisaron los procedimientos desde la sala de control de aquella central que había costado diecisiete mil millones de dólares.

Locust Valley era una instalación nuclear de fisión que operaba con reactores térmicos dobles de Generación III, con agua ligera a presión. La revisión de las instalaciones y de los protocolos
de seguridad había concluido antes de que las barras de uranio-235 y las barras de control fueran introducidas en el agua, dentro del núcleo presurizado.

El principio de la fisión controlada se asemeja a una bomba nuclear que explota a un ritmo lento y continuo, antes que en un milisegundo. El calor producido genera electricidad, la cual es encauzada y transmitida de manera semejante a la energía convencional procedente de las plantas de carbón.

Palmer entendía el concepto de la fisión sólo en el sentido en que era similar a la división celular en la biología. La energía se produce tras la división: ése era el valor y la magia de la fisión nuclear.

En el exterior, las torres paralelas de refrigeración despedían vapor como dos tazas gigantes de hormigón.

Palmer se maravilló. Ésa era la pieza final del rompecabezas. La última pieza que encajaba en su lugar.

Éste fue el momento en que el cerrojo
se deslizó, justo antes de que la gran puerta de la bóveda se abriera.

Mientras veía las nubes de vapor desplazándose por el cielo ominoso como fantasmas emergiendo de gigantescos calderos, Palmer se acordó de Chernóbil. Del pueblo negro de Pripyat, donde había conocido al Amo. El accidente del reactor fue, al igual que los campos de concentración en la Segunda Guerra Mundial, una lección para el Amo. La raza humana ya le había mostrado el camino. Le había suministrado las herramientas de su propia destrucción.

Todo ello respaldado por Eldritch Palmer.

«Él ha estado convirtiendo personas por simple placer».

Ah, doctor Goodweather, pero los primeros serán los últimos, y los últimos serán los primeros. Es así como se supone que funcionan las cosas, según la Biblia.

Pero esto no era la Biblia. Esto era América.

Lo primero debía ser lo primero.

Palmer no tardó en saber cómo se sentían sus socios comerciales después de haber negociado con él: como si les hubieran dado un puñetazo en el estómago con la misma mano con que los había saludado.

Crees que estás trabajando con alguien hasta que comprendes algo: que estás trabajando para él.

«¿Por qué le hacen esperar en la fila?».

Así era.

 

 

Z
ack se apartó de Nora cuando su iPod cayó al suelo
del túnel. Fue una estupidez, un acto reflejo, pero su madre
se lo había comprado y le había bajado canciones que a ella no le gustaban, que odiaba incluso. Por eso, cuando sostenía el pequeño dispositivo mágico entre sus manos y se extraviaba en la música, también se conectaba con su madre.

—¡Zachary!

Era curioso que Nora pronunciara su nombre completo, pero funcionó, y él se incorporó rápidamente. Parecía desesperada y agarraba con fuerza a su madre en la parte delantera del tren. Zack sintió una empatía con Nora, un vínculo en común, pues sus madres estaban muy enfermas: ambos las habían perdido, y sin embargo seguían parcialmente allí.

Zack recogió el reproductor de música y lo metió en el bolsillo de sus vaqueros, y los auriculares quedaron enredados en el rail. El tren descarrilado se sacudía de vez en cuando por los ataques de las criaturas, y Nora se esforzó para que él no viera lo que sucedía. Pero él lo sabía. Había visto las ventanas cubiertas de sangre. Había visto sus caras. Estaba casi en estado de shock, viviendo una pesadilla terrible.

Nora se había detenido y miraba horrorizada algo detrás de él.

Unas pequeñas figuras salían de la oscuridad del túnel, moviéndose a gran velocidad. Estas criaturas recién convertidas, ninguna de las cuales llegaba siquiera a los quince años, avanzaron sobre ellos con agilidad inhumana.

Eran dirigidas por una falange de niños vampiros ciegos, de ojos negros y calcinados, que se movían de un modo diferente al de los niños videntes que se les adelantaron al llegar al tren, profiriendo horribles chillidos de alegría inhumana.

Se abalanzaron inmediatamente sobre los pasajeros que huían de la carnicería. Otros corrían por las paredes del túnel y se lanzaron sobre el techo del tren, como pequeñas arañas saliendo de un saco de huevos.

Una figura adulta se movía con intenciones diabólicas entre ellos. Era una figura femenina, ensombrecida por la luz tenue del túnel, y que, al parecer, dirigía el ataque. Una madre posesa al frente de un ejército de niños demoniacos.

Una mano lo agarró de la capucha de su chaqueta —era Nora— y lo apartó. Zack trastabilló, y luego se incorporó para correr con ella, tomando del brazo a Mariela y pasándolo debajo de su hombro, arrastrando a la anciana lejos del tren descarrilado y atestado de niños vampiros enloquecidos.

La luz índigo de Nora escasamente les iluminaba el camino a lo largo de las vías, un caleidoscopio magnificando los excrementos psicodélicos y enfermizos de los vampiros. Nadie parecía seguirlos.

—¡Mira! —dijo Zack.

Sus ojos percibieron dos huellas que conducían a una puerta en la pared izquierda. Nora los condujo hacia allá, apresurándose a mover la manija. Estaba atascada o cerrada con seguro. Dio un paso atrás y le dio una patada
con el tacón de su zapato, una y otra vez hasta que el pomo se vino abajo y la puerta se abrió. Al otro lado había una plataforma idéntica, dos escaleras que conducían a otro túnel, así como otras vías ferroviarias, entre ellas la que
correspondía al extremo sur del túnel, que iba hacia el este, de Nueva Jersey a Manhattan.

Nora cerró la puerta con tanta fuerza como pudo y apremió a sus dos acompañantes.

—Rápido —les ordenó—. Moveos rápido. No podemos luchar contra todos ellos.

Entonces se internaron en la oscuridad del túnel. Zack ayudó a Nora, que sostenía a su madre, pero estaba claro que no podían seguir así indefinidamente. No escucharon nada detrás de ellos —no oyeron que la puerta se abría— y no obstante avanzaron como si los vampiros les pisaran los talones. Sentían que cada segundo era un lapso de tiempo prestado.

Mariela había perdido sus zapatos, sus medias de nailon estaban rotas, y sus pies heridos y sangrando.

—Necesito descansar. Quiero irme a casa —repetía una y otra vez en voz alta.

La situación se hizo insostenible. Nora y Zack se detuvieron un momento. Nora le tapó la boca con su mano para hacerla callar.

Zack vio el rostro de Nora iluminado por la luz violeta de la lámpara. Percibió su inquietud mientras intentaba seguir adelante y hacer callar a su madre al mismo tiempo. Advirtió entonces que debía tomar una decisión terrible.

Su madre forcejeó para desprenderse de Nora, quien soltó su bolso de lona.

—Ábrelo —le dijo a Zack—. Quiero que saques un cuchillo.

—Ya tengo uno. —El chico se llevó la mano al bolsillo, sacando la navaja de diez centímetros
con el mango de hueso marrón.

—¿De dónde has sacado
eso?

—Me la dio el profesor Setrakian.

—Zack, por favor, escúchame. ¿Confías en mí?

Era una pregunta extraña.

—Sí —respondió él.

—Bien. Necesito que te escondas debajo de este saliente.

Los laterales
de las vías estaban reforzados con traviesas a medio metro
del suelo, y el recodo que había debajo de ellas estaba envuelto en tinieblas.

—Acuéstate ahí y mantén el cuchillo contra tu pecho. Permanece en la oscuridad. Sé que es peligroso. Yo... no tardaré mucho tiempo, lo prometo. A cualquier persona que se te acerque, y que no sea yo, le das un navajazo. ¿Entiendes?

—Yo... —Él había visto los rostros de los pasajeros, apretujados contra las ventanas del tren—. Entiendo.

—En la garganta, en el cuello, donde puedas. Sigue apuñalando hasta que caigan. Luego corre y escóndete de nuevo. ¿Entiendes?

Él asintió con la cabeza; las lágrimas rodaban
por sus mejillas.

—Prométemelo.

Zack asintió de nuevo.

—No tardaré en regresar. Si tardo mucho, sabrás a qué se debe. Y entonces quiero que empieces a correr —dijo, señalando en dirección a Nueva Jersey—. No te detengas por nada. Ni siquiera por mí. ¿De acuerdo?

—¿Qué vas a hacer?

Zack lo sabía. Estaba seguro de ello. Y Nora también.

Mariela le mordió la mano, y Nora la
soltó. Luego abrazó a Zack con delicadeza, hundiendo la cara del chico en su cuerpo. Él sintió que ella le besaba la coronilla. Mariela comenzó a gritar de nuevo y Nora le tapó la boca por segunda vez.

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